El Magazín Cultural

Argentina, con versos de mujer

Con una nutrida oferta de los nuevos autores argentinos en la Feria Internacional del Libro en Bogotá (FILBo 31) y de otros ya consagrados, no podemos dejar de recordar algunos nombres de la mejor poesía femenina argentina que tienen en común su versatilidad, una formación seria en las letras y el arte, así como el hacer del lenguaje una experiencia de autoconocimiento. Dos de ellas tuvieron un final tráfico, pero todas reflejan buena parte de las tendencias de toda una época.  

Nelly Rocio Amaya Méndez
18 de abril de 2018 - 08:18 p. m.
La poeta argentina Alfonsina Storni, cuyas influencias más cercanas fueron Horacio Quiroga y Gabriela Mistral, y a quien Félix Luna y Ariel Ramírez le compusieron la canción Alfonsina y el mar.  / Cortesía
La poeta argentina Alfonsina Storni, cuyas influencias más cercanas fueron Horacio Quiroga y Gabriela Mistral, y a quien Félix Luna y Ariel Ramírez le compusieron la canción Alfonsina y el mar. / Cortesía

 

Alfonsina Storni  (1892- 1938), una poetisa nacida en Sala Capriasca (cantón suizo del Ticino), representa una figura indispensable en la poesía latinoamericana de la primera mitad del siglo XX. Autora de poemarios fundamentales como Ocre, sin olvidar su faceta teatral (en el Teatro Infantil Municipal Labardén y en el Conservatorio Nacional) y docente. Su obra, inscrita en un clima intelectual y creativo de gran intensidad, cuenta con influencias decisivas como Horacio Quiroga o Gabriela Mistral, para conformar una biografía vital y literaria única. Llegó a escribir cuentos en medios como "Caras y Caretas" de Buenos Aires, pero se destacaría por su poesía.

Así vemos, que desde la edición en 1916 de La inquietud del rosal, El dulce daño (1918), Irremediablemente (1919) y Languidez (1920), poco a poco se va desprendiendo de su postura romántica.  Después de viajar por Europa (en 1930 y 1934) se produce un cambio de estilo poético, que se ve reflejado en sus poemarios Mundo de siete pozos (1934) y Mascarilla y trébol (1938). La poeta evidencia una conciencia desencantada que la escinde interiormente de la posibilidad del amor. "Los que llegan no me encuentran/ Los que espero no existen." Así, es una poesía cargada de ironía con un anhelo profundo de reivindicación.

En poemas como “hombre pequeñito” –de influencia modernista- utiliza el verso libre, no exento de lirismo, donde también se ve una conciencia feminista que expresa sus contradicciones. "No estabas en mi umbral ni yo salí a buscarte para colmar los huecos que fragua la nostalgia". Un tumor de seno la iba matando poco a poco hasta que en octubre de 1938 envió dos cartas a su único hijo y un Poema de despedida al diario "La Nación".  Acabó  suicidándose en la playa de la Perla en el mar de Plata, el 25 de octubre de 1938. Algunas versiones románticas dicen que se internó lentamente en el mar, lo que sirvió para componer la canción  Alfonsina y el mar.

Olga Orozco (Santa Rosa de Toay, 1920 - Buenos Aires, 1999), una mujer  polifacética, era colaboradora de varias revistas (Canto, A partir de cero, Sur, Cabalgata y Anales de Buenos  Aires), usando varios pseudónimos para usar estilos distintos.  Formó parte de la generación Tercera Vanguardia, de marcada tendencia surrealista en la que puede verse la influencia de San Juan de la Cruz, Rimbaud, Nerval, Baudelaire, Milosz y Rilke y la narrativa norteamericana. También trabajó en radioteatro. Lo más importante de su producción se encuentra en los poemarios, recogidos en un libro de prosas poéticas narrativas: La oscuridad es otro sol (1967).

