El Magazín Cultural

Café libertario: sigue la libertad

En 2015 se inició el proyecto Libertario Coffee Roasters, un espacio de maderas y vitrales en la zona G de Bogotá, que después de mucho tiempo de estar cerrado, abrió de nuevo sus puertas al público.

Sebastián Londoño Velásquez
16 de abril de 2019 - 09:17 p. m.
El Libertario Coffe Broasters está ubicado en la calle 70 A #5-37 en Bogotá. / Cortesía
El Libertario Coffe Broasters está ubicado en la calle 70 A #5-37 en Bogotá. / Cortesía

Abrió al fin sus alas, desplegó su perfil de competencia y ahuyentó los delirantes alaridos de la zona G bogotana ante la ausencia de su elixir de la libertad. Distinguido por sus lágrimas curativas, las derramó sobre el frágil cristal después de ser decantado por los dos orificios de su característico ‘Bee House’ y, controlando el fuego de la cereza recién recolectada, trasladó la historia, el tiempo y la inversión, a una taza entre junglas de pintura y sabor.

Sus cenizas estaban diseñadas para una prensa francesa, eran gruesas, y contaban con dos centinelas para cada gramo de sus reservas: Felipe Sardi y Elisa Madriñán. En ellos recae la responsabilidad de su sustento, su salud y, claro, su primera etapa de huellas. En 2015 emprenden el proyecto Libertario Coffee Roasters, en un espacio de maderas y vitrales en la zona G de Bogotá; y, con una corriente de corto plazo, un representante de citas breves, uno de mimos suaves, y agasajos a través del viento helado de los cerros orientales en el sector de santa bárbara.

Sus esquinas eran un retrato del proyecto. El ‘blend’ de simpleza y estética, como el perfil paz de sus cafés especiales; o la invitación a respirar afuera de la urbe, aunque sumergido en lo profundo de la arquitectura de la zona financiera, ¿Será quizá su perfil libre?; Por supuesto, la rebeldía y excentricidad de una clave maestra para acaparar paladares: sus “barirockstars”, allanando la barra y atacando con su perfil insignia. Llegó el rock.

El río Apulo divide románticamente el terreno de la Palma y el Tucán. A 90 minutos de la ciudad de Bogotá, reposan cerezas de no menos de 100 caficultores, siendo emblema del microlotaje y convirtiendo a Zipacón en eje de turismo, cultura cafetera y, oda a la justicia, de la cual son garantes por medio de su apoyo a la infraestructura del productor. Más de 13 hectáreas cultivadas, agudizan el brillo del sol entre abril y agosto, para iniciar un patrón que inicia en las manos y termina en el paladar.

Este modelo de producción y posterior procesamiento del grano no determina un punto clave, dando a su manipulación una búsqueda de perfección constante. En su recolección, el color Borgoña en las uñas de las chicas chocan con las cerezas; al símil, un salto a la bolsa con la delicadeza que sale una gota del método. Pasarán los dedos sobre el grano; métodos simples, que denota puntos exactos, conocimiento de procesos y, capacitación de mano de obra.

En su proceso, decisiones acompañadas de infraestructura. Procesos de fermentación superiores al promedio, cafés naturales; mucilagos tangibles y jugosos al servicio de sus procesos de secado; análisis de muestras para ver la efectividad de cada beneficio; pruebas e investigaciones para el efecto climático en cada variedad; y sin duda alguna, su proceso de calidad antes de determinar el color, la curva y el bache ideal. Nunca nada fue al azar, como su parcial partida.

Lastimosamente, no todo fueron buenas noticias.  El entorno y el desarrollo de un mercado para una demanda sin tiempo y sin voluntad de experiencias únicas, hirieron inicialmente el placebo de un nicho cafetero tanto colombiano como extranjero. Y sin ánimo de mostrar piedad, el espacio de la zona G fue víctima de malos entendidos, hiriendo de gravedad su estancia, buscando una salida pronta y recurriendo a un cierre. Pero este anacronismo narrativo debe buscar un final, y su nudo fue un hasta pronto para fortuna del gremio cafetero.

Lejos de la lluvia que aterrorizaba su renacer, se empezó a filtrar a voces un eco tenue de su retorno. Pues bien, empezaron a adecuar el espacio en el cual debía aterrizar tras su llegada, y qué mejor que el ambiente que lo vio iniciar y partir. Una calle atrás de su antigua ubicación, inició la reestructuración del gigante que cocinaba su vibrante arribo. El resultado del esfuerzo de un corazón libertario, le dió cabida a una ostentosa base de experiencias, criterios encontrados y la arquitectura concatenando sus conceptos tras el cruce de cada muro.

El primer encuentro es con sus banderas. De astas altas e imponentes, entonando al son de los vientos orientales su slogan delicado y persuasivo: “follow the freedom”. Luego unos pasos a la izquierda y el aroma impulsa al choque con los leños tiernos de las mesas exteriores. Confluyen arte y amor entre las notas de yogur de fresa del Geisha natural; se marida entre política y versos el albaricoque del Bourbon Sydra; expectantes reposan las mascotas antes del primer golpe de la repostería refinada que va mutando en maderos claros y la estantería de la libertad.

Una vez dejaste de ser parte del huraño trajín citadino, simplemente estás envuelto en un manto de marfil, premios, puntajes altos, citas con la historia y un viaje sensorial esclavo de la máquina de espresso, la jarra cuello de ganso y el papel humedecido bajo los aceites del café. Y ahí está, la barra inquieta con cuatro sillas altas dignas de una fila para esperar el siguiente acto. Tres golpes después de lanzar el café en el molino, mano sobre el vaso y aspiración profunda; ¿Durazno? ¿Frutos rojos? ¿Lavanda? ¿Panela? ¿Chocolate? No. Libertad.

Buen comienzo, vamos por otro plato más, vamos a la jungla. Un giro leve a la derecha, un dosel blanco cubre epífitas dibujadas, simulando una selva amplia, una que cobija los troncos que sirven de Ecuador a la barra y a la magia de la tostión. Centro aislado, aunque siempre al tanto de cada movimiento impecable del hogar del fénix. Mirada al frente, tres pasos grandes adelante y cruza el telón antes de la encrucijada entre algodones y la hechicera dueña de la primera y última sorpresa.

Unos muebles, un tablón gigante que atestigua las mejores muestras del país, y al fondo después de un rodeo nuevamente a la derecha, espera brillante y fastuosa la San Franciscan. Es un “all in one”, un ambicioso retorno y un determinante golpe de autoridad de aquellos que me pusieron en el rumbo del café sin siquiera imaginarlo o proponerlo.

Una obra de arte que presenta y despide mucho mejor Rubén Darío de lo que yo podría hacerlo. “quedaron allá lejos el fuego y el hervor;
hoy en tu verde triunfo tendrán mis sueños vida,
respiraré tu aliento, me bañaré en tu sol”. El autor de Azul, en su poema ‘Del campo’, inclina la balanza hacia el agradecimiento y determina que era justo y necesario, tenerlos una vez más de vuelta. Bienvenidos a Libertario Coffee Roasters.

 

Por Sebastián Londoño Velásquez

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