El Magazín Cultural

Cuando Pelé fue relegado a la banca

El repentino cambio de técnico en la selección de España, a dos días de su debut, recuerda la historia de la selección de Brasil, cuando el entrenador, Joao Saldanha, fue reemplazado por Mario ´Lobo´Zagallo a pocos días de que se iniciara el Mundial de 197'0.

FERNANDO ARAÚJO VÉLEZ
13 de junio de 2018 - 07:26 p. m.
Pelé con Emilio Garrastuzu Médici (de corbata y traje oscuro), presidente de la junta militar de Brasil, durante la celebración del título de 1970.  / Tomado de Pinterest
Pelé con Emilio Garrastuzu Médici (de corbata y traje oscuro), presidente de la junta militar de Brasil, durante la celebración del título de 1970. / Tomado de Pinterest

Las páginas de sucesos de los diarios publicaron la versión oficial de los hechos, y según ellos, y según los intereses del gobierno militar de Emilio Garrastazu Médici, la Confederación Brasileña de Deportes había rescindido el contrato del técnico de la selección de fútbol, João Saldanha, por razones de funcionamiento. En el desarrollo de las noticias, los periodistas explicaban que la selección había perdido contra Argentina, que no había jugado bien, y que Saldanha pretendía borrar del equipo a Pelé, pues, aseguraba, no veía bien. Saldanha, un curtido periodista de fútbol, afiliado al Partido Comunista, y enemigo de la dictadura, había asumido su cargo luego de la debacle de Brasil en Inglaterra-66.

A su manera, reinventó el fútbol brasileño cuando reunió a los jugadores por vez primera y les dijo que necesitaba gladiadores, que sólo así podrían recuperar la gloria perdida. Pelé había dicho que se retiraba del scracht. Sin embargo, a comienzos del 69 pidió regresar, pues había comprendido que debía ser, más que una estrella sumisa, un líder. Los directivos le dijeron que sí, y Saldanha lo recibió. No obstante, ciertos rumores políticos llevaron a Saldanha a cambiar de alineación, y en un partido amistoso contra Chile decidió excluir a Pelé. Pelé habló con los medios, y dijo que no estaba de acuerdo con los reiterados cambios en la selección. Que él no estaba para ir al banco, que era un irrespeto olvidar su historia.

Brasil había clasificado sin problemas a la Copa del 70. Saldanha, decían, había armado un gran grupo. “Desafortunadamente, Saldanha también tenía un lado oscuro —recordaría Pelé en su libro Pelé, porque el fútbol importa—. La confianza inicial terminó convertida en una arrogancia peligrosa y errática. Saldanha era muy volátil y todo el mundo sabía que era aficionado a la bebida. El New York Times lo describió en un extenso perfil como ‘sin pelos en la lengua, irascible, agresivo y quijotesco’. Adquirió el hábito de arremeter contra los periodistas y aficionados que se atrevían a cuestionar su estilo de entrenamiento. En un incidente notorio, Saldanha se enojó tanto con las críticas del entrenador de un equipo de Río que lo persiguió con una pistola. Fue un milagro que nadie resultara herido. La intriga comenzó a hacer mella en el campo”.

Luego de las declaraciones de Pelé, Saldanha lo acusó de indisciplina, y fue entonces cuando contó que tenía problemas de miopía. “Es cierto que soy corto de vista; siempre lo he sido, y esta condición fue diagnosticada por los médicos del Santos cuando yo tenía 15 años. Pero nunca interfirió en mi desempeño; de hecho, es posible que haya contribuido a mejorarlo. Una de las teorías más interesantes a lo largo de los años para explicar mi éxito, planteadas por algunos periodistas, era que yo tenía una visión extraperiférica que me permitía ver una franja más amplia de la cancha que la mayoría de los jugadores”. Pocos días más tarde, la comisión directiva de la CBD despidió a João Saldanha. Desde la prensa, Saldanha escribió que Pelé estaba bajo de forma y que padecía de una terrible enfermedad.

