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Columpiarnos juntas (Cuentos de sábado en la tarde)

Te puedo ver columpiándote. Te impulsas, estiras tus piernas, largas, como las mías; y luego, cuando el repentino silbido de las cadenas te asusta, las recoges, haciéndote pequeña. La más pequeña de las criaturas sobre esta tierra. Tu cabello, largo, alaciado, flota enredándose ligeramente contra el tronco del árbol. Es tan largo, tan delgado...

Juana Carolina Morales García
28 de noviembre de 2020 - 08:00 p. m.
"El columpio vacío susurra en medio de los canarios. Las cadenas se detienen. Caigo de rodillas al piso, y me despido en silencio".
"El columpio vacío susurra en medio de los canarios. Las cadenas se detienen. Caigo de rodillas al piso, y me despido en silencio".
Foto: Pixabay

Me impresiona que no se quede atrapado entre las cerdas del cepillo cuando te peino; cuando en silencio, a las primeras horas de la mañana, mientras ambas parpadeamos somnolientas, te peino, trazándote los delgados hilos cafés que se alargan sobre tu cabeza. A veces te das la vuelta, y me sonríes a través de la ventana. Y no puedo distinguir tus ojos, quizás grises, como los de tu abuela; quizás negros, como los de papá. Sonríes de lado, queda, como si posaras para una foto; para la portada de todo un álbum.

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Y luego te aventuras, estiras las manos. Mi corazón se acelera. Pienso que quieres saltar. Sé que quieres saltar. Esperas un par de oscilaciones más. Tus piernas se estiran, al máximo, y pasas de ser la criatura más pequeña del mundo a un flamenco de piernas extensas. Vuelas con la gracia de las plumas, y te ríes, como si no hubiese sensación más deliciosa que ese vacío en tu estómago y el aire tibio que se cuela en tu falda. Me tiemblan las piernas. El cosquilleo del vacío se traslada a mi cuerpo, mientras te veo regocijarte, deseando que el columpio dé una vuelta completa y te dispare a la nada. Sé que no quieres quedarte aquí.

Veo en el reflejo de la ventana mi cara pálida, mis labios partidos, los párpados sudorosos. Y el columpio lo logra, da la vuelta completa; el silbido de las cadenas irrumpe la tranquilidad de los canarios en el jardín. Mi cabeza palpita. El columpio da dos vueltas, estruendoso, con sus cadenas largas cacareando, rompiendo mi tranquilidad. Te siento lista, y sé que debo despedirme, porque lo lograrás. Saldrás disparada al vacío infinito de ese aire caliente de junio, adelantándote al noviembre en el que debías nacer.

Te estiras, inmensa, y te siento escurrirte. El columpio vacío susurra en medio de los canarios. Las cadenas se detienen. Caigo de rodillas al piso, y me despido en silencio. No valen la pena las lágrimas, lo aprendí desde la primera vez. No vale la pena susurrar tu nombre en medio de la cocina. No vale la pena llamar a tu papá, o a tu abuela. Quizás no valga la pena siquiera pensar de nuevo en tu cabello delgado, en tu sonrisa ladeada, en tus ojos indescifrables. Te siento escurrirte en medio de mis piernas. Reconozco en mis medias veladas tu sangre, la mía, que debió rebosar tus mejillas sonrojadas. Y me tranquilizo, digo: quizás la tercera no es la vencida, y quizás no hay que seguir intentando. De pronto en otra vida tengamos la oportunidad de columpiarnos juntas.

Por Juana Carolina Morales García

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gaj(kitsn)28 de noviembre de 2020 - 10:51 p. m.
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