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Carlos Holmes Trujillo: “En la gestión pública hay que ir más allá de lo material”

En la serie Historias de Vida, creada por Isabel López Giraldo para El Espectador, Carlos Holmes Trujillo habla sobre sus años de infancia, su vocación por la vida pública y el camino que siguió hasta convertirse en miembro de la Asamblea Nacional Constituyente. Recuperamos este texto, publicado en 2019, en memoria del ministro de Defensa, dado su reciente fallecimiento.

Isabel López Giraldo
26 de enero de 2021 - 04:24 p. m.
Carlos Holmes Trujillo fue el primer alcalde popular de Cali. Además, fue elegido como miembro de la Asamblea Nacional Constituyente.
Carlos Holmes Trujillo fue el primer alcalde popular de Cali. Además, fue elegido como miembro de la Asamblea Nacional Constituyente.
Foto: EFE

En el relacionamiento con la gente, que es fundamental para cualquier ser humano, y que naturalmente lo es para alguien que está en la vida pública, aplico y tengo como guía un pensamiento de mi abuela: “Mijo, la gente no habla con lo que dice sino con lo que hace. Escuche mucho, pero tenga presente, más que lo que dicen, lo que hacen. Ahí está la verdad. Afortunadamente en mi caso, lo que hago corresponde con lo que digo”.

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Provengo de una familia humilde en la que mis padres fueron creciendo gracias a su esfuerzo: mi padre como abogado y luego como protagonista de la vida pública y mi madre dedicada a su hogar y a acompañar a mi padre en sus tareas.

Mi mayor recuerdo de niño es que al regresar del colegio, cuando tocaba a la puerta de la casa, mi mamá me recibía. Ella siempre estaba esperando a que llegara y estaba pendiente de cómo podía contribuir al buen éxito de las tareas, porque ella, además, fue institutriz. Así que mi madre siempre respaldó mi esfuerzo, aunque no todo eran sonrisas, también estaba para regañarme.

Mi infancia fue muy alegre, fui juicioso y muy pilo. Viví muy pendiente de las cosas, quizás porque en el ambiente en el que crecí había especial atención en los temas públicos y, naturalmente, ahí surgió una vocación que se fue consolidando a lo largo de los años. Pasé mucho tiempo en la biblioteca de mi papá y escuchando las conversaciones que él tenía con sus amigos, especialmente sobre política y Derecho Penal Internacional. En ellas se tenía una visión global.

Si bien el entorno tuvo una gran influencia en lo que ha sido mi desarrollo personal y profesional, no me aislé de los míos: disfruté en alegría con mis compañeros, jugué fútbol, así como los demás juegos que integraban tanto por ese entonces (por ejemplo, el de las tapas de Coca Cola haciendo la vuelta a Colombia). Estas actividades implicaban estar con los amigos y no en la soledad de las tabletas de hoy, cuando hay compañía aparente, pero en realidad hay mucha soledad. Conservo mis amigos de infancia y tengo una relación muy estrecha con muchos de ellos.

Estudié en dos colegios: originalmente, y por pocos años, en Cartago y luego en el Franciscano, en Cali, del que me gradué. Hoy, precisamente, estoy recibiendo mensajes de mis compañeros porque estamos programando reunirnos a raíz del aniversario número 50 del año 1968, época en la que vivimos en medio de grandes debates ideológicos, discusiones que también han desaparecido infortunadamente.

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Uno de esos debates condujo a que se pusiera en entredicho la presidencia del General De Gaulle, en Francia, hecho que motivó las movilizaciones de 1968. Todo eso dio lugar al nacimiento de un hombre emblemático, Daniel Valois Arce, y, más allá, a la presentación ante el mundo de la capacidad de los jóvenes para ponerle fin al gobierno de un hombre de primera línea, un hombre distinguido, respetado, que simbolizaba la jerarquía del poder ejecutivo en Francia y que se convertía adicionalmente en un punto de referencia de mucha organización democrática y ejecutiva en el mundo entero. Fue un año simbólico que, con posterioridad, y en lo que tiene que ver conmigo, se trasladó a mi ambiente universitario, pues me fui a estudiar a una universidad pública, a la del Cauca, en Popayán.

