El Magazín Cultural

Confesión (casi) total de otro patiero

Una de las cosas que más me enaltecen en la vida es recibir el libro de un amigo, así sea virtual al inicio: luego, real.

Luis Carlos Muñoz Sarmiento
31 de octubre de 2018 - 10:09 p. m.
Cortesía
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En efecto, con ocasión del XI Encuentro Internacional de Escritores de Sincelejo, tuve la fortuna de heredar el bello libro de poesía, con dedicatoria ya fijada, Ojos viendo pasar el mundo (Editorial Artes y Letras, 2017), del orgulloso campesino y colega Cristo García Tapia (Chochó, Sucre, 1951), de quien también podría decirse que es un auténtico patiero, como lo fuera el gran Héctor Rojas H. Ya desde la carátula se siente la mirada sincera y ética por honesta del poeta, así como la mirada ídem de su esposa Betty, autora a su vez de la toma de esos cuatro ojos, mitad en color, mitad en b/n, que es como a intervalos irregulares se ve la vida; además, con un sugerente sentido de igualdad, desde la doble mirada de padre/madre y hombre/mujer inmersos en una sociedad machista y desigual.

En su libro, se nota una voz singular, propia, ajena a la impostura y contenta de lo telúrico, de un poeta cuyos ojos ven pasar el mundo grato e ingrato, luminoso y oscuro, vital y letal, siempre con la sensibilidad a flor de piel y dispuesta a percibir por igual fortunas y desgracias, certezas y avatares, penas que laceran y pócimas que salvan, así al final el lector deba volver a aterrizar en una latitud que no engaña a los sentidos, al cuerpo ni a la mente, menos, al corazón: corazón que sale fortalecido y airoso, exánime y aun así exento de fracaso, luego de una lectura tan gratificante, por estar a medio camino entre la sencillez y la profundidad, como aleccionadora, por hallarse inmersa entre vida y muerte, risa y sollozo, amor y dolor, incluso con recurrentes ramalazos al hecho trágico y, en simultánea, liberador, del suicidio: “En su faz, si miras a un ahogado, / el plancton de la melancolía. Si a un ahorcado, pendiendo de una / cuerda, / la rotunda indefensión de un hombre” (p. 76).

El de su hermano mayor, Jorge Efraín (romántico e inconsciente nombre mezcla de autor y personaje), quien el 6/oct/2013 decidió irse por su propia mano, como lo dice el poeta con una sutileza que doblega/ennoblece: “Bajo el agobio del día, / caprichosa luz en extinción, / un hombre sitiado por la desolación ve / ondear su cuerpo” (p. 104). Ya antes, en otro poema: “Un patio que se ocupa de la primitiva / edad de mi madre. / Del ahorcado que cuelga en la tarde/ de mis párpados” (98). Y más atrás, lo citado y, no obstante, humano, más que necesario, de reiterar: “En su faz, si miras a un ahogado, / el plancton de la melancolía. / Si a un ahorcado, pendiendo de una / cuerda, / la rotunda indefensión de un hombre” (76).

Así, pronto comienzan a aparecer palabras clave: ojos, patio, árbol, pájaro, madre, padre, hermana, abuela, materia, caverna, viento, atardecer, ahorcado, unidad, erotismo, mirada, mar, estridor (canto de cigarras/chicharras). También, figuras literarias: Una entre miles de posibilidades de la semilla, el pájaro (metáfora, p. 30). Uno debería tener una mujer/ que al levantarse, / a cualquier hora, / nos abra siempre las puertas/ del día (sinécdoque, 13). O solitarios como lobos, han emigrado, / a las frescas y altas montañas del origen (símil, 17); Lejos de aquellos días de jornalero precoz, / sol paradojal, / aun quema en mi madre tu brasa inclemente/ sobre mí (metonimia, 105); Y el sueño, / tiniebla o luz, efímera inmortalidad (oxímoron, 41); De loros y pájaros sobre altos y/ tupidos árboles. / De grillos profanando la sacralidad/ de la hierba. / Del estridor de las cigarras apagándose/ en la luz (anáfora, 97).

Y con joyas de creación como cuando la materia deja de ser sombra, de Platón, y ahora su átomo es “presencia viva en la pared de la caverna” (26). El universo es el ojo (25). En lugar de ti, / […] un rayito de sol (85). Si no es el patio, los pájaros, alisios/ descarriados. […] ¿Qué es poesía? (84) Tal vez, / […] sea sueño la poesía. / Fugacidad del instante. Nunca/ memoria (30). Más que en tu Dios, / creo en la firmeza de tus senos/ lastimando dulcemente mis labios (122). ¿Qué se lleva el que parte? El uno y lo absoluto. / La inmortalidad del instante (44). Uno e indivisible: El patio y mi madre somos uno/ e indivisible. / Como la tarde y el viento. / Como el pájaro y el árbol. (95). ¿Qué comeremos hoy? / “Candela de marzo”, / respondía maternal su voz. / […] A pan recién horneado, / aquella candela de marzo sabía (103). Me siento y la función empieza: / el circo soy yo (127).          

He aquí la confesión (casi) total de otro patiero: ser que ha deambulado entre los árboles frutales de su patio de infancia o del jardín de su madre centenaria que cultiva musaendas, oyendo la voz del tiempo, entre los ramajes de unos y de otro/as. El casi, no es insuficiencia sino sinónimo de parcela, en tanto Cristo, García, claro, habla de su muy subjetiva/objetiva visión del mundo y de su concepción poética, centrada en la vida cotidiana, en los amores y dolores que nos colman y/o rebajan, en la tremenda fuerza cósmica y erótica que por fortuna nos supera, para hacernos conscientes de nuestra grandeza y que, por complemento más que por contraste, nos conmina a reconocer nuestra pequeñez, aquí en este lejano puntico azul, del que habló el polímata Carl Sagan: todo ello, con un hondo sentido ontológico, en tanto desvelo/búsqueda por las infinitas variaciones del ser y su devenir existencial/metafísico.   

Por Luis Carlos Muñoz Sarmiento

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