El Magazín Cultural

Desacralizar (en tiempos del nuevo coronavirus)

La escritora y periodista Alejandra López González hace una reflexión sobre la muerte, la protección de la dignidad de los muertos y la incapacidad para enterrar todos los cuerpos de las víctimas del COVID-19 en los distintos países del mundo.

Alejandra López González
13 de abril de 2020 - 08:08 p. m.
Fosas comunes en Nueva York. / EFE
Fosas comunes en Nueva York. / EFE

“…los tugurios se llenan

los vertederos se llenan

los manicomios se llenan

los hospitales se llenan

las tumbas se llenan

Nada más

Se llena”.

Fragmento de “A solas con todo el mundo” de Charles Bukowski.

 

Murió el 12 de diciembre y la encontraron 12 días después. Por el olor. Porque los vecinos de la cuadra se quejaron del vaho nauseabundo que salía de su casa. La Policía y la Fiscalía forzaron la puerta para entrar. Adentro, el cadáver ya rígido. La encontraron arrodillada sobre el suelo y la mitad del cuerpo recostado en la cama. Luego, el levantamiento y la burocracia. El chisme se regó, como suelen regarse los chismes en los pueblos pequeños: ve, ¿si supiste lo de la señora que encontraron muerta, que el cadáver se estaba pudriendo y que fueron los vecinos los que avisaron? Esta escena ocurrió al sur de Colombia semanas antes de que el país entrara en los tiempos de la pandemia. Cuando la Fiscalía encontró el cuerpo, nadie siquiera imaginaba que tres meses después, no muy lejos, en Guayaquil (Ecuador), la situación iba a repetirse con dimensiones dantescas.

El drama en Guayaquil empezó con imágenes de hospitales y contenedores de carga refrigerados repletos de cadáveres y, siguió con denuncias de familias conviviendo con los muertos ante la imposibilidad de enterrarlos, por el colapso de los servicios funerarios. Luego llegaron las noticias de cuerpos abandonados en los andenes y el cielo repleto de gallinazos planeando sobre una ciudad desierta. Las redes sociales se llenaron de videos mostrando restos ardiendo en la mitad de las calles: “están quemando un muerto, vean señores, están quemando un muerto como si fuera cualquier cosa”.

La crisis llegó al punto de que la alcaldía de Guayaquil decidió repartir cajones de cartón por falta de ataúdes, mientras usuarios de redes seguían denunciando que los “cadáveres enterrados en las cajas de cartón filtran fluidos a la superficie de sus tumbas”. La OMS o el CICR, entre otros organismos, han advertido sobre los riesgos que los cadáveres representan, destacando que los organismos infecciosos sobreviven durante períodos variables de tiempo. Muchos no más de 48 horas, pero otros sí.

En Brasil, a principios del mes se informó que, debido a la pandemia, se empezaron a realizar entierros exprés en el cementerio de Vila Formosa, en Sao Paulo, el mayor cementerio de América Latina. Allí, los trabajadores del servicio funerario, protegidos con guantes, máscaras y trajes especiales, sepultan en la tierra rojiza, a las víctimas del virus en 10 minutos. En esta ciudad, que ha presentado el mayor número de contagios en Brasil, “el 60% de sus 257 enterradores, ha sido suspendido de sus funciones por pertenecer al grupo de riesgo”, según informó la alcaldía de la ciudad en un comunicado.

En Jalisco, México, se emitió un protocolo para manejo de cadáveres por Covid-19 que suspende la celebración de funerales e indica que, en caso de hacerse, las familias deben asumir la responsabilidad. No puede haber más de 20 personas en las ceremonias y su duración no puede exceder las cuatro horas. México es el país del Día de los Muertos. El país de los altares con ofrendas para ellos.

En Europa, los casos más aterradores han sido Italia y España. En Italia, miles han sido enterrados con la bata de hospital y el mayor dolor de las familias ha sido la imposibilidad de ver a sus seres queridos por última vez. Incluso, se activó una campaña llamada “el derecho a decir adiós” para que los pacientes internados puedan despedirse de sus familias.  En España, el pasado 23 de marzo, se informó que la comunidad de Madrid habilitó el Palacio de Hielo para almacenar cuerpos, temporalmente, ante el colapso de crematorios y funerarias.

Lo más reciente han sido las imágenes, capturadas con drones, de la gran fosa común en Nueva York, ciudad que hoy tiene el mayor número de casos de Covid-19 en el mundo. Desde la semana pasada, los medios muestran féretros enterrados en una enorme fosa en Hart Island, lugar usado como cementerio masivo sin familiares o gente que no tiene cómo pagar funerales. El alcalde de la ciudad, Bill de Blasio, comentó que esas “sepulturas temporales” pueden ser necesarias hasta que pase la crisis.

Hoy hay casi un millón 800 mil casos confirmados y un poco más de 108 mil fallecidos en todo el mundo. Pero se desconoce la verdadera dimensión y la cantidad de muertos que puede haber en el mundo entero. Lo que sí es real es que varios países han publicado protocolos para el manejo de cadáveres. En este sentido, la misma Organización Mundial de la Salud, la Organización Panamericana de la Salud, el Comité Internacional de la Cruz Roja y la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y la Media Luna Roja, emitieron, en 2016, la actualización del Manual de gestión de cadáveres en situaciones de desastre, cuya primera edición data de 2006. Se trata de un documento que tiene dos objetivos: en primer lugar, promover la gestión apropiada y digna de los cadáveres y, en segundo, facilitar su identificación.

Este manual destaca en todo su contenido “la manipulación y almacenamiento de los cuerpos de manera digna” e incluye un proceso que implica asignar un código único a cada cuerpo; tomar fotografías y registrar los datos de cada cadáver lo más rápido posible; colocar cada cuerpo en una bolsa mortuoria; y almacenar los cadáveres temporalmente, de modo organizado. Y señala que “la ejecución de estos pasos en la gestión inicial de los cadáveres contribuye considerablemente a proteger la dignidad de los muertos y ayuda a garantizar su localización, evitando así su pérdida”. En todo el texto, se utilizan los términos “cadáveres”, “muertos” o “cuerpos” en lugar del término “restos humanos”, más respetuoso y técnicamente correcto, a fin de evitar cualquier ambigüedad para los lectores.

Sobre las fosas comunes, como la de Nueva York, el manual establece que “para facilitar y garantizar la localización futura y la recuperación de los cadáveres, los lugares de sepultura temporal deben construirse teniendo en cuenta el uso de fosas individuales para un número reducido de cuerpos y fosas comunes para un número más elevado. Las sepulturas deben tener 1,5 metros de profundidad y estar al menos a 200 metros de distancia de las fuentes de agua potable. En las fosas comunes, se debe dejar 0,4 metros de distancia entre los cuerpos. Además, se deben disponer los cuerpos, uno junto a otro, en un solo nivel (no uno sobre otro). Se debe marcar cada cuerpo e indicar su ubicación a nivel del suelo. Se considera la opción de colocar los cuerpos en posición vertical si es necesario”.

Sobre este tema de las sepulturas temporales, el manual dice que pueden realizarse, después de asignar el código único, fotografiar el cuerpo y completar el formulario de identificación. Así ofrece una buena opción para el almacenamiento inicial cuando no hay otro método disponible y no hay conflicto con las normas culturales. El virus está obligando a sepultar así los cuerpos. Pero el drama, como fue evidente en Italia, pasa por las familias que no pueden despedir a sus muertos. Probablemente muchos, lo único que esperan es poder salir del encierro para acudir a esa “tumba temporal”, sacar a su muerto, llorarlo, brindarle un funeral decente y enterrarlo dignamente.

En Colombia, hasta ahora el Ministerio de Salud reportó 109 muertos y 2.776 casos confirmados. Los sistemas sanitarios aún no han colapsado, pero hay  especial atención en municipios como Buenaventura, si se tiene en cuenta que el Valle del Cauca es el segundo departamento con mayor número de contagios, después de Bogotá. En Tumaco, ya se advirtió la precariedad del sistema hospitalario e incluso la imposibilidad de enterrar a los muertos, pues, en caso de un contagio masivo, ese municipio, no daría abasto. En el departamento del Chocó, este fin de semana ya se registró el primer caso.

En cuanto al manejo de los muertos, el Ministerio de Salud expidió, en marzo pasado, el documento Orientaciones para el manejo, traslado y disposición de cadáveres por Covid-19, que establece protocolos que los trabajadores de hospitales, funerarias, crematorios y cementerios deben seguir. En él, se dispone que “los principios de precaución y dignidad humana se deben cumplir siempre en todo momento de la manipulación del cadáver”. Aplica para la situación de emergencia por cuenta del virus. Pero la dignidad de la que habla, debería aplicar siempre y en todo lugar.

El pasado 27 de diciembre, Medicina Legal entregó el cadáver de una señora que murió en su casa al sur de Colombia. En la ciudad donde la encontraron hay una funeraria famosa en donde arreglan muertos que nadie quiere hacer. Aquellos que llegan descompuestos y cuyo olor putrefacto no resiste un velorio. El dueño de esa funeraria ayuda a campesinos, desplazados, muertos sin familia o familias sin recursos, gente que vive y muere en la calle. Cobra poco para que la gente pueda pagar un entierro digno. A veces, por pura compasión, arregla el muerto y lo entierra sin cobrar nada a nadie. A la señora la enterró el amortajador de los muertos pobres. Nadie quiere ser un cadáver repudiado. Que estorba. Por eso, él ofrece una ceremonia. Un ritual. Un mínimo acto sacro. Muchos se preguntarán por qué es importante proteger la dignidad de los muertos y cuestionarán cosas como por qué son sagrados. ¿Un ser humano ya es sagrado antes de morir o una vez muere, se vuelve sagrado? ¿Qué tienen que ver los rituales sagrados con la dignidad de los muertos? Cada quien tiene su respuesta.

Lo cierto es que las imágenes de los cuerpos ardiendo en llamas en las calles de Guayaquil; los cajones de cartón; los fluidos que salen de las tumbas en una suerte de agua-sangre nauseabunda y contaminante; los cuerpos metidos en bolsas plásticas que salen a diario de los hospitales en camiones de carga refrigerados; los féretros dispuestos en fila en el cementerio más grande de Latinoamérica; o la enorme fosa común de Hart Island en Nueva York y los gallinazos que sobrevuelan los cielos de las ciudades alrededor del mundo, son el fiel reflejo de esta humanidad del 2020. Esas imágenes, replicadas una y otra vez en las redes sociales, se resumen en un solo verbo: Desacralizar. Verbo transitivo. Quitar el carácter sagrado a alguien o a algo.

Por Alejandra López González

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