El Magazín Cultural

Confesiones de Alejandro Gaviria

Revivimos una entrevista que se publicó inicialmente en el 2018 y que pertenece a la serie Historias de vida que El Espectador publica semanalmente, realizadas por Isabel López Giraldo.

Isabel López Giraldo
23 de mayo de 2019 - 05:25 p. m.
Alejandro Gaviria, exministro y nuevo rector de la Universidad de Los Andes, quien asegura que disfruta de los momentos en soledad y la poesía en esta entrevista concedida a Isabel López Giraldo.  / Cortesía
Alejandro Gaviria, exministro y nuevo rector de la Universidad de Los Andes, quien asegura que disfruta de los momentos en soledad y la poesía en esta entrevista concedida a Isabel López Giraldo. / Cortesía

Yo no tengo mucha memoria de mis ancestros, pero puedo decirte que mi origen es antioqueño pues mis padres son de Medellín y por una casualidad de la vida nací en Santiago de Chile en los años 60´s, pues mi papá, recién graduado de ingeniería civil de la Escuela de Minas, se ganó una beca de la OEA para estudiar allá estadística matemática. No tengo muchos recuerdos, o ninguno casi, de mi permanencia en ese lugar pero contaré más adelante que sí tuvo alguna importancia para mi vida.

Colegio

Llegué a Medellín a los tres años y allí estudié primaria, bachillerato y universidad. Yo creo que fui un niño normal, feliz. En primaria no fui un buen estudiante, en bachillerato sí lo fui y más adelante me dediqué al fútbol.

Fui un niño también con una vida interior grande. Era muy pensativo y tenía momentos de ensimismamiento que hoy los veo en mi hijo Tomás, que le gusta caminar en la casa pensando. Así me veo yo también

– ¿A qué se debía?

Lo generaba todo, las relaciones con los amigos en el colegio, el entorno y mi forma de ser. Así que pensaba sobre mi futuro, pero también en ficciones, historias que me inventaba de personajes como héroes deportivos que iban evolucionando, por ejemplo. Las contaba todo el tiempo y lo hacía de día y de noche, sobre todo para dormirme, pero no las escribía, solo las tenía en mi mente.

Era un niño sociable pero al mismo con una vida interior, no sé si llamarla extraña, pero por lo menos las historias sí lo eran.

En mi infancia tuvimos un punto de inflexión con una época más o menos dura, porque yo vivía en un barrio cerca al estadio en Medellín, y después nos pasamos a otra casa, lo que me significó perder a mis amigos. Tuve una reacción un poco exagerada, así que decidí no volver a salir a la calle como forma de protesta contra mi mamá a quien yo le echaba la culpa porque fue ella quien quiso el cambio .

Cursaba quinto primaria y lo viví como una etapa de enclaustramiento y rebeldía al mismo tiempo. Por esa misma época me volví un buen estudiante y es que tenía todo para serlo, pues mi papá había sido un intelectual, una persona muy estudiosa, por lo mismo crecí rodeado de libros y en medio de conversaciones. Fue una etapa de abrazar, si se quiere, la ideología del momento que era el marxismo y el socialismo.

Tal vez el recuerdo mas antiguo que tengo de mi vida, estando en la primera casa de dos plantas en Medellín, es cuando al subir las escaleras, oigo un murmullo que viene de lo que era la biblioteca y encuentro a mi papá llorando porque habían matado al Presidente de Chile, Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973 y mi papá tenía sus conexiones con ese país. Después el 11 de septiembre adquirió otras connotaciones.

Retomando, te decía que comencé a ser un buen estudiante, lo que me ayudó también en mi socialización porque comencé a relacionarme más con los otros y ayudaba a mis compañeros con las tareas, muchas veces a resolver casos de Baldor, ecuaciones químicas y problemas de física. De alguna manera me convertí en el profesor del barrio y de mis amigos, de los que normalmente habilitaban materias en el colegio. Fue la mejor forma que tuve para hacer amigos.

Años más tarde y reflexionando sobre esa época, pensaba que mis únicas estrategias de conquista eran la trigonometría y el álgebra (risas). De pronto tenía otras pero esas eran las mas visibles en su momento.

Terminé bachillerato, fui el mejor ICFES de mi colegio, y ahí tuve que decidir qué estudiar.

Universidad

Me enfrenté a una disyuntiva, porque me gustaban las matemáticas pero también la literatura. No había escrito muchos textos de ficción pero sí fui el secretario del taller literario en el colegio, quien hacía las presentaciones todo el tiempo. Tenía también una libretica donde garabateaba poemas:

— Todavía invento amores en mis sueños. Aún no me ocupo de revivir muertos.

Lo llamé “Juventud” y lo escribí estando en cuarto o quinto bachillerato.

Recuerdo otro, “Muerte Digna” del que nos burlábamos en el colegio, y decía algo como:

— La mosca atrapada en la telaraña, abandonada, morirá de hambre. Habría preferido servir de almuerzo a la arquitecta de su desastre.

Escribía frases así, alcanzaron a ser unos cien poemas de una línea. Esa libreta se me perdió.

Reconozco esa faceta literaria humanista, aunque no la pensaba como humanista en esa época.

No tenía muchas alternativas en su momento en Antioquia y no planteaba irme a otra ciudad a estudiar, era algo que no estaba dentro de lo que hacía la gente, ni dentro de mis planes de vida posibles, así pues que decidí estudiar lo mismo que mi papá, pero que no me hizo feliz.

Terminé mi carrera. Fui en algunos momentos un estudiante rebelde. Tuve matrícula condicional en la Universidad por ciertos actos de arrogancia en los primeros semestres.

Siempre fui bueno para las matemáticas, había ganado álgebra lineal y llegué al examen final, lo firmé y se lo entregué al profesor así (como si no me importara).

Siempre tuve ese vacío, por la ausencia de los temas humanistas. Incluso, una vez hablé con el rector, que deberíamos tener una oferta más grande de cursos de humanidades porque una educación unilateral era perjudicial para todo el mundo.

Di el discurso de grado en el que fui muy crítico, muy complejo, y que todavía lo recuerdan en la Universidad. Yo cumplí ya treinta años de haberme graduado, asistí a una reunión hace apenas unas semanas y me recordaron mis compañeros que en el Mosaico de nuestra promoción del año 1987 es el único donde no aparecen las directivas.

En el fondo ésta fue una retaliación a ese discurso tan duro que yo hice. Recuerdo que le mando el discurso al rector, lo lee y me dice:

- ¿No tiene nada bueno para decir?

- No.

- Pues, ¡no lo puede leer!

- Bueno, explíquele a la gente que usted me censuró.

Reconozco que fui un poco agresivo, fui rebelde en esa época. Tal vez en demasía.

En la reunión de que te hablo, ofrecí el discurso de grado en el que llamé como a mi actitud en aquella época:

- Irreverencia importada .

Y lo llamé así porque era un poquito histriónico.

– ¿Si hoy tuviera que escribir ese discurso, de pronto no sería muy diferente?

De pronto no lo sería porque lo que tenía era la aspiración humanista, cierta crítica a un conservadurismo paisa y a una instrumentalización de la educación, como si a uno lo estuvieran educando para ciertas cosas en las que ellos creían que uno debería desempeñarse pero yo quería hacer otra cosa. Era en protesta por un camino que estaban escogiendo por mí.

Experiencia laboral

Suramericana de seguros - Sura

Comencé a trabajar en Suramericana de Seguros programando computadores, lo que había hecho asiduamente en mi carrera, pues más que dedicarme a la ingeniería civil, me dediqué a la programación. El trabajo consistía en gestionar bases de datos para que quienes compraban apartamentos en Medellín y pagaban sus cuotas iniciales no se atrasaran. Tenía una lista de mil personas y una base de datos que alimentaba y controlaba. Sin duda el trabajo más aburridor del planeta (risas). Aprendí muy fácil a hacer eso y me aburrí infinitamente.

