El Magazín Cultural

Dolly Montoya: "No se debe vivir en la línea del confort porque en ella no crece nadie"

Presentamos una entrega más de la serie Historias de vida, de Isabel López Giraldo. En este capítulo, la protagonista es Dolly Montoya, rectora de la Universidad Nacional de Colombia.

Isabel López Giraldo
16 de octubre de 2018 - 10:38 p. m.
Dolly Montoya, rectora de la Universidad Nacional.  / Cortesía
Dolly Montoya, rectora de la Universidad Nacional. / Cortesía

Soy una ciudadana colombiana, orgullosa del país que heredamos, consciente de que tenemos muchos problemas sociales pero nunca veo nada con fatalismo porque pienso que, -para usar un dicho popular- “todo tiene arreglo”. Para poder cambiar a nuestro país y al planeta, primero tenemos que transformarnos los seres humanos. El que no lo hace, no crece. Nadie puede transformar a otros, cada uno tiene que hacer su propia reflexión y decidir. Pensemos por ejemplo en la paz, que comienza por nosotros mismos. Debemos aprender a ser más tolerantes y mucho más incluyentes, con la familia, por ejemplo. Es hora de reconciliarnos para ser unos núcleos que irradiemos luz a la sociedad.

Tengo ancestro paisa. Mi papá era de Marinilla y mi mamá de Pereira. Nos criamos con fríjoles y arepa. Cómo no mencionar el ‘calentao’, que también hizo parte de nuestra dieta. Sin importar en cuántos lugares del país hubiéramos vivido, la alimentación en mi casa siempre fue muy paisa, solo que se le adicionaba un bloque de verduras impresionante porque mi mamá era una enamorada de ellas y de las frutas, entonces, al lado de una bandeja siempre había ensalada, incluso en el desayuno.

Mi mamá estudió en Pereira, hasta cuarto bachillerato, pero no terminó porque se casó. Mi papá era hijo de un campesino cafetero que pensaba que no debían sus hijos ir a la escuela porque el negocio del café iba a ser rentable para toda la vida. Pero, mi papá sí estudió porque su padrino entendió que debía formarse. Hizo su primaria, aprendió muchas cosas con su mamá y luego la vida le enseñó a ser un buen comerciante. Empezó exportando café y como el negocio creció, se fueron a vivir a Medellín, pero era la época de la violencia y nos tocó huir. Mi papá pensó que en Ibagué estaríamos más seguros. A mi papá lo persiguieron por ser liberal radical. Un buen día dejamos el carro en El Espinal (Tolima) y nos fuimos al Caquetá en una chiva, lo que nos tomó dos días de viaje en un calor terrible. Yo debía tener unos cuatro años pero aún así recuerdo cosas muy lindas de ese viaje. Me impresionó la selva pero me molestaba el calor. Cuando llegamos a Florencia no habían carros, sólo zorras; el agua se vendía en canecas como las de leche; había acueducto pero nunca llegaba el agua y tampoco había luz. Mi mamá, después de tener dos empleadas en Medellín y de ser una señora muy exitosa, lloraba porque en esas condiciones debía atender tres hijos y sin empleada, en realidad no teníamos nada. Mi mamá le decía a mi papá:

— ¡¿Cómo llegamos a este punto?!

— Nelly, es la comodidad o la vida. Ese es nuestro momento hoy, respondía papá.

Mi papá vio que en Florencia no había velas, entonces, como buen paisa, puso una fábrica. Nos fuimos a un barrio a la orilla del río, que en ese momento era maravilloso, al que todas las mañanas nos íbamos a bañar, nos caían las gotas del rocío y regresábamos a desayunar. Estudié con las monjas italianas en la primaria, las Madres Consolatas, en la escuela anexa del pueblo, que era una normal de señoritas donde estudiaban internas todas las niñas de la región. A ella llegaban los misioneros. Habían tan sólo dos colegios de niñas pero a mi mamá le gustaron más las monjas italianas. Fueron dos años durante los cuales mi papá se acomodó: fundó el Club de Leones y el Club Social. De a poco empezaron a llegar los paisas que huían de la violencia, también los opitas. Muy rápidamente hicieron un comercio fuerte: compraron café, madera y sacaron los productos hacia Bogotá; pusieron sus negocios en el pueblo y de esta forma Florencia se volvió un centro de atracción enorme para el comercio.

