El Magazín Cultural

Andy Warhol y el negocio del arte

Los Rolling Stones, The Velvet Underground, David Bowie y Diana Ross fueron algunos de los músicos que amarraron sus propuestas sonoras al concepto gráfico creado por este artista visual.

Juan Carlos Piedrahita B.
22 de febrero de 2017 - 04:27 a. m.
Andy Warhol y el negocio del arte
Foto: Associated Press

La cama de Andy Warhol siempre fue un collage (colaje) de objetos. Sus sábanas eran lienzos en los que elaboraba un universo paralelo a su cotidianidad. Acumulaba cosas en su cuarto y lograba crear entre ellas una estrecha relación, un vínculo que partía de la comunicación y lograba arribar hasta los senderos de la estética. Su único criterio válido era el ojo, ese termómetro personal que le indicaba el punto exacto en el que la mezcla rebasaba los límites del color.

Las incompatibilidades entre las texturas jamás fueron motivos suficientes para desistir de una fusión, bien podían convivir de manera armónica latas con cartones, y retazos de tela con elementos sólidos, pesados. Lo importante era que sobre su lecho quedara plasmada una propuesta arriesgada, irrepetible y, obvio, genuina.

Sobre su lecho reposaban las primeras invenciones de Andy Warhol, cuyo verdadero nombre era Andrew Warhola, Jr., un niño sobreprotegido al que le tocaba buscar la diversión en lo que tenía al alcance de su mano porque su madre, la austrohúngara Julia Warhola, controlaba todos sus movimientos y lo crió como un ser hipocondríaco al que cualquier viento podía vulnerar su salud e, incluso, provocarle la muerte.

Por eso el pequeño Andy diseñó en su casa en Pittsburgh una diminuta galaxia unipersonal en la que los contenidos considerados populares adquirían rótulos de culto. Para él no fue difícil reunir un número considerable de piezas artísticas, que fueron su carta de presentación para ingresar en la Carnegie Mellon University, y muy pronto sus habilidades para el diseño gráfico lo llevaron a crear tanto anuncios para zapatos como reconocidas carátulas para la industria discográfica.

En la década del 50 con el sello disquero RCA, uno de los poderosos en ese entonces, y en los 60 con contratos significativos para gestar los contenidos gráficos de las sopas Campbell y de Coca Cola, Warhol tuvo la habilidad de sintonizar bajo su nombre y su rúbrica las complacencias de las clases populares y las inclinaciones estéticas de los estamentos del poder.

No era fácil poner de acuerdo a los estratos sociales, eliminar las barreras de los renglones económicos para convertir lo popular en cultura, en un arte digno de ser expuesto en las principales galerías del mundo. Él lo logró con ingenio, pero sobre todo con irreverencia. Su firma se hizo tan reconocida que empresas ensambladoras de carros lo buscaban para darles ese toque especial a sus diseños. Lo relevante era hacer que los demás notaran que lo que desfilaba sobre el pavimento era como Warhol, algo único.

Warhol no solo se hizo importante en la escena del arte visual con aristas destacados en la pintura, la escultura y los performances. Él puso al alcance de todos, del pueblo, del ciudadano de a pie, a personajes que el público veía a kilómetros como Marilyn Monroe, Mao Tse Tung, Lenin, Elizabeth Taylor, David Bowie o Carolina Herrera.

El cine y la música también fueron sus hogares. En el primero alcanzó un reconocimiento importante, mientras que en el segundo colaboró en la consolidación de la banda The Velvet Underground, liderada por Lou Reed, además de ser el padre de muchas de las portadas emblemáticas del género rockero.

Reed, al igual que Warhol, jamás sintió apego por lo establecido, ni mucho menos se dejó calentar la oreja con las propuestas del rock tradicional. Escuchó lo que había en el mercado. Descartó las guitarras distorsionadas de algunos de sus contemporáneos, se apartó de las melodías dulces de otros artistas más famosos y, simplemente, ignoró los procedimientos artísticos de muchas de las estrellas de la época.