Eso llevó a que mis años de estudiante de derecho tuvieran lugar, en lo que tiene que ver con lo político, en medio de un gran debate entre dos corrientes de pensamiento. Eso hoy tampoco es tan claro porque las circunstancias han cambiado, pues el funcionamiento democrático es distinto y porque las posibilidades del ciudadano actual, a raíz del desarrollo de la ciencia, la tecnología y las comunicaciones, crean realidades sociológicas, psicológicas y vitales que son nuevas y que cambian por completo la manera en la que el ciudadano de hoy reacciona.

Cuando estaba en el colegio fui presidente de la Asociación de Debates Intercolegiales, presentaba a las grandes figuras públicas que nos visitaban y mi gran aspiración cuando terminé bachillerato era ser el orador el día de la ceremonia, en nombre de mis compañeros. El rector del colegio lo sometió a votación y gané.

Comencé a construir una vocación que ha seguido la misma línea, pero no sé si nací con ella o si la construcción fue tan fuerte que me permitió caminar a lo largo de la vida en el mismo camino. Siempre soñé con lo público, y eso lo he satisfecho, pero inicialmente pensé en ser un gran abogado penalista, lo que viene del ejemplo de mi papá. Los penalistas de esa época eran distintos a los de hoy, pues en ese entonces existía la institución del jurado de consciencia y las audiencias públicas eran exactamente eso: abiertas al público en todas las ciudades de Colombia para efecto de que la ciudadanía tuviera la posibilidad de escuchar los debates jurídicos sobre los casos de impacto en la vida local. Esos espacios también permitieron que los penalistas destacados llegaran a tener una gran respetabilidad en sus respectivas regiones y en sus respectivos ambientes. Al final, eran unos representantes de la sociedad que después de escuchar los argumentos, de unos y otros, tomaban una determinación con respecto a los niveles de responsabilidad de la persona que estaba siendo juzgada o con relación a la inocencia probada a través de los argumentos.

Yo quería eso. Logré hacerlo muy muchacho cuando terminé la carrera, pero luego empecé a pensar en una carrera política de alto vuelo y llegué a la conclusión de que tenía que saber economía. Uno no podía aspirar responsablemente a dirigir los destinos de la sociedad si no tenía otras herramientas necesarias para efecto de adelantar una acción responsable. Eso me llevó a Japón a estudiar economía internacional y hoy tengo una maestría en negocios internacionales en la Universidad de Sofía de Tokio. Ahí viene la desviación de un ejercicio profesional como penalista, que era mi orientación inicial, pues pasé luego al tema de una formación económica para efecto de completar lo que yo consideraba que era indispensable para adelantar una tarea responsable en términos sociales.

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El título que daban las universidades en aquel entonces, específicamente la Universidad del Cauca, era el de Doctor en Derecho y Ciencias Políticas y Sociales, de manera que no existía diferenciación entre lo jurídico, lo político y lo social, sino que se consideraba como una tarea académica integral. La universidad en realidad no la escogí yo, sino que la escogieron mis papás, pues era una época en la que la relación entre los padres tenía características distintas a las de hoy. Mis padres prefirieron tenerme más cerca de Cali que soltarme sólo en Bogotá, lo que fue una delicia para mí porque me iba todos los fines de semana para allá.

Con los números me fue mal, realmente muy mal. Le voy a contar esto: cuando decidí que tenía que estudiar economía, escribí al London School of Economics, pues mi aspiración era hacer una maestría. Ellos me contestaron diciendo: “Estupendo que usted quiera estudiar con nosotros, pero no se le olvide que usted es abogado y aquí lo que le ofrecemos es una maestría en economía”. Eso fue una frustración en su momento, pero me dije: “En otra oportunidad lo hago”.

Mi papá fue embajador en Japón cuando yo era estudiante universitario, así que viajé en el año 71. En ese momento, Japón crecía a unas tasas monumentales: 9%, 10%, 12%. Era la estrella nueva de la economía internacional, todo el mundo le ponía atención a las prácticas de ese país: al empleo vitalicio, al manejo de inventarios, a la relación laboral y a la falta de contrato escrito, que era lo que más interés suscitaba. Estando allá supe que eso era lo que había que hacer.

