El Magazín Cultural

Alonso Sánchez Baute: “Leandro Díaz doblega el dolor a partir del arte”

Alonso Sánchez Baute habla en esta entrevista de los viejos juglares del vallenato, de las razones por las que se comercializó, y sobre todo, de Leandro Díaz, sobre quien escribió un libro titulado "Leandro".

Elena Chafyrtth Díaz Duarte
10 de agosto de 2019 - 09:41 p. m.
El escritor y periodista Alonso Sánchez Baute, quien recorrió los pueblos del Cesar varios meses durante su investigación para escribir "Leandro", un libro sobre la vida del compositor vallenato.
 / Daniel Eduardo Rivera Bermúdez
El escritor y periodista Alonso Sánchez Baute, quien recorrió los pueblos del Cesar varios meses durante su investigación para escribir "Leandro", un libro sobre la vida del compositor vallenato. / Daniel Eduardo Rivera Bermúdez

Cuando fui a entrevistar a Alonso Sánchez Baute, acompañada de un fotógrafo, vi por la ventana del carro cómo el conductor que habíamos contratado tomaba la carrera hacia La Calera. Recuerdo que no encontrábamos la dirección adonde debíamos llegar y la cita era a las tres en punto de la tarde; en ese momento faltaba un cuarto y no sabía qué tan lejos o cerca nos encontrábamos. 

Entonces decidí llamar al escritor. Nunca había escuchado su voz y no sabía si de pronto se molestaría al ver que tres personas no podían dar con el lugar donde vivía. Le conté lo que ocurría y de la manera más amable me dijo que le pasara a la persona que en ese momento conducía. A él le dio todas las indicaciones para llegar con tal precisión, que luego de terminar la llamada nos dijo que no había tenido la oportunidad de leer algún libro de la persona con quien había hablado, pero que con esas indicaciones ya lo adoraba. Por supuesto, las risas no se hicieron esperar. 

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Hablar con Sánchez Baute es revivir a esos juglares del vallenato que se han inspirado en los pueblos, paisajes y mujeres de nuestro país. En su libro “Leandro”, publicado en abril de 2019 por Alfaguara, revive a uno de los mejores compositores del vallenato. En este libro el lector no solo sabrá de la vida personal del maestro, sino que además entenderá por qué su sensibilidad causaba tanta sensación: al haber sido un hombre ciego y que sufría por esta condición, describía de manera hermosa su amor por la vida.

Con este libro, Sánchez logra que nos sintamos orgullosos de esos personajes de nuestra tierra que fueron héroes, no solo por escribir o cantar letras maravillosas, sino porque detrás de su arte había una historia que merecía ser contada. Un ejemplo de ello es recordar que en el año 1987 Alejo Durán en el Festival del Vallenato se descalificó a sí mismo, puesto que había interpretado mal las notas de los bajos de su acordeón. 

Conocer a este escritor nacido en Valledupar es encontrar una esperanza en tiempos donde cada vez más los ritmos modernos están sucediendo a nuestro folclore colombiano. Es entender por qué el vallenato clásico solo necesitaba de tres instrumentos: caja vallenata, guacharaca y acordeón; puesto que los juglares hacían que tanto sus voces como sus letras fueran únicas y pasaran a la historia. 

Al salir de la casa del novelista no solo aplaudí su homenaje hacía el gran maestro, también entendí que Leandro es un juglar por su amor a lo desconocido, por preferir a sus amigos así en ocasiones ellos mismos le robaran sus canciones, y por encontrar en la música ese aliento para vivir.

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¿Cómo se ha transformado el vallenato a lo largo de la historia?

Se debe tener en cuenta la diferencia entre el juglar vallenato, el cantante de vallenato moderno y el acordeonero moderno, porque digamos que ya se les entregó todo en bandeja de plata; es decir, todo lo que sucedió detrás para que el vallenato llegara a ser lo que hoy es. Estos músicos de hoy son los que están sacando provecho tanto mediática como económicamente. Pero los de antes fueron los que la sudaron, ellos tenían que ir con el acordeón de pueblo en pueblo, en ese entonces ni a los cantantes ni a los acordeoneros se les pagaba. 