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Luego nos enviaron a estudiar a Popayán donde hice desde cuarto de primaria hasta los primeros años de bachillerato, porque regresamos a vivir a Pereira. Estudié en el Gimnasio Pereira cuando se estaba inaugurando en la Circunvalar. Recuerdo a la rectora, doña Consuelo de la Cuesta de Eastman y a la directora de primaria, Cecilia Delgado de Marín; también a mi profesor de química, el señor Antonio y al de matemáticas, don Bernardo. Teníamos profundización en matemáticas en las tardes para voluntarios pero también laboratorio de química, que para ese momento era una cosa única en los colegios.

Es muy constructivo haber vivido en tantos lugares, tan distintos, diferentes y lejanos, porque te hace muy flexible y versátil. Por ejemplo, cuando llegamos de Medellín a Ibagué, no conocíamos a nadie, ahí duramos muy poco (mi papá fue muy perseguido, entonces rápidamente arrancamos para Caquetá). Pasar de Medellín a Florencia, que fue el cambio real fue para nosotros los niños, muy chévere, porque jugábamos en la calle y sabíamos que no nos iba a atropellar un carro; nos sentíamos seguros; los ríos eran azules cual piscinas; la naturaleza era toda muy hermosa y silvestre, y a mí me encantaba. La verdad, yo prefería Florencia porque éramos absolutamente libres, en cambio en Medellín vivimos mucho más cuidados, más encerrados y todo el tiempo metidos en un carro. Hoy hago esta reflexión:

— La vida te va poniendo en lo que te tienes que defender. Llegar hoy a los mismos ríos que vi de niña y encontrarlos contaminados, me hace pensar que la ciencia tiene que hacer algo para recuperar la naturaleza.

El paso de Florencia a Popayán fue el más fuerte, porque la capital del Departamento del Cauca es una ciudad cerrada, tradicional, muy fría para quien viene de la selva amazónica, lo que nos obligaba a ‘andar’ siempre con saco; las casas también eran eran muy cerradas y blancas. Estábamos acostumbrados al aire libre y luego nos vimos encerrados y muy cobijados. Cuando eres libre y pasa eso, te sientes asfixiado en un cajón. Las monjas Consolatas hacían énfasis en matemáticas, baile y música, lo que nos enseñó a compartir en paz, a ser felices, a no pelear, a hacer deporte, hoy lo llamamos ‘desarrollo de ciudadanía’ porque todos éramos criados con ética; la formación era muy integral, ahí me hice muy buena matemática mientras jugaba. En Popayán los currículos eran más rígidos, pero le agradezco a a la capital del Departamento de Cauca que me dio disciplina. Nuevamente, cuando examino concluyo que:

— Uno llega a cada lugar a tomar lo que necesita. La vida ha sido generosa conmigo, pues me ayudó a llevar una vida un poco más organizada.

De Popayán a Pereira también fue como pasar de la noche al día, porque regresar a Pereira fue encontrarse con la familia cuando no estábamos acostumbrados a eso. De alguna forma uno siente un cambio, también positivo porque todo es más abierto y claro.

La vida es como una pirámide, los amigos van cambiando, quedan sus recuerdos pero hay que arrancar de nuevo, por eso no me ha costado recorrer el mundo porque en cada sitio tengo un par de amigos, también de infancia y de escuela. Mis amigas de Pereira son las compañeras de generación, con las de la Universidad he compartido vida profesional.

Recuerdo que el colegio, que era muy completo, nos ofreció orientación vocacional, y el resultado de ese ejercicio fue identificar que mi fortaleza estaba en la química y en las matemáticas, pero también en el Derecho. Recuerdo que en Popayán me metía a los juzgados a mirar cómo funcionaban, a escuchar las discusiones que se daban porque a mí me interesó la parte social toda la vida. Me encantaba la literatura pero también el deporte. Fui la presidenta de la Unión Pereira Estudiantil, en Popayán hice parte de las Hijas de María, dirigí la Cruzada Eucarística, también hice parte del Club Literario y del deportivo. Todo lo disfrutaba por igual. Todas las cosas se relacionan, lo que uno aprende en un lado le funciona en otro. Como lo importante no era que yo hiciera sino que todas hiciéramos, en una reunión se planteaban ideas para que todas las ejecutáramos. El buen manejo del tiempo se lo debo a no dormir mucho porque con cinco horas de sueño tengo y estoy muy bien, además, disfruto cada minuto.

