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¿Dónde dejamos a los niños? (Cuentos de sábado en la tarde)

Aunque era un día muy deseado, nadie pudo imaginar que el esperado viernes estaría cargado de inesperados acontecimientos y anécdotas.

Verónica Bolaños
10 de abril de 2021 - 05:18 p. m.
“Vamos, rápido, cojan los trompos, la pelota o lo que sea, rápido, qué esperan, no sean lentos, no pregunten, hoy no irán al  colegio”, les dijeron sus padres a todos los niños del pueblo.
“Vamos, rápido, cojan los trompos, la pelota o lo que sea, rápido, qué esperan, no sean lentos, no pregunten, hoy no irán al colegio”, les dijeron sus padres a todos los niños del pueblo.
Foto: Pixabay

Los niños recordarían años después a una monja que no tuvo la suerte de vivir en carne propia esos días de jolgorio y habladurías, también recordarían, con una sonrisa en los labios, aquella mañana en la que estaban listos para ir a clases y sus padres, como si de una peste se tratara, les dijeron “Vamos, rápido, cojan los trompos, la pelota o lo que sea, rápido, qué esperan, no sean lentos, no pregunten, hoy no irán al colegio”. Los niños saltaron de alegría, creyeron que los padres habían perdido el juicio y obedecieron. No preguntaron nada y guardaron sus trompos en el bolsillo. Las niñas se llevaron el estuche de colores y hojas blancas para dibujar.

Las calles no tenían pavimento, así que los zapatos se hundían en la arena que soltaba eructos de vaho caliente. Cuando corrió la noticia como pólvora, la gente se cambió de vestuario por uno más sobrio y adecuado a la situación.

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En el cementerio y las calles ya no cabía más gente. Todos estaban expectantes para ver si se cumpliría la última voluntad de la difunta.

Los buses coloridos y escacharrados del pueblo y de pueblos vecinos estacionaron en la plaza, donde años antes montaban la corraleja para celebrar las fiestas decembrinas. La muchedumbre desembarcó con mochilas, ollas plateadas, cámaras fotográficas para inmortalizar el momento y manojos de flores que arrancaron de sus jardines.

A los niños los dejaron en la iglesia al cuidado de una monja que no podía asistir al espectáculo más inverosímil que se daría nunca en un pueblo donde las lenguas no sabían estarse quietas dentro de la boca…

Días antes, un santo se salió de su sitio: no pudo aguantar las cosquillas y golpeó el brazo de la religiosa que en ese momento le besaba los dedos de los pies. La monja llevaba el brazo enyesado sujeto con un trapo al cuello, que tenía minúsculas verrugas marrones pegadas como garrapatas.

Cuando la gente desembarcó de los buses, miraron alrededor dónde podían dejar a los niños, ya que consideraban que el cementerio no era un lugar propicio para ellos. Le preguntaron a la fritanguera, que en ese momento montaba el caldero en el fogón de carbón, si se podía quedar con los niños. Le prometieron comprarle todos los fritos cuando regresaran. La mujer dijo que ella no se haría cargo de cuidar a ningunos muchachos, que por qué no los dejaron en su casa, qué cómo eran de sinvergüenzas y chismosos al traer a unos niños a presenciar semejante espectáculo…

Las mujeres lucían turbantes en la cabeza y cargaban a los bebés enredados en telas, en la espalda o el pecho. Los niños más grandes caminaban y vestían los uniformes del colegio: las niñas con los jumpers raídos y manchados de tinta. Los niños con camiseta blanca y pantalón corto de overol.

En el momento en el que la monja se disponía a cerrar el portón de la iglesia, el santo miró hacia el camellón y la plaza: vio que llegaban más buses pitando, como si fuera un día de votaciones. Vio cómo descendía la gente con gran alborozo. La plaza se fue llenando de grandes ollas, leña, galones con agua, carpas, hamacas, esteras en el suelo…

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La monja se persignó y dijo que fuera lo que fuera que quisieran ofrecerle, ella no podía, tenía muchas cosas que hacer dentro de la iglesia. Cuando intentó acabar de cerrar el portón, las mujeres entraron a la iglesia. Acomodaron a los niños en los escaños y le dieron a cada uno un recipiente con comida y con indicaciones de lo que debían hacer si les entraba sueño y ellas aún no habían llegado.