Regresé a Colombia, me gradué, empecé a ejercer mi profesión con éxito y nombraron a mi papá como embajador en la República Democrática Alemana, así que me fui un tiempo para allá. Luego resolví regresar, pues tenía el asunto de la especialización en materias económicas pendiente. Un día, una vecina me entregó un recorte de periódico de El País, de Cali, que daba cuenta de unas becas que estaba ofreciendo el gobierno de Japón. Llamé inmediatamente a la embajada para pedir los requisitos, tenía que presentar una entrevista y todo vencía al día siguiente a las diez de la mañana. Estamos hablando de las cinco de la tarde del día anterior. Pregunté:

— ¿Y no hay ninguna posibilidad de extender ese término debido a que yo estoy en Cali?

— No hay ninguna posibilidad.

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Como no tenía opción de volar en ese momento, lo que hice fue subirme en el Simca que había comprado con mis primeros honorarios y manejé hasta Bogotá. Lo hice para poder llegar a tiempo a la embajada, lugar que pisé a las 9:45 de la mañana del día siguiente. Nunca se me olvida que otra persona que ya había presentado su entrevista me dijo:

— Se le está acabando el tiempo.

— A mí lo que me importa es que no se hayan acabado las becas, le dije.

Y me la gané.

Primero me fui como becario del gobierno japonés, luego me vinculé a la embajada en un cargo administrativo menor. Mi primer nombramiento fue Auxiliar Administrativo 4pA.

¿Qué es eso?

Muchacha de servicio. (risas). Esto fue lo que me pusieran a hacer: que vaya, que venga, que maneje el carro, que traiga el tinto, que espere a tal persona, que lleve al ministro que quiere comprarse una cámara, que saque la fotocopia, que escriba el informe. Si yo tenía que ser chofer lo era. En mi propio carro recibía personajes, los llevaba y traía, los dejaba en el hotel, les organizaba los pasajes y los acompañaba a comprar cosas en los centros comerciales. Estando allá renunció el Cónsul y, como la única persona ahí cerquita era yo, me nombraron en el cargo. Una suerte. La práctica normalmente se hace como Funcionario Diplomático encargado de Funciones Consularias, pero como estaba muy pelado me nombraron Tercer Secretario de Relaciones Consulares. De Auxiliar Administrativo 4pA pasé a Tercer Secretario y ejercí funciones consularias un buen tiempo.

Luego tuve la suerte de que después de un par de años renunció el Embajador. Cuando un Embajador renuncia, la persona encargada de ocupar su lugar es la que está inmediatamente después. Ese era yo. Soy tan de buenas que ejercí como Jefe de Misión durante año y medio. Aprendí a ser Embajador teniendo menos de treinta años, pues el nuevo Embajador se demoró año y medio en llegar.

Una cosa afortunada para mí es que yo trabajaba durante el día y por la noche me iba para la universidad a estudiar el máster en negocios internacionales. Como mis profesores eran asesores de las principales compañías japonesas, yo me convertí en una persona muy útil para el grupo de embajadores de toda América Latina y del Caribe, por ser quien tenía los conocimientos más frescos de lo que estaba pasando. Yo escuchaba a los principales asesores de las grandes compañías en la visión internacional que ellos tenían, la evaluación que le hacían al tema de América Latina en el escenario de la economía global, de tal suerte que cuando ellos tenían que hacer algún informe o querían una presentación de trascendencia pedían que yo la hiciera.

Naturalmente aproveché la oportunidad, pero todo se dio por suerte acompañada de un sentido de responsabilidad clara y de unos deseos de salir adelante, de irme formando. Yo quería volver a mi país a hacer carrera, a participar en lo público.

Yo iba en tercer año de carrera cuando se dio un problema muy fuerte en la universidad, un cambio de pensum, así que hice dos años en uno. Decidí viajar por un año y lo hice con mi papá. En ese momento yo no hablaba inglés y tuve que decidir si aprender ingles o japonés y elegí el primero. Estando en Japón, estudié inglés en el Foreign Language Institute. El japonés que yo hablo es consecuencia de mi regreso como becario, gracias a que el distintivo traía consigo un estudio de japonés en la Universidad de Idiomas de Osaca.

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Regresé a Colombia y me nombraron Secretario de Hacienda de Cali. Empecé a ejercer y siete meses después me llamó Carlos del Castillo, quien era presidente de Fedemetal, gremio industrial que en ese momento era el más importante del país y que hoy es una cámara en la ANDI, y me dijo:

— Oye, Carlos, ¿te interesa la Vicepresidencia de Fedemetal?

— ¡Cómo que si me interesa! Claro que sí.

— ¿Quieres venir a Bogotá?

