El Magazín Cultural

A diez años de la muerte de Mario Rivero

Uno piensa en Mario Rivero como en el poeta que durante medio siglo ha cultivado la poesía de diversas maneras, dedicándose a la suya y a la de otros poetas.

Óscar Jairo González Hernández
08 de mayo de 2019 - 03:33 p. m.
Mario Rivero, quien más allá de su poesía, trató de interesar a los lectores por la poesía, por todos los poetas, y crear nuevos lectores, principalmente desde su revista Golpe de dados.  / Cortesía
Mario Rivero, quien más allá de su poesía, trató de interesar a los lectores por la poesía, por todos los poetas, y crear nuevos lectores, principalmente desde su revista Golpe de dados. / Cortesía

En la suya aparecen nuevos escenarios por los que se deslizan elegías y baladas, una lírica que cuenta de sus asuntos personales, de una intimidad, de sus encuentros con los alrededores y de visiones que crean nuevas intimidades. Los temas más queridos de la literatura se renuevan en forma de confesiones, de cartas como el poema que lleva ese título, de fragmentos que son como la intervención en un diálogo. Una unión de las sensaciones espontáneas y de las que fabrican las imágenes de afuera, una entrega de su mundo de origen por medio de la expresión escrita, el mundo que cada uno lleva, y el de los seres y cosas que son trazos visuales que se llenan de musicalidad. El poeta de todas las sensaciones, del amor y del asombro, de la alegría y de la compasión por los demás, el galante enamorado de las figuras literarias y de quienes las inspiran, el enamorado del amor que le dan. Este hacedor de estampas sonoras es el mismo que ha descrito en sus poemas su propio modo de ser, porque siente que el poeta se inspira para interpretar el mundo sin saber lo que es pecado y no tiene nada que ocultar porque no sabe lo que son los secretos. Por eso todo lo que observa se convierte en él mismo para contarlo, la mirada de una mujer, la calle por la que ambos pasan y una sonrisa o unos ojos tristes, el universo del ser humano, sus dimensiones y las cosas que cobran vida. Lo original está en los nuevos motivos y en los acentos que se cobijan en los sonidos de ayer, los de la tradición combinados con los que él hace sonar en sus días, para ser contemporáneo y alcanzar las claves futuras que siempre lo pondrán de moda.

Mario Rivero ha vivido en su oficio personal acompañado de otra pasión, que brota de la misma fuente, interesar a los lectores por la poesía, por todos los poetas, y crear nuevos lectores. En treinta y ocho años de existencia su revista Golpe de dados le ha dado esa satisfacción, que es mayor al ver que algunos de los que antes eran sólo jóvenes lectores, publicaron después en sus páginas, y que con los años éstos les dieron paso a los que todavía sólo leían y no podían juntar un manojo de poemas para enmarcarse en la portada de la revista. Su colección nos ha dado capítulos enteros de la historia de la poesía colombiana, de la que repasamos desde sus comienzos hasta la que nace de ahí y se desarrolla en nuevas formas y argumentos. Nos da la poesía de otros países del idioma y nos trae las voces de otros continentes que nos ayudan a escuchar nuestra propia voz. Una revista siempre renovada, sin variar su diseño desde el primer número hasta el que circula hoy, sostenida por un único propósito desde su fundación, publicar poesía, así como lo concibieron su director y sus fundadores en el año 1972, para que el formato y el nombre no se envejecieran con el tiempo. La poesía le daría el brillo en cada número para hacerla una revista actual. Y con el tiempo, por haberse mantenido en su propósito, se ha ido transformando en algo distinto, en lo que el solo carácter de revista no abarca lo que ha llegado a ser su publicación. Ha llegado a ser, claro, de una parte, esa colección que uno tiene a su lado y consulta sin mirar, conforme con el cuaderno que el azar puso en sus manos. Pero además de ser una revista, Golpe de dados se ha convertido en una editorial que publica poesía, su trayectoria le ha adjudicado esa otra función, por lo que representa entre los lectores y en el mundo de las revistas y las editoriales, treinta y ocho años acompañando a los lectores en su casa íntima de la literatura, donde se comparte el afecto tan sencillo por la poesía y el placer enorme de convivir con sus visitas.

Luis Fayad

 

Mario Rivero representó, para mí, en Colombia, una necesaria experiencia de ruptura con el lirismo tradicional hispanoamericano. Demostró que la poesía podía ser hecha con el lenguaje de todos los días, con palabras de la calle, sin grandes metáforas, sólo con las imágenes más vivas del entorno. Es esa mirada directa, su perspectiva de lo existencial en primer plano,  su particular visión despojada de adornos en torno de las cosas, del vivir cotidiano, la desesperanza, el amor, la tragicomedia del mundo moderno lo que le da un trasfondo poético mayor, en la dimensión que tiene la poética moderna anglosajona, desde Whitman, Frost, W. Carlos Williams, Eliot, Auden, hasta Larkin, Simic y un largo etcétera. En Rivero no existe la arrogancia del Aedo exaltado, visionario, taumaturgico o trascendente. Fue, como se quiere pensar hoy en ese sentido, menos poeta que narrador incluso. Rivero legitimó el paradigma del antipoeta en nuestro país; nos aterrizó, nos devolvió sinceridad, sobriedad,  la sencillez que de alguna manera poetas como José Manuel Arango, Orlando Gallo, Robinson Quintero y muchos más hemos reconocido como parte de nuestra propia manera de ser. La grandilocuencia, el preciosismo verbal, la exaltación lírica no forman parte de su legado.  Pero eso no constituye pobreza o disminución de su valor poético. Es el suyo un camino posible todavía abierto. Aunque también debo reconocer que en el nivel formal de sus textos no siempre fue parejo, y a la hora de los balances, nos quedaríamos con menos de la mitad de lo que escribió. Pasa con todos, o casi todos.    