Se considera una de las poetas más importantes argentinas y latinoamericanas del siglo XX, cuya obra tiene cierta proximidad con las de sus compatriotas y coetáneos Enrique Molina y Alberto Girri. En 1998 fue galardonada con el Octavo Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, una de las distinciones más importantes en lengua hispánica.  Hay que decir de su obra que es una apuesta creativa que ahonda en el misterio de la muerte y la soledad con un lenguaje  de largo aliento, donde el verso libre le permite desplegar su imaginación visionaria, con figuras suntuosas donde desdobla su yo lírico, ya sea evocando su niñez o su terruño (la llanura pampeana), y apelando a la memoria como tesoro poético. Su obra comprende obras como Desde lejos (1946), Las muertes (1952), Los juegos peligrosos (1962), Museo salvaje (1974), Veintinueve poemas (1975), Cantos a Berenice (1977), Mutaciones de la realidad (1979), La noche a la deriva (1984), En el revés del cielo (1987) o Con esta boca, en este mundo (1984).

También fue autora de dos libros de relatos autobiográficos, La oscuridad es otro sol (1962) y También la luz es un abismo (1995), así como de una obra de teatro Y el humo de tu incendio está subiendo (1971). Es una poesía que apela a lo esencial poético con imágenes que nos revelan aspectos de nuestro ser interior y el mundo de las cosas.  Su poema ‘Olga Orozco’ es considerado uno de los 50 mejores de la historia; allí se lee: “Mi historia está en mis manos y en las manos con que otros las tatuaron /De mi estadía quedan las magias y los ritos, /unas fechas gastadas por el soplo de un despiadado amor, /la humareda distante de la casa donde nunca estuvimos, / y unos gestos dispersos entre los gestos de otros que no me conocieron. / Lo demás aún se cumple en el olvido”.

Y por último, queremos recordar a Alejandra Pizarnik (Avellaneda, 29 de abril de 1936 - Buenos Aires, 25 de septiembre de 1972), atormentada por una infancia difícil y llena de inseguridades, a lo que se suman sus problemas de asma y tartamudez, además de la condición extranjera de la familia (de origen ruso, vivió de cerca la experiencia del nazismo). Dentro de una formación diletante entre el periodismo, la pintura y la literatura, se empapó de lecturas filosóficas, de existencialismo, de poesía maldita y de surrealismo, como era tan propio en este país suramericano. Perseguía su propia voz debajo del lenguaje, lo cual rayaba con la búsqueda del inconsciente o el límite del silencio, frecuentando sesiones de psicoanálisis con León Ostrov, de cuya experiencia nos deja uno de los poemas más famosos El despertad, dedicado a él, donde se lee: Señor /La jaula se ha vuelto pájaro /y se ha volado /y mi corazón está loco /porque aúlla a la muerte /y sonríe detrás del viento a mis delirios/ /Qué haré con el miedo /Qué haré con el miedo”.
Dejó una vasta obra a pesar de su corta vida: un diario de casi mil páginas, un extenso corpus de poemas, muchos escritos y relatos cortos surrealistas, y alguna novela breve. Podemos mencionar, La tierra más ajena, 1955, Las aventuras perdidas, Los trabajos y las noches, 1965. Extracción de la piedra de locura, 1968. El infierno musical, 1971. La condesa sangrienta, 1971.

También colaboró en revistas como Cuadernos y en algunas editoriales francesas, en Sur, Zona Franca, La Nación y otras publicaciones. Hacía críticas en diarios, tradujo a Antonin Artaud, Henri Michaux, Aimé Césaire, Yves Bonnefoy y Marguerite Duras, entabló amistad con Julio Cortázar, Rosa Chacel y Octavio Paz, quien prologó su cuarto poemario Árbol de Diana (1962), en el que ya se refleja plenamente la madurez como autora. Pareciera que su poética es una reconstrucción y destrucción de sí misma, como se ve en su poema La jaula: “Yo lloro debajo de mi nombre. /Yo agito pañuelos en la noche /y barcos sedientos de realidad /bailan conmigo”.

La muerte de su padre, el 18 de enero de 1967, la afectaría profundamente, llevándola a una experiencia de muerte interminable, olvido del lenguaje y pérdida de imágenes, que la harían aislarse cada vez más hasta cometer suicidio, dejando sólo estas líneas: “no quiero ir /nada más /que hasta el fondo”. Toda la poesía de Pizarnik es un diálogo infinito entre ella y todas las que es, abandonando a conciencia todo anclaje a lo real referencial. No está demás recomendar la obra poética de alguna de estas autoras, verdaderos íconos de la poesía argentin que son referentes para las nuevas generaciones. NELLY ROCÍO AMAYA MÉNDEZ, periodista cultural.

Por Nelly Rocio Amaya Méndez

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