– ¿Era opción cambiar?

Sí, sí lo era. En algún momento lo decidí.

Me acuerdo de que en esa época vuelvo a las aspiraciones humanistas. Quizás en mis momentos de soledad, que eran los más alegres que tenía en el día, visitaba una pequeña librería que había cerca, y no almorzaba sino que me iba a leer. Me acuerdo que ahí, por primera vez, me encontré con las novelas de Fernando Vallejo y me las he leído todas.

Esos libros me daban un descanso pero también más herramientas e instrumentos para cambiar mi vida y para seguir protestando.

– ¿Y reafirmaban su irreverencia?

Sí que lo hacían.

La irreverencia tenía a veces momentos de silencio y de cierta hosquedad. Pero mi personalidad iba cambiando con el tiempo. Yo era tímido. Quienes me recuerdan dirán que era un ingeniero retraído. Esto a finales de los años 80.

Después tuve un accidente-incidente, no sé cómo llamarlo, ocurrido por esa misma época, muy dura por demás, y me refiero a la de Pablo Escobar. Era la época de la violencia, la época donde yo iba a visitar a mi novia y no sabía si regresaría vivo a mi casa.

Regresaba en la noche en el carro y se me atravesó un taxi. Tengo la película grabada completamente en mi mente: se abren las dos puertas de atrás del taxi, se baja una persona, se levanta la camisa y me muestra una ametralladora (mini-uci). Me doy cuenta de lo que está pasando y es que me van a robar el carro. Me bajo y les digo:

-  El carro es suyo, ¡lléveselo!

Una de estas personas me pregunta si el carro tiene seguro, yo le digo sí, pero estaba pensando en que si el carro estaba asegurado y lo que ellos me estaban preguntando era si tenía un seguro de los que lo apagan más adelante. Me dice:

- Como el carro tiene seguro, entonces ¡móntese!

Yo me subo nuevamente y comienzan a pasearme por la comuna noroccidental de Medellín. Después de 10 o 15 minutos, el que iba conduciendo le empieza a decir al otro:

- ¡Matemos a este hp!

El otro tipo comienza a pegarme con la pistola en la cabeza.

Eso sucedió por espacio de 15 a 20 minutos. Ya muy arriba, en la comuna noroccidental, los tipos frenan abruptamente, me tiran del carro y yo estuve en algún momento tirado en una cuneta con una persona apuntándome en la cabeza. No me dispararon, simplemente bajé corriendo hasta un CAI.

En ese momento lo tenía claro:

- ¡Quiero romper con todo!

Mi papá se había venido a vivir a Bogotá hacía unos meses, yo dije:

- ¡Yo me voy de Medellín!

Esta decisión comenzó a cambiar mi vida.

Maestría

En Bogotá encontré más posibilidades, más apertura. Empecé una maestría en economía en la Universidad de los Andes en la que vi que nadie decidía por mí el camino.

– ¿Por qué economía?

Porque mi papá había tenido coqueteos con la economía y porque yo vi en ella, sin entenderla muy bien, una disciplina en la que podía combinar mis dos facetas, la técnica con las matemáticas, pero también la filosófica, pues en el fondo su raíz es filosofía moral a pesar de que en el comienzo yo no lo articulaba así.

Ahora que lo pienso, podría darte otra respuesta también y es el azar. Cuando vine la primera vez a Bogotá, ya sabía que iba a vivir aquí o que quería hacerlo, fui a la Universidad de los Andes y en ese momento tampoco es que tuviera tan clara la diferencia entre lo que es la economía y lo que es administración de empresas o un MBA, y yo creo que empecé a buscar la facultad de administración y no la encontré, mas sí encontré la de economía, entonces pedí los papeles para inscripción, comparé el pensum y decidí. Teniendo los programas, revisé cuál tenía que ver más con mis intereses. Pero yo a veces pienso, y la vida es azarosa, que si de pronto en esa caminata por el campus no me hubiera encontrado casualmente con la facultad de economía podría haber estudiado otra cosa.

Siempre he pensado y he querido pensarlo así, y es que la vida tiene mucho de azaroso.

Por esa época había conseguido un libro de Antonio Tabucchi, novelista Italiano, Pequeños equívocos sin importancia, que tenía una frase que me quedó grabada:

- La vida en el fondo es azar, y son las circunstancias de la vida las que se encargan de esclerotizar las cosas.

Decisiones que uno toma por casualidad, que se van volviendo la vida de uno, y es porque las mismas circunstancias lo van llevando por un camino, pero que en el fondo de ese camino se dan contingencias muy azarosas, muy porque sí.

– O porque ese tenía que ser el camino, ningún otro.

Pero yo siempre he pensado que pude haber vivido vidas muy diferentes y que en el fondo el haber terminado en este Ministerio de salud, haber hecho lo que hice, tuvo mucho que ver con el azar, pero eso era lo que yo quería, no el camino predeterminado que me estaban escogiendo en Medellín; lo que yo quería era dejarme llevar de la corriente en otra parte y eso fue lo que pasó en Bogotá.

Adelanté la maestría en economía y fui el mejor estudiante lo que me abrió muchas puertas.

Para los estudiantes que lean la entrevista, yo creo que mi experiencia demuestra que ser buen estudiante abre puertas.

Federación de cafeteros

Mis profesores lo hicieron conmigo, me recomendaron con gente, me consiguieron buen trabajo en la Federación de Cafeteros, y digo buen trabajo en el sentido de que me dieron responsabilidad, confiaron en mí, me invitaron a escribir artículos muy desde el comienzo, y eso me fue señalando un camino en un mundo que es muy cerrado, muy complejo, que es el mundo de la tecnocracia bogotana.

Doctorado

De ahí pude optar por una beca para mi doctorado con el Banco de la República. Viajé a San Diego, California, donde permanecí cuatro años y me casé rápidamente, después de tres meses de haber salido por primera vez con quien fue mi primera esposa.

– ¿La conquistó con trigonometría?

No, ahora que lo mencionas, no la conquisté con trigonometría pero casi, porque nos habíamos encontrado en el Departamento Nacional de Planeación y creo que sí le estaba explicando unas hojas de Excel sobre balanza de pagos (risas).

Era yo un ingeniero que se había rebelado y que estudió economía, en parte porque tenía ese componente humanista que no había encontrado en la ingeniería y en parte por azar, que al comienzo del doctorado quiso estudiar macroeconomía pero que se dio cuenta, otra vez buscando mas este camino humanista, que lo que le gustaba era la economía social.

Artículos

La epidemia de crimen violento en Colombia

Es así como en mi segundo año de doctorado cambié abruptamente pues ya no era la macroeconomía, ya no eran las series de tiempo, ya no el análisis financiero sino otro tipo de cosa lo que quería estudiar. Mis artículos de tesis de doctorado fueron sobre movilidad internacional, sobre desigualdad del ingreso, sobre influencias sociales en decisiones de jóvenes como el hecho de consumir drogas o alcohol, e incluso también, eso me había marcado, sobre la violencia en Colombia.

