El Magazín Cultural

Bífida

Fui culebra: anduve arrastrándome por la tierra sucia y rasposa, sin piernas para brincar los charcos, ni manos para aliviar los escozores de la piel. Fui culebra: una raza rastrera que todos ellos, altivos y parlantes, confundieron con los signos inminentes del peligro. Una carne blanca que pensaron viscosa, una figura retorcida que fundó gritos y escupitajos antes que preguntas.

Laura Pereira
16 de noviembre de 2017 - 08:55 p. m.
Archivo particular
Archivo particular

Fui culebra: el animal maldito que, dicen, tentó a la primera mujer. La alimaña más nombrada en las canciones de odio y el nombre más repetido por las amas de casa durante las novelas de la tarde. Víbora, serpiente, mapanare. Esa es la villana.

Fui culebra: estuve dibujando con mi cuerpo, letras curvilíneas y sigilosas. Dejé marcas tenues y propias en la arena que se llevó el viento. Me raspé el vientre, débil y escamoso, sobre rocas filosas que ya habían pisado los hombres con sus botas de cuero.

Fui culebra: tantee escondida, con mi lengua bífida, el calor de algunos de ellos, bípedos y calvos. Pude conocer sus tamaños y contar sus respiraciones: unas veces lentas y profundas, casi apagadas. Otras veces, jadeos rápidos y caninos.  Descubrí, recorriéndolos a lo lejos, que aunque todos llevaran trajes, algunos escondían, bajo sus pieles rosadas, la frialdad de los lagartos.

Fui culebra: huí de las pisadas agresivas y ebrias en la madrugada… al ocaso, me sumergí en el lodo para evadir sus manos planas y de cinco dedos que todo lo toman como suyo. Fui culebra y me alimenté sin masticar de las ratas grises que atraían los hombres a sus iluminadas guaridas, para matarlas a escobazos. Fui culebra y así probé la amarga y tibia respiración de alguno de ellos, que como roedor, usaba la noche y el silencio para robar.

Fui culebra y cada mes dejé sobre el pasto y entre las esquinas, los parásitos y las escamas secas que ya no me quedaban. Fui culebra y mudé mi pasado y mi propia piel para crecer, mientras ellos envejecían aferrados a sus marcas. 

Fui culebra: sufrí maromas y rejos para tratar de domesticarme, porque su sociedad de verdades totales no admite libertades ni diferencias. Fui culebra y noté que se domesticaban con palabras y monedas los unos a los otros para evitar cambios e independencias. Fui culebra y viví sola, entre dos mundos, cargando en mi columna los prejuicios de una raza cancerígena y egocéntrica. Fui humana y culebra.

Por Laura Pereira

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