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Arquitecturas imposibles

Con vinilos adhesivos y barro, Jaime Franco crea una pintura desbordada que hace posible abstraer arquitecturas reales e imaginadas.

Angélica Gallón Salazar
23 de diciembre de 2012 - 06:32 p. m.
El pintor Jaime Franco y su muestra ‘Sentinela’, en la que pinta una abstracción de las Torres del Parque con barro y vinilo adhesivo. / David Campuzano
El pintor Jaime Franco y su muestra ‘Sentinela’, en la que pinta una abstracción de las Torres del Parque con barro y vinilo adhesivo. / David Campuzano

Las arquitecturas imaginadas, esas nunca construidas, narradas en libros míticos, proyectadas en tratados políticos, descritas en la literatura pero nunca llevadas a la estructura ni a la realidad, eran las que le interesaban al pintor Jaime Franco. Se entregaba así a inventar en sus cuadros, siempre llenos de líneas y planos, la Torre de Babel, los siete infiernos de Dante con sus círculos que descendía en espiral, y la Torre de Tatlin, una torre giratoria, soñada por el Partido Comunista, en 1919, para ser construida en San Petersburgo y desafiar la estructura más alta para entonces, la Torre Eiffel.

Esas arquitecturas imposibles habitaban las pinturas metalizadas de este pintor que, sin embargo, cuando fue invitado por el Centro Cultural García Márquez, de Bogotá, para que realizara una exposición en una de sus salas, decidió saltar del mundo de los imposibles al mundo de los reales. “Cuando vi el espacio construido por Rogelio Salmona supe que él me daría el filón principal para la obra que quería realizar para esta muestra, bautizada ‘Sentinela’”, explica el artista, quien se entregó, cual arquitecto, a moldear en el computador las Torres del Parque, esos emblemáticos edificios construidos entre 1965 y 1970 en el centro de la capital.

Jaime Franco no sólo debía crear la estructura de las torres, sino que luego se entregaría a deconstruir y a hacer una abstracción de ese sistema de balcones con los que se crearon otras geometrías urbanas. Después de dos meses de medidas y minucias tuvo una imagen compleja que pondría sobre una enorme pared negra con el sistema de vinilo adhesivo. La pintura desbordaría su marco y sería a la vez forma y fondo. Con andamios dispuso sobre la pared cada una de las líneas que componían la compleja estructura para luego rellenar los espacios vacíos con una técnica muy propia de Franco: el barro.

Extrajo el barro rojizo de los ladrillos con los que emblemáticamente Salmona construyó sus edificaciones y con una llana y una espátula se dispuso a desplegar el barro diluido en agua que se fue adhiriendo de forma densa y lleno de texturas a las paredes. Para crear dos densidades, muchos espacios vacíos los pintó chorreando el barro con el rodillo, creando así una rendijilla de goteras que pintaban con el barro al caer. Confluían así en él las potencias de un maestro de obra, de un arquitecto y de un artista. Finalmente, cuando el barro estuvo seco, Franco retiró los adhesivos creando unas exactas líneas negras que, en oposición al barro, dibujaron esas otras torres del parque que parecen moverse, desencajarse para crear desde esta versión otra manera de verlas.

La imponente pintura, que no necesariamente refiere las edificaciones, sino que es su juego de formas y sombras, crea miles de posibilidades y de historias, se convierte en algo así como un metatexto, en un juego de matrioskas que hace que dentro de una estructura del arquitecto Rogelio Salmona habite otra de sus obras, esta vez perdiendo su tercera dimensión.

La exposición está abierta al público hasta el 15 de enero.

Por Angélica Gallón Salazar

 

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