Escribí un articulo que se llama “La epidemia: crimen violento en Colombia” y lo hice desde una perspectiva económica. Ese articulo cuenta una historia como las historias que me gustaban porque, yo no sé, la vida de uno puede tener muchas narrativas y la narrativa que yo había escogido para mi vida era la narrativa del azar. En ese articulo yo trato de contar lo que ocurrió en Colombia, sobre cómo se convierte en el país más violento del mundo en los finales de la década del 80 y comienzos del 90, después de haber tenido una taza de homicidios que era la segunda en América Latina, porque se convierte Colombia en el primer exportador de cocaína inicialmente a los EU luego a los mercados globales. La pregunta es ¿por qué Colombia? Y la historia que yo conté fue una donde el azar tiene mucho que ver:

Chile es el primer exportador de cocaína a los mercados de EU. El 11 de septiembre de 1973 se da el golpe de Estado; ese gobierno militar de Chile extradita diecinueve narcotraficantes (años 73-74). Chile pierde la preeminencia en el mercado global de la cocaína y la ganan los cubanos, pero los colombianos comienzan a disputársela porque lograron tener contactos con los productores de la hoja de coca en Bolivia y Perú, pero lo más importante, porque lograron tener un contacto en la distribución al detal en EU, y lo hicieron así porque en los años 70 había ocurrido una crisis textil en Medellín, lo que hizo que varios de los que despidieron de las fábricas se fueran a vivir a Jackson Heights, en el noreste de los EU, al sur de la Florida, y a California, y fueron estas personas las que le permitieron a los narcotraficantes colombianos consolidar su entrada al mercado en los EU.

Después pasa lo que pasa, el narcotráfico comienza a tener ese poder y transforma la sociedad colombiana: el fútbol se convierte en narco futbol, la justicia en narco justicia, la política en narco política y se llega a esta tragedia que todavía estamos viviendo.

Esa es la historia que cuento en el articulo, con anécdotas y con datos, mostrando cómo se da este shock, cómo ocurre todo por circunstancias, algunas estructurales como nuestra ubicación geográfica, pero otras que tienen que ver con una historia muy particular. El mundo pudo haber sido distinto, pudo haber sido Panamá, un país centroamericano, pudo haber sido Venezuela, o Perú, pero fue Colombia la que se consolidó inicialmente como el primer exportador de cocaína en el mercado de los EU.

Path of dependence

Escribí un artículo resumiendo la literatura académica sobre eso que se llama: Path of Dependence, y es el cómo los accidentes históricos van determinando la vida de las naciones, la evolución de las personas, la evolución de las tecnologías, y la evolución de las especies.

– Y ¡cómo lo fueron determinando a usted también!

A mí también, tienes razón, porque yo encontré una cosa muy interesante en mi vida que fue juntar mis ambiciones académicas con la forma de narrar mi vida. Ni Carlos Dáguer que me ha oído tantos cuentos había escuchado estos. Esta es la historia que me he contado para mí:

- Soy una persona producto del azar, de una vida que se encarga de esclerotizar las cosas a lo Antonio Tabucchi.

Siguen pasando accidentes. Vengo a Colombia después de terminar mi doctorado y después de haber pasado dos años en el Banco Interamericano de Desarrollo y una vez, estando en San Diego, había bajado al sótano de la Universidad, donde estaban las revistas científicas, tomé una al azar y me encontré un artículo que describe a una persona que después fue un intelectual de renombre en el mundo, Tomas Piquetty, que escribió el libro sobre el “Capital del siglo XXI”. El artículo era sobre cómo se trasmitía la desigualdad de generación a generación en los EU. Eso me gustó mucho, tanto que yo leí ese articulo y pensé:

- ¡Quiero hacer algo como eso!

Libros

Educación y movilidad social en Colombia 

Siempre me quedó en la mente y cuando regresé al país me dediqué a mi propósito, a estudiar cómo se transmite la desigualdad de generación a generación y escribí el libro “Educación y Movilidad Social en Colombia” – Los que suben y los que bajan.

Ese libro me permitió, a su vez, darme a conocer en el ámbito académico en Colombia; me conectó con Juan Luis Londoño, con Santiago Montenegro, me conectó aún más con la tecnocracia bogotana, tanto así que cuando Álvaro Uribe Vélez es elegido Presidente en el 2002, estas personas, que eran parte de su equipo, me llaman para ser subdirector del DNP del año 2002 al 2003.

Pero es esta ruta larga, ¿qué tal si yo no hubiera encontrado ese librito por allá en esa biblioteca y no hubiera escrito este que te menciono? ¿Qué tal si no hubiera estudiado macroeconomía? De pronto me hubieran llamado del Banco de la República y no del Departamento Nacional de Planeación para encargarme más de los temas sociales.

Yo tenía en esa época como referente a Juan Luis Londoño, cuando estaba de ministro. Seguramente pasó algunos meses sentado en esta misma mesa discutiendo cosas similares y en febrero del 2003 yo venía caminando del Ministerio de Hacienda al Congreso a entregar la copia del primer Plan de Desarrollo de Álvaro Uribe y un periodista, quien hoy hace parte del equipo de presidencia, John Jairo Ocampo, me dice:

- Está perdido el avión del ministro Juan Luis…

Horas más tarde se supo lo ocurrido y a los tres días se encontró el avión en el que se mató producto de un accidente. Eso me afectó mucho a mí personalmente, y desde ese momento yo me empecé a desconectar un poco del gobierno de Uribe. Un año mas tarde salí, en parte por otro hecho medio azaroso.

Si bien yo ya me quería ir, aproveché una circunstancia familiar cuando Sergio Fajardo ganó la alcaldía de Medellín y nombra a mi papá gerente de las Empresas Públicas. Como yo era el representante del Gobierno en unas comisiones de regulación de servicios públicos, el presidente Uribe me dice:

- No, pues, sálgase de las comisiones para que no se presente ninguna incompatibilidad.

- Yo mejor me voy.

– ¿Con qué sensación se retira?

Con la de libertad, con la idea de no volver a ocupar un cargo público en mi vida y de no pisar el Palacio de Nariño nunca más (risas).

Me gusta más la libertad intelectual, la que permite opinar, pensar. Siempre he tenido relaciones difíciles con el poder porque: ¡No me gusta que me manden!

Me fui para la Universidad de los Andes, primero de profesor, después de decano seis años. Fui feliz allí, seguí publicando mis artículos. Me dediqué en parte a investigar sobre lo que yo quería, publiqué entre otros estos dos libros, que son ensayos. Estos libros ya comienzan a ser distintos, no están tan enfocados en temas económicos sino que son una mezcla de todo, de discusiones económicas pero también literarias.

Por ejemplo, en la historia sobre el novelista Joseph Conrad y su posible contacto con Colombia en el 1876. También hay una colección de muchos artículos. Yo ya me había convertido aquí en lo que siempre había querido ser, un técnico, también había querido escribir, opinar. Ser un humanista.

– ¿Es la academia su “estado ideal”?

Sí, la academia la vi como mi estado ideal. Ahí estaba yo contento con lo que esto implica que es permanecer en su zona de confort pues uno se queda ahí tranquilo: ¡hacía lo que me daba la gana!

Escribí artículos sobre cuanto tema se me ocurrió, como uno académico que habla del efecto sobre el salario al tener un nombre atípico, al ser un sin tocayo como decimos en Colombia; también otro sobre la evolución del número de goles por partido de unas ligas europeas. Investigaba lo que me daba la gana.

Ahí tenía libertad intelectual. Siempre me gustó dar clases, el contacto con los estudiantes me pareció algo enriquecedor y se es consciente de que se están tocando vidas.

Los investigadores siempre llegamos a la casa, por las noches, pensando:

- ¿Será que toda esta locura que yo hago sirve para algo?

Creo que es diferente la sensación que tiene un médico, que sabe que efectivamente lo que él hace sirve para algo. En la vida intelectual, en ocasiones, los efectos son un poco más invisibles para la sociedad y para todo el mundo.

– Podría haber mucho de ficción ahí.

Sí, seguramente sí.

 

Ministerio de salud

En agosto del año 2012, María Lorena Gutiérrez, -quien había sido mi compañera en la Universidad de los Andes, cuando era decana de la facultad de administración y yo de economía, en ese momento yo también era columnista de El Espectador- y en ese momento estaba escribiendo mi columna semanal ese viernes por la noche, como siempre. Afanado y dejando las cosas para ultima hora, me llama y me dice:

- Yo no quiero ofrecerle ningún puesto pero quiero saber si ¿a usted le interesaría ser ministro de salud?

