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Batalla de Boyacá y 20 de julio: ¿qué hay detrás de estas fechas?

El 7 de agosto y el 20 de julio tienen suma relevancia en el calendario colombiano. Los historiadores Margarita Garrido y Álvaro Tirado Mejía hablaron para El Espectador sobre la importancia que tienen estos hechos en la creación de la identidad nacional.

Juan Sebastián Lombo Delgado
06 de agosto de 2019 - 09:31 p. m.
Pintura de la Batalla del Puente de Boyacá, que se conmemora cada  7 de agosto.  / Wikipedia
Pintura de la Batalla del Puente de Boyacá, que se conmemora cada 7 de agosto. / Wikipedia

En el marco del bicentenario de la batalla que nos llevó a la libertad de la Corona española, los historiadores reflexionan sobre la importancia de estas fechas y cómo llegaron a ser consideradas los dos hitos fundacionales de Colombia.

La batalla del puente de Boyacá fue más bien una escaramuza, en la que apenas murieron 23 miembros del ejército patriota frente a otras batallas como la del Pantano de Vargas. ¿Por qué es tan importante?

Margarita Garrido: La Batalla de Boyacá es importante por los efectos que tuvo: la toma de Bogotá, la dispersión de las fuerzas de reconquista y el efecto dominó que tuvo al también dirigirse las partidas de soldados patriotas a otra regiones y rápidamente lograron que los gobiernos cambiaran, muchas veces sin guerra de por medio. Entonces es por eso y no por la batalla misma.

Álvaro Tirado: Efectivamente la Batalla de Boyacá fue un hecho no tan violento. Como hecho de armas hay otros más importantes, como el Pantano de Vargas. No hay que olvidar que la primera fase de nuestra Independencia, entre 1810 y 1816, hubo una serie de acontecimientos militares que están muy olvidados. Por ejemplo, la campaña de Nariño en el sur. Si uno compara en términos militares, Boyacá es casi una escaramuza. Sin embargo, tiene una importancia muy grande en términos políticos porque decidió la situación militar del centro del país, eso permitió a las tropas libertadoras tomarse a Bogotá de inmediato, que era la capital del Virreinato. Y así asentarse como poder y tener un centro desde el que se insistió en la reconquista para los republicanos del territorio colombiano. 

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En los informes de la época se le daba más relevancia a la entrada del ejército patriota a Bogotá que a la batalla del 7 de agosto. ¿Cómo adquiere ese carácter fundacional?

M. G.: No fueron tan importantes los hechos militares pero las naciones tienden a fundarse en lo heroico. En el siglo XIX había un ethos muy heroico, militar y de enfrentamientos en Europa. Entonces esa invención de la tradición no se hace inmediatamente sino a lo largo del siglo XIX y se confirma con los rituales cívicos que se van inventando y luego con la historia de Arrubla y antes con el Museo Nacional.

A. T.: Fue la importancia política. Pero es bueno recordar algunas cosas. Este es el segundo bicentenario que estamos conmemorando, pues hace nueve años conmemoramos como era tradición el aniversario del 20 de julio. Es un poco novedoso el rango que se le ha dado a este bicentenario. Y es que eso tiene una razón de ser. La historia de Colombia y la vida política del país ha sido en gran parte centralista. Entonces el hecho que el 20 de julio se hubiera hecho en Bogotá, el centro del país, pues se vino a conmemorar como el hecho fundacional. Sin embargo, eso no correspondía a la realidad histórica o geográfica, es un país de regiones. Pero eso, a partir del 7 de agosto se abarca una razón mucho más territorial.

En la campaña libertadora participaron mujeres, mestizos e incluso esclavos a quienes se les prometió la libertad. ¿Por qué esa diversidad se perdió de la historiografía?

M. G.: El efecto de jerarquización del territorio hace que se centre en lo que pasa con la caída de Santa Fe. También hay una jerarquización social en la que parte fundamental y persistente es el legado colonial que les da visibilidad a algunos y la invisibilidad a otros. Por supuesto, tiene consecuencias en las identidades.

A. T.: Ha habido una interpretación de la historia de Colombia, que se mantuvo por mucho tiempo, que era centralista y que excluyó de la historia a sectores muy importantes de la sociedad colombiana como las mujeres. De la misma manera, esa historia oficial, que algunos llamaban tradicional, ocultó la participación y la existencia de sectores sociales muy grandes, por ejemplo la población negra e indígena.

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¿Cuál fecha tiene más relevancia en la consolidación del proyecto nacional?

M. G.: Para mí, francamente, el 20 de julio. No solo el 20 de julio sino todas las juntas que se formaron en 1810. Porque el 20 de julio fue la de Santa Fe, pero antes fue la de Socorro, la de Cali y otras zonas del país. Allí se da la circulación de las ideas. Allí lo importante son los periódicos, los panfletos y las proclamas de la plaza.

A. T.: No se deben separar. Yo creería que hay más como una secuencia. No es una cosa valorativa sino de secuencia.

¿Podemos hablar de dos independencias o de una larga independencia que comenzó en 1810 y terminó en 1819?

M. G.: Es un proceso. Entre otras cosas, en 1810 se habla más de autonomía, no es inmediata la idea de independencia como una separación total. Se sigue declarando que son fieles a Fernando VII, que está preso. Es un proceso en el que las ideas son muy importantes y eso hace que el conflicto se resuelva en términos militares en la reconquista, con la restauración de la monarquía entre 1814 y 1819.