— Me voy mañana.

El trámite tenía alguna complejidad por las tareas propias de la Federación, entonces tuve que presentarme ante el Consejo Directivo a hacer una cita especial con su presidente. Viajé a Medellín y solamente después de ese recorrido fui aceptado y nombrado. Era el año 83, me instalé en Bogotá y permanecí por tres años en el cargo, pero cuando iba a ser nombrado en la Presidencia se dio la primera elección popular de alcaldes y decidí buscar la alcaldía de mi ciudad.

Empecé a trabajar con anticipación y de una manera muy directa con la gente. En los barrios y tocando puertas, poco a poco fui construyendo mi nombre y así me eligieron como el primer Alcalde popular de Cali, en una alcaldía que salió muy bien. Eso fue realmente importante porque el período era de apenas dos años, ahora es de cuatro, así que había que hacer buena tarea en la mitad del tiempo y responder a la expectativa tremenda que significaba para el país tener los primeros alcaldes elegidos popularmente. Ahora a la gente le importa menos, pero en ese momento, cuando comenzó el proceso, todos los ojos estaban puestos en los primeros alcaldes. El primero en Bogotá fue Pastrana, en Medellín fue Juan Gómez Martínez y en Cali fui yo. Resolvimos fundar la Federación Colombiana de Municipios y llegó el momento en que había que elegir a su primer presidente. En la contienda con Andrés Pastrana salí elegido yo.

Tengo unas historias de esa alcaldía que todavía se recuerdan. Puedo decirle que me descubrí a mí mismo en varias cosas: durante la campaña, la capacidad de trato directo con la gente hizo que no descansara ni un segundo, pues me comunicaba en forma directa con la ciudadanía. Descubrí mi alto nivel de creatividad, de capacidad de ejecución y también que para tener éxito en la gestión pública hay que ir más allá de lo material, que es limitado. Si se trabaja en el área de relacionamiento con la gente, en la construcción de credibilidad, la que solamente se construye a raíz de acciones concretas y rápidas sobre temas que se tengan muy identificados, se puede construir un escenario de ejecución satisfactorio para la comunidad.

Eso fue lo que logré y le doy varios ejemplos: propuse la creación de los Centros de Atención al Ciudadano, una tarea de desconcentración de la administración, buscando acercarla a la gente. Cuando gané las elecciones pensé: “Bueno, tengo que proceder rápido y ponerle un nombre que sea atractivo y que genere un sentimiento de pertenencia”. Busqué nombres, y como había hablado de Centros de Atención al Ciudadano, se me ocurrió C A C A (dadas sus iniciales), pero esa vaina sonaba horrible. Luego, como había hablado de Centros Integrales de Atención, se me ocurrió la sigla CIA, pero eso resultaba peor porque después llegaban los comunistas y me mataban creyendo que le estaba haciendo un favor a Estados Unidos, entonces terminaba en tragedia esa vaina. Y dele y échele cabeza, hasta que se me ocurrió CALI: Centros de Atención Local e Integral. Me dije: ¡Esa es!, y monté los CALI. Estos siguen vigentes, pues hay uno en cada comuna. Por eso la gente se acuerda todavía de esa alcaldía, que fue la primera. Ahí está, quedó como una huella digital.

Luego vino el asunto de la credibilidad. Era imperativo poner en marcha eso rápido porque solo teníamos dos años para hacerlo. Entonces le dije a la gente del gobierno:

— Señores, hay que hacer el primer CALI rapidísimo.

— Es que no hay plata.

— ¿Quién está diciendo que se necesita plata para eso? Lo que tienen que hacer es buscar un espacio que ya exista, que esté disponible, que no se esté usando y ahí montamos el primero.

Entonces encontraron por ahí un comedor que había en una subestación de policía. Yo me fui para donde el comandante y le dije:

— Oiga, usted me va a tener que prestar esa vaina. Préstemelo por un rato mientras vemos cómo sacamos recursos para construir algo que tenga más permanencia.

Me lo prestaron y cada mes entregamos uno, de manera que fue una tarea de cumplimiento permanente.

Luego me inventé la teoría de los problemas símbolo.

¿Eso qué es?

El gabinete reaccionó igual que usted (risas). Los problemas símbolo son aquellos problemas que la gente identifica y que no se han solucionado por falta de interés y por deficiencia del gobierno. Siempre hay unos temas en cada ciudad, o en el país, frente a los que la gente dice:

— No, pero eso no lo van a arreglar, lleva años así.

