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De Pirandello a los emberas

‘Arimbato, el camino del árbol’ estará hasta el 16 de marzo en el Teatro Varasanta y ‘Retrato involuntario de Luigi Pirandello’, se presenta hoy y mañana en Casa Ensamble.

Adriana Marín Urrego
07 de marzo de 2013 - 10:00 p. m.
Escena de ‘Arimbato, el camino del árbol’. / Fotos: cortesía
Escena de ‘Arimbato, el camino del árbol’. / Fotos: cortesía

Hay cuatro universos en escena. Un mundo que cuenta la relación entre Luigi Pirandello y su esposa, Antonieta, otro que habla sobre sus familias, otro mundo que habla de las locuras de Antonieta, y otro, el mundo real, que interrumpe por momentos, atravesando los otros tres universos en escena. Así está construida Retrato involuntario de Luigi Pirandello. La obra, que cuenta la historia del dramaturgo italiano desde la perspectiva de una esposa esquizofrénica, es una reflexión sobre la locura, sobre la muerte, sobre el arte y sobre la creación misma.

Otra historia, otros cuadros, otra obra: Arimbato, el camino del árbol. La historia de los emberas, una comunidad indígena colombiana cuyos jóvenes se están suicidando. ¿Por qué se suicidan? ¿Por quién se suicidan? No se sabe. No se conocen culpables. Ellos dicen que es un espíritu maligno, Arimbato, el que se apodera de sus jóvenes —la mayoría mujeres— y hace que se quiten la vida. Niñas de 13, 14, 15 años, que apenas están entrando en su etapa reproductiva, van muriendo por mano propia. Caen y ya no hay quien tenga hijos: la comunidad está en vía de extinción. Como nadie que no sea embera puede entender ese mundo desde adentro, quisieron hacer la obra desde afuera, desde la experiencia que un no embera pueda tener frente a la comunidad indígena. Así, se intenta sensibilizar al espectador, mostrarle lo que está pasando. Se intenta crear consciencia en nosotros, como habitantes de la ciudad, frente a la relación que tenemos con los indígenas y con sus sufrimientos; si compartimos con ellos, mirándolos de frente, o si los exotizamos y los excluimos desde nuestra ignorancia.

Pirandello nada tiene que ver con eso, pero Felipe Vergara sí. Él es el director de Retrato involuntario de Luigi Pirandello y el dramaturgo y codirector de Arimbato, el camino del árbol, dos caras de una misma persona que, en ambos roles, aboga por lo mismo: por el teatro. Un teatro que habla sobre muchas cosas, que puede modificarse y contar lo que quiera. Que es en sí mismo eso, transformación. Y él lo deja claro. No se encasilla, acepta cosas y se alimenta de muchos discursos, pasa de uno al otro y apuesta por las cosas que le preocupan. Cuenta historias. Cuenta la historia, fragmentada, de un escritor italiano y vuelve a su centro, a su país, a hablar de lo que otros no conocen o a lo que otros voltean la cara para no conocer. Logra que el espectador, mientras observa la función, piense en el tema que se le está planteando, y al mismo tiempo hace que reflexione sobre sí mismo, sobre su manera de enfrentarse a su mundo y a los mundos que se le presentan. Porque, para él, el teatro es eso. Dice que lo concibe como “una forma de pensar, de producir conocimiento y reflexión”.

Hace algún tiempo, un poco más de un año, se presentó a una convocatoria de Idartes en busca de un apoyo económico para presentar Retrato involuntario de Luigi Pirandello. Había que demostrar por qué la obra merecía el apoyo de la institución para presentarse en Colombia. Los argumentos fueron válidos, aparentemente, pues recibió $18 millones para su realización. Varias eran las razones y la mayoría tenía que ver con excepciones de lo que normalmente ocurre dentro del mundo teatral: era una obra de autor, escrita por una mujer, joven y colombiana. Sus posibilidades de salir a escena eran mínimas.

Porque el mundo teatral colombiano funciona así. “La gente escribe mucho teatro, pero es muy poco lo que se lleva a escena. Son muy pocos los dramaturgos que, sin ser directores, logran que sus obras se pongan en escena, pues los directores prefieren montar sus propias obras”, dice Vergara. La mujer, joven y colombiana, es Verónica Ochoa, que había escrito la obra en la Clínica de Dramaturgia. Fue ella quien le pidió, primero, que la leyera, y luego que la dirigiera. Vergara se metió de cabeza en el proyecto. Al principio, porque le gustó. Luego, cuando decidieron que iban a postularse para la convocatoria de Idartes, fueron surgiendo otras razones. Una de aquellas fue que en Colombia se empieza a crear una tendencia en la que pareciera que los únicos temas válidos son los del conflicto, entonces, se pierde la posibilidad de reflexionar sobre otros asuntos.

La obra fue un éxito en su momento y tuvo temporadas en Mapa Teatro y en el Teatro La Candelaria. Muchos fueron a verla. Fue algunos meses después que su nombre se escuchó de nuevo: “Felipe Vergara y su compañía Barracuda Carmela, en coproducción con la Compañía Balagán de Brasil y codirigiendo con Fernando Montes, presenta Arimbato, el camino del árbol”.

Había regresado a la tendencia del conflicto armado, de la que se había alejado mientras hablaba sobre Pirandello. No se contradijo, sin embargo, pues siempre ha sido consciente de la importancia del arte frente al tema de la violencia. Con Retrato se permitió salir del esquema.

Todo se trata de conflictos, al fin y al cabo. Los de Pirandello, personales, sus crisis creativas y la locura de su esposa. No los buscó, pero le tocó vivir, sobrevivir con ellos. Los emberas tampoco buscaron nada. No buscaron que los atacaran y que los sacaran de sus tierras. No buscaron tener que aprender a vivir con miedo, de los otros y de ellos mismos, pues nunca saben cuándo vendrá Arimbato a arrebatarles la vida.

Por Adriana Marín Urrego

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