A. T.: Yo diría que una independencia comienza antes. Siempre hubo movimientos rebeldes en América. Dentro de la misma Conquista hubo gente en Perú o en el sur de Colombia que eran españoles que querían levantarse contra el poder español. Después los movimientos de comuneros en Colombia y Tupac Amarú eran movimientos que tenían cierto sentido de independencia. Después vienen ideas de independencia y es que la independencia no solo fue geográfica y política, sino también mental. Eso implicaba que el poder ya no venía de un rey lejano, que Dios se lo daba, sino que el poder venía del mismo pueblo. Eso se plasmó en 1810 y culminó militarmente, no en 1819, sino con la Batalla de Ayacucho, cinco o seis años después del 7 de agosto.

¿Cómo estas dos fechas —una de carácter civilista y otra de carácter militar— marcan el ser colombiano?

M. G.: Todas las naciones tienen un sentido, pero es cambiante. Uno no puede esencializar esas cosas. Curiosamente en 1810 el énfasis es que todos los ciudadanos debe ser soldados y se habla muy poco de los derechos políticos de los ciudadanos. Pero en 1819 es al revés, se va a decir que los soldados son ciudadanos. Ya no se establecen tanto las diferencias en otros términos como la educación. Se dice que los soldados son el pueblo. Lo militar y lo civil siempre están conectados, no se puede ver como una oposición.

A. T.: En Colombia hay una particularidad frente a Venezuela. En primer lugar, en el territorio que actualmente es Colombia la guerra no fue tan fuerte. La guerra fuerte fue en Venezuela. Además del asunto de independencia, allí se unió una guerra racial, de cierta manera de una guerra de clases. Eso hizo que allá el conflicto fuera sumamente duro, como lo demostró la guerra a muerte decretada por Bolívar. Esa guerra tan prolongada hizo que surgieran muchos caudillos militares. Por eso al terminar el proceso de la Gran Colombia, la mayoría de los generales eran venezolanos. Por el contrario, en la Nueva Granada, como no hubo ese tipo de guerras, participaron muchas personas que salieron de los claustros. Por ejemplo Santander y muchos otros, si bien tenían una visión militar, también hubo una visión civilista y de élite. Entonces en la Nueva Granada se marca un rumbo civilista que lo diferencia del vecino país. Aquí por eso no hubo dictaduras como Venezuela, México y Argentina, entre otros.

¿Cómo se puede equiparar un hecho local (el 20 de julio) con uno de carácter más nacional (7 de agosto)? ¿Cómo ambos hechos llegaron a hacer las dos fechas históricas más importantes del calendario nacional?

M. G.: Por la jerarquización del territorio. Por eso se destacan los dos hechos que ocurren en el centro del país. Se hereda ese orden en la Colonia y se mantiene en la república. Las prácticas de la república lo confirman porque somos tan centralistas.

A. T.: Hay que tener en cuenta la manera de interpretar la historia. Una era una forma tradicional que era punto por punto. Una supuesta historia nacional y nada más. La otra, a la que yo me adhiero, dice que desde que existe el capitalismo las historias nacionales siempre hay que tenerlas en el contexto mundial. Entonces en esos se inscriben estos procesos de independencia. Es más, algunos hablan de procesos de cambio en el mundo atlántico. Viene la revolución de los Estados Unidos, la revolución francesa, las revoluciones de toda América Latina. De suerte que lo que pasó en Mompox y en Buga eran fenómenos particulares enmarcados en un fenómeno occidental que abarca América desde México hasta la Patagonia.

¿Por qué la vivencia de estas fechas es tan diferente en Colombia frente a otros países con hitos similares?

M. G.: Yo no sé comparar eso. No creo que haya siempre sido así. Creo que hubo momentos muy importantes de celebración y de conmemoración en Colombia. Ni siquiera sé si la comparación es adecuada.

A. T.: Desafortunadamente, cada vez perdemos más el sentido nacional. Esto ha tenido varias influencias, especialmente una posición negativa como fue haber suprimido el estudio de la historia y geografía en los colegios. Llevamos dos generaciones que no tienen noción de qué es el territorio colombiano y su historia. Hay una desnacionalización. Por otra parte, lo que yo he llamado el auge del yupismo. Cada vez es más una educación de yuppies, pero sin el sentido nacional. Su educación no tiene un sentido de solidaridad, de lo público y lo privado. Tiene una carencia absoluta de la historia.

¿Qué puede aprender actualmente Colombia sobre estos hechos que ocurrieron hace 200 años?

M. G.: Yo creo que lo más importante es que se instituyó una república. También se planteó la ciudadanía: ya no éramos vasallos sino ciudadanos. Ya no se hablaba de privilegio sino de derechos. Se empieza el proceso de la ampliación de los derechos. Se habló de la soberanía popular. Se puso una constitución, que es como ley sagrada y no un rey. Finalmente, la igualdad y la libertad, con las que más deudas tenemos.

A. T.: Nadie está obligado a ser historiador, sería terrible que todos fueran historiadores. Pero sí necesitamos esas visiones mínimas de la historia. Aquí ya saben más de la geografía de Florida que dónde queda Túquerres o Ciénaga.

Por Juan Sebastián Lombo Delgado

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