Una prenda de cuero escurriéndose con esa cremallera a medio abrir tensiona el cuerpo de quien la mira. La captura de lo vivo, un close up, el indicio de alguien deshaciéndose de su ropa. La obsesión del dibujante con el detalle. La ilusión visual que nos seduce y nos hace parte de la imagen.
Fue en la década de los setenta cuando en Colombia el dibujo atrajo las miradas de los espectadores. Los artistas se dieron gusto revelando las formas de episodios y objetos convencionales. Cada uno a su manera se volcó a la experimentación con el trazo. El lápiz y el carboncillo fueron materia prima de sus creaciones: brillos, contrastes, texturas, movimientos, simulaban una fotografía o el encuadre de una película en blanco y negro. Mariana Varela (Ibagué, 1947) hizo parte de ese grupo de artistas que despertó el voyeur que nos habita. Dibujos que nos decían cosas sobre una nueva posibilidad de ver y entender el mundo. Una época, por demás, en la que las urbes hervían de cambios. El dibujo hiperrealista de Varela nos deja presenciar la intimidad de otro, pero también la de quien está mirando.