El Magazín Cultural

Candelaria o las Variaciones sobre la palabra amor

La película Candelaria, del director Johnny Hendriz, cuenta la historia de dos seres que demuestran que un afecto desaforado sobrepasa cualquier límite. Es protagonizada por Verónica Lynn y Alden Knigth,

Jaír Villano/ @VillanoJair
22 de septiembre de 2018 - 09:50 p. m.
Aiden Knight, en una de las escenas del filme Candelaria, del director Johnny Hendrix.  / Cortesía
Aiden Knight, en una de las escenas del filme Candelaria, del director Johnny Hendrix. / Cortesía

Candelaria o las Variaciones sobre la palabra amor

Por Jaír Villano/ @VillanoJair

El amor es un tema inagotable. De sus efluvios han surgido las expresiones más sublimes, y también las más ordinarias. El amor es una trampa, una verdad que va engañando, un vacío ciego. Si es verdadero, se fija en esa línea que separa la vida y la muerte. No escucha, no observa, no huele. Y entonces ¿qué es el amor? ¿Qué es eso que llaman amor?  El amor es Penélope esperando a Ulises, es Isolda huyendo por Tristán, es Werther llorando a Charlotte, es Keats escribiéndole a Fanny, es el delirio de Alfonso Quijano por su bella y alejada Dulcinea, pero también son las canciones que inspiraron a Camilo Sesto, a Janeth, a Serrat, a Sabina, a Montaner, y a todo aquel que exista, y supera fatuidades y vacuidades, certidumbres e inquietudes, congruencias, paradojas. Y por eso hay que celebrarlo y padecerlo y dejarse llevar por esa corriente. “La palabra es demasiado corta, -para citar a la poeta-, solo tiene cuatro letras/ es demasiado austera para llenar esos vacíos profundos y desnudos entre las estrellas”. No se será el mismo: la esperanza es la perduración, la certeza es el fracaso.  Y por eso, y por más, y quizá por menos, hay que aplaudir una película como Candelaria.

Dos ancianos, Víctor Hugo y Candelaria, han convivido mucho tiempo juntos. No se besan, no se miran, no se tocan, pero se acompañan y se apoyan mutuamente. Como tantas cosas en la vida, es en el contexto menos advertido y más desfavorable, que el afecto que ambos se guardan resucita. La Habana, la caída del Muro de Berlín, la isla sufre el bloqueo económico, la electricidad es intermitente, la alimentación un privilegio. Ella trabaja como mucama en un hotel y en un envejecido quinteto de boleros en las tardes, él en una tabaquera. Un día encuentran una cámara. Y es así, con algo tan simple como tan común, que empieza a desarrollarse la historia de dos seres que demuestran que un afecto desaforado sobrepasa cualquier límite.  

Claro: habrá quien vea en ella un mensaje emitido desde el sitio equivocado, desde un contexto de traumas y frustraciones, y uno, embriagado por la ternura de los ancianos, no puede soslayar que hay algunos pasajes que parecieran explicar o ironizar algo: los discursos de Fidel en la radio, la pobreza que rodea el entorno, la necesidad de pisar otros terrenos como superación. Eso aparece en la película, y puede que alguien lo asuma como un ruido innecesario; sí: es posible. Pero son precisamente esas dificultades las que hacen del largometraje de Hendrix, una apuesta gallarda y tierna, arriesgada e ingenua, romántica y cursi. Una película que denota esa presencia y ausencia de los filamentos más tenues de una relación.

Es curioso, pero por inexplicables azares, venía de leer La casa de las bellas durmientes. Obra que podría funcionar como contraparte, o como complemento por oposición, porque en la novela de Kawabata los ancianos que acuden a la casa de las jóvenes beldades, la soledad más profunda es insinuada a través del erotismo y de las sensaciones que despiertan en el protagonista: el viejo Eguchi. “Era una casa frecuentada por ancianos que ya no podían usar a las mujeres como mujeres; pero Eguchi, en su tercera visita, sabía que dormir con una muchacha semejante era un consuelo efímero, la búsqueda de la desaparecida felicidad de estar vivo”, explica el narrador en una parte. En Candelaria ocurre todo lo contrario: no hay búsquedas, están felices porque viven, porque se acompañan, porque hacen de esa soledad de todo crepúsculo una unión inquebrantable. 

Es también digno de mencionar la manera en que Hendrix parodia lo aberrante y grotesco con las necesidades más primitivas de todo ser humano. Lo inverosímil, lo tierno y lo hilarante que resulta la propuesta de un ventajoso vendedor y comprador, quien tras obtener la cámara robada a Víctor Hugo y ver el contenido que hay en ella, le propone a la pareja hacer vídeos equivalentes a los almacenados: intimando, teniendo relaciones sexuales.

Decía un poeta que las magias del amor son inútiles. Son gigantescas, pero marchitan, se acaban. Es cierto, es dolorosamente cierto. Por naturaleza, lo que sube baja, lo que empieza fenece, lo que nace muere. Y sin embargo, hay que ahogarse en el trance. Y vivirlo, como en la película de Hendrix, que refresca una cartelera de abordajes manidos y que atrapará la atención de todo tipo de público. Quien crea en el amor, debería ver Candelaria, pues saldrá más convencido. Quien no crea en él, también, pues le dará más argumentos. Dice la poeta Margaret Atwood: “esta palabra no es suficiente/ pero tendrá que bastarnos./ Es una sola vocal en este silencio metálico”. Eso es Candelaria, un producto aislado y simple.

Por Jaír Villano/ @VillanoJair

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar