El Magazín Cultural

Derrotas, fracasos y traumas, o los retratos colombianos en los cuentos de Óscar Osorio

Hay una palpable preocupación en los relatos de Óscar Osorio: los dramas comunes. Hay una apuesta arriesgada y versátil sobre sus protagonistas: las mujeres. Hay un subyacente poético fulgoroso: lo trepidante que es su concisión.

Jaír Villano @VillanoJair
26 de diciembre de 2018 - 11:50 p. m.
Cortesía
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Hay un libro que, como la buena literatura, no se circunscribe a un (único) núcleo social; lo suyo son representaciones que condensan historias nacionales y, quizá, continentales. Un libro de, -digámoslo sin ambages-, necesaria lectura: La casa Anegada (Univalle, 2018).

Siete cuentos. Todos cortos. Todos precisos. Todos estremecedores. La prosa de Osorio es de esas que pasa desapercibida, que no se hace notar, que no hace ruido; sin artificios, sin ínfulas, sin malabarismos. Un autor de línea ortodoxa, que en algunos casos deja el paroxismo para el final, que en otros abre la posibilidad de muchos desenlaces, o que simplemente le es fiel a la tradición más sabia: permitir que toda la atención del lector recaiga en el relato. O sea: en la historia, en el drama, en los personajes. Con lo cual no es difícil suponer la influencia de escritores como Chejov, Babel, Faulkner, Ribeyro, entre otros.

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Narradores a cuyos cuentos se les puede resaltar la potencia y la intensidad. Cualidades que se perciben con claridad en los del autor nacido en La Tulia (Valle). En el primero de ellos, La última cuota, asistimos a la asfixiante agonía de un señor que se ha pasado la vida debiéndole dinero al banco, que ha caído en el círculo perverso del debe y paga, y la paga y debe. Víctima, pues, de la inclemencia del sistema financiero, que no respeta ni en vida, ni en la agonía, ni en la muerte. El argumento es nítido: crítica feroz a una de las abyecciones del capitalismo. 

Citaba a Chéjov arriba. No era gratis. En la narrativa breve del ruso hay múltiples fabulaciones en las que las féminas tienen el papel protagónico. En el caso de Osorio encontramos varios enfoques: la de la heroína fallida, la de la víctima, la de la victimaria. Todas problematizadas, todas bien elaboradas, todas divinas. Tanto así que uno como lector resulta conmovido y embelesado, y quisiera ir a resolver sus molestias.

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En La huelga somos parte de la frustración de una sindicalista que fracasó en su intento de generar equidad e igualdad en su trabajo. En La casa Anegada, es de nuevo la derrota de una mujer la que configura una historia sombría y de fuertes emociones; a través de fotografías se cuentan la suerte de una persona a la que la vida le ha asignado varios obstáculos, con una metáfora cristalina: la lluvia, la inundación a lo largo de una existencia lacerada.

Ni hablar, entonces, de Un rostro en el espejo. Relato desgarrador por la simpleza con que es contada la furia almacenada y luego exacerbada de una mujer a la que le ha tocado soportar con estoicismo las adversidades de la pobreza, y el maltrato de un marido apaciguado por sus propias tristezas. “El hombre les ayudó. Se casaron. No lo amaba. No sabía qué era el amor, pero la seguridad económica y el bienestar de los hermanos parecía suficiente. Pronto nació el hijo. Cinco años después, las gemelas”. 

De la narrativa de Osorio se destacan las inquietudes que despierta en el lector, el énfasis que hace en una situación, la sobriedad con que presenta los infortunios de los personajes. Despojado de sentimentalismos, y de los recursos más sensibleros y efectistas. En suma: la creación de personajes problematizados. 

En La mujer furtiva, por reafirmar lo dicho, una mercenaria tiene la tarea de enamorar a su víctima. Pero aquello se esclarece a medida que transcurren las acciones. Osorio sabe exponer el efecto para luego asir las causas.

No está de más resaltar el trabajo del autor como crítico literario, labor que le ha merecido distinciones, siendo la más reciente el Jorge Isaacs por el ensayo El sicario en la novela colombiana. Osorio es un conocedor del género de la violencia en la literatura colombiana.  No es extraño, pues, que en los cuentos La ceremonia y No eres parte de eso, haga gala de una estética donde lo marginal ocupe un espacio crudo y protagónico. 

Me explico: en No eres parte de eso, la muerte se incrusta a lo largo de la vida de una persona que le cuesta creer en esa realidad: la del campo, la de la ciudad, la del país; la parca lo persigue. En La ceremonia, el hijo de un mafioso es el verdugo de su padre, en una narración inteligentemente adobada. Dejo esta perlita:

“-Yo nací en La Tulia.

- ¿Qué?

-La Tulia, un pueblito del norte del Valle.

- ¿Y?

-Que allá nacemos muchos y nos criamos pocos, y a los pocos que nos criamos se nos quitan los sustos de por vida”.

La casa Anegada es un libro que merece una atención más trascendental en los espacios literarios. Hace poco tuve la oportunidad de hablar con Osorio; me dijo: “no me interesa la fama. Renuncié a ella”. Puedo entender aquello como una respetable posición. Me recuerda a Juan José Saer, y su descreimiento por la popularidad. Pero en lugar de hablar de fama, deberíamos hablar de reconocimiento. Y de lo que esta implica: lectores. 

Lectores, digo, que deberían gozar de estas ficciones.

 

Por Jaír Villano @VillanoJair

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