Ellos tenían todo en contra, grandes compositores y grandes personas, pero les tocó abrir el camino. Un ejemplo podría ser la colonización antioqueña: los colonizadores, los  paisas, fueron los que abrieron todo, sin embargo los de ahora se están llevando los frutos que a los otros les tocó sufrir. En ocasiones he escuchado que en algunos lugares, sobre todo bogotanos, el vallenato no termina de gustar y no termina de gustar más por los personajes que por la música. Escándalos de cantantes que le han hecho daño al vallenato, que como músicos han sido fabulosos, pero que tienen una historia detrás. Entonces se llevan por delante al género musical, porque todo lo que les suena a vallenato les suena a esos personajes. 

Ahora, la gente no diferencia entre la música y los intérpretes de la música. Porque de quinientos o más acordeoneros y cantantes de este género, son pocos los que le han hecho daño a la música, pero la mayoría no, como es el caso de Leandro Díaz, Alejo Duran, Luis Enrique Martínez; la lista es larguísima. Los músicos vallenatos se dedicaron a hacer lo suyo, a hacer música y a hacer feliz a la gente, pero a veces lo malo puede más. 

¿Cómo nace la idea de escribir sobre Leandro Díaz?

Yo conocí a Leandro ya de viejo. Yo llevo viviendo cuarenta años aquí en Bogotá y lo conocí en el 2004 en una parranda en Valledupar. Lo admiraba de tiempo atrás, siempre he admirado su música. Debo confesar que no soy de oír vallenato, de hecho oigo muchas otras cosas antes que vallenato. Pero yo soy novelista y lo que me interesa son las historias y los personajes y en el caso de él me interesaban ambas cosas, y adicionalmente las letras de sus canciones. De hecho en mi primera novela, que la escribí en 1997, el epígrafe es de Leandro Díaz y siempre lo he nombrado en mis libros. 

En el 2011 o 2012, un par de años antes de que muriera, me lo encontré en varias parrandas y conversaba con él pero sin ningún objetivo en particular, lo veía como una oportunidad para conversar, hasta ahí. Después de su fallecimiento yo me hice muy amigo de Ivo, que es el hijo más cercano de él, y cuando lo oía hablar de su papá me llamaban la atención muchísimas cosas, aunque ya mucha gente sabía que él (Leandro Díaz) era ciego, no todo el mundo sabía que había nacido así. Luego me enteré de que al momento de nacer el padre lo había rechazado, eso ya me comenzó a dar vueltas, porque yo decía aquí hay algo interesante, ahí puede haber una historia. Claro, que a ti te rechacen tus padres desde el momento que naces pero que sigas viviendo en la misma casa. 

Después me enteré de que la primera vez que cantó en público a unos jornaleros iba pasando por una finca y fue la primera vez que se sintió grande. Entonces cada vez que escuchaba algo sobre Leandro, el personaje se me iba volviendo un personaje literario. Más adelante me entero de que los papás los abandonaron en la finca y ahí fue cuando dije: definitivamente esto hay que contarlo. 

¿Cuánto tiempo duró la investigación sobre Leandro Díaz?

Cada vez que viajaba a Valledupar aprovechaba para investigar. Le robaba el carro a mis papás y me iba para cada uno de estos pueblos: Barrancas, Hatonuevo, Codazzi, donde yo sabía que él había estado y había familia; me iba en la mañana y en la tarde regresaba a la casa. Por fortuna esa es mi región y yo la conozco, pero una cosa es que tú conozcas la región y otra que la observes. De ahí que es muy diferente ir y conocer un lugar, a ir en plan de visitar la casa donde vivía Leandro, qué quedaba cerca y dónde quedaba la acequia. 

Por ejemplo San Diego queda muy cerca de Valledupar, allí me documentaba acerca de la historia de Leandro y en esas estuve como desde el 2014 hasta octubre del 2018. De investigación fueron como unos cincos años y de escritura tres meses. 

En ese proceso de conocer la vida del maestro ¿Cuál fue la entrevista que más le conmovió? 

Por ejemplo la de la tía Erótida. No fue tanto como una entrevista, fue una conversación y ni si quiera sabía que iba a verla. Yo estaba entrevistando a la hermana de Leandro, que se llama Carmen Díaz, y como mi familia no sabía dónde estaba, me llamaron a decirme que el almuerzo ya estaba listo; pero no sabían que yo estaba a cuarenta minutos de mi casa, estaba lejos. Entonces yo me estaba despidiendo y Carmen mencionó “Erótida” y le pregunté: Oye, ¿En qué año murió Erótida? - Ella no ha muerto, incluso vive aquí no más, dijo ella. 

