El Magazín Cultural

De lo incondicional (Sobre el libro "Mallko y papá")

A Gusti lo conocí hablando de la montaña. Sabía que era artista, pero no conocía su trabajo, ni que se llamaba Gustavo Rosemfett, ni que había escrito e ilustrado uno de los libros más honestos y bellos sobre el Síndrome de Down: Mallko y papá (Editorial Océano).

Juliana Muñoz Toro / @julianadelaurel
27 de septiembre de 2019 - 02:00 a. m.
Cortesía
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Él hablaba de la montaña y de una meditación que duraba por lo menos cuatro días sin alimento ni agua, a la intemperie, como sembrado en la tierra, confundiéndose con las raíces y esperando, en silencio, a que los pájaros caminaran por sus brazos, o a que un mensaje llegara en forma de sueño o alucinación. Una visión de sí mismo. 

Luego entendí que esa búsqueda, espiritual si se quiere, había comenzado en parte desde ese día en que le pidió al universo “la oportunidad de experimentar el amor incondicional”. Y el universo, que todo lo concede, le dio un hijo con Síndrome de Down. Ese hijo se llama Mallko. Y cuando nació “no era como lo había imaginado. Llegó antes de tiempo, sin avisar, y… no lo acepté (…) Es la verdad. Mi verdad”. A Mallkito solo se le puede amar con amor incondicional, algo así me dijo Gusti, y pudo ver entonces que “él está bien así como está”, que no necesita haber sido otro, que “diferente es igual”. Al fin, “papá venció al miedo”.

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En su libro, que recomiendo a todo tipo de público, Gusti registra ese proceso de aceptar a Mallko y cómo empieza a verlo con la misma curiosidad y sorpresa que tiene el niño para vivir en su propio universo, un universo de juego, abrazos e historias que necesita repetir hasta el cansancio: “aceptar es recibir voluntariamente y con agrado lo que se nos ofrece”. Una de las primeras lecciones que recibe Gusti viene de su otro hijo, Théo, quien le dijo a los ocho años y cuando se enteró de lo que pasaba con Mallko: “A mí qué más me da si es verde, rojo o azul, plateado con pelos o bajito, gordito. Para mí siempre va a ser mi mejor hermanito”.

En sus trazos veo ese no quedarse quieto, veo esos gestos que parecen sonreír siempre, esos ojos bellísimos de pescadito, como él mismo dice. Gusti no aborda el Síndrome de Down como una enfermedad, ni como una discapacidad. Se pone en los zapatos de Mallko, así como a Mallko le encanta ponerse esos zapatos gigantes de su papá, y escribe: “Todo el mundo dice que soy “discapacitado” porque hay muchas cosas que no puedo hacer, o no me dejan hacer, pero yo… de “amor” entiendo igual que tú”.

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Quizá ese fuera el mensaje que le dio la montaña. Quizá el mensaje no ha terminado, pero eso tampoco lo asusta. Yo hubiese querido copiar textualmente nuestra conversación en LIBRAQ, la Feria Internacional del Libro de Barranquilla, pero me tomó por sorpresa y sin papel a mano. Dijo algo como: lo que tiene que pasar, pasará, entonces ¿para qué me voy a preocupar? Yo solo quiero que mi hijo sea feliz. Eso quiero.

Por Juliana Muñoz Toro / @julianadelaurel

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