El Magazín Cultural

Anaïs Nin Henry Miller: éramos tres en la cama

El romance entre June Mansfield, Anaïs Nin y Henry Miller es uno de los triángulos amorosos más controvertidos del siglo XX. Miller nunca quiso renunciar a Nin, aunque el amor nunca fue suficiente para estar juntos.

Camila Builes / @CamilaLaBuiles
05 de febrero de 2018 - 02:00 a. m.
Ilustración: Tania Bernal
Ilustración: Tania Bernal

Miller estaba hambriento, había llegado a París en 1930 y llevaba un año durmiendo debajo de puentes y comiendo las sobras que algunos conocidos le daban. Cuando llegó a la casa de Nin, habló de su necesidad de encontrar “luminosidad literaria”, de su hambre física y sensual; de un deseo inmensurable por ser alguien en la literatura. ¿Puedes entender eso? El pensamiento sólo aflora a la superficie, aunque muy a menudo, cuando tu carta me conmueve, como te dije la primera vez, estoy casi dispuesta a dártelo, como aquel día en que estaba tan preocupada y fuera de mí –el primer día que viniste– y estuve a punto de leerte todo lo que había escrito en mi diario, porque tu propia desesperación despertó mi confianza en ti, escribió la francesa en una carta dirigida a Miller. (Lea aquí Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre: amores existencialistas) 

Anaïs tenía entonces 28 años, Miller, 40. Los detalles de ese primer encuentro quedaron recogidos por la propia Anaïs en sus diarios, posteriormente publicados en diferentes volúmenes. Hablaron durante horas sobre literatura, filosofía y psicología. Se susurraron al oído, se hicieron amantes desde ese día. Miller mostró a Nin la bohemia parisina del Montparnasse, el libertinaje imperante del período de entreguerras que ella desconocía. Ella lo sedujo, le mostró el poder del deseo cuando es prohibido, lo arrastró a su cama mientras su esposo, Hug Guiler, dormía en otra habitación.  (Leer Hannah Arendt y Martin Heidegger: De eros y logos)

Durante meses pasearon por los bares y librerías de la capital francesa. Se besaron apasionados en una esquina y tuvieron sexo en baños, cocinas, salas. Hasta que llegó June Mansfield. June. June la hermosa, la taxi driver en Broadway, grácil June.

La segunda esposa de Henry Miller llegaba a París para ver de primera mano cómo vivía su marido, si eran verdad las inclemencias por las que pasaba. Llegó en 1932, para entonces Nin y Miller ya estaban enamorados, Miller le presentó a su esposa a Anaïs como una gran y cercana amiga.

Nin descrestó a June, además de su belleza, sintió que la francesa no se había emborrachado por lo maravilloso del encuentro; lo vivió con la conciencia del poeta, en realidad, no con la conciencia en la que a los muy formularios psicoanalistas les gustaría meter sus manos clínicas; no, esa no; sino una conciencia de sensaciones agudas (más agudas que las producidas por las drogas). Llegaron al límite de sus imaginaciones en una sola conversación.

Las dos mujeres se involucraron en una relación paralela a la que Anaïs mantenía con Henry Miller. En el primer volumen de sus diarios, Henry, su mujer y yo (1931-32), la escritora recoge los pasajes más polémicos de su relación con Henry Miller y su esposa:

June es mi aventura y mi pasión, pero Henry es mi amor. No puedo ir a Clichy y enfrentarme con los dos. Le digo a June que es porque temo que no sepamos ocultar nuestros sentimientos delante de Henry, y le digo a Henry que es porque temo no fingir bien delante de June. La verdad es que miro a Henry con ojos ardientes y a June con exaltación. La verdad es que sufro humanamente al ver a June instalada al lado de Henry —donde yo quiero estar— porque la intimidad entre Henry y yo es más fuerte que cualquier aventura.

El triángulo amoroso apenas pudo sostenerse un año. June Mansfield se dio cuenta de que su esposo y ella tenían la misma amante y no dudó en regresar a Nueva York con los papeles del divorcio firmados. En ese año, 1933, Miller escribió su primer éxito, Trópico de Cáncer. Anaïs colaboró económicamente para la publicación de ese libro en 1934, ese apoyo duró más de cinco años.

En ese mismo año, Nin comenzó a psicoanalizarse con Rene Allendy y con el discípulo de Freud, Otto Rank. Ambos se convirtieron en sus amantes y mantuvo encuentros sexuales con ellos durante las sesiones de terapia. Sin embargo, a pesar del amor que le profesaba a Miller y sus aventuras con otros hombres, nunca tuvo la intención de divorciarse de su esposo: Temo mi libertad. Hugh es el hombre a quien debo la vida. Le debo todo lo más bello que poseo; su abnegación me ha servido de puente a todo lo que tengo hoy: trabajo, salud, seguridad, felicidad, amistades. Ha sido mi verdadero dios generoso. Estoy eternamente endeudada con él: con su conmovedora y magnífica fidelidad. Sólo podría liberarme si él fuera cruel, frío, mezquino… pero ahora no tengo la menor justificación. Él es el hombre más extraordinario del mundo, el único capaz de demostrar amor y generosidad.