Entonces me fui a buscarla a su casa que quedaba como a tres cuadras. Estaba haciendo un calor que no te imaginas, el sol se había detenido en ese pueblo. Llegué y esta señora estaba tirada en una hamaca azul, en plena siesta. Ella no quería hablar conmigo pero porque estaba con mucho sueño, sin embargo empezamos a conversar como por media hora. Fue una conversación muy conmovedora porque ella fue la que le enseñó muchas cosas a Leandro. Incluso cuando yo le dije que estaba escribiendo sobre él me dijo: “tú si eres embustero, si Leandro ya se murió”. Entonces yo le dije si yo sé que ya se murió (risas).

¿Qué importancia tenía para Leandro las mujeres en el aspecto emocional?

Mira, el libro está divido en dos partes: La Sierra y el Valle. Al tema del capítulo de La Sierra yo le dedico más tiempo a su niñez. De hecho, el sesenta por ciento lo dedico a su infancia porque recoge lo que él verdaderamente fue, todo lo que aprendió de la vida fue en esos 18 años que vivió en la Sierra. En la primera parte la figura de la mujer aparece de una manera maternal, aparece su tía Erótida y aparece Nacha, que es su mamá. 

En la segunda parte ya cambia por completo, aparece la mujer como mujer. Como el objeto de deseo, tanto enamoradizo de fondo sexual, como objeto de sufrimiento. Entonces sus letras ya tienen que ver con lo que siente hacia a ellas.

Cuando terminé de leer el libro me quedé con una pregunta que, como usted decía hace unos minutos, se queda ahí rondando… ¿Por qué cree que si bien Leandro tuvo una infancia tan dura, no se quedó con ese resentimiento? Todo lo contrario, se le veían esas ganas de vivir.

Por eso es que es importante y le dediqué tanto tiempo a la primera parte, porque en algún momento de la vida se le apareció una especie de epifanía, cuando se le aparecen estos jornaleros y él canta. Ahí es donde encuentra que puede hacer algo en la vida. 

Porque fíjate, su papá lo rechazó y su hermano David ya trabajaba la tierra a la edad de ocho años, que era lo más común en esa época. Entonces Leandro a los 7 años se preguntaba qué iba a hacer de su vida si él no sabía trabajar la tierra. De esta manera cuando lo escuchan cantar los jornaleros se siente feliz, no solo por los aplausos, sino porque en ese momento supo agarrar en el aire la oportunidad que le estaba dando la vida para ser cantante. 

Él llega a Tocaimo 10 años después porque necesitan un cantante y es recibido como tal. La emoción de él es tan grande que en agradecimiento compone "los tocaimeros", que el pueblo bautizó como “La trampa”. Pero eso es un proceso que inicia cuando aparecen los jornaleros, cuando él piensa que puede ser alguien en la vida

Después viene ese tiempo donde sus papás los abandonan por 15 días, los dejan sin comida y, sin nada, él aprende que si quiere salir adelante, debe convertir todo ese dolor en algo positivo. En ese momento él comienza a sembrar en la soledad del cañalito y en ese silencio es cuando se acepta como ser humano. Esos son los 4 años más importantes de su vida porque  Leandro, aprende a doblegar el dolor a partir del arte. 

Teniendo en cuenta la soledad en la que vivió Leandro ¿Por qué es importante que los artistas, y las personas en general, aprovechen esos momentos en solitario?

Por eso decía que la de Leandro no es una historia donde se resalte el vallenato, es una historia de un ser humano que le llega a todos de alguna manera. Uno le tiene mucho miedo a la soledad y al silencio porque te obliga a pensar en ti. Yo me despierto muy temprano pero me quedo como una hora siempre en la cama, haciendo un análisis del día anterior ¿Por qué dije esto o aquello? Pero es ese momento de soledad el que te lo permite. Es ahí donde yo digo que cuando tú has tenido una niñez tan solitaria de alguna manera eso es como una cuota inicial de la creatividad, porque cuando has crecido solo y en silencio, tú tienes que inventarte tu propio universo. 

