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Brevísimos relatos sobre el teléfono y la ropa (Cuentos de sábado en la tarde)

El hijo de Carmelo, que vivía en la ciudad, le regaló un teléfono celular para que recibiera llamadas nada más.

Linda Esperanza Aragón
28 de noviembre de 2020 - 07:00 p. m.
Fotografía titulada "La llamada".
Fotografía titulada "La llamada".
Foto: Linda Esperanza Aragón

Se lo explicó:

—Papá, oprimes este botoncito verde cada vez que suene.

Se quedó solo en casa. Atala, la esposa, se había ido del pueblo para visitar a su hijo. La extrañaba. Carmelo quiso llamarla a ella, pero una voz le dijo: “Su saldo es insuficiente para realizar esta llamada, lo invitamos a recargar”.

Carmelo pensó que a él lo escuchaban. Respondió:

—Déjeme hablar con Atala un rato. Fíeme hoy. Mañana yo veo cómo recargo.

***

El señor Jacinto tenía un teléfono celular que, al oprimirle una tecla, emitía una voz femenina: “La hora es 10 a.m.”.

En una parranda alguien le preguntó que por qué se había quedado solterón. Jacinto no dudó en responder:

—Yo me he quedado solo; me acompaña una mujer que me da hasta la hora.

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***

En diciembre, Amalia se fue a la esquina a recargar su teléfono, quería llamar a sus familiares y amistades en Navidad. Ella anotó su número de celular en un papelito y se lo entregó a una muchacha para que efectuara la recarga.

Después de unos minutos Amalia quiso comprobar que todo estuviese en orden: intentó llamar a su madre, pero no fue posible. Seguía sin saldo. Miró el número que había anotado y encontró el error: el último número era un 1, sin embargo, se parecía más al 7.

Amalia sintió rabia consigo misma, pues la recarga era de veinte mil pesos. Le pidió a la muchacha que llamara al número que había recibido la recarga. Amalia carraspeó su voz para aclararla y dijo con rabia y resignación:

—Aló. No lo conozco, es verdad, pero quiero que sepa que ahí le mandé los aguinaldos.

***

Mi abuelo decía que el cuerpo de las mujeres que solo usaban faldas y vestidos era un templo; que todo lo demás era ordinario.

Entonces el mío será un bar de mala muerte: no salgo de casa sin mis bluyines apretaos.

***

—Siempre te veo luciendo camisas blancas —me preguntó una compañera indiscreta de trabajo.

—El blanco me cautiva —contesté.

—Se ensucia muy fácil…

—Entonces que el día escriba en mí.

—En el día te puedes topar con sentimientos sin porvenir, amores contrariados, miradas punzantes, historias volátiles que no merecen ser escritas.

—En ese caso la camisa blanca aludirá al síndrome de la hoja en blanco —respondí mientras le señalaba una página en blanco de Word para que lo comprendiera y me dejara en paz.

—Aunque… hay algo que se puede escribir en la camisa, algo que depende de un descuido o torpeza: el café; quizá ese episodio te ofrezca una historia con final abierto.

—¿Podré decir lo mismo acerca de las paladas de tierra que me echarán encima cuando me muera y esté vestida de blanco?

Como que el tema de la muerte le causó pavor. Se calló al fin.

***

Tito, mi papá, fanático del vallenato, quedó fascinado con la camisa verde que lució Diomedes Díaz en la carátula del disco Ganó el folclor, en 1988. La buscó en los almacenes del centro histórico de Barranquilla. Estaba agotada. Siguió caminando; no sentía los pies. Preguntó y preguntó. Pero no, seguía agotada. Al final de la tarde, un tipo le gritó desde una tienda de ropa:

—¿Qué busca, caballero?

—La camisa verde de Diomedes —contestó Tito al tiempo que se acercaba al almacén.

—Lo veo sudado, se nota que la ha buscado bastante. ¡Yo se la tengo!

—Ajá. Muéstremela.

—¡Esta es! —exclamó triunfalmente el vendedor y señaló la camisa.

Era una camisa amarilla. Tito, extrañado, le dijo:

—Pero es amarilla, yo le dije que la quería verde.

—Mi hermano, la camisa era verde, lo que pasó fue que se maduró.

Mi papá no se fue muy contento de ese lugar: le mentó la madre al vendedor.

Por Linda Esperanza Aragón

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gaj(kitsn)28 de noviembre de 2020 - 07:29 p. m.
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