Miller tuvo que cargar con eso toda su vida: un cuerpo compartido con muchos, un corazón cercenado por la insatisfacción. Él comenzó a publicar más: Primavera negra (1936), obra dedicada a Anaïs, y también una de sus obras más reconocidas, Trópico de Capricornio (1939).

La literatura de Henry Miller era sensual, directa y vulgar. Fue prohibido en Estados Unidos durante 27 años: sus libros tenían que comercializarse en el mercado negro. Mientras tanto, Anaïs comenzó a publicar sus diarios. Relatos sexuales en primera persona, profundamente tristes y hermosos.

En 1939 abandonaron París a causa de la guerra. En Nueva York escribieron juntos Relatos eróticos. Miller se muda a California y quiere que ella vaya a vivir con él, pero Nin no abandona a Hugh, su esposo. “Me retiene por medio de mi sensación de culpa, de responsabilidad, mi incapacidad para causar dolor…”.

En Estados Unidos ella se convirtió en la primera mujer que publicó relatos eróticos, como Delta de Venus, que muestra una fuerte influencia del Kamasutra.

Miller y Nin se apagaron. Se separaron para siempre. No volvieron a olerse las mejillas ni a escupir los ríos. Se quedaron cada uno en su casa con otra persona al lado. Se volvieron desconocidos.

Anaïs, no creo que nadie haya sido tan feliz como lo fuimos nosotros. No creo que exista en la historia del hombre y de la mujer un hombre y una mujer como tú y como yo, con nuestra historia, nuestras circunstancias; con aquello que se desbordaba en las paredes, el ruido de la calle y la explosión de tu mirada inquieta de ojos delineados en negro; con la sinceridad de tu cuerpo frágil y tu secreto agresivo e insaciable. El recuerdo puede ser cruel cuando estás volando febrilmente a tu próximo destino, a otros brazos que te reciban expectantes y hambrientos.

 

De Henry Miller a Anaïs Nin

Tienes un sentido del humor delicioso; lo adoro. Quiero verte reír siempre. Te lo mereces. He pensado en sitios a donde deberíamos ir juntos, sitios oscuros, aquí y allí, en París, por el simple hecho de decir “aquí vine con Anaïs”, “aquí comimos, bailamos o nos emborrachamos juntos”. ¡Ay!, verte borracha alguna vez, qué privilegio. Casi me da miedo de proponértelo; pero Anaïs, cuando pienso cómo aprietas contra mí, cuán ansiosamente abres las piernas y qué húmeda estás, Dios, me vuelvo loco de pensar en cómo serías cuando todo se disuelve. Ayer pensé en ti, en cómo ciñes las piernas en torno a mí, de pie, en cómo se tambalea la habitación, en cómo caigo sobre ti en la oscuridad sin saber nada. Y me estremecí y gemí de placer.

De Anaïs Nin a Henry Miller

June continúa viviendo y muriendo, y yo (¡oh, Dios!, odio mi propia obra, preferiría con mucho vivir simplemente), yo me siento y trato de “contarte”… de contarte que preferiría –frente a todo lo demás– seguir viviendo en éxtasis y sin conocerte, y tú te estrellas la cabeza con el muro de nuestro mundo, sí, y esto sucede a causa de mi demoníaco poder creativo para realizar y coordinar el misterio, yo que deseo desgarrar velos. Pero no todavía. No lo necesito. Amo mi misterio, amo el mundo abstracto y “fuyant” en el que vivo mientras no comienzo mis obras, la conversión de las delicadas, profundas, vagas, oscuras, voluptuosamente mudas, sensaciones en algo de lo que pueda echar mano, tal vez nunca. Tal vez renuncie a mi mente, a mis obras, a mis tentativas y simplemente viva, sufra, me revuelque, evite tu compañía, tu “secuestro” de June o de mí.

 

***

Henry Miller

Su obra se compone de novelas semiautobiográficas en las que el tono crudo, sensual y sin tapujos suscitó una serie de controversias en el seno de unos Estados Unidos puritanos que Miller quiso estigmatizar denunciando la hipocresía moral de su sociedad, criticando de paso el devenir de la existencia humana, desnudando su cinismo y múltiples contradicciones. Censurado por su estilo y contenido provocativo y rebelde en relación con la creación literaria de su época, sus obras influyeron notablemente en la llamada Generación Beat.

Anaïs Nin

La razón por la que existen ahora dos versiones publicadas de sus diarios es que mucha de la gente que menciona en ellos estaba viva cuando el primer volumen apareció en los 1960, por lo que porciones considerables tuvieron que ser censuradas. Conforme pasó el tiempo y muchos de las personas mencionadas fueron falleciendo, comenzaron a publicarse versiones “inexpurgadas” o sin censura. Ambas versiones son interesantes porque contienen material único. Las versiones sin censura ignoran en su mayor parte el material que se cubrió en las versiones originales. Los manuscritos originales de sus diarios, que constan de 35.000 páginas, se encuentran actualmente en el Departamento de Colecciones Especiales de la UCLA (Universidad de California en Los Ángeles).

Por Camila Builes / @CamilaLaBuiles

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