El Magazín Cultural

Clarice Lispector: “¡Se muere mi personaje!”

Decían que a Clarice Lispector no se le entendía lo que escribía, y puede que aún lo digan, porque desde que murió, en 1977, no han cambiado mucho las pretensiones de los amantes de las normas.

Laura Camila Arévalo Domínguez- @lauracamilaad
19 de diciembre de 2019 - 03:05 p. m.
Clarice Lispector nació el 10 de diciembre de 1920 en Vinitsa, Ucrania y  falleció el 9 de diciembre de 1977, Río de Janeiro, Estado de Río de Janeiro. / Placard Cultural
Clarice Lispector nació el 10 de diciembre de 1920 en Vinitsa, Ucrania y falleció el 9 de diciembre de 1977, Río de Janeiro, Estado de Río de Janeiro. / Placard Cultural

“No escribo para agradar a nadie”, decía, pero aun así debía enfrentarse a las cabezas de la intelectualidad de su época, que se encargaron de rechazar sus textos. Cuando era una niña, por ejemplo, le dijeron que sus contribuciones no serían aceptadas en el Diario de Pernambuco porque solo hablaban de puras “sensaciones”.

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¿Y de qué más podría hablar Lispector?, si su sangre venía cargada de pura emoción. La misma con la que sus padres decidieron huir hacia Brasil de la persecución a los judíos. Eran ucranianos y fueron humillados hasta el hartazgo. Escaparon agotados de tanta violación, de tanto miedo, de tanto horror.

El nombre de la niña, que salió a los dos años de su país, fue Chaya Pinkhasovna Lispector, que luego cambió por Clarice, para que comenzara de cero, tal vez un poco más parecida a sus nuevos vecinos, un poco más cercana, menos distinta, judía, rechazada. El plan de comenzar a uniformarla con el resto de brasileños no funcionó muy bien: la mujer se dedicaría a escribir hasta su último suspiro, y lo haría bajo sus reglas. La familia de Lispector soñaba con pertenecer a alguna tierra, y ella voló con ellos, pero fue incapaz de sostener su bajo perfil, ya que al convertirse en escritora, sus letras la delatarían como la diferente, la sensible, la visceral.

En 1939, entró a estudiar Derecho en la Universidad de Brasil, donde continuó su formación como “bicho raro”. Aunque en su adolescencia ya se había encontrado con las letras de Monteiro Lobato, Joaquim Machado de Assis, Jorge Amado, Fiódor Dostoyevski y Rachel de Queiroz, en sus días de universitaria el mundo se hizo más injusto y la condición humana más compleja. A pesar de sus inquietudes, decidió casarse con el diplomático Maury Gurgel Valente, y se suspendieron sus dudas, ya que se convirtió en una esposa. Dejó su familia, su país y su carrera como periodista y escritora, que para ese tiempo ya comenzaba a perfilarse gracias a sus colaboraciones en periódicos y su maestría con las palabras.

Desde que nació, Lispector se cargó una responsabilidad que no le partió la espalda, pero sí la paz mental. A su madre, Mania Krimgold, la violaron un grupo de soldados durante los pogromos: los linchamientos a la población judía durante el Imperio ruso. Fue contagiada con sífilis, y su hija, que padecía el sufrimiento de su mamá en silla de ruedas, se comprometió a comportarse para salvar a su madre. Si se portaba bien, no moriría, pensaba; pero no funcionó, sí murió, la sífilis se la llevó, y ella, que se hubiese liberado de ese peso con su partida, quedó con la inaguantable culpa. A pesar de haberse casado y de aceptar vivir entre las dinámicas de lo socialmente aceptado, su escritura nunca se pudo moldear. Porque su vida, desde que nació, no había sido la de alguien corriente. Llegó al mundo siendo pobre, en el seno de una familia rechazada, así que escribir, ese acto que ella misma describió como el más íntimo del mundo, no iba a reflejar a una mujer común.

El triunfo, Cerca del corazón salvaje, El ilustre, La ciudad sitiada, Lazos de familia, La manzana en la oscuridad, y la más aclamada, La pasión según G.H., fueron obras atravesadas por sus experiencias como ama de casa, mujer acomodada y joven educada, pero también por sus inquietudes por la condición humana y sus alcances. Los viajes en los que transcurría su vida, que eran constantes, gracias al trabajo de su esposo, su inestabilidad, su rol como madre (tuvo dos hijos) y los requerimientos para escribir, que, según ella, tenían que ver con un soporte que le permitiera dedicarse a eso, y solo a eso, la llevaron a conclusiones que plasmaba pegando palabras de forma inusual. Sus personajes eran complejos, pero se abstenía de narrarlos analizando su psique. Prefería limitarse a describirlos, así el lector podría adoptar sus posturas libremente.

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Su última mudanza con su esposo fue hacia Washington. Allá se divorció. Regresó a Río de Janeiro y retomó la escritura. Buscó su autonomía como autora y comenzó a conseguir independencia económica.

En 1966, la escritora se quedó dormida con un cigarrillo prendido en la mano. Se incendió toda su habitación. Su mano derecha, que estuvo cerca de ser amputada, no volvió a recuperar la movilidad. Su cabeza vivió los años que restaron de su vida entre la voluntad por escribir y una depresión similar a la de su madre. A pesar de todo, continuó produciendo obras que la convirtieron en una de las escritoras más importantes del siglo XX.

El 9 de diciembre de 1977 murió a causa de un cáncer de ovario. “¡Se muere mi personaje!”, le gritó a su enfermera, y su boca expulsó la última prueba de que cada segundo vivido, así no estuviese frente a una máquina de escribir, lo dedicó a la literatura.

Por Laura Camila Arévalo Domínguez- @lauracamilaad

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