Había una crisis en el Ministerio de Salud que no se ha acabado -este ministerio casi lo define la crisis-. Le dije:

- María Lorena, déjeme pensarlo. Si quiere el domingo hablamos.

Voy pues a hablar con mi papá y con mi esposa, y también voy a consultar a mis héroes de ficción que están en mi cabeza.

– ¿Por qué le ofrecen esta cartera?

Me ofrecen esta cartera también por un hecho casual, y es que en el año 2010-2011, cuando fue la emergencia social que declaró el presidente Uribe en este ministerio, yo participé muy activamente en los debates y había escrito columnas de prensa, me habían entrevistado mucho; había estado en un programa famoso de “Hora 20” con el Presidente Uribe, entonces se creó por lo menos en cierta gente la idea de que yo era un experto en el tema. Yo también había escrito unos artículos académicos sobre salud, y conocía bien el funcionamiento del sistema colombiano, no en todas sus dimensiones, pero sí era un economista que había trabajado en estos temas, más sobre educación que sobre salud, pero sobre todo había participado muy activamente en unos debates muy duros que se dieron en el país en el 2010-11.

Yo creo que fue eso por lo que pensaron en mí aunque nunca me lo dijeron y creo que el Presidente Gaviria también tuvo mucho que ver en esto porque yo también había tenido conversaciones casuales con él, que él veía como un legado de su gobierno, por la Ley 100 del 93.

Hablé pues con mi esposa y recordé la promesa que yo había hecho, la de jamás ocupar un cargo público, y le dije:

- María Lorena, no, a mí no me interesa.

Eso fue el domingo a medio día. Yo tenía una reunión el lunes al medio día en Medellín; era una época de menos frenesí de los celulares, no había que tenerlo prendido todo el tiempo por lo mismo lo apagué y como a las doce y media del día veo que tengo cuarenta llamadas perdidas.

En ese momento entra una llamada de mi secretaria de la universidad de Los Andes y yo le digo:

- Myriam, ¿qué pasa?

- Es que lo está llamando el Presidente Santos.

En ese momento apagué el celular otra vez, porque ya sabía lo que se me venía y pensé:

- Voy a esperar hasta por la tarde que llegue a Medellín porque no quiero tener una conversación por aquí, en otro lugar.

El presidente me llamó. Hablé como a las siete de la noche con él. Le dije:

- Bueno Presidente, déjeme pensarlo pero tenga en cuenta que no le estoy diciendo que sí (risas).

Después me llamó el Presidente Gaviria:

- Lo llamo con la misión de convencerlo

Después me volvió a llamar el martes por la mañana María Lorena y me dijo:

- Tomémonos un café.

Salí caminando al Juan Valdez al lado de la Biblioteca Luis Ángel Arango, y ya sabía en esa caminada desde la Universidad de los Andes, que yo ya tenía que decir que sí pues tampoco me iba  a hacer rogar y en el fondo ya tenía que abandonar mi zona de confort.

– ¿La resistencia era solo la promesa que hizo de no volver al sector público o había algo más ahí?

No, la resistencia era, primero, porque debería asumir un momento del sector muy complejo; segundo, la idea que yo tengo desde entonces y que no he abandonado, de que las democracias mediatizadas del siglo XXI son cuasi ingobernables, esta es una labor muy difícil, muy ingrata; tercero, también un poco el temor que tiene cualquier persona en Colombia hoy en día, de enfrentar un cargo público con lo que tienen de riesgoso. Este mundo tiene una dimensión Kafkiana, y ese temor después de cinco años largos, en el Ministerio no ha desaparecido. Es difícil aceptar un reto de estos. Y yo tenía una buena posición, era decano de la facultad de economía y me acababan de ratificar; opinaba impunemente sobre todos los temas.

Parte de los argumentos que me convencieron tiene que ver con que ese día que me tomé el café con María Lorena, luego salí a almorzar a un restaurante muy lejos de aquí, y estaba el periodista Mauricio Vargas, alguien le había contado que me estaban ofreciendo el tema, y yo le dije muy cándidamente:

- Mauricio yo no quiero saltar.

Y me hace una pregunta parecida a la tuya, que es inevitable formular:

- ¿Por qué?

- Mi independencia, por ejemplo.

- La independencia es para gastársela.

Y en ese momento me di cuenta de que tenía razón.

Si yo opino tanto, si echo tanta carreta, digo tanto cómo deben ser las cosas, llevo seis años dedicado a articular el deber ser, pues es el momento de aplicarlo. Entonces me di cuenta de que detrás de mi reticencia había casi que una, yo no lo quiero llamar falencia moral, pero sí un argumento que éticamente comenzaba a ser indefendible. El gobierno colombiano había pagado por mi educación, pues uno tiene en algún momento deudas con algo que trasciende las preferencias individuales, y yo sentía que estaban creyendo y pensando en mí, que tenía que devolverle algo a la sociedad colombiana y cumplir mi papel.

Así, el 3 de septiembre del año 2012, me posesionó el Presidente como ministro de salud. Hoy cinco años largos después, soy el Ministro de Salud que más ha durado en la historia de Colombia, si no contamos el Ministerio de Protección Social.

– ¿No solo la cualificación que tiene para el cargo sino las características de personalidad, son lo que le ha permitido resistir todo lo que eso significa?

Es una buena pregunta, ¿qué me ha permitido resistir tanto en este cargo? Yo creo que una de las cosas, paradójicamente, es no estar apegado e él. Lucho Garzón cuando estuvo de ministro se burlaba mucho de mí. Decía:

- El ministro de salud hace todo el tiempo una fuerza para que lo echen y no lo logra (risas).

– De las pocas cosas que no le han salido como ha querido…

Exacto y creo que es porque no tengo ningún apego; no tengo apego al poder. En el fondo es un poco de insolencia, de decir lo que pienso, y esa tranquilidad de saber que mi vida no depende de esto. Yo puedo trabajar en cualquier sector, si mañana me voy de profesor de bachillerato a mí no me importa.

Eso me ha servido y me ha permitido que, en un sector tan complejo, con tantos intereses, donde se sospecha de todo el mundo, donde la suspicacia está al orden del día, vean en mí a una persona independiente, cometiendo errores probablemente pero tratando de tomar las mejores decisiones. Entonces yo creo que esa independencia que me tenía que gastar, es la que me ha permitido también permanecer tanto tiempo.

Cierta independencia también con respecto a los políticos, es lo que me permite hablar tranquilamente. Es que mi vida no depende de ningún padrinazgo político, por lo mismo yo hablo con ellos, los recibo aquí, parte de mi trabajo es eso. Yo no puedo llamar a engaños, esto no es un cargo político, solo que yo no dependo de ellos.

– Que eso hace diferencia.

Exactamente.

– Es de pensamiento liberal pero, ¿pertenece al partido?

Yo soy del partido liberal en principio, por mi cercanía con el presidente Gaviria, a quien yo aprecio y estimo, pero el partido liberal es el que más me hace la guerra (risas). En el fondo no pertenezco a ningún partido, no tengo ninguna afiliación partidista y eso es algo más nominal que cualquier cosa.

– Y si el azar lo quisiera poner en plaza pública (entiéndase someterse al voto popular) ¿lo haría o no?, dado que usted es un técnico y no un político…

Lo que pasa es que resulta antipático también decirse de esa manera. Estando cinco años en este cargo, en el fondo tengo una dimensión política, pues he participado de muchos debates en el Congreso. Pero a mí me gusta el aspecto programático de la política, me gustan las discusiones ideológicas, me gusta ir al Congreso a debatir, a exponer los temas, me gusta haber tenido la oportunidad de dar unos debates que generalmente no dan los funcionarios públicos sobre temas tan complejos como la eutanasia, el aborto, el uso de los derivados del cannabis, como la suspensión del glifosato, o como el precio de los medicamentos. Esa dimensión de la política me gusta, y es la dimensión humanista que yo siempre deseé de alguna manera en mi vida. Ir a ese lugar donde supuestamente se discuten las ideas, con argumentos; discutir aspectos que son sensibles y cruciales para la sociedad. Eso me gusta y creo que lo seguiré haciendo en otros ámbitos de la vida pública que no son necesariamente los del gobierno, pero lo que no me gusta son los cálculos electorales, lo que Antanas Mockus llama la ética de las consecuencias:

- Yo digo esto para que tenga esta consecuencia.

