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Cine, panfleto y censura

Los temas del cine y su compromiso, el cine de autor y el comercial, y la necesidad de tocar fibras sensibles que lleven a una conciencia reunieron a Lisandro Duque, Alexandra Cardona y Libia Estela Gómez, en un foro organizado por Canal Capital.

Fernando Araújo Vélez
14 de marzo de 2015 - 01:54 a. m.
El director y guionista Lisandro Duque.  /Archivo - El Espectador
El director y guionista Lisandro Duque. /Archivo - El Espectador

Entonces Lisandro Duque recordó que hubo un tiempo, por allá en los 60 y 70, cuando había más discusión que películas. Habló de la guerra de Vietnam y de la Revolución Cultural china y de la constante opresión, y dejó sobre el ambiente a Cuba y la bahía de Cochinos y sus retirados cercos, la masacre de los estudiantes de Tlatelolco en México y mayo del 68; las dictaduras de los 70 en Argentina, Chile, Brasil, Uruguay y Paraguay; el asesinato de Víctor Jara en el estadio Nacional de Santiago de Chile; Costa Gavras; los desaparecidos de allá de acá.

Como en un flashback, la sala se llenó de viejas y no tan viejas bombas, de botas militares, de bolsas negras con cuerpos que se lanzaban al mar, de redadas, de sospechosos, los sospechosos de siempre, de muchachos inocentes pasados como guerrilleros y masacrados por uno o varios coroneles para obtener un ascenso, de madres llorando, de una sociedad permisiva e indiferente. Surgieron canciones: “Yo pisaré las calles nuevamente de lo que fue Santiago ensangrentado”. Surgieron poemas: “Y el olor de la sangre mojaba el aire, y el olor de la sangre manchaba el aire”.

“Hoy hay más películas que discusión”, dijo luego Duque, y la sala se pobló de frases. “El arte con un compromiso debería ser permanente, aunque debería distanciarse siempre del panfleto”, dijo Libia Estela Gómez, académica, directora del programa La vida es corto. “Los cineastas están para contar historias y por medio de ellas crear una memoria”, dijo Alexandra Cardona, directora de Retratos de familia. “Cuando el público se sale de una película porque no le gusta el tema, demuestra su intolerancia, dentro de un país, este país, absolutamente polarizado”, dijo una mujer entre el público.

Hubo puntos suspensivos, que eran la sensación de cientos de miles de pesadas gotas de injusticia, porque de sobra se sabía y se ha sabido quiénes heredaron el mundo con miles de privilegios y se encargaron de perpetuarlo y multiplicarlo, valiéndose de las enseñanzas de sus ancestros, y entre artimañas, verdades maquilladas, chantajes, sobornos, diversión, sangre y látigo y opresión, convencieron al mundo de que su mundo era el mejor de los mundos posibles, y de que, además, era y es inmodificable. El reino de lo inmodificable. Dios: inmodificable. Amor: inmodificable. Patria: inmodificable. Ley: inmodificable.

Sin ningún tipo de recato, ellos sí apelaron al panfleto desde sus posiciones. Apelaron al adoctrinamiento, a la letra con sangre entra y a otros ardides más dolorosos. Compraron el cine, o el gran cine, y a sus directores, y como golosina les dieron premios y los condecoraron en festivales creados por ellos o, en últimas, adquiridos por ellos. Si algo comenzó a tener éxito, ellos lo potenciaron según sus condiciones, que eran mantener el estado de las cosas que siempre les ha convenido. Exhibieron sus filmes, y sacaron de cartelera aquellos que no eran de sus preferencias. “Misteriosamente, siempre sale alguien a impedir que se muestren ciertas realidades”, denunció entre los puntos suspensivos Alexandra Cardona. La dictadura del éxito, la dictadura del dinero.

Y así compraron la Historia, que era la verdad. Contrataron historiadores y pagaron libros de texto que dijeron su verdad, y la divulgaron desde ministerios ocupados por ministros que ellos designaron, amparados en leyes que otros como ellos promulgaron. Los llamaron estatutos, y ante cualquier duda, la respuesta era “los estatutos lo dicen así”. Su historia era y fue la verdad, la verdad de los ganadores, a quienes después les erigieron monumentos que inmortalizaron sus proezas y su vida y sus maneras de pensar. Monumentos verdad, monumentos ejemplo por seguir, monumentos camino, principio y fin de la vida. Monumentos, en últimas, a su sistema de cosas. Piedra, mármol y arcilla.

Compraron la prensa, pues la prensa decía la verdad. Entonces ellos comenzaron a decir y a ser la verdad por intermedio de sus periodistas. Compraron la Iglesia, las iglesias y los credos y las biblias, porque Dios era la verdad. Compraron la educación para preservar su sistema e impartir sus códigos. Colegio, universidad, trabajo, matrimonio, hijos, y volver a empezar. Compraron la moda y la patria, la ciencia, el arte y el pensamiento, el ruido y el silencio... Pero ante todo, y sobre todo, compraron la idea de que todo era y es inmodificable. Apertrechados detrás de sus pertenencias, por decenas de años han moldeado a un público que no gusta de otras obras que no sean las suyas, y que se sale de una sala de cine si el tema no es te amo y te amaré toda la vida.

 

 

faraujo@elespectador.com

Por Fernando Araújo Vélez

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