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En mi casa se hablaba de negocios y de política. Fui muy buena lectora, por ejemplo, mi papá nos compró la colección de premios Nobel y yo la leí completa, también nos ponía a leer el periódico, ahora sé que era para que nos enteráramos de lo que ocurría. Él se sentaba y decía:

— Tome el periódico y léame los artículos de política, cultura y de opinión.

Nos turnaba a mis hermanos para leer y comentar. Revisábamos el movimiento de la bolsa, los precios del café: mi papá le regalaba, a los pequeños productores, el periódico El Campesino para que supieran cuánto les debían pagar en el mercado por el kilo. Siempre fue un hombre honesto, al grado de que cuando él no les podía comprar más, todos seguían pesando en su báscula para venderle a otros. Él fue un tipo muy ético del que aprendimos mucho. Tenía un supermercado de abarrotes y nos llevaba a trabajar a todos durante una hora después del colegio. Pesábamos azúcar, arroz y otros granos, teníamos que hacer doscientas bolsas cada uno y luego así nos íbamos para la casa, pero eso sí, él tomaba una muestra y si la raya estaba corrida un punto para atrás, decía:

— Le estamos robando al que va a comprar.

Y si estaba de más decía:

— Nos estamos robando nosotros.

Todo debía quedar sobre la rayita para que no le robáramos a nadie ni nadie nos robara. Por otro lado, él tenía la cuenta de la casa y mensualmente nos decía cuánto nos habíamos gastado y dónde íbamos a ahorrar; nos enseñó a cuidar la plata sin que fuera enamorado de ella, porque la perdía y la ganaba con mucha facilidad, pero nos generó conciencia del gasto, nos tenía cuenta individual, nos la dejaba conocer cada vez que le pedíamos algo y la socializaba en familia. Resulta que yo era la que más gastaba, pero decía:

— Sí, Dolly es la que más gasta, pero en libros, no en fuentes de soda ni en empanadas. Y para eso yo les doy todo lo que quieran.

Él siempre restringía todos los demás gastos pero no el de los libros. La biblioteca era colectiva y cada uno iba leyendo su libro. Recuerdo una pelea con mi hermana mayor cuando salió ‘Cien Años de Soledad’. Resulta que las dos queríamos leerlo y ella dijo que por ser la mayor empezaba, así que a la hora del almuerzo se generó una discusión terrible. A las dos de la tarde mi papá llevó un segundo libro para que lo leyéramos al tiempo. Empezamos las dos a las cuatro de la tarde y a las cinco de la mañana, estábamos todavía encarretadas, cada una con su libro, hasta que lo terminamos. Peleábamos porque ella me decía que yo no entendía y yo le contestaba que la que no entendía era ella (risas). Mi papá se divertía con eso. Y aunque se levantaba a decirnos:

— ¡A dormir! ¡A dormir!

Realmente nadie nos acostaba, además estábamos en vacaciones y hasta que no terminamos los libros, no nos dormíamos. Yo recuerdo haberlo leído con mucha intensidad. Después he vuelto a leerlo muchas veces.

Recuerdo que quería entrar a La Universidad Nacional y mi papá quería que estudiara en la Católica Femenina de Manizales, en la Javeriana o en Los Andes porque pensaba que en La Nacional me volvería comunista y tira piedra. Como decidí estudiar química farmacéutica descartaba viarias universidades que no la tenían, pero esto no era apropósito sino porque realmente me gustaba esa carrera, así que tenía el gran argumento. Y aunque la Universidad de Antioquia que era más pacífica también la tenía, decidí presentarme a escondidas de mi papá a La Nacional y pasé. No sabía cómo contarle pero finalmente aceptó pidiéndome que viviera donde una tía: yo tenía diecisiete años. Viví con ella el primer semestre y luego me fui a residencias.

Me adapté muy fácilmente y el no vivir con la familia era una garantía de poder hacer muchas cosas en Bogotá: se te abre el mundo. La Universidad tenía un portafolio cultural enorme. Estudiábamos pero también íbamos a teatro, a cine y a exposiciones entre muchas otras cosas. Era una vida cultural intensa para nosotros que teníamos como único compromiso estudiar, podíamos asistir a todo y teníamos la posibilidad de compartir. Aquí circulaban los libros de Mao, de Marx, de Engels, el libro de Historia Económica de Colombia de Álvaro Tirado Mejía. Leíamos de todo, estudiábamos economía política, historia de Colombia, también sobre la revolución rusa. Siempre estuve en los círculos de ciencias económicas y de sociología. Casi nunca iba a mi Facultad, sólo a las clases y salía corriendo, hacía los laboratorios pero me la pasaba en grupos políticos porque esa combinación de todas las ciencias es formidable. .