Propuse que hiciéramos una lista de esos problemas a ver cómo podíamos ir avanzando rápidamente. Llegamos a diez, pero me parecieron muchos porque necesitábamos arreglar una vaina en un mes. Les dije lo siguiente:

— ¡Que la lista sea de tres en esta primera etapa!

Luego debíamos ponerle un tiempo de solución:

— Seis meses (expresaron).

— ¡Cómo se les ocurre! Esa es la cuarta parte de un gobierno de dos años. No tenemos tiempo para eso. ¡Debemos arreglar el primero en un mes!

Y llegamos a un barrio, cerca de la plaza principal de la ciudad, al frente de una estación de policía, que llevaba años sin pavimentar. Entonces les dije:

— El Piloto es perfecto. ¿En cuánto lo pavimentamos? Seis meses es mucho tiempo. Tres mucho. Esta vaina tiene que estar lista en un mes.

Al mes se pavimentó y le pusimos una balita que decía:

— ¡Por fin!

Nos encargamos de que eso tuviera una gran difusión publicitaria y que la gente pasara por allá y dijera: “Sí, por fin lo pavimentaron”. Eso fue creando la sensación de cumplimiento, de eficacia, de entrega, que es lo que permitió que esa alcaldía tuviera una gran calificación.

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Alrededor de los CALI monté lo que se llamó el SUYO. Esto es suyo porque le está sirviendo a usted y como es suyo, usted siente que le pertenece. SUYO significa Servicio Unificado y Oportuno.

Le voy a poner unos ejemplos de ese rasgo de mi acción, de mi manera de ver lo público. La prioridad es que la economía crezca rápidamente para que haya empleo, más empresa y equidad. Lo que se hace concertadamente. ¿Y cómo lo vamos a concertar? En el escenario del:

CRECER: Consejo para la Recuperación Empresarial y el Crecimiento Económico Rápido, en el que nos vamos a reunir para concertar lo que vamos a hacer y para crecer.

COSECHAR: Concertar Seguros, Estímulos y Créditos para que haya Rentabilidad. Es decir, es la definición de una política en el nombre del programa, pero que se compadece con el programa.

GUATAPURÍ: Llegamos a Valledupar un día que había que presentar algo especial al Cesar y llevó por nombre Guatapurí, por aquello de la Ganadería, Agricultura y Tecnología para una Recuperación Inmediata.

CASA: Centros de Acción Solidaria Anti-criminal. Es un programa de seguridad ciudadana en el que la solidaridad es fundamental para que haya seguridad. Trabajo conjunto entre la ciudadanía y las autoridades.

Asigné prioridades al crear condiciones para que la economía creciera rápidamente, pues, según mi visión, es la única manera de arreglar los problemas sociales. Un discurso social sin respaldo en la realidad es demagogia. Una tarea centrada exclusivamente en la función de lo privado es un privilegio. La única forma de que una sociedad arregle sus problemas, construya equidad y genere empleo es mediante un crecimiento económico rápido: que haya más inversión, más empresa, más y mejor empleo. Por eso CRECER, porque la prioridad es que la economía crezca, pero hay que concertarlo. Esto no se hace disparando sin objetivo claro, se logra poniéndose de acuerdo sobre cuáles son los sectores para poder definir la acción del gobierno a fin de favorecerlos.

¿Qué sigue en su recorrido?

Después de la alcaldía, mi papá murió. Me faltaba mes y medio para terminar el período y cometí el error de renunciar, fue una cosa emocional. Venía un proceso político muy complejo: papá tenía una gran organización política de mucho liderazgo y dije: “Esto hay que abordarlo de manera inmediata. Falta mes y medio, ya todo está hecho”.

En ese momento el error me costó. La cosa se olvidó, pero ahí aprendí que uno en un cargo de elección popular no debe renunciar nunca. Pero hubo una reivindicación bastante rápida porque llegó el proceso de elección presidencial. Me retiré, apoyé a Gaviria y le dije que iba a renunciar para salir a apoyarlo a él. Entonces me dijo:

— Hombre, no tienes necesidad, pero si lo haces te lo voy a agradecer.

