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Carta al padre, de Andrés Caicedo (70 años de su natalicio)

Se cumplen 70 años del nacimiento de Andrés Caicedo. Recuperamos estos fragmentos literarios que el escritor le envió a su padre, Carlos Alberto Caicedo, en 1971.

Andrés Caicedo
29 de septiembre de 2021 - 10:38 a. m.
Portada del libro "Correspondencia 1970-1973", registro epistolar del escritor colombiano Andrés Caicedo.
Portada del libro "Correspondencia 1970-1973", registro epistolar del escritor colombiano Andrés Caicedo.
Foto: Editorial Planeta Colombia

Sr. Carlos Alberto Caicedo:

1971 ha sido para mí un año diferente. Si yo un 30 de diciembre decidí partir hacia un viaje largo, difícil, era porque mi situación emocional en Cali no estaba estabilizada en lo más mínimo, lo cual producía un estado de angustia permanente, la angustia del burgués, ese sentimiento, ese cucarrón que se le mete a uno entre el esternón y que no puede sacárselo en todo el día por más que trate. Mis últimos tres meses en Cali fueron eso. Fracaso del Cineclub. Relación amorosa con Gladis, la mujer de Helios Fernández. Impulsos repentinos, huidas, la renuncia al grupo de teatro de la Universidad del Valle y al teatro en general, acontecimientos que todos unidos originaron un estado como de inseguridad y miedo, y que vino a manifestarse más directamente en mis incursiones a la mariguana y a la LSD. La droga. El descenso al infierno de la juventud que busca el paraíso, el estado eterno. El gran engaño, la proliferación de adictos a la droga, sobre todo dentro de los jóvenes burgueses, es muy diciente del estado de cosas. El joven se encuentra ante una situación que ofrece muy poco, el mundo que sus padres han construido para él y de pronto, la droga: la burbuja particular, el mundo donde lo privado se vuelve importante, el mundo encerrado y particular donde uno es el protagonista, donde uno es la figura principal.

Entonces viene la pérdida del sentido crítico de las cosas, del análisis a cambio de una supersensibilidad que hace ver todo bello, todo fácil, todo comprensible cuando la realidad y lo importante de las cosas es que aún hay mucho de fealdad, así las soluciones son difíciles de encontrar y muchas veces las personas y sus emociones son incomprensibles. Pero no por eso, por lo que todo es tan difícil, es que nosotros tenemos que luchar día a día por la lucidez. El que frecuenta asiduamente a la mariguana y a la droga descubre de pronto que todo se le soluciona, que puede conversar con la gente más fácil, que las relaciones son más limpias y menos llenas de prejuicios. Eso es lo inicial. Pero después viene la otra cara. El darse cuenta de la fragilidad de ese estado, de su artificialidad.

Pero ya no hay tiempo de volver atrás. Ya el modo de observar y de sentir se ha adaptado a ese nuevo estado y ya se tiene un lenguaje para definirlo y comunicarlo. Ya es el vicio. He conocido grupos de jóvenes, hippies, reunidos en una casa y pasando los días entre mariguana, LSD, cocaína, mescalina. Los he visto sentados todos en un salón grande ya sin hablar, ya no hay necesidad, cada uno encerrado en su universo estrecho, dedicados únicamente a sentir los efectos de la droga, a la larga ya siempre los mismos, día a día los mismos. Y viene después el cambio por otro estimulante, buscando la novedad que ya no se volverá a encontrar.

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Esa es la situación de la tan conocida “Gente Linda”, y no sólo son hippies. ¿Qué va a salir de esa generación, me pregunto yo, atemorizado, después de que he conocido en mi propia persona el error tan grave que es la nueva tendencia artificial de búsqueda de esa estabilidad de cartón? La burguesía, pues, en su decadencia, está originando la muerte prematura de sus últimos jóvenes. Los jóvenes lindos y moribundos.