En la Universidad Nacional tenemos una campaña sobre la formación de seres integrales, y cuando miro mi pasado, me es evidente que así me formé, en artes y humanidades, y sin que fuera una obligación curricular, opté por ellas. Tomé “El hombre y el mito” en ciencias humanas como electiva así como apreciación musical y lo hice con mucho cariño e interés .

Siento que la universidad es una vivencia más que una carrera. Tenemos que generar y regenerar ese tipo de ambientes para que los jóvenes no sólo vayan a clases como metidos en un cajón, sino para que tengan una vivencia como ciudadanos. Eso hace diferencia y en la Universidad Nacional puedes venir a la clase y ser un estudioso solamente o disfrutar también el campus, las bibliotecas, los museos, los cuenteros… Porque la vida cultural de la Universidad es muy rica, los conciertos son gratis, por ejemplo, esperamos intensificar aún más esta oferta.

Yo viví muy intensamente la Universidad a pesar de que me casé muy al comienzo de mi carrera. Es que siempre quise ser mamá, eso lo tenía desde pequeña, aunque nunca jugué con muñecas. Tampoco quise comprárselas a mi hija porque siempre he pensado en por qué las mujeres debíamos tener muñecas y los hombres carros. Así que hasta que mi hija se antojó, no le compré una, pero en cambio sí le compré armadores, carros, aviones, para que viera el mundo de otra forma y no a través de estufas y muñecas. Libros siempre hubo porque les leí todas las noches antes de que se durmieran. . Soy cariñosa, abrazadora y besuqueadora, porque pienso que el cariño hay que expresarlo y a mí no me cuesta trabajo. Fui exigente con mis hijos poniendo marcos, no presionando, ni chantajeando, ni premiando. No soy de dar premios ni castigos, sino la razón, el porqué de cada acción. Hay que enseñar a nuestros hijos a respetar al otro, cómo se tienen que respetar ellos mismos, a la comunidad y a su entorno, a las casas de los amigos y no hablar mal de ellos, ni de las familias que les abren el corazón para que ellos lleguen. Uno a los niños les dice: éstas son las reglas éticas con las que debes caminar en el mundo, respetando a los otros. En la actualidad siento que tenemos una inversión de valores muy grande, porque creemos que el éxito es tener poder para mandar a otros, que el triunfo es llegar a dirigir a un montón de personas. Yo creo en que los liderazgos son colectivos; porque líder es todo aquél que puede mirar más allá de la vida cotidiana, proyectar qué quiere y hacerle ver a los otros que ese es el mejor camino, en el que ganamos todos, individualmente y de manera colectiva, pero con una mirada de largo plazo. El líder debe respetar, no imponer; debe compartir y aprovechar el conocimiento de cada uno para llevar a cabo las acciones porque el que no ayuda a planearlas tampoco las va a ejecutar; el líder debe también integrarse al proceso y ponerse en la primera fila y no desfallecer, sabiendo que unos se rinden y otros siguen porque siempre hay selección natural sin juzgar, el que se va sigue siendo amigo aunque no se quede, pues es libre, así pues que cada uno elige. Se va haciendo un liderazgo colectivo, todos avanzan en la comunidad como avanza el grupo en el que se está. El líder no puede quejarse, porque si empieza a cobrar lo que hace, ya no es un líder, sino lo está disfrutando entonces mejor que no lo haga.

Hay cosas que no dependen de uno y que uno no puede transformar, por las que no hay que sufrir, las que hay que soltar. Es como lo que dicen de ti, que no depende de ti, pero lo que sí, hay que ponerlo claro. Lo primero es aceptar y lo siguiente es transformar. No hay nada más claro en un colectivo que poner sobre la mesa lo que todos piensan para poder aclararlo, usando la báscula y haciendo reglas de convivencia.