“La verdad, o gran parte de la verdad de los hechos, es que Saldanha era miembro del Partido Comunista, y los directivos, o los militares, no lo querían en la selección. Era un obstáculo, y él tenía una deuda pendiente con Pelé por la diferencia en la sensibilidad para mirar el mundo que tenía el negro, pues como jugador no tenía discusión”, confesaría con los años Eduardo Gonçalves, Tostao, una de las figuras del equipo, y quien en México fue determinante para Brasil. Zurdo, hábil, rápido, inteligente, era uno de los complementos ideales para Pelé y Jairzinho. Oftalmólogo, rebelde, declaró que si él hubiera sabido que la victoria de Brasil iba a servir para que la dictadura permaneciera en el poder tantos años más, no habría hecho parte de la delegación. Pasado el tiempo, confesó que Pelé sólo decía tudo bem, tudo bem a las exigencias de los directivos, que llegaban, incluso, a abrir la correspondencia privada de los jugadores.

Mario Zagallo reemplazó a Saldanha por petición exclusiva del presidente Garrastazu Médici, quien, luego, le sugirió que incluyera en la nómina a su ídolo, Darío José dos Santos. Zagallo había jugado las copas del 58 y el 62, era un fuerte jugador que no se amedrentaba por nada. Transmitía convicción, y una de las primeras cosas que les dijo a sus futbolistas fue que él había estado en el Maracaná el 16 de julio de 1950, pues a la sazón era cadete del ejército y había tenido que intentar controlar a la multitud que había ido a ver a Brasil obtener la copa Jules Rimet. Ese día, en la noche, luego de la catástrofe que significó haber perdido la final del Mundial ante Uruguay, Zagallo se juró a sí mismo vengar aquella derrota. Pelé, Tostao, Jairzinho, Gerson, Clodoaldo, Carlos Alberto, Rivelino y demás eran los sujetos que harían realidad esa venganza.

Brasil obtuvo su tercera Copa del Mundo en México, con un fútbol que los críticos catalogarían como el mejor de la historia. Zagallo se había atrevido a contradecir a los especialistas, alineando a cinco, seis o siete jugadores de ataque, todos creativos, mágicos, y quienes más allá de posibles superposiciones, vanidades, enfrentamientos y egos, pudieron comportarse como un equipo. Todos sabían que Pelé era la figura, pero no por ello trataban de eclipsarlo. Jugaban para el equipo, por el equipo, como y donde se necesitara, y así vencieron a Checoslovaquia, Rumania, Inglaterra, Perú, Uruguay e Italia. Zagallo era un director de orquesta sin mayor incidencia en lo que hicieran sus subalternos dentro de la cancha.

Su sabiduría era, fue, dejarlos ser. Comprender que ellos estaban por encima de las individualidades, y muy por encima de él, y motivarlos para que dieran lo mejor de sí, cada uno en su estilo, a su manera, callando los problemas que llegaban hasta la delegación, omitiendo las noticias de torturas y desapariciones que se multiplicaban en Brasil, y vigilando, a escondidas, a los infiltrados que el gobierno militar tenía dentro del grupo. “En México, y en medio de las sesiones de oración, de las prácticas, de las reuniones de equipo, de las comidas, de las bromas y la camaradería, me di cuenta de todo el potencial que puede tener un grupo de jugadores realmente unido. Vi el verdadero poder de un equipo”, recordaría Pelé.

En México, Brasil obtuvo la copa y vengó la derrota del Maracaná al vencer a Uruguay 3-1 en semifinales. Aquel fue su partido más difícil. Los fantasmas del 50 habían aparecido en la delegación desde que supieron que los uruguayos serían sus rivales. Los días que antecedieron al juego fueron días de tensiones, de silencio, de miedo. Pelé recordó que él había llorado en el 50 en el hombro de su padre. Zagallo contó su historia. Y así, uno a uno, todos fueron desempolvando sus recuerdos. “No importa que no ganemos la copa, lo importante es que venzamos a Uruguay, que venguemos el Maracanazo”, dijo Brito un día antes del partido. Sus palabras rompieron el mutismo. Brasil se unió en torno a la venganza, y aunque comenzó perdiendo ante Uruguay, en el segundo tiempo se sobrepuso a sí misma y logró un 3-1 inobjetable. “Fue una gran sensación de logro, de una manera que casi no parece racional, como si hubiéramos vencido a un dragón que nos había perseguido siempre”, diría Pelé.

 

Por FERNANDO ARAÚJO VÉLEZ

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