El Magazín Cultural

Como me han dicho que te vas de viaje (Cuentos de sábado en la tarde)

Comunicaba de buena gana Alvarito Cepeda a su amiga Juana cuando éste se enteró que de Ciénaga se mudaba a los EE.UU., aquella divina mujer de cabellos crepitantes y pechos pulposos a quien él le había dedicado un libro de cuentos.

Leydon Contreras Villadiego
07 de septiembre de 2019 - 08:56 p. m.
Cortesía
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(Homenaje a Álvaro Cepeda)

“Los huracanes nacen en Siape y luego se mudan a la Florida”.

Cepeda se toma su tiempo para argumentar lo de los huracanes del barrio de pescadores en Barranquilla, no tanto por enterar o prevenir de algo a la bella rubia que se iba de viaje dentro de poco ni a quién quisiera escucharlo en ese mismo momento. Sino por aliviar un poco la irresistible y estricta necesidad de tener que explicar el carácter verosímil de su último “descubrimiento”, respecto a la onírica y magistral teoría de su gran amigo “el viejo” Fuenmayor.

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“El viejo” llegó a afirmar que un día, probablemente un domingo y durante las horas resolanas después del almuerzo, todos los elefantes de la Atlántida se echaron a dormir al mismo tiempo. Ante la pesadez de aquel sueño desmesurado, los helénicos paquidermos comenzaron a soñar líricamente sobre el ronquido polifónico de sus sabias trompas. Lo que de inmediato decantó en la irrevocable consecuencia, en que los cimientos de la mítica isla cedieran hasta tal extremo, que en cuestión de minutos el magnífico brote insular aterrizara de lleno en el profundo y perdido lecho marino, sacando del juego histórico y de una pestañada, a la más culta y adelantada civilización de la que se haya tenido noticias.

La intriga es que ambos asuntos esperan patentes lo mismo que soportes comprobables. Mientras tanto, la discusión de las teorías se traslada no solo a los ámbitos académicos, científicos y mitológicos, sino que también pasan a ser sustancia imaginativa de los nuevos metarelatos que buscan explicar el Caribe.

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Sea lo que sea, de todos modos intento reflexionar en qué pensó la inmortal Juana. Seguramente la pasó bien echándose a reír allá en la yunai, cada vez que se acordaba de los cuentos y seguro también llegó a extrañar los descubrimientos literarios de los amigos que la esperan de este lado del Atlántico. Por ahora solo sé que sigo enamorándome más y más de Juana, a quien Noé León le dijo que su retrato se lo debía pintar Obregón, porque a él era el único que le salían bien las monas.


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Por Leydon Contreras Villadiego

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