Uno va dando pequeños pasos en la vida. Como a mí me iba tan bien en matemáticas y en ciencias y los niños del barrio muchas veces tenían que habilitar, entonces, iban a mi casa a que les enseñara. En vacaciones tenía escuelita, a mí eso me encantaba. No cobraba nada sino que me pedían el favor y yo lo hacía con amor. Mi gran satisfacción era que pasaran el examen y que no perdieran el año definitivamente. Esa era mi recompensa, después se celebraba. Es una cosa que se trae en el ADN, la de compartir y la de no pararse en nadie. La familia te ayuda a impulsar esos valores y la vida te va poniendo en diferentes sitios en los que debes estar. Las opciones están, tú eliges, porque finalmente esa es la libertad, la capacidad de elegir. Si estás bien orientado y si tienes un ambiente que te contenga, normalmente haces buenas elecciones. Para los que no las hacen, deberíamos insistir en la educación, en la formación. Todos los vicios que se tienen en el país es por la forma de educar. Nuestros problemas surgen desde la cuna.

En la vida, la educación es un balance entre el desarrollo de las actitudes y de las aptitudes. En las primeras está el desarrollo de un ser integral autónomo, es decir, que se conozca a sí mismo, que sepa qué quiere, para dónde va y luego con quién; a veces, empezamos al revés y esto va en estricta manera y orden, porque si empezamos primero con quién y después qué voy a hacer, ya se está viviendo el proyecto de vida de otro: es posible coincidir pero después de que tú sabes que eso para ti es importante. La autonomía es el ejercicio responsable de la libertad que es la capacidad de elegir y se elige con criterio y herramientas que deben generar los ambientes familiares, sociales, educativos, porque el problema es que en la sociedad revierte lo que el niño recibió pequeño.

Si tenemos una niñez tan desprotegida como en nuestro país donde la mayoría no recibe lo que necesita para crecer, porque nadie se lo brinda, se viven las consecuencias como las que padecemos. Los adultos no dimensionamos nuestra responsabilidad para con los niños, y es que nosotros enseñamos con el ejemplo. Los discursos no son formativos, son informativos, porque además no se hace el ejercicio de interiorizarlos. Uno puede respetar al otro cuando se respeta a sí mismo, si tú no te quieres no puedes querer a nadie. Ahora, la aptitud es el conocimiento, entonces vamos a las instituciones a aprender cosas. Ese justo equilibrio entre la formación como ciudadanos y el que tengan capacidades con conocimientos muy sólidos, en un proceso que no es repetitivo. No es pedagógico en pleno siglo XXI que un profesor evalué memorísticamente y pida repetir lo que él dijo. El papel de esa relación maestro alumno es que la humanidad ha acumulado conocimiento desde que apareció el hombre en la tierra, éste se ha heredado de muchas maneras, por costumbres, de voz a voz, pero ahora lo tenemos en la red, que se convierte en la disculpa, en el objeto a través del cual se dialoga. Esta construcción es información. La sabiduría del maestro está en que a través de las preguntas, inicie un proceso de entendimiento de la información, luego de comprensión de eso que existe, es decir, interiorizarlo, metabolizarlo y hacer una síntesis de información procesada. Es la única forma en la que se puede crear. Los procesos de pensamiento son únicos e irrepetibles en cada ser humano, tú no lo puedes hacer por otro. Un profesor debe hacer las preguntas para que el estudiante viva su proceso de hacer su síntesis sin decirle cómo, sin borrarle el cuaderno y sin escribirle de nuevo, porque eso sería violar su obra. Uno a los niños no los hace escribir de nuevo, si uno quiere decirles algo, les explica en un papel aparte para que ellos, si quieren, borren y lo hagan a su manera.

También debemos entender que hay niños que vuelan, es decir lo hacen más rápido que otros, pero no quiere decir que sean mejores que los demás, porque puede ser que el que lo hace más lento sea el que lo siembre mejor. Eso no importa. El maestro tiene que reconocer los ritmos de sus estudiantes y como ese proceso es diferente en cada uno, por lo mismo no se pueden comparar. No hay nadie mejor ni peor, somos distintos. Ese es el método científico y con él tu procesas todo, lo maduras, haces tu propia síntesis, no tragas entero y no andas repitiendo como loro lo que otros dicen.,. Sólo así se puede crear. El papel del maestro es tallar. Educar es sacar afuera lo que está adentro, lo que está contenido en cada ser humano.

Los profesores usamos el cincel del conocimiento para sacar la luz de cada estudiante.

Cuando yo comencé como maestra, con tiza y tablero, pensé:

— ¡Qué hartera! Los estudiantes tienen que aburrirse.

