El Magazín Cultural

Diario del confinamiento VII: Ir al supermercado, una actividad de alto riesgo

La nevera está hambrienta. Todos los productos de primera necesidad, sobretodo las frutas y verduras, están en las últimas. Ir al supermercado es casi una actividad de alto riesgo en estos tiempos de pandemia. En Cataluña ya van casi 13 mil contagiados y 900 muertos.

Daniela Siara
28 de marzo de 2020 - 07:07 p. m.
Salir a la calle a hacer mercado, o a cualquier otro diligencia, un verdadero riesgo en estos tiempos.  / Cortesía
Salir a la calle a hacer mercado, o a cualquier otro diligencia, un verdadero riesgo en estos tiempos. / Cortesía

Las autoridades no hacen más que repetir que “la curva sigue disparada” y que estas dos próximas semanas debemos extremar las precauciones. En Madrid ha muerto la prima de una amiga colombiana. En Milán, el suegro de mi amiga Francesca también ha fallecido en un Hospital. Los dos se han ido solos. Ninguno de sus familiares los pudo acompañar. Qué sensación más fea. Las víctimas empiezan a ser personas cercanas a los míos. A veces pienso que esta enfermedad nos va acorralando: unos la padecen y al resto nos acecha el miedo. Otras veces pienso que ese pensamiento es una tontería, una exageración, todo mi círculo cercano de familia y amigos se encuentra bien. 

Si está interesado en leer la entrega anterior de esta serie, ingrese acá: Diario del confinamiento VI: Héroes y mascarillas (Tintas en la crisis)

La nevera seguía vaciándose. Así, decidimos hacer la compra online, no queríamos exponernos ¿Paranoia o realidad? Imposible saberlo a ciencia cierta. ¿Miedo? Sí. 

No nos queremos enfermar. Si cae uno, el resto de la familia va detrás. 

Más malas noticias: la mayoría de los supermercados tienen su servicio online saturado. Encontramos uno que parecía funcionar. Entramos a su web a las tres de la mañana (ya lo habíamos intentado en un horario normal, sin éxito). Pasamos a la caja registradora virtual, el carrito de la compra estaba lleno de productos necesarios y otros que respondían a pequeños caprichos. Y cuando estábamos a punto de hacer el pago, (con suspiros de alivio y sonrisa triunfante) … oh sorpresa, el servicio estaba saturado hace días. Ya no aceptaban nuevas comandas. ¡Lo hubieran explicitado desde el principio! Es fácil, solo hay que poner “No se aceptan nuevos clientes” en la página de inicio. ¡Una hora de sueño intranquilo perdido! No nos quedaba otra opción que salir y exponernos.

Sin duda, muchas familias están pensando lo mismo que nosotros. El enemigo está afuera y respirar el aire de un supermercado nos da tanto miedo como vivir al lado de una central nuclear. 

Si está interesado en leer el tercer capítulo de esta serie, ingrese acá: Diario del confinamiento V: Pérdida de la libertad (Tintas en la crisis)

Mi primer intento de coser una mascarilla no fue tan satisfactorio como pensaba. A pesar de tener dos tías costureras, creo que yo no lo llevo en la sangre. No entendí muy bien el mecanismo y el resultado final quedó un tanto extraño, aunque funcional. La hice con una capa interior de algodón y otra de material impermeable que saqué de un delantal de Martí. Las tiras para amarrarla a la cabeza las corté de los rebordes de una camiseta vieja. Esa mascarilla casera, unas gafas y unos guantes de látex serían la armadura contra el virus que estaba esperándonos, escondido en la barra del carrito del supermercado o entre las cajas de cereal.

Decidimos con mi esposo que sería él quien saldría. Hicimos una lista detallada de los productos que necesitábamos, intentando recordar su ubicación exacta para encontrar la ruta óptima por los pasillos del supermercado. 

A las 9:45 a.m. salió. Lo vimos alejarse por la ventana, único transeúnte en la calle gris. Cuando desapareció por la esquina cerramos la ventana, bañé a Martí y lo ayudé a vestirse. Luego hicimos el ritual de buenos días (bonita costumbre copiada de la cooperativa de educación a la que llevamos a nuestro pequeño). Yo estaba pendiente de la puerta, pero aún tuvimos tiempo de jugar un buen rato sin que llegara ningún sonido del exterior.

Por fin, después de una hora y media de haber salido, Miquel volvió con el carrito lleno. Estaba contenta, quería darle un beso. Pero primero Martí y yo ordenamos todo y limpiamos el carrito con agua y cloro, mientras él se duchaba y se cambiaba de ropa. Solo entonces pude abrazarlo tranquila. 

Ha sido como bucear en un extraño sueño, me susurró al oído con una sonrisa. Bucear… Esa es una de las pasiones que nos une. Miquel y yo hemos disfrutado juntos los mares de Australia, Tailandia, Colombia… Es nuestro espacio secreto, alejados del mundo conocido nos dejamos envolver por los misterios y el vaivén de las profundidades. 

Mientras preparábamos el almuerzo, Miquel me explicó sus sensaciones: “Respirar a través de la mascarilla no era fácil, así que tocaba expirar e inspirar fuerte. Mi propio aliento cálido me empañaba ligeramente las gafas. Entré en el supermercado justo cuando abría las puertas. Un mundo aún no corrompido se mostraba ante las varias decenas de clientes que nos sumergimos a la vez. Todos andábamos en silencio, por lo que mi respiración resonaba en mis oídos. Si teníamos que interaccionar lo hacíamos lentamente, a través de señas. La mascarilla, gafas y guantes me hacían sentir seguro, a salvo de un exterior agresivo. Pero era lindo. Todos compartíamos educadamente el mismo mar. Conscientes de lo excepcional de la situación, nos movíamos con torpeza entre pasillos repletos de pequeñas promesas de felicidad. Unas semanas de confinamiento se hacen más llevaderas con una tableta de buen chocolate o un poco de salmón ahumado. Después de pagar, salí del supermercado y me quité la mascarilla. Al momento el vaho de las gafas se evaporó. Estaba de nuevo en mi medio.”

Bucear… Pasamos la tarde viendo nuestras fotografías de viajes e inmersiones. Contándole a Martí que ahí afuera había un mundo inmenso lleno de maravillas. Espero que pronto podamos volver a recorrerlo, pero ya no seremos los mismos.

Por Daniela Siara

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