Yo he decidido cosas en este viaje y para decidir he tenido que aprender. He aprendido por ejemplo que quien desee luchar por su lucidez debe perder el mayor contacto afectivo con la clase que domina, con la gente que rige y con la que gobierna. Yo he sentido hambre. He perdido la vergüenza de tener que pedir para comer, por ejemplo, y he comido de todo. He comido sobrados y los he comido con alegría. Pero también he comido comida campesina, buena comida, platados de yuca, de carne, de arepa. Porque he aprendido también que hay personas que lo ayudarán a uno. Y también que hay personas que se niegan a prestar ayuda. Y he aprendido que las personas que más ayudan, y las que obtienen alegría al hacerlo, son aquellas que alguna vez estuvieron pidiendo ayuda.

Yo pertenezco a una familia de clase alta pero que económicamente cuenta con los ingresos de una familia clase media, lo cual la sitúa de entrada en una situación compleja, crítica, de apariencias y de conflictos internos, tensiones que fácilmente pueden originar explosiones, finales. Todo ese proceso lo he tenido que afrontar yo. Y de ese proceso me han quedado complejos, frustraciones, temores, señales que no se borran del todo. El burgués tiene que afrontar entonces una lucha por la existencia, mientras que el proletario, el obrero, se ocupa únicamente de sobrevivir. Es por eso que el proletario no sufre de esas limitaciones. Para él el problema es más sencillo, aunque más agudo. Para él no existe la “soledad”, la “angustia”, el “tedio”. A él sólo le importa comer, sobrevivir. El joven burgués, que ya tiene asegurado el pan, tiene que hacerse a otra serie de problemas no gratuitos ni inútiles, pero decadentes, producto de una clase que se descompone. Freud, al asentar sus teorías exclusivamente en enfermos pertenecientes a la clase burguesa, ya hablaba de un tipo particular de alienación, la cultura burguesa, la educación occidental, que enfrenta a padres e hijos y origina destrucción y muerte.

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El hecho de que la relación entre tú y yo, por ejemplo, no se haya visto bien lograda, o sea que no haya podido existir una amistad, una necesidad mutua, se debe precisamente a eso, a la falta de seguridad que la burguesía es capaz de darle a sus miembros. La burguesía ofrece confort, sí, pero no seguridad. En el estado capitalista cuando un hijo nace de una familia, el estado coge a los padres y les dice: “Bueno señor, aquí le entregamos a este hijo para que usted se encargue de educarlo, de enseñarle todo lo que sabe, y de formarlo (sobre todo) para que sea después un buen ciudadano, o sea para que sirva para nosotros, para que nosotros lo podamos coger e integrarlo a nuestra comunidad como es debido”.

De lo anterior se desprende:

1. El padre se encarga de preparar al hijo a su integración al Estado (educación), pero el Estado no ayuda económicamente a la formación del hijo. Sale perdiendo el padre, gana el Estado.

2. Se forma un contrato, bajo el cual el hijo pertenece al padre, viene a ser propiedad, ya que se ha invertido en él tiempo, esfuerzos, etc. Sale perdiendo el hijo. El Estado gana, ya que puede volver más fácilmente propiedad suya lo que ya no es propiedad del padre. (De aquí se origina también el rembolso de lo invertido: una vez educado, el hijo, por contrato, debe devolver a los padres lo que ha sido invertido en él. Si esto no se produce, el hijo es un mal hijo, o sea un antisocial. “El que es mal hijo es mal todo”).

3. De esa educación por contrato y por propiedad resulta que el padre, engañado también, le transmite al hijo todos sus complejos y frustraciones. Salen perdiendo el hijo y el padre, ya que de aquí se desprende el choque entre generaciones, producto de una situación anormal. El estado gana, ya que esa lucha constante entre padres e hijos no atenta contra su seguridad, antes todo lo contrario: hace más débiles a sus miembros, más fáciles de dominarlos, de hacerlos propiedad. La lucha generacional, la delincuencia juvenil, el hippismo, no han hecho menos poderoso a Estados Unidos. Todo lo contrario. Ese es el difícil estado de cosas que se tiene que cubrir en la educación. Al final no resultará más que un manojo de padres e hijos frustrados, rumiando cada uno su fracaso como parte de la relación filial.