─¡Qué hacen, por el amor de Dios! Los niños no pueden quedarse aquí.

─Hermana, es solo un momentico, en un rato regresamos, venimos de lejos a ver si al final cumplen la última voluntad de la difunta.

─Aquí no se pueden quedar los muchachos, yo tengo muchas cosas que hacer aunque no lo parezca. Yo no puedo quedarme ahí sentá vigilando muchachos,. Cómo es que no los han dejado en su casa. Claro, les puede más el chisme que cuidar a los pelaos, por el amor de Dios sáquenlos de la iglesia, déjenlos en aquellos buses que están quedando vacíos.

─Hermana, no sea así, qué le cuesta vigilarlos, es solo un momento, tampoco es para tanto, además, usted poca cosa puede hacer con ese brazo enyesado, por cierto ¿qué fue lo que le pasó, se cayó de alguna escalera?

─No me vengan con vainas, saquen a los muchachos de la iglesia, aquí no los pueden dejar. ¡Y qué les importa a ustedes cómo carajo me rompí el brazo!

─Hermana, no sea mal hablada, yo creía que las monjas no decían malas palabras, le repito, es solo un momentico, llevamos tiempo esperando este momento, cómo cree que nos íbamos a perder esto. El que vende las boleticas nos avisó que Idalia había fallecido después de tomarse medio vaso de jugo de guayaba, la pobre no llegó a tomárselo entero, por lo visto se encontraba mal y sus hermanas la acostaron en el catre, le quitaron los zapatos y le desabotonaron el vestido para que se sintiera más holgada y fresca. Una de sus hermanas le acarició la cabeza y le preguntó si quería algo, y la mujer dijo que no, que solo quería dormir un rato. Así fue, se durmió, pero cuando despertó le dijo a su hermana que le provocaba un jugo de guayaba bien frío. Su hermana se lo preparó con bastante azúcar y varios cubos de hielo, le llevó un vaso, se sentó en la cama y se bebió la mitad. Dijo que le guardaran el resto en la nevera para tomárselo más tarde y ahí quedó…

Como comprenderá, enseguida nos alistamos para llegar hasta acá. No es un secreto para nadie, todos somos conocedores de la última voluntad de la mujer, además, ella misma se encargó de pregonarlo y decía que regáramos la bola: de esa manera todos lucharíamos para cumplir su deseo. Claro, nuestro pueblo quedó vacío y no teníamos a donde dejar a los pelaos. Tenga compasión, solo es por un rato. Podemos entender su rabia por no poder ir como todos al cementerio, pero qué se le va a hacer: usted tiene un brazo enyesado y así no puede ir. Mire cómo se empuja la gente, solo le faltaría a usted que la aplastaran como a una hormiga.

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Además, los pelaos no molestan, están ahí sentaos. Dentro de un momento ellos comerán y ahí les dejamos una jarrita con agua de panela para usted.

─Agua de panela ni qué ocho cuartos, saquen a los pelaos de aquí, partida de sinvergüenzas, yo tengo muchas cosas que arreglar…

─Usted verá, madre, ahí le encomendamos a los niños. Luego regresamos.

Cuando las mujeres acababan de darles las ultimas indicaciones a sus hijos escucharon un grito.

“¡Dentro de diez minutos sacan el cajón!”.

La religiosa decía improperios apoyada al portón marrón y sacudía el brazo que no tenía roto. Las mujeres corrían hacia la casa de Idalia…

Por Verónica Bolaños

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Astrid(p1nft)10 de abril de 2021 - 05:28 p. m.
En compensar tienen una actividad llamada la hora del cuento y es espectacular, los recomiendo: https://bit.ly/2Q808kN
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