– La estrategia…

Eso no, a mí me gusta la ética de la verdad, me gusta decir lo que pienso. Decir que yo no soy un político, que soy un técnico, puede sonar antipático; puedo parecer un tipo por allá subido en la torre de marfil, y no creo que sea así.

Hay otra dimensión que yo no sabía que tenía y es, por ejemplo, que a mí me gusta ir a un hospital, hablar con la gente, tener contacto con los ciudadanos también.

– ¿Lo que necesita el país no es que los que tienen el conocimiento y manejo técnicos aporten al gobierno desde los cargos de manejo?

Yo creo que lo que se llama tecnocracia, es que las personas que tengan un conocimiento técnico puedan aportarle a la sociedad con independencia.

En alguna entrevista hace dos años yo describí el Ministerio como un fortín tecnocrático y me he dado cuenta la diferencia que hace tener por ejemplo tener en el Invima, un instituto de salud, personas técnicas que están comprometidas con el bienestar general, no con una agenda política específica.

Colombia desafortunadamente ha tenido, por lo menos desde el 1958, y creo que es una herencia odiosa del Frente Nacional, un manejo muy clientelista y no programático de la política. Una vez llegan aquí unos señores y me dicen:

- Nosotros tuvimos una reunión en Presidencia y nos correspondió el Instituto Nacional de Salud.

- ¿Cómo así que les correspondió?

Resulta que traían una hoja de vida para que yo hiciera un nombramiento. Les dije:

- A mí no me han dicho nada y esa hoja de vida me la bota en esa caneca que ve allá.

Sí, porque si las Instituciones del Estado van a comenzar a llevar un manejo como ajedrez político, esto no funciona.

 

Sobre la medicina alternativa (Pregunta Guillermo Llinás)

Yo creo y como ministro tengo que ser responsable también, en la medicina basada en la evidencia, que es lo que a mí me importa, pero también tengo una dimensión más allá de eso que yo he vivido personalmente con mi enfermedad, donde algunas prácticas de medicina alternativa, complementarias a los tratamientos de medicina tradicional, han sido muy importantes.

Bajo esa sombrilla de la medicina alternativa hay mucha cosa, hay charlatanería pero también hay mucha gente seria, pero yo creo sobre todo en la medicina basada en la evidencia.

Santiago (Rojas) me ayudó mucho, y tengo una deuda de gratitud con él que es eterna. Yo había comenzado a tener problemas de insomnio, en parte asociados con el estrés crónico producto de este trabajo y había empezado a ir donde Santiago para que me ayudara a manejarlo. Cuando tengo el dolor que termina con el diagnóstico del cáncer, él tiene un amigo en la Clínica del Country, Carlos Cuéllar, que le dijo:

- Mire, aquí está el ministro y yo creo que tiene un cáncer.

Santiago llegó esa noche y nos acompañó a mi hijo, a mi esposa y a mí, que estábamos muy preocupados. Supimos que la vida había cambiado. Eran las once de la noche. Su compañía de esa noche y la que nos brindó todos los días, el tener una persona a quien contarle mis angustias ha sido fundamental.

No quiero exagerar, pero a las personas que han jugado este papel durante estos meses yo les digo:

- Ustedes han hecho la bobadita de salvarme la vida.

Y Santiago fue uno de ellos.

 

Acceso digno a la salud (Pregunta Santiago Ribbón)

Colombia tiene un sistema de salud con problemas pero yo le voy a contar un anécdota, para decirle a Santiago que en el fondo yo creo que evaluamos nuestro sistema de salud duramente y muchas veces no conocemos todas las realidades.

Es 22 diciembre, yo estoy en mi última sesión de radio terapia. Llego temprano, a las 7:30 de la mañana, mi cita era a las 8am y había cuatro mujeres esperando, dos estaban enfermas de cáncer de seno, una de cáncer de ovario con metástasis en el cerebro, muy malita, y otra con cáncer de riñón, si mal no recuerdo. Yo pude hablar con ellas, no son personas pudientes, son personas de estrato dos o estrato tres a lo sumo, todas tuvieron exactamente el mismo acceso que yo tuve como ministro de salud.

En Colombia, si uno va a las urgencias de la Santa Fe o a las urgencias de la Cardio Infantil, o si va a Medellín a las urgencias de la Pablo Tobón Uribe, va a encontrar en esas salas todas las clases sociales y eso no pasa ni en México, ni en Chile, ni en Brasil, ni en Costa Rica, que tienen sistemas de salud segregados.

Colombia tiene 1.5 millones de pólizas de medicina privadas donde hay una separación antipática, pero Brasil tiene sesenta millones, o Chile tiene 25% de su sistema segregado de la población. Yo creo que a veces somos muy duros en la forma como evaluamos nuestro sistema y debemos tener en cuenta que los pobres y los ricos hoy tienen acceso, en teoría, al mismo plan de beneficios.

Hay muchas cosas que mejorar, pero yo sí quisiera enfáticamente decir que el sistema de salud de Colombia en teoría, en su diseño, lo que busca es eso; está basado sobre un criterio de solidaridad en la contribución y de que da el acceso. Ahora, si una persona vive en una pequeña vereda de Istmina en el Chocó, por supuesto no va a tener el mismo acceso a la medicina que una persona aquí en Bogotá. Pero ahí lo que estamos de alguna manera teniendo son grandes desigualdades territoriales en todas las dimensiones desde el agua potable hasta la educación, la salud y demás, no del sistema de salud. El país tiene unos grandes retos de desarrollo de cerrar esas brechas territoriales pero no lo puede hacer solo el sistema de salud, es una labor de todos, lo que hoy es el postconflicto para tener una sociedad más equitativa porque no lo es.

Yo lo he dicho en todos los escenarios, yo creo que de los avances sociales, después de la Constitución del 91, después del Estado Social de Derecho, tal vez el más importante y el más reconocido es la salud.

Aquí acaba de morir el papá de uno de mis escoltas, de cáncer de pulmón. Tuve una conversación larga con él sobre su atención, en el Instituto Nacional de Cancerología. Es una persona que nace en un pequeño municipio de Cundinamarca, afiliado al régimen subsidiado Capital Salud, tuvo acceso a todos los tratamientos (quimioterapia, y radioterapia), hasta el día de su muerte.

Una profesora de Universidad Nacional con el linfoma mío, que trabajó aquí, Claudia Bacca, hizo un análisis de personas del régimen subsidiado en Bogotá que recibe una atención sobre el Instituto Nacional de Cancerología en el que se evidencia que muchos de ellos accedieron más rápido, y empezaron más rápido el tratamiento que yo.

Hay muchas cosas que se dicen en los medios de comunicación. Hay EPS que no funcionan muchas veces, hay un trato indigno a la población, pero yo creo que hay una dimensión del sistema de salud, que no se reconoce plenamente.

¿Qué viene después del ministerio?  (S.Rojas)

Yo creo que volver un poco a esto, a escribir, de pronto volver a la academia. Me gustaría también, y yo creo que esto es una reflexión con el ministerio y con mi enfermedad, tener una dimensión donde yo pueda aportarle a la construcción de equidad, o sea, no solo dedicarme a opinar y a dar clases y a escribir, y a jugar un papel intelectual, entre comillas en la sociedad sino también de estar asociado a alguna fundación y que yo pueda dedicar parte de mi tiempo a eso.

 

Más allá de lo que hace

– ¿En qué escenarios navega su imaginación?

