Pero creo que no nos convenció. Al año siguiente, en quinto de primaria, me dijeron lo que significaba la palabra "porno": un amigo, con sus ojos desorbitados por la sorpresa, no dejaba de preguntarme ¿de verdad no sabe?, y al rato ¿en serio no tiene idea?, "¡que no, hombre, que no!", yo le respondía ya desesperado por no tener una respuesta. Sin embargo, cuando me contó lo que significaba, seguí sin entender.
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Pero hay otro recuerdo que hoy, mientras camino sin afán por las calles de Bogotá, me muerde la cabeza: en cuarto de primaria estudiaba conmigo una niña, se llamaba Dina Luz. Y la recuerdo a ella por una cuestión particular, fue el primer deseo que se hizo realidad en mi vida.
Yo odiaba a Dina Luz y nunca supe por qué. Tal vez nunca lo sabré. Era un odio sin motivos, inherente, salía de mí de manera natural, como los mocos que se me deslizaban por la nariz. Verla me provocaba fastidio. Aunque siempre fui un niño que procuraba no meterse con nadie, con Dina Luz rompí la regla. Pocas veces le hablé, lo que hacía era esconderle los cuadernos, los lápices, un compás que aparece como un recuerdo vago escondido en mi escritorio. Cuantas veces pude molestarla, lo hice sin temor.
No tengo la imagen completa de cómo era Dina Luz, pero trataré de hacer un bosquejo recordando algunos momentos con ella. Era una niña alta (para mí), eso lo recuerdo cuando la veía caminar; de pelo corto, liso y rubio; cara alargada, ojos pequeños que los vi llorar varias veces en el salón, y debo decir que en los recuerdos que tengo de su llanto no me veo como el gestor de esas lágrimas; también su nariz era larga, o por lo menos yo la veía larga, pero era una nariz bonita.
Un día cualquiera, de ese cuarto de primaria, en ese colegio campestre llamado Mi Casita, en Armenia, empecé a desear que Dina Luz se muriera. Recuerdo que ella estaba llorando cuando ese antojo apareció en mi cabeza.
Y otro día, sin fecha para mi memoria, el puesto de Dina Luz en el salón estaba solo, ella no llegó. Y la profesora nos dijo que Dina Luz había muerto, que un bus la había atropellado cuando su mamá la mandó a comprar la leche en la tienda de su barrio. Todos quedamos atónitos. No recuerdo las reacciones de mis compañeros. Pero algo recuerdo de la mía: sentí que mi deseo se había hecho realidad, no como los regalos que tanto le pedí al niño dios y que nunca llegaron. Esto era real: Dina Luz estaba muerta. Y entre otras cosas, ese fue mi primer encuentro con la muerte.
Ese día no hubo clase. Nos montaron a los del grupo, que éramos pocos, en un carro verde, y nos llevaron al cementerio donde sería la misa y el entierro, para aquellos días la cremación parecía ser un milagro de Dios. Recuerdo que en el camino cantábamos Amigo de Roberto Carlos, porque aún Enanitos Verdes no estaba en las play list de la infancia. Y mientras cantábamos, yo no dejaba de pensar en mi deseo convertido en realidad. Lo pensaba mientras veía al pavimento de las calles moverse con gran velocidad por culpa del carro que nos transportaba.
En la iglesia del cementerio vi a una señora alta y muy parecida a Dina Luz. Era su mamá. La abrazaban mucho y ella lloraba también mucho. No recuerdo nada de la misa, lo que sí recuerdo es que, en el entierro, mientras descendían el pequeño ataúd hacia el hoyo de tres metros de profundidad, la mamá de Dina Luz gritó de dolor, y decía mi niña, mi niña, se me fue mi niña, y sus piernas flaqueaban, y algunas personas la sostenían. Yo también empecé a llorar. Sentí lástima y dolor al ver a la señora derrumbarse por Dina Luz. Me sentía el ser más despreciable de este mundo. ¿Cómo era posible que yo deseara esas cosas?, ¿por qué la vida, o Dios para mí en ese momento, en vez de traerme los regalos que tanto deseaba, me hacía caso en este deseo tan cruel? En ese momento empecé a entender las diferencias que tenemos con el resto de los animales que nos acompañan en este mundo. Somos crueles. Somos seres que, bajo esta amalgama de libre albedrío con evolución, tenemos la gran capacidad de hacernos daño y de querer que los otros también sufran sin motivo, simplemente porque es lo que queremos. Quise acercarme a la señora y pedirle perdón por haber deseado eso para su hija, y que se hubiese hecho real. Pero no me atreví, tenía miedo que fuera juzgado, y que me acusaran a mí de la muerte de Dina Luz.
De regreso a la casa, debajo los brazos de mi padre que siempre me recibía con un abrazo cada vez que llegaba, sintiéndome protegido, decidí que nunca más desearía que alguien se muriera, porque desear eso, era crear dolor y tristeza a otras personas.
Años después, a mi barrio llegó un niño que me pegaba mucho, le tenía mucho miedo. Entonces tuve un deseo: no que se muriera, sino que yo pudiera hacerme invisible, para que él no me viera y así no pudiese pegarme.