Así que para la siguiente clase comencé a hacer preguntas. Si no llevaban las respuestas los mandaba a la biblioteca a que las averiguaran y, luego las compartíamos en el curso. Además, vivía presionada porque tenía mucha carga académica y en lugar de aprenderme cosas para pintar en un tablero, decidí este método. Como alumna me aburría en algunas clases, en muchas de ellas, en lugar de asistir, en ese mismo horario yo me sentaba frente al libro y estudiaba sola, esto lo hacía cuando veía que la clase no me aportaba. No fui a la clase de ecuaciones diferenciales, solo a los exámenes, y me iba muy bien, sacaba las mejores notas, sentía que el libro me enseñaba más que la clase. Eso lo puedes hacer en una universidad como ésta, en la que eres libre, pero cuando te pasan a lista y te rajan con tres faltas, pues no aplica. Tengo monitores que se la aplican a mis estudiantes, yo al final no valgo eso y les digo:

— El que no quiera venir que no lo haga.

Porque lo importante es aprender. Pero mis estudiantes siempre van, están comprometidos con el curso. Asistir a la clase es una muestra de respeto con los demás.

A mí siempre me gustó la investigación pero nunca pensé en esta posibilidad cuando ingresé a la Facultad, pensé que iba a ser química farmacéutica, que iba a diseñar medicamentos, pero después aprendí que para hacerlo tenía que investigar, que eso no es haciendo y revolviendo.

Al comienzo de mi vida profesional estuve cuatro años en el mundo farmacéutico y después decidí volver a la Universidad a investigar, aunque aprendí cosas importantes, de volúmenes y de tiempos, entre muchas otras. Lo más especial fue que aprendí a relacionarme con muchas personas

Ahorré y me fui a estudiar a México para hacer la maestría en Ciencias Biomédicas Básicas. Cuando volví al año, resultó que me había ganado la medalla a la excelencia Gabino Barrera de la UNAM. Nunca he estudiado por las notas pero fui la mejor nota de la promoción. Después fui al New York Medical College a hacer un training en bacterias. Creamos un Instituto de Biotecnología desde el comienzo. Sentía que necesita aprender de manera constante nuevas cosas para empujar tu aspiración y tu proyecto. Así me fui a estudiar biología molecular a la Universidad Técnica de Múnich: cursé el doctorado en Alemania. Tanto la maestría como el doctorado los hice acompañada por mis hijos. Luego, cuando con el Instituto pudimos hacer la primera empresa Spin Off, yo quería saber política de ciencia y tecnología para entender porqué a los países desarrollados les rinde y a nosotros no, y la respuesta es que ellos son organizados y no todos quieren ser jefes. Tienen un sistema claro, todos se complementan, hay una competencia natural pero en lo que tienen que apoyarse se apoyan y en lo que tienen que competir compiten. Ocurre igual en las universidades.

En un país como Alemania, el discurso de la ciencia y la tecnología, es el mismo en el presidente de la República que en el último portero de un edificio de investigación, porque tienen un propósito de país. Ese es el sueño nuestro, el de alienarnos todos los actores, las organizaciones del Estado, las de las empresas, las de investigación y desarrollo (donde estamos las universidades y la sociedad civil) para hacer un propósito común en ciencia y tecnología, y que el conocimiento haga parte de la vida cotidiana de todos los ciudadanos.

La vida ha sido muy generosa conmigo porque el hecho de haber entrado como profesora de la Universidad Nacional es un sueño hecho realidad. La Universidad no te pone topes, nos da un puntaje por la calificación a hombres y mujeres por igual. Luego empezamos los caminos de investigación y no se distingue género. Creo que las mujeres nos interesamos menos en los cargos de dirección porque por lo general tenemos doble rol: el de ser madres para las que nos gusta tener nuestro mundo a salvo, nuestra casita, que en últimas se trata de conservar un espacio para que los hijos puedan crecer bien y tranquilos. Las mujeres nos dedicamos a construirnos académicamente y no a escalar posiciones, así compartimos más en familia. El interés por los cargos viene después de mucha experiencia académica e investigativa. Yo me sentía realizada, yo era feliz, porque para mí la felicidad no es ni el poder ni la plata sino que ésta, para cada ser humano, no es una opción, sino una obligación y es la tranquilidad que te procura estar en el camino correcto. Ahí está la plenitud.

Nuestro estatus nos lo da ser profesores de la Universidad Nacional y el compartir con el país nuestro conocimiento. Los cargos son responsabilidades adicionales, además, estamos de paso por ellos. He asumido con todo el amor del mundo la Rectoría, de la manera más responsable que se puede uno imaginar.