Yo desde chiquito, ya lo dije, he sido un poco ensimismado.

Cuando leo sigo pensando en las novelas que he leído, me imagino vidas para esos personajes después. Pero tal vez el escenario al que yo más visito en mi imaginación y en mi mente, tal vez, pensándolo ahora porque nadie me había hecho la pregunta, es el de la nostalgia, es el de los recuerdos, es el de imaginar cosas.

– ¿Cómo se manifiesta esa nostalgia en usted? ¿A dónde lo lleva?

Esa nostalgia creo que me lleva a tener ese álbum de fotos que todos tenemos en nuestra mente, a irlo creciendo, depurando y embelleciendo con el tiempo; a ir coleccionando recuerdos, yo lo llamo así. En esos discursos que le doy a los estudiantes, termino con esa frase:

- Tómense fotos, cultiven recuerdos, de eso esta hecha la vida.

– ¿Cuál es su idea de un mundo feliz?

Yo no creo que la felicidad exista. Creo que existen los momentos felices.

Para mí es muy importante la libertad, y creo que un mundo feliz, una sociedad feliz, tiene que ver con ese lugar en donde se respete la libertad, la dignidad humana y la igualdad de oportunidad para todos.

– ¿Es en estos cargos en gobierno donde ha sentido coartada su libertad pero de pronto también en otros momentos de la vida?

Cuando estaba en el colegio peleaba con los profesores, en la Universidad también. Un poco mi relación a veces compleja con el poder, pero yo he sido un gran afortunado; he podido vivir mi vida en un ámbito de respeto a mi libertad y en el fondo he sido un niño consentido que ha hecho lo que le da la gana.

Por ejemplo, ser un funcionario público a uno le coarta la libertad, aquí uno no puede decir todo lo que piensa porque se hace parte de un equipo, además los funcionarios hoy vivimos, de alguna manera, presas de lo que alguien llamó la indignación moral de las mayorías. Si usted llega a decir una cosa que suena un poco rara, se le vienen las hordas twiteras completamente. Entonces hay esa otra dimensión de la libertad que también es la libertad para decir lo que se piensa, así lo que se piensa vaya en contravía de todo el mundo.

Yo me gané el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar con una columna que se llamaba “Matar un Elefante”, que en el fondo era una defensa a eso, una renuncia a la trampa del aplauso, yo voy a decir lo que es impopular porque es lo que yo pienso.

- Falsificar nuestras propias preferencias, no decir lo que se piensa, sino decir lo que los otros quieren oír, es una forma muy compleja de traicionarse a si mismo.

Yo he luchado como luchamos todos en contra de eso. Entonces, yo creo que la vida  en libertad requiere no solamente que no existan coacciones externas sino que nosotros seamos capaces de ser fieles a nosotros mismos.

– ¿Ha faltado a esa promesa? ¿Se ha sido infiel de alguna forma?

Muchas veces, todos yo creo que lo hemos hecho. Por eso escribí esa columna que en el fondo era autobiográfica; a veces nos encontramos diciendo cosas que no son lo que pensamos íntimamente porque sabemos que no van a tener la mejor recepción.

– Usted también habla de la insatisfacción como problema antropológico…

Casi existencial.

Sí, yo creo que la economía también enseña eso, y es que somos una especie.

En estos días leí a un pensador brasileño, Roberto Hunger, que decía:

- Tenemos tres problemas existenciales. El primero y el más complejo de todos, es que nos vamos a morir y lo sabemos. El segundo, es que a medida que uno piensa más de la vida ante la inminencia de la muerte, no es fácil encontrarle sentido.

En estos días leí a una poeta uruguaya que decía:

- Enfrentar el absurdo sin ceder ante el desafío de la libertad.

Es decir, la vida es absurda pero somos libres, y tenemos nosotros que encontrarle sentido.

El tercero, es que somos insatisfechos. En ocasiones lo veo con mi hijo, él quiere un juguete, ya lo tiene y ya no lo quiere, pero sí quiere otro y quiere otro. Así somos en la vida, queremos una cosa y cuando la tenemos dejamos de quererla, y cuando la perdemos volvemos a quererla, entonces eso nos hace una especie triste.

Eso en economía se llama la utilidad marginal decreciente, a medida que ya tenemos lo básico, lo otro que poseemos ya nos aporta muy poco.

Esa reflexión también me he llevado a ser un poquito asceta en los últimos años, no me gusta acumular cosas, ni comprar mucho, ni ir a mucho centro comercial. En vez de acumular relojes y cosas, prefiero sumar experiencias y recuerdos. Uno se va a un viaje, y así pase maluco lo idealiza y lo recuerda toda la vida. Y eso acompaña y lo atesora uno toda la vida.

– ¿Cuáles son esas conexiones no místicas pero sí interesantes de su vida?

En estos días tuve una conversación con Carlos (Dáguer), que hay dos tipos de personas: uno son los de cosas que pasan, los otros son los de la divina provincia, estamos predestinados.

Yo ya narré mi vida y creo que todo es el azar. Reflexionando en la enfermedad, yo una vez le di una entrevista a María Isabel Rueda, y encontré lo siguiente:

Alguien podría místicamente decir, todo esto venía de atrás, yo estaba predestinado para esta cosa, porque encontré que el primer medicamento que me aplicaron era el primero que yo había controlado; el glifosato sobre el que di una pelea terrible, el cáncer que producía linfoma que yo tenía; la marihuana medicinal que tratamos de legalizar era la que yo usé para evitar las náuseas de la quimioterapia. ¿Cómo se conectó mi vida tan raro? Pero eso, no es místico, no es que alguien pudiera decir que este tipo estaba predestinado para eso, pero en retrospectiva es interesante contar esas historias. Yo creo que es, de nuevo, lo de Antonio Tabucchi, no es la vida la que se encarga de llevarlo a uno y después uno en retrospectiva construye esta narrativa y la narrativa mía es la del azar.

– ¿Qué son los absolutos?

Yo no creo en los absolutos. Un absoluto será la muerte, porque yo creo que todo necesita un contraste y que en el fondo entender el mundo es comparar.

– ¿Qué es el misterio?

Yo creo que el misterio es la ignorancia sobre la forma como el azar y las leyes que no conocemos van construyendo, no solamente nuestras vidas sino todo lo que vemos.

El misterio es una manera, tal vez poética, de definir la ignorancia.

– ¿Qué lugar ocupa la poesía en su vida?

Es importante y sobre todo ahora lo es más. Me gusta decir una frase que creo que leí del poeta Venezolano Rafael Cadena que dice:

- La poesía es la única religión que le va quedando a los hombres.

Yo creo que la poesía es eso, es una forma de orar, es una forma de celebrar y protestar, de celebrar la vida y protestar sobre nuestra finitud, sobre nuestra soledad existencial, ontológica, sobre el saber y ser conscientes de lo que estamos destinados todos los hombres, a la muerte y al olvido.

– ¿Qué encuentra en la poesía, alguna especie de religión?

Por ejemplo el 24 de diciembre, que estábamos todos reunidos me dijeron:

- ¡Alejandro, tiene que leer la novena!

Como esa tarde estaba leyendo un libro de poesía, les dije:

- Voy a hacer dos cosas, a leer la novena y esta es la primera oración que vamos a hacer, pero aquí viene una segunda la del poeta cubano, Eiseo Diego.

“El mañana de los otros” se trata del cómo se imaginaba sus cosas después de que él se muriera y los otros estuvieran disfrutando el mañana. Y en el fondo protestaba contra eso, contra no escuchar más a sus hijos, contra el hecho de que el universo y la vida siguieran siendo indiferentes cuando él ya no está.

Me pareció una oración bonita para esa ocasión. Creo que mi papá medio lloró y todo.

– ¿Es la poesía una forma de orar?

