El Magazín Cultural

Beber para contarla

Hoy por hoy, David Betancourt es uno de los referentes del cuento colombiano actual. La editorial de la Universidad de Antioquia publicó Bebestiario, una colección de ficciones breves en la que el autor antioqueño relata con altas dosis de sarcasmo los estragos y las iluminaciones que causa el alcohol en la vida de la gente.

Ángel Castaño Guzmán
10 de febrero de 2017 - 05:04 p. m.
Portada del libro con algunos de los cuentos de David Betancur. / Archivo
Portada del libro con algunos de los cuentos de David Betancur. / Archivo

 

Hay un tono muy humorístico en Bebestiario: juega usted con los títulos de varias obras literarias y los convierte en alusiones al arte de libar. ¿De dónde le vino la idea de dedicar un libro de cuentos al alcohol?

Estoy muy de acuerdo con usted en eso de que, aunque suene gracioso, libar es un arte. Porque no todo el mundo bebe bien. La mayoría de los bebedores bebe mal. Incluso, muchos alcohólicos no beben porque no saben beber. En uno de los cuentos del libro, por ejemplo, un personaje que vive borracho dice que beber es lo más lindo que le ha pasado en la vida, que beber lo hace crecer como persona, que le ayuda a comprender el mundo, a soportarlo, que saber beber, más que un arte, es un don, porque emborracharse cualquiera. Entonces, para responderte la pregunta, la idea de escribir un libro sobre el alcohol vino de un arduo trabajo de campo que empecé más o menos desde los catorce años, vino de una acumulación de borracheras y de guayabos y de consecuencias. Luego tomé esa experiencia acumulada, todavía sigo tomando, y, sobrio, me senté durante un año a contar borracheras.

En “Beber para contarla”, el cuento que ganó el último premio de La Cueva, un escritor por beber deja tirada, ya acabándola, su novela. Según su experiencia y sus lecturas, ¿qué tan bien se llevan las copas y los libros?

En mi caso, a la bebida y a la escritura les doy su tiempo, su espacio, mi disciplina, mi devoción… Me les entrego por completo. Las dejo que fluyan, pero las controlo. Eso sí, cuando escribo no tomo. No desarrollé esa habilidad. En cambio, por mencionar a uno, Malcolm Lowry escribió borracho y, dice por ahí, con una mano escribía y con la otra se sostenía. No sé a él, pero a sus libros les fue muy bien, a pesar de que, como a Baguito el personaje de mi cuento “Beber para contarla”, dejó su obra empezada, tirada. En mi cuento también se habla de Virgilio, Baudelaire, Wilde, Hemingway, Poe, Bukowski, Dostoievski, Chandler, Carver, Capote, Joyce…, bebedores profesionales y escritores excepcionales. Y además Baguito cuenta que a James Joyce lo perequiaba la mujer porque tomaba mucho, entonces dejó de tomar y se estancó, y al tiempo regresó por el buen camino de la bebida a escondidas de la mujer y escribió el Ulises. En fin, me acabo de convencer de que las copas y los libros se la llevan bien. Los que a veces no se la llevan tan bien son las copas y los escritores, o las copas y alguna gente.

En algún pasaje del libro un personaje señala que los autores colombianos, para conquistar el favor del público, deben irse del país. ¿Cómo ha sido su experiencia en México? ¿Ahora le paran más bolas las editoriales y los críticos?

En mi caso, en cuanto a la escritura, sigo estando en Colombia: escribo, por lo general, para revistas y periódicos de Colombia; mis libros, excepto uno, los publican editoriales colombianas; los últimos premios los he ganado en Colombia; los temas de mis cuentos son colombianos, mis personajes de Medellín, las borracheras de mi libro Bebestiario son colombianas con, algunas, acento mexicano. En México vivo en mi casa leyendo, escribiendo, cocinando, barriendo, trapiando y esas cosas. No tengo ni un amigo que tenga que ver con la literatura, ni un solo contacto, ni una sola puerta abierta, ni una editorial que quiera publicarme o, por lo menos, darme la oportunidad de rechazarme. Tengo, eso sí, algunos pocos lectores que ojalá sean más cada día. En Colombia, viéndolo bien, tampoco tengo contactos, solo tres o cuatro amigos que escriben y nada más. No me invitan a ferias del libro casi nunca ni a ser jurado de concursos de cuento, me reseñan poco... Soy consciente de que soy muy culpable de eso, porque tengo escasas relaciones con la gente del medio literario, porque no reseño a nadie y por eso mismo no recibo reseñas en canje, porque no voy a hacer amigos a eventos, porque no he hecho escándalos todavía, porque mido los adjetivos que utilizo, porque mi único propósito en la literatura es escribir y no opinar, porque soy tímido… En fin. Mi venida a México es accidental, tanto como haberme quedado en Colombia.

Agradezco, claro que sí, a la gente que me lee y que me recomienda y que compra mis libros y que los presta en las bibliotecas y los devuelve y a los tres que no me quieren ni poquito y que, gracias a ellos y a lo que escribo, la gente y las editoriales me están parando más bolas. En mi libro La vida me vive amargando la vida, que próximamente publicará la editorial Planeta, por ejemplo y en relación con este tema, un personaje dice que “no es sino que a un desconocido lo empiecen a conocer para que la gente lo odie y lo ataque y lo publicite sin querer y lo desconozca sin conocerlo”.

Su obra narrativa está compuesta exclusivamente por cuentos. ¿Qué ha encontrado en ese género que lo hace sentir a sus anchas?

Escribo cuentos básicamente por cuatro cosas. Primero, por mi personalidad: soy parco, callado, cuando hablo digo y mido 1:65 con corrector de postura. Segundo, porque es el género literario que más me gusta leer y, para mí, el más difícil de escribir. Tercero, por mi incapacidad de hacer poesía. Cuarto, porque soy terco y una vez dije en una entrevista que nunca iba a escribir una novela, el género donde terminan cayendo todos los escritores. Faulkner, por ejemplo, decía por molestar que “todo novelista quiere escribir poesía, descubre que no puede y a continuación intenta el cuento, y al volver a fracasar, y solo entonces, se pone a escribir novelas”. Si alguna vez llego a escribir una novela sería por capítulos y cada capítulo sería un cuento, un cuentículo. No me gustan esos libros, y esto lo digo en todo lado, de cuatrocientas páginas, a los que les sobran, bajita la mano, quinientas.

 

Por Ángel Castaño Guzmán

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