El Magazín Cultural

Cinecritura: abril en Bogotá

Estos tiempos son como un gran paréntesis, un día suspendido sobre el cual -podría pensarse- recorre la vida real y la vida propia. Recorre el calendario como un silencio impalpable.

Valentina Giraldo Sánchez
13 de mayo de 2020 - 08:39 p. m.
Considerada como una de las imágenes más surrealistas de la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19 el 6 de noviembre de 1985. / Archivo particular
Considerada como una de las imágenes más surrealistas de la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19 el 6 de noviembre de 1985. / Archivo particular

En el capítulo “La Erudición del Primo Walter y Las Manzanas de Tristram Shandy” del libro Palinuro de México escrito por Fernando del Paso, el primo Walter -uno de los personajes- recuerda cuando el escritor inglés Lawrence Sterne -autor del libro Vida y Opiniones del Caballero Tristram Shandy- se pregunta cuándo las manzanas del granjero empiezan a ser suyas. ¿Cuándo las siembra? ¿Cuándo se las come? ¿Cuándo las digiere? O quizá ¿cuándo las caga?... La respuesta es que no hay respuesta. Nadie tiene una respuesta, luego de esta respuesta que no es respuesta el primo Walter le pregunta a Palinuro cuándo su vida empieza a ser de su propiedad. ¿Cuándo el espermatozoide fecunda al óvulo en la ampolla de la trompa de falopio? ¿A los 23 días cuando el corazón comienza a latir? ¿O cuando naces, a los 180 días, para cumplir con el mínimo de viabilidad que señala la ley? ¿O cuando das los primeros pasos? ¿Cuándo tienes la primera pelea y te duelen los puños? ¿O cuando tienes tu primer muerto y te duele la vida? ¿Cuándo una tarde, bendita y maldita entre todas las tardes te sales de tu casa a los 16 años para comenzar tu vida y descubres que si el mundo no estaba en tu hogar, tu hogar no está en el mundo?

Me pregunto entonces, ¿cuándo mi vida empieza a ser mi vida? ¿Cuando me implanté en las paredes del útero de mi mamá? ¿Cuando me robé unos lápices de colores en primer año porque los míos no eran tan lindos como lo de mi compañera? ¿Cuando lloré viendo el rey león a los seis años? ¿Cuando la incertidumbre de la adolescencia me atravesó el cuerpo para llenarlo de pelos y hormonas? ¿Cuando me gradué? ¿Cuando entré a la escuela de cine? ¿Cuando lloro viendo una película? ¿Cuando abrazo? Y siendo esto, ¿cuándo mi vida deja de ser mi vida? ¿Cuando la tradición genética del cáncer en la familia me impida morirme de vieja? ¿O cuando descubra que estoy en un trabajo que no me gusta porque vivir de hacer películas -o escribir sobre ellas- es muy difícil? ¿Mi vida en algún momento ha sido mi vida? ¿O simplemente es un péndulo que obedece a algún orden cósmico que desconozco? Estoy a punto de cumplir 20 años, y parada en medio de la carretera del calendario no sé si mi vida ha sido mía en alguno de los 7305 días que llevo respirando. Ahora bien, es casi imposible no preguntarse en dónde queda el papel de esta vida que es nuestra y a la vez no en medio del encierro que supone no caer entre alguna de las miles de personas contagiadas en este país.

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La idea de habitar un mismo espacio hace que nuestro lugar cobre un sentido diferente. El lugar en el que me encuentro es mi lugar, es mi habitación con todas sus cosas que también son mías. Estoy en mi lugar, pero me siento fuera de lugar, no me encuentro. No sé si mi vida simplemente está en un stand by o en un coma inducido social o simplemente conmocionada. El contraste de esta emoción me recuerda a una de las imágenes más compartidas por mis contactos de Facebook de un documental llamado La Toma y dirigido por Miguel Salazar y Angus Gibson. En la imagen vemos a las fuerzas militares intentado entrar al Palacio de Justicia, todo es caos, conmoción y angustia. De manera paralela un hombre mayor se acerca a alimentar a las palomas. Ambos actores (militares y el hombre que alimenta) comparten un mismo escenario, la plaza de Bolívar y el país (Colombia). Los antónimos constantes de las imágenes en los momentos de crisis son altísonos de nuestra sociedad que contrastan con la belleza sencilla y la entropía surreal de las ciudades. La Toma del Palacio de Justicia representa en la memoria nacional colombiana un tropos de la desaparición y la tragedia. El hombre que alimenta a las personas es la paciencia, y por qué no, también la esperanza. En el Palinuro, la masacre de Tlatelolco se nos es contada a manera de comedia del arte. Con todos sus personajes, La Colombina, El Saltimbanqui y La Muerte. La masacre y el género teatral Fernando del Paso los pone en un mismo escenario, en el libro y en el país (México). Estas imágenes (la audiovisual y la literaria) se componen en un diálogo desde el cual los extremos se abrazan y crean nuevos espacios para la significación, la memoria y la vida. ¿Empieza acá la vida a ser nuestra? ¿Con la consciencia de la patria? ¿Con la tristeza a la que conlleva? ¿O con las resonancias que encontramos en países que aunque distantes, son hermanos? Y todo esto ¿porque en nuestros territorios llevamos a cuestas un pasado y presente convulso?