En mi caso yo recuerdo que cuando era niño vivía muy solitario porque tenía hermanas y no me dejaban jugar con ellas. Vivíamos en una casa grandísima en Valledupar y recuerdo que teníamos una trinitaria y me trepaba. Yo bajaba y recorría otros lugares, pero yo vivía allí, ese era mí mundo. Uno tiene que estar todo el tiempo imaginándose un universo. 

Por cierto, ¿qué música usted escuchaba en su infancia? 

En Valledupar el vallenato como tal no era muy aceptado en algunos lugares. En mi casa se escuchó más porro. Mi abuelo paterno tenía un baúl grandísimo de música norteamericana, particularmente tenía jazz y blues, pero lo que más escuchaban mis papás eran porros. Por mi parte, toda mi adolescencia oía música disco, que es una cosa extraña porque en Valledupar todavía es la hora y solo se escucha vallenato y porros. La música disco en Valledupar no existía, sino que mi papá viajaba con frecuencia y yo le hacía una lista de Donna Summer, Diana Ross, Barry White. Él siempre me llevaba discos, entonces tenía como una discoteca de músicos de afuera. 

En el libro se menciona cómo la mayoría de las mujeres hicieron sufrir a Leandr Díaz.

Yo creo que Leandro presumía más de lo que realmente él sufría. Creo que esa era una estrategia de él para levantarse a las mujeres. 

¿En su relación con las mujeres tuvo que ver el tema de su ceguera?

Sí claro. Porque dejaba ver que era una persona que no podía mantener un hogar, además de la pobreza. Entonces eso llevaba a pensar: ¿para que me voy a ir con este tipo? 

Sin embargo, él mantuvo dos hogares. Sus hijos tuvieron educación, algunos de sus nietos fueron a la universidad. Entonces uno creía que él era frágil y que los discapacitados son frágiles por eso mismo. Pero también se hacía la víctima, por decirlo de alguna manera. Por ejemplo cuando compuso “A mí no me consuela nadie”…semejante título, pero en ese momento ya tenía dos mujeres. Entonces sí tenía quien lo consolara, pero ese era el juego…

¿Qué fue eso tan importante que le enseñó Erótida a Leandro Díaz que hizo que él la quisiera tanto?

No sé si la palabra sea enseñar, pero cuando él la conoció fue más un ser humano. Antes que Eródita llegara, él era un animalito que corría por la finca, se daba de golpes contra las paredes, se caía por la quebrada; incluyendo la soledad tan terrible en la que él vivía. Yo me lo imagino en cuerecito, ahí corriendo y durmiendo en lo primero que encontrara. 

Luego llega esta mujer y lo toca con la palabra también. Porque además en la novela cuento cómo él fue construyendo su universo alrededor de la palabra, yo no veo imágenes, solo veo palabras. Por ejemplo sentir los colores a partir de la palabra: él no sabían qué era el amarillo, pero sabía que era el color del sol y también el color de los pollitos. Él tenía esa capacidad de ver pero a partir de la palabra. Entonces Eródita fue la que le enseñó a comunicarse con el mundo y le da amor. Yo creo que eso no se puede olvidar.

¿Qué es lo que más admira usted del maestro Leandro Díaz?

Bueno, muchas cosas. Lo primero, su capacidad para salir adelante, su capacidad de superación, de poder hacer a un lado todo ese dolor de los primeros años de su vida. Esa capacidad de volver el dolor positivo y hacer de eso un talento, me parece que es grandioso. Qué más quisiéramos todos los seres humanos llegar a tener la capacidad de convertir todas las situaciones que nos pasan en algo positivo. 

Además en Leandro se veían otras cosas, por ejemplo el sentido que él tenía de la amistad, era una persona demasiado leal. Tanto que él tenía dos amigos: Héctor Araujo y Antonio Salas. Los dos le fallan y nunca más quiere saber de ellos, porque no solo eran amigos, prácticamente Leandro les confiaba su vida: al ser ciego confiaba que si ellos decían que caminara por tal lado, él tenía que caminar por ahí; que bajara por este otro, él confiaba que por ahí debía bajar. Aun así, Leandro más adelante compone unos cantos para ellos. 

Por Elena Chafyrtth Díaz Duarte

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