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Tu educación y formación católica, por ejemplo, hizo que tal estado de cosas, en nuestra experiencia, fuera más concreta, más palpable. Tu extraño comportamiento hacia mí en mi etapa preadolescente, comportamiento que siempre se vio expresado en violencia y que yo aún no entiendo, (tal vez se haya debido a que mi mamá me reclamaba a mí como propiedad suya, y tú te veías excluido), produjo en mi persona una desconfianza, una inseguridad, además porque en mi adolescencia yo nunca conversé contigo o viceversa, no me serviste de ayuda para nada, como no fuera para proporcionarme plata cuando necesitaba para fiestas o salidas. (A la larga lo mismo que sucedía con mi mamá respecto a mí). Es decir, ustedes no se dieron cuenta de cómo andaba mi vida, si era difícil o sencilla; qué inquietudes tenía, etc. Yo por mi parte me dedicaba a conocer las cosas que ustedes, en su moral católica, mantenían ocultas.

Mi primera experiencia sexual la tuve a los 15 años. Con una puta. Un desastre. Yo no sé, no tengo la menor idea, cuál ha sido tu comportamiento sexual. El otro día me insinuaste que habías tenido otras mujeres, ya que con mi mamá desde “la primera noche” las cosas no habían ido del todo bien. A mí me hubiera gustado saber todo eso. Si tuviste otras mujeres, conversar sobre eso, que me contaras. Pero no. Siempre ha habido silencio. Silencio de parte y parte. De ti no he conocido más que tu comportamiento dentro de la casa, cuando es obvio que debes haber tenido otras emociones, conocido otras personas que no entraban en los límites de la familia, amistades diferentes, etc. Yo conozco a mi papá pero desde que llega a la casa. El otro, el de afuera, no lo puedo definir.

Yo no sé ese estado de cosas cómo haya influido en la formación de mis hermanas. Parece que con María Victoria y Pilar fue más sencillo que con Rosario, creo. La hija de familia burguesa, que es formada en el hogar para que después salga a casarse, a firmar el otro contrato que es el matrimonio, y por el cual pasa a ser propiedad del esposo, está muy bien representado en María Victoria y Pilar. María Victoria, superficial de modo imperdonable cuando tiene todo a su mano para profundizar. Tal vez la causa haya sido el contacto estrecho con la civilización norteamericana, con la cultura del Reader’s Digest. María Victoria lee pero no analiza, adquiere cultura que no le sirve más que para conversar con sus amigas de oficina y sus amigos, todos “intelectuales” mediocres tipo Gerardo Bedoya o Azevedo, o burgueses sin el más mínimo interés como Edgar, el amigo de ahora, y ante cuya presencia he notado que ustedes respiran tranquilos ya que cubre todas las características para ser un futuro esposo de María Victoria: buena familia, decente, culto, conservador, etc, etc. Además que ella es siempre muy consciente de hacerse a la compañía de mediocres, ya que la presencia de algún hombre con verdadero talento la asusta, ya que puede poner en tela de juicio su superficialidad. Y Pilar. Pilar, la inteligente, la de brillante carrera. La tenemos ahora conversando de compotas y de remedios para niños, de recetas de cocina y de qué es mejor, si hacer el mercado en Belmonte o en la Galería Alameda. Junto a Marta de Estela y Lili Urdinola y esa gente de por allá.

Asustado, triste, ante esas dos realidades, yo creía al principio que algo violento les había sucedido, algún cambio repentino, cualquier cosa. Eran tan diferentes antes, pensaba yo. Pero estaba equivocado. Ellas no eran diferentes. Nunca lo han sido. Ahora están desempeñando la función para la que fueron educadas. Yo soy el que he cambiado. Ellas no. Ellas son exactamente iguales a cuando salieron del colegio, sólo que ahora es cuando han alcanzado su verdadera dimensión.

No sé qué sucederá con Rosario. Parece que con ella es un poco diferente. Su formación, por ser católicomarxista, es de hecho más profunda. Solo me queda desear que el matrimonio no la anule. Ahora que yo pase por Barranca voy a conversar con ella de todo esto.

Ahora voy a pasar a informarte de mis planes, a fin de iniciar desde ya una colaboración mutua. En mi caso, yo me abro, estoy abierto a todo, al diálogo, a la confidencia. Ante todo, me niego a ser propiedad de nadie. Me niego a ser propiedad de mi mamá, que es la persona que reclama más ese derecho.