Sí, así la definí yo. Tampoco soy muy original pero creo que es una forma de orar, de reflexionar sobre la vida. Celebrar la vida y protestar sobre otras dimensiones. La vida también es compleja y tiene la dimensión trágica.

– ¿Existe el alma en su concepción de vida?

No. Existen unas conexiones neuronales de nuestro cerebro, donde están grabados todos los recuerdos, donde nosotros encontramos darle sentido pero tal vez, creo que así lo leí en Fernando Vallejo, que me pareció lindo, poético y triste al mismo tiempo y es que cada uno de nosotros tiene aquí un universo; esos personajes de ficción que yo inventé cuando niño, todas esas cosas, y eso se pierde cuando uno desaparece.

– O lo consigna de alguna forma…

Pues se consigna de alguna forma en los libros, y ahí queda algo y en ellos hay un testimonio de los hombres; hoy existe esta serie de misticismo tecnológico de Silicón Valley, nos dicen que se puede hacer un up load del cerebro en un computador y que más adelante alguien va a poder recordar lo que un humano de estos tiempos pensó.

A mi hijo, que tiene el existencialismo que yo tuve, y llama todo este tipo de miedo a la muerte “la cosa” y a veces no puede dormir, le conté esta historia, y me dijo:

- Bueno, y ¿cuándo inventan eso? (risas)

- Tomás, ni idea, de pronto no le tocó hermano.

– Tengo claro y me lo acaba de decir, que en su concepto de vida el alma no existe, pero ¿podría encontrarla en sus letras, en sus libros…?

Sí, podría ser, solo que no sé si llamarle de la misma manera; es mi conciencia, mi alma, mi forma de ver el mundo y esto es una forma de inmortalidad. Otra, que en estos días leí también y que me pareció interesante, hoy estamos dejando una huella digital que la gente no dejó antes.

A mí me fascinaría ir hoy al Internet, no se si un bisnieto mío podrá hacerlo, y ver un discurso que dio mi bisabuelo. Yo tengo cientos de discursos grabados en YouTube, no sé por cuánto estarán ahí. Por ejemplo, no tenemos consignada la voz de mi abuelo ni de mi abuela, eso se perdió pero nuestra voz de pronto puede permanecer en esa huella digital.

- ¡Ya somos inmortales es la buena noticia! (risas)

– El pensamiento es un activo, pero ¿qué lo atrofia?

La falta de libertad lo atrofia. Yo creo que también hay que cultivarse, la pereza lo atrofia. Hoy en día tenemos también grandes distracciones, mirar las redes sociales, nos concentramos menos. Eso también puede atrofiar el pensamiento. No ser capaz de concentrarse en un tema mas allá de varios minutos, no ser capaz de volver a leer La Guerra y la Paz, yo creo que ya nadie la lee. Eso también atrofia mucho y es una preocupación que yo tengo de vez en cuando.

– ¿Qué es la ética de la verdad, qué la verdad, qué la duda y qué el escepticismo?

Cuando yo hablo de la ética de la verdad es simplemente algo que yo digo muy específicamente cuando hago referencia a un cargo como estos.

Yo voy al Congreso y alguien me formula una pregunta sobre cualquier tema, y yo puedo pensar:

- Si yo respondo así, no sé qué implicaciones va a tener esto para un futuro político.

Esa es la ética de las consecuencias y eso se lo aprendí a Antanas Mockus. Cuando hablo de la ética de la verdad es que digo lo que pienso; es simplemente decir lo que piensa uno en público y en privado, sin importar las consecuencias que pueda tener, no falsificar nuestras propias preferencias por razones de estrategia política.

A mí me gusta mucho la duda y el escepticismo, tengo esa tradición, si se quiere, que viene de la ilustración escocesa; uno de mis pensadores favoritos es David Hume, que vive en la duda, yo creo que cultivar la duda es importante.

Yo utilizo una frase que leí por allá en un libro olvidado de un poeta Ruso, Joseph Brodski, lo abrí también al azar cuando estaba estudiando mi doctorado, y decía:

- Solo necesitamos dos cosas en la vida: dudas, y buen gusto (risas).

– Y lo acompañan las dos…

Y me pareció bonito, voy a tratar de practicarlas las dos, pero no es fácil.

Yo creo en la duda y el escepticismo, la duda razonable, dudar de todo, no comer cuento, no tragar entero, no creer en dogmas, tener cierta provisionalidad en nuestras opiniones, tener maleabilidad en nuestra forma de pensar, tener un diálogo diciendo: yo soy capaz de cambiar de opinión, eso es fundamental, no solamente para la vida personal sino para la vida colectiva, no solo para la democracia.

– Y eso da muchos grados de libertad…

Grados de libertad sin duda. No tener que recitar un credo todos los días, yo creo que eso es importante.

– ¿Cómo vive y cómo disfruta el existencialismo?

Lo vivo en el sentido que lo pienso todos los días. Parte de mi gusto por la poesía es que, en sus mejores momentos, es una expresión de su existencialismo. Yo no sé si esto es disfrutarlo o no, pero me gustan estos cuentos como el mito de Sísifo, tenemos que subir la piedra a la montaña, lo hacemos todos los días, la piedra vuelve y baja y volvemos a arrancar. Y él (Albert Camus) dice en algún momento, que mientras Sísifo subía la piedra a la montaña, quién sabe por qué número de vez, Sísifo comienza a bajar y dice:

- Podemos imaginarnos a Sísifo feliz.

Lo que me parece muy interesante porque uno puede ser feliz si logra encontrarle un sentido, una narrativa, al absurdo de la vida.

Entonces en el fondo es eso, nosotros tenemos que ser capaces, si uno asume esa postura existencial, de encontrarle sentido al absurdo, que es lo bonito.

– Sumar momentos felices…

De eso se trata precisamente. Yo me he preguntado:

- Bueno, ¿por qué me dio tanto miedo cuando me diagnostican la enfermedad? Me voy a morir y ¿qué es lo que me queda?

Kurt Vonnegut, novelista gringo decía cuando alguien se iba a morir:

- ¿Porqué lloran tanto? Ese **##**## no va a escribir la novena sinfonía porque ya lo hizo Beethoven.

O sea, nada se va a perder si yo me muero tampoco, yo pensaba en momentos de mayor cinismo personal (risas).

Hay dos cosas que no quisiera perder, primero ser compañía para mis hijos, y segundo, momentos felices, pues todavía me faltan muchos que me los imagino espectacularmente felices.

Yo que siempre he sido un poco esclavo del súper yo, un momento feliz es un viernes de estos, después de hacer la tarea del Ministerio, irme a tomar un vino con mi esposa. De esos me faltan, pero podemos vivirlo también.

– ¿Qué significado tiene el tiempo en su vida?

Cuando he leído esas cosas del tiempo de Borges me confundo mucho, nunca me han gustado las visiones metafísicas del tiempo. Es simplemente, y voy a responderlo con una frase de Aurelio Arturo:

- El tiempo como el transcurrir de los días. Los días, que uno tras otro, son la vida.

Eso es el tiempo para mí, los días uno tras otro.

– Pero, ¿lo angustia el tiempo?

Yo creo que a todos nos angustia el paso del tiempo. Antonio Machado decía:

- El tiempo es homicida.

Pero tampoco, porque tampoco quiero… Pues es la vida, ahí la vamos viviendo.

El tiempo, la vejez y la muerte, que son lo mismo, dice Fernando Vallejo. Tiene una frase que yo cito tanto y que dice:

- A uno primero, la vejez lo tira al suelo y después la muerte lo mata (risas).

– ¿Conserva la capacidad de asombro? ¿Qué lo sorprende y qué lo maravilla?

Eso he tratado de hacer. Yo creo que si uno para sorprenderse necesita grandes cosas espectaculares pues la ha perdido. La mejor forma como defino ahora la capacidad de asombro, como en un texto que leí de Truman Capote, es poder pasear todos los días por nuestra ciudad como pasea un turista.