Ahora estamos en plan de hacer transformación digital y de reorganizarnos. Somos una Universidad contemporánea: vamos en la punta del conocimiento en todo. Tenemos novecientos grupos de investigación, tres mil profesores, una comunidad académica ilustrada, pero la organización de la institución no se ha desarrollado al mismo ritmo, tenemos todavía una administración lenta y nuestro interés es poner a tono la administración que sí sirva a las funciones misionales y a mejorarlas, y que no seamos un peso para frenar el desarrollo académico de la universidad.

¿Qué la reta?

Agradezco a la vida mis logros y sé que son una responsabilidad más para seguir caminando. Los premios son flor de un día, se reciben con mucho amor y felicidad pero tú sigues caminando por donde vienes. Debes dar gracias a la vida porque te pone los maestros, los padres, los amigos. Los premios no son individuales, son de crecimientos colectivos. Lo primero que hago cuando recibo uno es ofrecerlo a mi comunidad, a la que me llevó hasta ahí. Si yo fuera sola en el mundo no necesitaría ni cédula.

Aprendí en la vida que cada año uno tiene que evaluarse, uno que lo hagan de afuera, y hacerlo sin echarse cuentos; medir el crecimiento; ponerse sus propias metas. Pero no hacerlo para castigarse sino para mejorar. Uno de mis sellos es hacer mejoramiento continuo en mi vida privada, pero también es un proceso de todo el año.

En la mañana me levanto, agradezco y pido luz para resolver cosas. En la noche reflexiono sobre todo lo que he hecho y qué cosas no fueron correctas con las que hubiera podido afectar a alguien y cuáles pude haber hecho mejor. Así medito mañana y tarde, quince minutos mínimo y me pongo en paz conmigo y con los otros. Si veo que he cometido un error, yo llamo a la persona y me excuso, porque si agredí a alguien, tengo que dejarlo dormir intranquilo.

¿Qué le genera frustración?

La frustración está cuando uno se aferra a las cosas o a las personas y cuando no se acepta que hay nuevas formas de hacer las cosas. Eso tiene un nombre y es terquedad.

A mí me duele, porque abriendo la mente se puede vivir feliz, se puede mejorar. Sino se mueve del sitio se está muerto, porque si algo te hace vivir es estar en la incertidumbre, porque la línea de confort te entierra. Como en Alicia en el país de las maravillas, si tú no te paras en la banda y corres, si te quedas en el mismo sitio, tu no llegas, pero si te subes, estás al ritmo en que camina la sociedad. Y no lo digo por vanidad sino porque la vida es una oportunidad de aprendizaje y a eso vinimos, a aprender y a aprender en comunidad. ¿Por qué negarnos eso que la vida nos dio?.

¿Qué es el tiempo en su vida?

A mí La Montaña Mágica de Thomas Mann me encanta, porque siento que es un libro que le da a uno mucha noción sobre el tiempo.

Creo que lo importante, más que los horarios, es que hay que tener una organización que está referida al tiempo. Disfrutar cada minuto y no estar aquí pensando en lo que sigue. Si no estás en el presente te pierdes de la vida. Del pasado tomas experiencia: los aciertos para analizarlos y los desaciertos para trascenderlos y hasta ahí. Tu futuro depende de lo que hagas hoy.

La vida es de formularse nuevas preguntas y también es atreverse a caminar sabiendo que tienes un rumbo pero sin saber muy bien cómo lo vas a lograr, porque el camino lo vas construyendo y no puedes esperar a tenerlo listo.

¿Cómo ponerle luz a los trayectos oscuros?

Cada persona tiene una luz. Si tú logras poner tu luz al lado de muchas luces, hay claridad y se puede caminar en espacios mucho más grandes. Si sólo tienes tu luz, vas a caminar en el espacio que te dé tu velita. Las luces las ponemos todos, el equipo, el liderazgo colectivo, toda la gente. Tú sola no alumbras, quizás para ti, pero juntos alumbramos para todos.

¿Qué te dice la luz del día y qué la oscuridad de la noche?

Antes del amanecer ya estoy energizada y quiero trabajar. La noche es para ponerme en paz conmigo y reflexiono sobre lo que hice. Es un tiempo personal, es mi espacio.

¿Cómo se acompaña en esos espacios personales y únicos?

A veces, haciendo nada, con la mente en blanco que es el ejercicio más productivo del planeta. Si pones una música bien tranquila y la disfrutas, es perfecto, porque le mente necesita tiempo y por más problemas que tengas, al día siguiente están todas las soluciones.