Gaviria me nombró Embajador de Misiones Especiales ante la Asamblea de Naciones Unidas, que consistía en nombrar una delegación pequeña de gente que no estaba en el servicio exterior, pero que podía hacerle seguimiento a la Asamblea General. En ese momento Colombia era miembro no permanente de la institución más importante de Naciones Unidas, el corazón de la ONU. Me nombraron y al llegar le dije al embajador, Enrique Peñalosa Camero, que yo quería hacerle seguimiento de parte de Colombia al Consejo de Seguridad de la ONU.

Aprendí cómo negociar las resoluciones al más alto nivel, cómo tratar los temas de seguridad más importantes del mundo, cómo construir coaliciones internacionales, cómo tratar determinados temas de manera eficaz, pero sin perder el lenguaje ni los canales diplomáticos. Eso, para mí, es de lo más importante que me ha pasado en la vida porque lo aprendí en la práctica, viendo a la gente en los pasillos, oyendo las conversaciones de los embajadores y escuchando las intervenciones de los ministros. Fue una experiencia maravillosa y tuve la oportunidad de aprovecharla, además la vi clarísima desde un principio. Me anticipé y le gané a mis otros compañeros de delegación.

Cuando estaba por terminar mi período, me llamaron a hablarme de la Asamblea Nacional Constituyente, era el año 91. Mis amigos me decían: “No seas bruto, que te vas a meter en esa vaina, eso es perder la oportunidad de que llegues al Senado”. Naturalmente los amigos tenían la visión de senador, porque mi papá acababa de morir, había sido congresista un tiempo y se oponía por completo a esa posibilidad. Yo me puse a echarle cabeza al tema, no lo tenía muy claro. La verdad me pareció importante, pero como estaba de por medio la posibilidad de una curul en el Senado, bastante segura, las cavilaciones fueron fuertes. Pensaba en el costo político de mi renuncia.

Entonces me llamó Horacio Serpa y me dijo:

— Hombre, ¿por qué no te unes de segundo a la lista que vamos a presentar?

Yo era para ese entonces militante activo del partido liberal y le dije:

— Te agradezco en el alma eso, me honra mucho, pero no acepto porque en una lista encabezada por ti puedes llevar gente muy importante, amiga nuestra, que no tiene ninguna posibilidad de ser elegido solo. Si yo me presento gano y nos ganamos una curul.

Llamé a Gaviria y le dije:

— Presidente, yo le estoy echando cabeza a esta vaina, pero entenderá que no la tengo clara, la decisión no es fácil.

Gaviria me dijo:

— Mire, Carlos, si usted acepta se lo voy a agradecer en el alma.

Renuncié y me inscribí en el Consulado de Colombia de Nueva York. Regresé al país, hice una campaña de un mes y me eligieron miembro de la Asamblea Nacional Constituyente.

Por Isabel López Giraldo

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JOSE(94138)26 de enero de 2021 - 08:25 p. m.
jajajajajajaja .... salieron a REBUZNAR TODOS "LOS LIDERES SUCIALES" DE LA IZQUIERDA "COMUNISTA CRIMINAL Y ASESINA" ...... sigan respirando por el "Q.L.O" .... vale "M.I.E.R.D.A" TODO LO QUE REBUZNEN ...!!
Ramo(89912)26 de enero de 2021 - 05:10 p. m.
Su viaje al Japon y rapido ascenso en la carrera diplomatica en la embajada de Colombia, no indica nada excepcional de CHT. Es una clara muestra de la "suerte" de los privilegiados delfines colombianos.
Berta(2263)26 de enero de 2021 - 04:55 p. m.
Ese "ministro" ni fue gran hombre, ni deja ningún legado importante; pasará a la historia como un fascista que buscaba sentarse en la Casa de Nari a cuestas de la represión del pueblo colombiano y del regreso infame del glifosato. No me alegra la muerte de ninguna persona; aún así no puedo decir que lamente la muerte de un posible cómplice del genocidio colombiano.
-(-)26 de enero de 2021 - 08:25 p. m.
Este comentario fue borrado.
Enrique(14966)26 de enero de 2021 - 07:19 p. m.
Si la otra vida existe debe estar rindiendo cuentas por todas las victimas de las masacres. Claro que desde allá debe estar agradeciéndole al títere Duque por la eficiencia en comprar las vacunas para los Colombianos. Cero colombianos vacunados a la fecha pero llenos los bolsillos de estos corruptos.
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