El Magazín Cultural

Cuando el silencio deja de ser una opción

Las mujeres optamos por guardar silencio frente a la barbarie. Y no se trata simplemente de silencio cómplice ni de aceptación, el silencio viene siendo una especie de sacrificio frente a la derrota. Vivimos en sociedades que acallan las voces que se rebelan.  En voz baja se acuerda y se acepta. Las diferencias suelen enfrentarse a gritos.

Karim Quiroga
17 de abril de 2018 - 08:46 p. m.
Pixabay
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El silencio es un estado también de marginación, un rincón donde se rezan plegarias sin resultados inmediatos. Hay mujeres que no tienen voz sino un marido o unos hijos que deciden por ellas. A ese silencio se agregan condiciones de dependencia económica o emocional. Y la mujer acepta, una vez más. Ni siquiera se escucha su voz para decir que sí o que no. Simplemente el gesto de su rostro implica una decisión. Igual su palabra no significará ninguna diferencia. Nadie tendrá en cuenta su opinión y en redes sociales sus amigos virtuales o seguidores se limitan a señalar que algo les gusta.

La ausencia de voz va ligada a la ausencia de poder y de toma de decisiones. Se acepta, a regañadientes, las horas extras en el trabajo. Se acepta que el esposo llegue ebrio a la casa para tratarla a las patadas porque cancela las cuentas. Se acepta que los hijos sean groseros y mal educados porque gritarles les puede provocar problemas emocionales más adelante. El silencio cómplice frente a las escenas de violencia privada o pública. Luego sobreviene una tragedia y los vecinos dirán que nunca escucharon nada, que nunca vieron nada. Pero claro que escucharon y por supuesto que sabían. Pero mejor mirar para otro lado o subir el volumen al televisor. El silencio frente al abuso del poder. Relaciones de dominación en las que la libertad está marcada por la costumbre. No voy a decirte lo que realmente pienso para que no te alejes. No voy a señalar una situación para que mi pareja tome a mal mis palabras y lo pierda. El abandono no tiene contemplación y causa heridas irreversibles.

Y ahí va, la mujer, nuevamente aceptando situaciones en nombre del amor y la convivencia. Es mejor mirar de reojo aquello que no conviene o huele mal. Nadie quiere destapar ollas podridas. Nadie quiere verter su contenido en el piso en la mitad de la cocina. Y las verdades se dejan para otro día, cuando haya sol. Cuando la mujer que hace dieta pierda diez kilos estará lista para devorar el mundo, pero mientras eso sucede, se traga en silencio algún par de quejas.

El silencio es abominable porque no conduce a ninguna parte. No conoce criterios ni desarrolla puntos de vista. El diálogo suena bonito pero también peligroso.  Es mejor escuchar la televisión o subir el volumen a la música estridente. Y las conversaciones se dejan para después. El diálogo ha desaparecido de los espacios que lo promovían. Los cafés están llenos de gente hablando por chat. Los criterios que definían la búsqueda de pareja pueden resumirse a una foto o al registro detallado de su perfil de Facebook. El amor puede ser un eslabón perdido. O un recurso utilizado por nuestros antepasados antes de convenir un encuentro sexual que ahora se limita a un mensaje de texto que señala hora y lugar.

Las voces silenciadas se apremian al amanecer. Allí aparece el registro de los diálogos con las palabras no dichas. Allí se inicia un monólogo de sincronía perfecta. Allí, se inicia el discurso interno por la entrega de un premio o la aceptación de un trabajo o un proyecto. Palabras de gratitud. Palabras amorosas hacia parejas invisibles que viven en alguna parte y que tampoco nos escuchan.

Por Karim Quiroga

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