La intención de la dupla integrada por la música y el artista fue partir de algo novedoso y poner el primer ladrillo para instaurar en las tertulias rockeras la expresión progresivo. Con una de sus más populares manifestaciones, The Velvet Underground, el colectivo interdisciplinario abordó los temas sórdidos de los que nadie había querido hablar de frente y logró que el público no solo mirara la superficie, sino que le diera un vistazo a la profundidad.

Lo bueno salió a flote y eso fue lo que sucedió con la obra de Lou Reed. Tal vez su deseo era mantenerse en la comodidad de los músicos de culto, pero su rol en el mundo tenía que ser distinto. Su popularidad, gracias a la conexión existente entre su las notas sonoras y los conceptos visuales de Andy Warhol, alcanzó dimensiones insospechadas y se convirtió en una figura recurrente, sólida y especial que rebasó las consecuencias de haber dejado a medias el trabajo con su banda.

The Velvet Underground no sería esa banda singular sin el concepto sonoro de Reed y, al mismo tiempo, sería un producto incompleto si a su desarrollo se le omiten todos los adelantos visuales diseñados por Andy Warhol. De ahí que a la nómina de una de las agrupaciones bandera del género progresivo habría que sumarle el nombre del artista.

Con la máquina de escribir como aliada y la música como fondo y forma de su existencia, Lou Reed, cuyo verdadero nombre era Lewis Allen Reed, asumió como propio el reto de inyectarle en buena medida la sensibilidad que caracterizaba la literatura a lo que en ese entonces, años 60, eran esbozos de canciones, intentos de composiciones.

Sin embargo, esa iniciativa no se quedó en proyectos y se propuso, además, concentrar sus energías en la realización de una gran novela americana para escuchar, no para leer. A los oídos del mundo, cumplió, aunque él siempre se negó a aceptarlo y hasta el último día de su vida continuó en la búsqueda de la consagración de su formato conceptual en el que se daban la mano los recursos sonoros y las artes visuales comandadas por la creatividad de Andy Warhol.

Otro personaje musical cercano al artista fue David Bowie, quien se tomó a pecho el consejo “confunde y reinarás”. El mundo ya estaba suficientemente polarizado cuando el rubio aterrizó en su geografía, así que le tocó ir un poco más allá de lo establecido. Muchos personajes habían aplicado el famoso “divide y vencerás” y su labor, como en casi todos los escenarios que pisó, fue transgredir.

Bowie, con la asesoría incondicional de Warhol por supuesto, rebasó fronteras y lo hizo con conocimiento de causa y con el único ánimo de autocomplacerse, como cuando recibió su primer saxofón alto de plástico y se propuso imitar las habilidades de improvisación de John Coltrane y parecerse a Charles Mingus en sus posturas sobre la tarima. Luego abandonó el jazz y se inclinó por el rock y el pop para sintonizarse en mayor medida con la propuesta visual del personaje nacido en Pittsburgh.

Warhol diseñó numerosas carátulas de discos desde su primera portada, una fotografía para el debut sonoro de John Wallowitch, This is John Wallowitch (1964). También fue el responsable de Sticky fingers (1971) y de Love you live (1977), ambos registros de los Rolling Stones. Para John Cale gestó la tapa de Honi soit (1981) y para Diana Ross creó el concepto de las ilustraciones que aparecían en la puerta de entrada del reconocido Silk electric. A Warhol también se le atribuye el póstumo Menlove ave (1986) de John Lennon.

Andy Warhol, el mismo de las artes visuales y el de la elaboración conceptual de trabajos musicales, sobrevivió a un atentado con arma de fuego provocado por la feminista Valerie Solanas. Sin embargo, no resistió una arritmia cardiaca que lo sorprendió el 22 de febrero de 1987, hoy hace exactamente tres décadas. Ese día Andy Warhol murió, pero ya había dejado establecidas las bases del arte pop, el denominado negocio del arte, y del arte del negocio. Como dijo el argentino Andrés Calamaro en alguna oportunidad, “el pop no existe, el arte pop sí y ese es Andy Warhol”.

Por Juan Carlos Piedrahita B.

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