Cuando llegue a Cali, voy a integrarme definitivamente al tec y voy a desarrollar por igual las tres actividades para las cuales tengo el talento suficiente. Pero talento no quiere decir una calidad inmanente, coeficiente de inteligencia, etc. Talento no es otra cosa que disposición al trabajo, a la labor creadora. Y esas actividades son la literatura, el teatro y el cine. Ya comprobé que no puedo suspender alguna de ellas sin descompensar mi formación, así pues, que a abordar los tres frentes.

Naturalmente, habrá que hacer reajustes, cuadrar horarios, revisar posiciones, todo eso estoy dispuesto a hacerlo. Y lo primero que haga en Cali, antes de dedicarme por entero al trabajo, será separarme de la casa. Ya es una decisión. Buscaré un apartamento, un estudio, el lugar donde se trabaje. Esto lo podemos conversar todo lo que sea necesario, pero en la casa no puedo seguir viviendo.

Viviendo en la casa soy una contradicción viva. Vivo en una casa con cuyas costumbres no estoy de acuerdo ni política, ni moral ni ideológicamente, entonces continuamente se están produciendo roces, tensiones, producto de mi situación anormal. Y lo más peligroso de esa situación son José María y Ana Cristina. Mi influencia sobre ellos es decisiva, eso es obvio hasta por razones geográficas.

Y ellos comprenden perfectamente que yo no soy parecido a nada de lo que están viendo en la casa, y saben además que las posiciones morales y políticas tuyas, de mi mamá, de Vickie, de todo el mundo, son contrarias a las mías. Entonces ellos también están en una contradicción grandísima, y muy peligrosa. No saben si decidirse por mí o por ustedes. Lo más seguro es que se decidan por ustedes, ya que ustedes son la educación. Pero dentro de poco ellos sabrán que yo soy lo nuevo y ustedes lo viejo. Estos términos no tienen nada que ver con edad ni con época. Sencillamente se es nuevo cuando se tiene posibilidad de cambio. Las personas envejecen y mueren cuando se niegan a cambiar. Ya ves cómo puede ser de fácil permanecer joven hasta la muerte. Lo único que se necesita es estar dispuesto a cuestionarse continuamente sobre la realidad, a renovarse cuantas veces sea necesario.

No quiero, pues, oponer conceptos tan radicales en los niños desde tan temprano, sobre todo cuando los síntomas neuróticos en ellos son evidentes. El viaje con Marta y Joel queda descartado. Si algún día hago un viaje de esos lo haré con la que sea mi compañera, la mujer que estoy buscando y que necesito definitivamente.

Mientras tanto mi residencia será Cali. Desde allí mi trabajo puede tener mejores vías de comunicación. Hay gente en Cali que me quiere y que me necesita. Por lo pronto, mi trabajo será una prueba de que aún esas personas pueden confiar en mí. En “esas personas” están incluidos, naturalmente, tú y mi mamá, los únicos miembros de mi familia que aún me interesan verdaderamente.

Mi formación política, como ya lo habrás comprobado, será marxista. La causa de esa definición está, creo, algo explicada en las posiciones que describo en esta carta. Confío que esta carta, primera que te escribo en mi vida, a los 19 años, cuando ya me siento un hombre, una persona capaz de responder a cualquier situación que la labor que he elegido me presente, sirva para iniciar una relación atrofiada por una cultura ineficaz y engañosa como es la implementada por la burguesía.

Yo, Carlos Alberto, ya, felizmente, no puedo considerarme un burgués. Las personas con las que trabajo, converso, discuto y hago el amor tienen sus intereses en la clase que se beneficiará del cambio. Mi aspiración es que mi obra pueda ayudar en algo a que ese cambio se produzca cuanto antes.

Todo hombre debe fijar muy bien no tanto sus amigos, sino sus enemigos. Mis enemigos desde ya son todas las personas que se nieguen a cambiar. De ustedes, de ti y de mi mamá, yo quiero hacer los mejores amigos. Esa es mi proposición. De ustedes depende darme la respuesta.

Hasta luego, cariñosamente,

Andrés Caicedo.

Por Andrés Caicedo

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