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“Ardores y furores”, el libro de relatos eróticos de escritoras colombianas

Ardores y furores es la primera antología de relatos eróticos escritos por diez mujeres colombianas, quienes en un contexto de cambio de siglo y un país marcado por una realidad violenta, encontraron necesario escribir sobre los cuerpos y su sexualidad, pero sobre todo escribir literatura erótica desde la voz de una mujer.

Valentina Romero
22 de enero de 2021 - 11:08 p. m.
Portada del libro de relatos eróticos "Ardores y furores", publicado en 2003.
Portada del libro de relatos eróticos "Ardores y furores", publicado en 2003.
Foto: Archivo Particular

“Si el arte existe es para nombrar los excesos y es quizás por esto que es posible, y casi necesario escribir los cuerpos, contar que las manos pueden traicionar la mente, que la piel nos maneja, nos conduce por caminos inesperados, nos suelta entre abismos calurosos y aterradores”, de Alejandra Jaramillo autora del cuento “Cuerpos jugados”.

Su relevancia debe seguir vigente, la idea de mujeres colombianas escribiendo erotismo debe seguir levantado miradas, y alzando murmullos. No desde la jocosidad y la sonrisa a medias que evoca la palabra “erótico”, sino desde la resignificación de este componente literario; sus sujetos, objetos y esas imágenes mentales que quedan en la retentiva colectiva.

En el marco de la semana del estallido feminista y la conmemoración del 25N, día internacional por la eliminación de las violencias contra las mujeres, encuentro preciso traer a la memoria esta obra publicada en el año 2003 por la editorial Planeta. Libro que no hubiese llegado a mis manos de no ser por mi clase de Literatura y Erotismo en la Universidad de La Salle. Es un privilegio conservar un ejemplar, ya que este ha dejado de circular a través de los años. Adores y furores habla sobre la posibilidad de reflexionar sobre la relación del cuerpo y el mundo, o más bien del cuerpo en el mundo; un ejercicio imprescindible para entender las dinámicas de una sociedad conservadora y machista. Sus diez relatos permiten interpelar los guiones cansados y gastados de lo que es el encuentro sexo-afectivo, que se extralimita al lenguaje del coito y al argumento del amor.

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Alejandra Jaramillo, una de sus autoras; en una entrevista concedida, advertía de la suerte de vacío que acompaña al erotismo, a esa experiencia individual y solitaria sin lugar a las versiones o las réplicas. Saber cómo se cuenta la historia en el otro, cómo siente su piel, cómo percibe y razona o tal vez evade hacerlo, resulta el enigma eterno de la otredad. La sexualidad, como ella lo afirma, es un viaje colectivo hacia lo incierto y lo inesperado. La celebración del azar que puede resultar en fortuna o abismo; como la literatura misma.

Este compendio de relatos propone replantear los componentes eróticos en la literatura. Es una obra con una facilidad cinematográfica que permite recrear los escenarios y las cotidianidades de los personajes, integrando al lector en las reflexiones más profundas sobre su humanidad. Hay una relación próxima entre las escritoras y quienes las leen, una conversación constante y sincera en la que se cuenta lo real y palpable de la existencia. Las voces de estas escritoras colombianas buscan resignificar la demasía, pretenden pactar con la realidad de los cuerpos, entendiendo la amorfidad del deseo en el que conviven y la disrupción de sus límites. Hablan de cuerpos reales, de cuerpos menstruantes, de cuerpos con los años en la piel, de madres, esposas y jóvenes.

Las letras de estas diez mujeres quieren crear un lenguaje erótico que va más allá del coito, replican la sintaxis del sexo, que no solo comprende la carne, sino la historia. Es por esto que resulta tan fácil encontrarse, por ejemplo, en las reflexiones de Rosella, una mujer casada que, bajo una pulsión desconocida y desprovista de decisión, se involucra con su jefe, Ruegg, un hombre mayor y enfermo que tocaba el piano como hacía el amor. Para Rosella, su experiencia con Ruegg significa la subversión de su vida, y el disfrute de su cuerpo. En este cuento particularmente se deja ver el arte que le es inherente al goce, se distingue el encuentro de los cuerpos reales, menstruantes y con quebrantos.

Emma Lucía Ardila, en “El pañuelo de gasa” es capaz de pintar un erotismo sinestesico que se adueña de un pañuelo como extensión y objeto del deseo. Un pañuelo que le es arrebatado por el viento al cuello de una mujer sensual y esbelta. Un hombre que observa fascinado la estética de ella, en un acto sigiloso recoge el pañuelo, y guiado por su instinto de perpetuar el disfrute sublime de aquel encuentro fortuito, corre a llevárselo a Tamara, una colegiala sin aires incautos a quien venía frecuentando. Tamara, sin saber la procedencia intencionada de aquel pañuelo, lo recibe en sus manos dejándose envolver por una energía exquisita, poderosa y sibarítica.

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Me quise encontrar bajo el nombre de Lucía, en “Ella sabe”. Mientras me tomaba un vino y leía las palabras de Adriana Jarramillo -la autora-, me era muy fácil experimentar la sensación de Lucía al sentarse a comer un helado mientras veía a su esposo siéndole infiel. Mi sauvignon replicaba el helado de Lucía. Como ella, podía sentir en la boca el sabor contundente del azúcar amargo que embiste todo sin reparo. Hay un microsegundo inefable en el que no se reconoce la sensación entre disgusto y placer, algunos se atreven a llamarlo voyerismo, yo creo que es mucho más que eso.

“Lucía decidió no decidir y se marchó de su casa sin hacer el menor ruido, furtiva para no interrumpir a los escondidos, sintiendo que cuando el placer se vuelve constante empieza a heder a putrefacción, a cuerpo deshecho por una dicha que la naturaleza no contiene”.

Ardores y furores escribe oraciones con más sujetos que objetos. Dignifica los cuerpos dejando a un lado la hegemonía comercial de la voluptuosidad. Invita a la carne, a apropiarse de las pieles sentipensantes y escribir historias en las que se replantee lo que ya está dicho. Disfrutar de la otredad compañera. Este libro es una ventana a la exploración curiosa, como dijo Foucault: “La curiosidad, no la que conviene conocer si no la que permite alejarse de uno mismo”.

Por Valentina Romero

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