¿Se sorprende?

Sí. Si haces las cosas en armonía con el universo, si vas fluyendo, todo va saliendo, la respuesta llega, todo llega y hay que confiar. Soy muy activa, hago muchas cosas pero no me dejo descerebrar. A esta edad aprende uno a mirar el significado de cada cosa. Por ejemplo, cuando yo veo que es una sorpresa para todos que haya una mujer en la Rectoría de la U. Nacional, es que no soy yo, es que la Universidad cambió. Yo soy el instrumento para mostrarle a la sociedad ese cambio. Ninguna mega universidad ha tenido una rectora, ni la de Sao Paulo, ni la UNAM, ni la de Chile. Y Colombia pudo cambiar. Es una universidad que tiene vida y es dinámica.

Hay un logro aún mayor en la vida personal.

¡Sí! Tengo dos hijos casados y cada uno de ellos con dos hijos.

Amor es libertad, la de elegir cada uno su proyecto de vida y que el otro le ayude. Que se acompañen. Esa creo que es la mejor opción. Juntando el poder masculino y el femenino, las personas crecemos, peleando no.

Vivir solo es una opción mediana, que es equilibrada. A las mujeres de mi edad nos queda muy cómodo porque adquirimos la capacidad de elegir sin problema porque ya elegimos todo.

Si se encuentra alguien en el camino está bien, pero buscarlo no ha sido mi tarea. Los que viven felices y lo logran para siempre, es porque enamoran a su pareja todos los días, esa es una elección diaria. Porque recuerda que uno tiene la obligación de ser feliz.

Si pudiera editar la vida, ¿qué cambiaría?

No me pesa nada de lo que he hecho ni un minuto de mi vida, porque todo lo he hecho con mucho amor, como el haber sido madre sin haberme formado completamente, pero lo disfruté muchísimo, además, tiene la ventaja de que yo fui abuela joven, lo que me ha permitido jugar futbol con mis nietos, por ejemplo. Eso es un premio de la vida a un costo alto: de más exigencia en todo el camino.

¿Qué proyectos tiene?

Tengo proyectos para toda la vida. No voy a parar de hacer proyectos. Aplazado no tengo nada. He estudiado, he viajado, he hecho lo que he querido, pero cosas que me gustaría además hacer, no por aplazadas, y pensando en hacerlas a otro ritmo, están, por ejemplo, pintar. Me encanta y hago cosas para mí pero quisiera aprender más técnica. El arte no tiene meta sino que se crea en cada trazo. Me gusta como me gusta la filosofía. Tengo muchos amigos filósofos y participo en discusiones filosóficas: me encanta la forma como se discute, se hace un aporte distinto y se encuentra mucha similitud entre el pensamiento y la interpretación del hombre y lo que la naturaleza hizo.

Más que ‘policharme’ el ego, lo que me gustaría hacer es evitarle a otros vivir cosas. Me gustaría hacer un libro de lo que no hay que hacer.

¿Qué cosas no hay que hacer?

No se deben decir mentiras, se deben tener argumentos claros y transparentes, sólo así uno no tiene que sufrir por tapar nada.

No trabajar para uno solo sin trascender.

No se debe vivir en la línea de confort porque en ella no crece nadie y te aburre.

Si no fuera quien es ¿qué sería?

Soy un montón de cosas que la vida ha hecho conmigo y eso somos todos. He hecho elecciones toda la vida y mucha gente ha colaborado conmigo y ha contribuido a que yo sea la Dolly que soy.

¿Dónde debería estar en este momento?

Aquí sentada conversando contigo.

Si no fuera un ser humano sino un objeto, ¿cuál sería?

No me gustaría ser objeto.

¿Y algo diferente de la naturaleza?

Un remanso de paz y armonía.

¿Dónde está su paz?

En el camino correcto siendo feliz.

¿Cuál es su armonía?

Compartir respetando al otro, a la comunidad y a mí.

¿Qué le gusta sembrar en las personas que se acercan a usted?

Que se conozcan y que crezcan. Que vean de lo que son capaces.

¿Qué debería decirse de usted el día de mañana?

De mí que no se acuerde nadie, que recuerden todo lo que empujamos. A mí no me importa que recuerden quién lo hizo sino la obra que se deja.

¿Qué pregunta no le han hecho?

A mí me las han hecho todas sobre todo después de que me eligieron rectora. (risas)

https://isalopezgiraldo.com/dolly-montoya/

Por Isabel López Giraldo

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