El Magazín Cultural
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La casa de las ilusiones

La casa Dalston es visitada día a día por cientos de turistas que buscan a través de un espejo escaparse de la realidad.

Alejandro Millán, Londres
08 de agosto de 2013 - 10:00 p. m.
La casa de Dalston y sus efectos, una de las sensaciones de Londres durante el verano.   / Cortesía
La casa de Dalston y sus efectos, una de las sensaciones de Londres durante el verano. / Cortesía

Huan Lin es chino. Acaba de llegar desde Pekín con su novia en un viaje de estudiante —y de enamorados, por supuesto—. Después de esperar durante una hora y media, Lin pudo disfrutar de esta intervención, que no es otra cosa que la réplica de una fachada de una casa victoriana de tres pisos, acostada en el suelo y en la que gracias a un enorme espejo puesto enfrente, a 45 grados, la gente puede hacer las cosas más absurdas, imposibles en la realidad. Para Lin no hay otra forma de definir la sensación:

“Me sentí como el hombre araña”, dijo sudando bajo el sol de este generoso verano inglés, después de pasarse cinco minuto buscando la mejor imagen para subirla a su perfil en Renren (la red social china), “es muy divertido poder hacer estas cosas que de otra manera serían imposibles”.

Desde el pasado 26 de junio, el Centro Barbican —un complejo de teatros y salas de arte emblemático de la capital británica— expone esta instalación de autoría del argentino Leandro Erlich. Según la presentación de la instalación, que está fuera del museo y en la pequeña calle Ashwin, “con ella, el artista cuestiona las ideas de percepción, representación y nuestra concepción acerca de la arquitectura a través de una ilusión óptica”.

“Cuestionar la percepción” y convertirla en imán para las cámaras. Tal vez nunca se ha visto una interacción tan grande entre una propuesta artística y la autofotografía. En el suelo, acostados, los protagonistas de los cinco minutos clickean sin parar para obtener la mejor imagen. Es una instalación 2.0, perfecta para Facebook o Instagram. Desde la fila, además, los que aguardan su turno también toman fotos del instante previo, del hecho que se repite frente a ellos y del cual también serán protagonistas.

“Vine porque lo vi en los periódicos. Traje a mi hija y le tomé bastantes fotos porque me parece que es algo divertido que vamos a guardar como un buen recuerdo”, dijo Froud, un vecino nacido y criado en el barrio, que va sonriente, de la mano de una niña rubia con los cachetes rojos de tanto moverse sobre la fachada. Desde que se abrió la muestra, unas 50 mil personas han hecho una fila enorme para interactuar con la instalación, que muchos han calificado como el éxito del verano en Londres.

Pero esta no es una aparición espontánea. El hombre detrás del fenómeno es el artista argentino Leandro Erlich, quien ya había sorprendido con un par de instalaciones anteriores: la Piscina y la Torre. La primera, presentada en 2001 en el museo de Kanazawa en Japón, consistía en una réplica de una alberca vacía, que gracias a un plástico que cubría la parte superior daba la impresión de estar llena, aunque la gente podía caminar dentro de ella. Como si estuviera sumergida, pero sin mojarse.

La segunda, estrenada en 2007 en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía en Madrid, era una versión real de la película de Christopher Nolan, El Origen. Mediante el uso de espejos y plásticos, Erlich lograba darle a un edificio estándar unas dimensiones irreales, donde se podía flotar en medio de un pasillo.

“En la mayoría de mis obras lo que trato de hacer es un cuestionamiento del espacio cotidiano, de una oficina, un edificio o una casa como la de Dalston. Y que al momento de interactuar, se cree una historia. Pero, además, que la gente sepa cómo sucede el truco, nada de ocultarlo. La gente que acude a Dalston ve el espejo e inventa sus propias ilusiones”, dijo Erlich en conversación con El Espectador.

Uno de los cuestionamientos que ha sufrido la instalación de Erlich es que es considerada una obra superficial. “Es un arte bobo. Son puros efectos especiales que no se acercan a lo que es arte”, escribió el periodista y crítico Rodrigo Cañete en su blog loveartnotpeople.org.

“Yo creo que ese tipo de apreciaciones llegan porque tenemos el concepto de que las cosas que nos entretienen no tienen sentido. Son banales. Y no es así. En esta obra el sentido del humor es un elemento básico. Durante años hemos visto el arte y su apreciación como un acto solemne y aquí lo que queremos es que cada uno viva su experiencia y que a la vez se divierta”, se defendió Erlich.

Hablando de diversión: durante los casi 20 días que la casa ha estado abierta al público, ha sido escenario de incontables hechos curiosos y, por supuesto, divertidos, que le han entregado color al evento: una pareja de amigos que decidió disfrazarse como el Hombre Araña y Batman y se tomó los muros de la obra, o una pareja de recién casados que se hizo las fotos oficiales de su matrimonio en las paredes de la fachada.

“Me gustaría hacer una instalación parecida en Colombia. Sin embargo, como hice en Dalston, necesito observar los procesos urbanos que suceden en las ciudades para poder hacer una versión de la casa. Pero me encantaría”, dijo Erlich.

Son las siete de la noche pero el sol del verano londinense apenas está comenzando a caer. La fila se cierra, mientras los últimos juegan brincando de ventana en ventana para llevarse la última postal. Entre ellos está Jo, una rubia que se ha puesto de cabeza en medio de los marcos de las ventanas y no ha parado de reir.

“Me ha parecido sensacional, es grande, en la mitad de un barrio como Dalston… genial”, y ante la exaltación de la mujer lanzamos una pregunta: ¿Usted cree que esto puede ser considerado arte?

“Por supuesto, el arte es diversión”.

Por Alejandro Millán, Londres

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