Durante esta intermitencia del contacto y la ciudad que se resume a los paisajes que podemos ver desde nuestras ventanas, la importancia del habitar los espacios de las páginas, las preguntas y las películas surgen como un gesto de amor que construye una reflexión paralela al caos frío de la pandemia. Por eso escribo, para gestar otro espacio. Para espacializar lo que pienso. El pensamiento rasguña el cuerpo. El estar fuera de lugar y el desarrollo de esta vida que es nuestra pero a la vez no se manifiesta en los pequeños momentos en los que nos permitimos ser creando y asistiendo a nuevos espacios sobre los cuales se manifiesta la vida. En la memoria, las imágenes anónimas de la ciudad que vivo desde mi ventana vuelven de manera recurrente. Recuerdo el paro nacional del año pasado, recuerdo la multitud de cabezas marchando vistas desde un piso alto. Recuerdo los carteles, a mis amigas pintando estaciones de policía. Recuerdo también la noticia de una mujer que en ropa interior se metió a nadar en un gran charco de la avenida de Las Américas en una tarde lluviosa y bogotana. Son altísonos de esta sinfonía capital que atraviesa en el ansia y en el tedio. Pienso en los electromusigramas del Palinuro, de nuestras Taquicardias en Re Menor. Dentro de esta sinfonía, mientras tanto, estamos en un intermezzo. Quizá un poco tragicómico, quizá más trágico que cómico.

Estos tiempos son como un gran paréntesis, un día suspendido sobre el cual -podría pensarse- recorre la vida real y la vida propia. Recorre el calendario como un silencio impalpable. ¿Será que la vida empieza ahora a ser nuestra cuando la pensamos suspendidas en un paréntesis espacio-temporal? ¿Cuando nos sabemos habitar en un cuerpo inmóvil? O simplemente esta vida no es nuestra por el simple hecho de la anulación que implica estar en un confinamiento. Vuelve el hombre alimentando a las palomas y La Muerte coleccionando los zapatos de las personas desaparecidas. También son tiempos suspendidos. Son caminos bifurcados, abriles ahogados y dolor en el corazón.

Buscar en la memoria las veces vividas en diferentes lugares y espacios permite hacer de este paréntesis una cartografía que en retrospectiva nos muestra una vida y sus áreas habitables. Hoy nuestros espacios se trazan en las finas líneas de un libro, de una película o una llamada. Quizá esta vida en algún momento sí fue nuestra pero desde ahora no lo será más porque el confinamiento es como una especie de mudanza. A pesar de que estemos en un mismo espacio, nos mudamos de manera casi constante. Mudamos nuestras maneras de comunicarnos, mudamos nuestra manera de querer y nuestra piel también está en mudanza. Lo que camina con nosotras -en nuestros cortos pasos actuales- quizá esté en riesgo de extinción. O quizá no. Pienso en las salas de cine, en las librerías, en el campus de la universidad. ¿Y qué pasará con esas cosas que yo creía -¿o creo?- que hacen parte de mi vida? Si esas cosas se van ¿mi vida que quizá si fue mía se va con ellas? A lo mejor no. Sólo es adaptación, transformación y cambio. Y a pesar de las fronteras creo que nunca habíamos habitado un mismo espacio en un mismo tiempo. Por lo pronto, una de las maneras de recorrer esos lugares y a esas personas que no podemos ver es nombrándolas. Llenando con el eco de la voz cada uno de nuestros rincones. He decidido nombrar a mis amigas todos los días, nombrar a las luces mágicas del cine y al devenir amable del Palinuro. Para llenar vacíos y recordar espacios. Desde la distancia y desde el corazón.

Por Valentina Giraldo Sánchez

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