El 8 de diciembre salí con mi esposa y con mi hijo a caminar y siempre nos vamos por el mismo camino, pero dije, cojamos por aquí, y empezamos a sentir que algo mágico había pasado. Todos estábamos mirando las cosas distinto, como si fuéramos turistas, estábamos descubriendo cosas, lugares, tiendas que jamás habíamos visto, ¿por qué? porque habíamos perdido la capacidad de asombro.

Yo había leído una cosa que me quedó grabada, de una novela ya perdida en la historia de Capote, “Plegarias perdidas”, y su protagonista que era un loco, vividor, explotador de mujeres en los Estados Unidos, y una de esas protectoras le dijo:

- Mire, viene mi prima aquí a NY, pasee con ella. Den una vuelta a la ciudad.

Este tipo llevaba dos años y había perdido mucha capacidad de asombro. Se fue a pasear con ella. Y dijo:

- Empecé a ver desde esa perspectiva virginal la ciudad que yo ya había perdido, que se había roto bajo el peso infinito de infinitas miradas.

Y entonces eso es el asombro.

– ¿A qué se refiere cuando habla de Universales Humanos?

Universales humanos fue un tema bonito que yo encontré, de los antropólogos, que en el fondo es que todos los humanos tenemos estas características, todos sentimos celos por ejemplo.

Uno de los universales humanos que mas me gustó es que somos chismosos, y por una razón y es que todos estamos involucrados en nuestras relaciones sociales en juegos de cooperación. Son relaciones de largo plazo donde uno tiene oportunidad de traicionar al otro, por ejemplo en una relación comercial o en una relación de pareja, pero no lo hace porque se tiene que auto controlar, pero para que de alguna manera la gente coopere más de lo que lo hace, con respecto a sus instintos, necesitamos control social y es cuando surge una institución informal que es el chisme.

El chisme lo que hace es compartir información sobre quienes están violando esos imperativos de cooperación en relaciones sociales. Entonces cuando los antropólogos dicen: todos los humanos somos chismosos por naturaleza y el chisme juega un papel importante, ese es uno de esos universales humanos que me gustan, porque en el fondo también nos vuelve más compasivos a la hora de juzgarnos. Esa es una palabra que me gusta, porque yo ya casi perdono todo. Porque los humanos somos complejos, un animal peligroso, y entender eso, pues muchas veces nos gusta mucho juzgar a los otros pero no a nosotros mismos. Me parece un principio ético importante: no mire tanto allá, mire adentro.

Y ahora que hay tanto problema de corrupción en nuestro país, todo el mundo juzgando y politizando la moral. La idea es otra, es moralizar la política y eso pasa por la introspección.

– Usted dice que es una persona tímida, de pronto ya lo es menos, por eso le pregunto, ¿le intimidan los halagos?

Sí, sí, sí.

– Le fastidian.

Me fastidian un poquito. Me gusta como a todo el mundo, otro universal humano, pero también uno sabe cómo defenderse. Yo me defiendo más fácil del odio que del amor, o de la crítica que del elogio.

– Hay un público que le reconoce, pero ¿usted qué mirada le da a ese público?

Tal vez con el público que más me he enfrentado, y he podido desarrollar algo para entender lo que está pensando, es cuando estoy dando una conferencia o dictando clase.

En el fondo yo sí soy muy pendiente de si están entendiendo o poniendo atención, o si mis palabras están teniendo un efecto. Esa capacidad la he desarrollado. Lo otro no tanto. Ahora, yo me sonrojo cuando la gente hace elogios, no me gusta mirar a esas personas a los ojos sino a otro lado. Es aburridor. En cambio con la crítica uno dice: listo, estoy listo para defenderme.

– ¿Cómo disfruta en soledad?

Disfruto la soledad como las otras personas, leyendo, pensando, descansando. Me gusta dormir, más ahora después de un tiempo en el que no pude hacerlo.

Tal vez lo más importante es que yo disfruto la soledad, me gusta estar solo.

Los adultos no tenemos muchos momentos de soledad. A veces un sábado sale mi esposa a comprar algo y el niño está en una fiesta de cumpleaños y estoy par de horas solo en la casa, eso me gusta, pongo música, y puedo dedicarme a pensar bobadas.

– ¿Cuál es su misión en su vida?

A mí no me gusta pensar en que tengo una misión de vida, que tal que no la cumpla, pero yo creo que sí hay una obligación que tenemos todos de darle cierto sentido, por lo menos en retrospectiva; es importante esa narrativa. Que todos las tenemos mal que bien pese a que no las articulemos, pero yo no me he sentido con una misión en la vida de hacer una cosa u otra.

– Usted habla del azar, pero ¿y el destino?

Confío menos en el destino. Tantas cosas que hubieran podido pasar… La vida es puro azar.

También he vuelto a leer esos libritos que yo tenia de Karl Zagan esa frase tan bonita a su esposa, en la carta abierta en la que él dice:

- En el fondo, se murió mi esposa, yo no creo en la vida después de la muerte, sé que a la persona que yo mas quise, y con la que jamás me encontraré otra vez, pero quiero celebrar el azar, el azar de la infinidad del espacio porque pudimos haber nacido en otro planeta, o en la infinidad del tiempo, le damos ochenta vueltas al sol, y la tierra le ha dado cuatro mil  millones de vueltas, y nos encontramos. Eso es mágico, es un milagro no en el sentido místico pero es un milagro que vale pena celebrar.

– ¿Qué le gusta dejar en las personas que se acercan a usted?

No sé, tampoco quisiera ser muy ambicioso. Quizás algo como esto que estamos conversando, cierta visión de la vida, compartir mis experiencias.

Que yo creo que he sido un privilegiado por el hecho de haber podido estudiar en otro país, visitar los cinco continentes, los treinta y dos departamento de Colombia, hablar con tanta gente, haber leído muchos libros, probado tantos sabores.

Eso también lo he pensado, cuando muera en el fondo lo que tengo es que darle gracias a la vida.

– Habló del miedo a morir, ¿qué cosas le producen miedo?

Con este tema de la enfermedad, una cosa que me produjo miedo, cuando me hacen los exámenes es el miedo a la cara del médico y a las malas noticias. Le cogí cierta aversión, eso es muy verraco y creo que no aguanto otra mala noticia.

Me produce miedo la maldad humana. Con la experiencia del robo del carro le cogí mucho miedo también a esas caras y a eso. Ojalá no me vuelva a pasar algo así pero yo tuve un estrés pos-traumático, seis meses de ese incidente viví con mucho temor, no quise salir de la casa.

– ¿Qué debería decirse de Alejandro Gaviria el día de mañana?

Cuando yo iba a esa librería, estaba con un ingeniero haciendo este programa de quién había pagado las cuotas, un poco aburrido en una encrucijada en mi vida, encontré un libro, abrí la primera pagina y tenía una frase que nunca se me olvida qué significaba; le arranqué la página y la pegué debajo de mi escritorio. Mis hermanos se burlaban mucho de esa frase que yo había puesto ahí, y decía, no se por qué, no sé hablando de quién:

- No se sabe si Alejandro ha podido convencer a alguien aún.

Entonces yo recuerdo que nos emborrachábamos con mis hermanos y decían:

- ¡No se sabe si Alejandro ha podido convencer a alguien aún!

Si tuviera que escoger una frase para mi tumba yo pondría esta.

Daniel Castaño (21 años):

¿Qué mensaje le daría a las generaciones futuras? (Daniel Castaño-21 años)

Creo que una conversación como esta en el fondo tiene el valor de que alguien que la lea, la escuche o la vea, va a saber quién soy yo. No quiero convertirme en un profeta pero sí tengo el privilegio de haber conversado con ustedes y en esta charla estoy yo.

***

Texto tomado de la página

https://isalopezgiraldo.com

Por Isabel López Giraldo

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