El Magazín Cultural
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Crónica de un homenaje

Bernardo Hoyos relata el desarrollo del concierto realizado el martes con la participación de la Orquesta Sinfónica, el Coro de la Ópera y la Sociedad Coral Santa Cecilia.

Bernardo Hoyos P.*/Especial para El Espectador
26 de noviembre de 2011 - 09:00 p. m.

A don Julio Mario Santo Domingo no le faltaba imaginación ni recursos para cultivar su amor a la música. Su gran amigo Ameth Ertegun, fundador de la Atlantic Records, una de las grandes empresas discográficas del mundo, seguramente le enviaba como regalo su enorme producción. Ertegun fundó la Atlantic en 1948. Fue uno de los primeros en desarrollar el sonido estereofónico y la vendió a la Warner en 1984 en una de las negociaciones más significativas en la historia del disco hasta entonces. Habían estudiado juntos y Ameth fue padrino de uno de los hijos de don Julio Mario y doña Beatrice Dávila de Santo Domingo. Esto parece anecdótico, pero no hay tal, porque en algunas ocasiones don Julio Mario nos comentaba lo que había significado para él los descubrimientos musicales, sobre todo en jazz, blues y soul, gracias a la amistad entre ellos.

El nombre de don Julio Mario y doña Beatrice está en la Lista de Honor de los benefactores del Metropolitan Opera House de Nueva York, y ellos tomaron la iniciativa y la llevaron a feliz término, para las transmisiones en directo de las óperas del Metropolitan, que desde hace tres años se proyectan en teatros de cine del país. Estas transmisiones, perfectas como espectáculo operático y tecnología visual y auditiva, no representan réditos y son una contribución novedosa a la vida cultural del país.

El complejo cultural Julio Mario Santo Domingo es uno de los regalos más generosos presentados a esta ciudad. Desde hace más de un año ofrece una temporada variada y rica en música, ballet, representaciones escénicas y arte lírico. Fue así como este teatro se convirtió en el marco obligado para el concierto In Memóriam que su esposa y sus hijos, don Alejandro y don Andrés, ofrecieron el martes en la noche. Las obras elegidas tenían que ver con los gustos de don Julio Mario, de manera que no se trataba de un programa enfocado particularmente hacia lo funeral o elegiaco.

Schubert decía que el destino de toda música era expresión de la tristeza, una especie de vivencia poética en la tranquilidad y por eso sonó también el final de su Sinfonía inconclusa. Los dos coros de Verdi, el célebre Va pensiero de Nabucco y la evocación medieval de I Lombardi, también tienen un carácter solemne y grave. El Adagietto de la Quinta Sinfonía de Mahler, con el cual Luchino Visconti obligó a todo el mundo a volverse mahleriano al traerlo aquí y allí como constante musical de su película Muerte en Venecia (1971), fue tocado por las cuerdas y el arpa de la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia, sin ninguna exageración en su contenido dramático.

La cuerda baja, buscada a propósito por el director, sirvió muy bien como sostén armónico, a la vez que cantaba en forma definida su propia melodía. Fue un efecto muy bien logrado. Recordamos, a propósito, que cuando Leonard Bernstein programó la música del servicio funeral que la catedral de San Patricio presentó en tributo del presidente Kennedy, poco después de su muerte en noviembre del 63, le ofreció a la señora Kennedy colocar las cuerdas de su Filarmónica, rodeando el altar de la catedral para entregarle, según él, el mejor tributo funeral posible, el Adagietto de la Quinta Sinfonía, de Mahler.

Hubo un momento para recordar y fue la interpretación de los Coros de la Ópera Nacional de Colombia y la Sociedad Coral Santa Cecilia, en esa pieza que ya a través de miles de arreglos es una referencia obligada de cualquier momento de la vida pública o privada, donde la meditación y el consuelo se encuentran, el coral final de la Cantata 147 de Bach, Jesús, esperanza de las aspiraciones del hombre. La música surgió con naturalidad y sin afectación, aun ante la fuga momentánea de la iluminación.

El director y sus músicos retomaron la invocación, que durante la Segunda Guerra Mundial se convirtió en un símbolo de esperanza cuando la pianista inglesa Myra Hess, en su célebre arreglo, tocaba la melodía en la Galería Nacional de Londres al mediodía sin que nadie se inmutara ante la presencia segura de los bombarderos alemanes de la Luftwaffe.

El final fue una sorpresa, los arreglos en secuencia orquestal de canciones de Cole Porter, hechos con buen gusto por Gustavo Parra, quien creó el ambiente festivo, elegante y sofisticado de Broadway. Las canciones de Porter, Noche y día, Begin the Beguine y Te llevo debajo de mi piel, la única traducción posible del título I have Got you Under my Skin. Guillermo Angulo recordaba que la expresión es francesa y Porte, quien vivió tantos años en París, asimiló el estilo coloquial de la ciudad y lo adaptó a su título en inglés. También recordamos al escuchar las melodías que Carlos Julio Ramírez, una de las más notables voces del continente, cantó las dos primeras en la película Night and Day de 1946. Ese tríptico orquestal subrayó muy bien el mundo internacional, elegante y sofisticado en que se movió siempre don Julio Mario Santo Domingo. La orquesta dirigida por Felipe Aguirre, cuatro solistas y los coros preparados por Luis Díaz Herodier, habían interpretado antes la Oda a la alegría, el final de la Novena Sinfonía de Beethoven.

La filantropía es un asunto de vocación y de fortuna, y a don Julio Mario le sobraban. Aparte la ya legendaria construcción de sus empresas, esa filantropía tiene expresiones, ya sea en proyectos educativos de trascendencia y en otros de proyección social, anónimos algunas veces, serios en sus propósitos. Qué bien que el Teatro Mayor, la gran expresión de su filantropía cultural, haya servido de escenario a esta celebración musical.

* Director de la emisora 106.9 FM

Por Bernardo Hoyos P.*/Especial para El Espectador

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