Pedro Arturo Estrada

 

Decir Mario Rivero es decir: POEMAS URBANOS. Textos al cruce de los vientos del tango, del bolero; la vida barrial, proletaria; el cine, la calle. Lo que, para el ambiente de la época, hasta el momento de su aparición, no era digno de ser nombrado en el poema entra a ser su fundamento. Poetizar  que es un narrar: exteriorismo. Poemas que son crónicas, relatos, collages de la vida cotidiana, urdimbres de frases coloquiales que interpretan al ciudadano promedio. Con esta obra la expresión poética se sacude la nebulosa que no le dejaba ver más allá de los dominios piedracielistas. Es una escritura que entra en resonancia con la onda renovadora, vanguardista, que recorría el mundo a finales de la década de los cincuenta, en el siglo XX. POEMAS URBANOS es una inyección de oxigeno en la densa poemósfera de una Colombia sumergida, contadas excepciones, en el soneto y el patetismo declamatorio. De ahí en adelante han surgido muchas voces, expresiones poéticas continuadoras del coloquialismo, nutridas por las experiencias de cierta poesía norteamericana (primero el imagismo y luego el objetivismo) y del exteriorismo nicaragüense. Así se inaugura una constelación de cronistas de la vida cotidiana, a través del poema, que han ido configurando una poética de la inmediatez, de lo que aparentemente es deleznable. Poesía fotográfica, dirían algunos, que retrata sin rodeos metafóricos el devenir del día a día en la ciudad. Ese es el aporte, entre otros, de POEMAS URBANOS.

Jairo Guzmán

 

Nuestro poeta Mario Rivero encontró el pizarrón de las calles de las ciudades donde respiró, padeció y amó, como el horizonte justo y correspondiente a su alma, congraciada entre el bullicio y las tardes de barrio.

Irrumpe Mario Rivero en nuestro medio para instalarse como un pájaro de fresco presagio, cantando sus poemas de asfalto, colgado sobre los alambres que cruzan entre casas.  Esa mirada primera y augural sobre la ciudad como tema fundamental de la poesía, es su entrega principal , puesto que es un gesto que recién nace en su tiempo para abrir puertas a otros candores , para nombrar y nombrarse en  nuevas melancolías y  horizontes de niebla. 

A través de sus versos, Mario Rivero, no hace visible lo que ya de por sí es bello, no el acto de despojamiento de las cosas para sacar a la luz su belleza oculta y terrible, pues su verso parte de lo evidente, de lo tangible, de lo que ya es tragedia en su realidad; o más bien, de lo que ya es real en su tragedia.

El de “Golpe de Dados”… mas no por azar, el que mira por las hendijas de las puertas, los solares, el día, los inquilinatos, las horas de las muchachas de “vida alegre”, hace su poética sin elaboraciones simbólicas, sin correspondencias, ni analogías; sólo con la aprehensión de las cosas por asalto en su latir…la cosa misma como se le presenta a su sentir, como se desliza entre las manos.

He leído a Mario Rivero en sus baladas citadinas y sólo ahí, para asomarme a una fotografía de instantes pasados, para sentir en su poética descriptiva, las pisadas de polvo de nuestros lugares donde sucede la imaginación y quizás la realidad.

Claudia Trujillo

 

Conocí la obra de Mario Rivero desde muy joven, hacia 1961. Sus poemas venían en los suplementos literarios de El Espectador y El Tiempo, y Jaime Jaramillo Escobar, mi amigo también desde ese entonces, era devoto de ellos, señalando desde ya la frescura de las imágenes, la cándida ternura de sus versos, y la profundidad oculta en su aparente simplicidad. Creo que esta apreciación, que suscribo también, es válida hoy en día, luego de tantos años, y nos habla de lo mejor de la obra de Mario.

Obviamente que el tono de Mario, que compartía con los poemas de esa época de Gonzalo Arango y de Eduardo Escobar, entraría en la poesía colombiana como algo novedoso, refrescante. Sin embargo, ya los elementos cotidianos de sus versos, de la vida citadina,  estaban prefigurados en los poemas de Rogelio Echavarría y Álvaro Mutis, quienes traían a la poesía colombiana los mejores vientos de la vanguardia europea. Pensemos en Cendrars o Prevert. Todo esto nos confirma que la poesía se construye como tradición y memoria.

Su poesía ha tenido un puesto destacado en la poesía colombiana gracias a su indudable calidad, pero también a la circunstancia político-literaria, que lo colocó al frente de los poetas impulsados por María Mercedes Carranza desde la Casa Silva y sus publicaciones, y por una crítica favorable que aplaudió en él su distanciamiento del nadaísmo. No creo que esto fuera muy favorable para Mario, porque a mi juicio enfrió sus búsquedas, su rigor, y así su poesía posterior a las décadas del 60 y el 70 ya no es, a mi parecer, tan loable.

Señalar a Ernesto Cardenal como mentor poético de Mario, como lo hizo recientemente Cobo Borda, es un error craso de crítica literaria, ya que la obra de Cardenal empieza a circular en Colombia mucho después de que Mario ha publicado los poemas que estructuran su obra.

Es una surte que la editorial Sibila, en España, publique este año la obra completa de Mario que ha preparado con mucho juicio crítico Federico Díaz Granados, porque ella nos permitirá por primera vez hacer un juicio más certero de su obra, y poder ver sus logros como sus debilidades, sin caer en los prejuicios y la insensatez de los comentaristas de poesía que abundan en Colombia.

Armando Romero

Por Óscar Jairo González Hernández

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