El Magazín Cultural

Eduardo Camacho Guizado: in memóriam

Patricia Dávila, alumna del fallecido maestro de literatura de la Universidad de los Andes, detalla su aporte al pensamiento colombiano.

Patricia Dávila - Especial para El Espectador
08 de febrero de 2019 - 05:11 p. m.
Eduardo Camacho Guizado en foto tomada por su hijo menor, José, director del Departamento de Filología de la Universidad de Rutgers, en Nueva Jersey, Estados Unidos. / Cortesía para El Espectador
Eduardo Camacho Guizado en foto tomada por su hijo menor, José, director del Departamento de Filología de la Universidad de Rutgers, en Nueva Jersey, Estados Unidos. / Cortesía para El Espectador

La filósofa y docente universitaria Rosa Helena Santos, radicada en Alemania desde hace cinco décadas, alumna del primer grupo de egresados de la Facultad de Filosofía y Letras de los Andes, cuenta esta anécdota: A mediados de los años 50 del siglo pasado, entró a la universidad a un programa de periodismo dirigido por Gonzalo González -GOG-, programa que funcionó por corto tiempo. En medio de una clase el director puso a los estudiantes el ejercicio de titular un artículo que les distribuyó. Tras leerlo atentamente Rosa Helena sugirió un título ajustado al tema del escrito, el cual no convenció para nada al profesor. La alumna arguyó que su título anunciaba con precisión el tema del artículo, a lo cual el profesor le contestó: “así no se titula, usted está demasiado comprometida con la verdad”. Suficiente para que Rosa Helena decidiera dejar la Universidad, decisión que comentó a Don Ramón de Zubiría, comprometido desde la fundación de la Universidad con la organización de los estudios de humanidades.

Don Ramón disuadió a Rosa Helena de dejar la universidad y en su lugar la invitó a asistirlo en las gestiones para fundar la Facultad de Filosofía y Letras, y luego a concursar para ingresar a ella. En esa tarea Don Ramón concretó la participación de Danilo Cruz Vélez como decano, la del filólogo y latinista José Joaquín Casas, y  de Andrés Holguín, entre otros, quienes con el mismo Don Ramón, fueron los primeros profesores de la  facultad. El primer grupo de estudiantes era cercano a 12, de los cuales Rosa Helena recuerda a Eduardo Camacho, Helera Iriarte, Alejandro Álvarez, y a los también ya fallecidos Ilse Schutz, Gretel Werner y Jorge Rodríguez. (Lea más: El testimonio de los escritores que Camacho formó).

Al culminar muy joven sus estudios en los Andes, siguiendo su vocación, y con el ejemplo de su profesor de literatura, Ramón de Zubiría, doctorado en lenguas romances en la Universidad de John Hopkins, Camacho viajó a Madrid. Allí estudió y trabajó con figuras de la filología y la crítica literaria española  como Dámaso Alonso, y allí también  se doctoró con una tesis que ha hecho carrera como texto de consulta para especialistas y lectores de las letras hispanas: “La elegía funeral en la poesía española”, cuya segunda edición estuvo a cargo de los Andes. Camacho regresó a la universidad, para encargarse de los cursos de literatura en la Facultad de Filosofía y Letras, donde desarrolló una labor docente impresionante que duraría diez años. Encontró una facultad distinta, con más alumnos y sobretodo más alumnas, más organizada y sólida, y con Danilo Cruz aún en la decanatura.  

Varios de sus discípulos egresados de los Andes se han destacado en la escena cultural del país. Entre los escritores, poetas y críticos están Laura Restrepo, María Mercedes Carranza, Juan Gustavo Cobo, María Teresa Cristina, Patricia Lara, Conrado  Zuluaga, Jaime García Mafla y Piedad Bonnet, a quienes se agregan el director de teatro y hermano de Eduardo, Ricardo Camacho, y el actor Jorge Plata, entre otros. Varios de sus alumnos han sido también profesores universitarios reconocidos, tanto en los Andes como en otras universidades. Otros se dedicaron al periodismo, la actividad editorial o la administración cultural. Discípulos que seguimos otros caminos profesionales lo recordamos con reconocimiento  no sólo por habernos acercado a la literatura desde horizontes más amplios y sistemáticos, sino por el carácter formador de su ejercicio académico, que fue sin duda más allá del análisis y la crítica literaria.  

Sus cursos y seminarios despertaban un interés enorme. Como profesor Eduardo Camacho fue absolutamente responsable, un trabajador incansable y consagrado. Se tomaba el trabajo de comentar con su puño y letra las monografías presentadas por los estudiantes, señalando con franqueza y sentido orientador aciertos y desaciertos. En sus clases no había improvisación “para salir del paso” y era evidente la preparación detallada que las precedía.

Como crítico literario tenía un conocimiento vastísimo de la literatura española y latinoamericana, de sus recursos formales, influencias, estilos y temas, y manejaba con habilidad la técnica del análisis de texto. Fue un gran conocedor de los trabajos de crítica de la literatura española y latinoamericana, destacando su familiaridad con los trabajos de los filólogos e hispanistas alemanes, que han tematizado tan exhaustivamente la poesía y el teatro del Siglo de Oro español.

Todo lo anterior le facilitaba establecer relaciones entre distintos períodos de la literatura, seguir la evolución e innovación del lenguaje poético, y encontrar la originalidad de los textos o poemas bajo examen.  Su aproximación a la literatura se basó primero en su sensibilidad para captar la intensidad y amplitud de la creación literaria, y en una mezcla justa entre la exposición del marco histórico de la obra, de su ambiente cultural, y sobretodo, del análisis de texto, exhaustivo e intuitivo. Humor, ironía y sarcasmo, alejados de la burla pedante o agresiva, eran más bien herramientas para escudriñar y comprender mejor el texto literario. En alguna ocasión al estudiar el “Soneto con una Salvedad”, del poeta Carranza, que concluye con el conocido “Salvo mi corazón, todo está bien”, anotó agudamente la contraposición entre este verso, logrado poéticamente, y la realidad  colombiana en la época en que fue escrito, marcada por la violencia bipartidista.        

Aún se recuerdan sus cursos de literatura española, que abarcaron los períodos medioeval, renacentista, el  Siglo de Oro, y las modernas generaciones de 1898 y 1927, así como los cursos de literatura latinoamericana, que en el caso  colombiano comenzaban con el siglo XVI  e iban hasta los poetas y novelistas que figuraban en los años sesenta del siglo pasado. Los análisis de Garcilaso, Góngora, Quevedo, Teresa de Ávila, Tirso de Molina, Lope de Vega, San Juan de la Cruz, Calderón,  Machado, Lorca, J. R. Jiménez, Alberti, Aleixandre y Cernuda entre otros españoles, dejaron imágenes duraderas y explicaciones esclarecedoras. Lo mismo cabe afirmar acerca de figuras como Juan de Castellanos, Ercilla, Jorge Isaacs, José Eustasio Rivera, Darío, Silva, Valencia, Luis Vidales, León de Greiff, Aurelio Arturo, Carranza, Cote Lamus y Gaitán Durán, entre otros colombianos, así como González Gutiérrez, Guillén, Rulfo, Borges, César Vallejo, Carpentier, Fuentes, Cortázar y Vargas Llosa. Los seminarios, a los que se accedía en los últimos semestres de la carrera, eran realmente magistrales y en ellos se abordaban individualmente novelistas, poetas o movimientos: el Quijote, el Modernismo, José Asunción Silva, Neruda y Gabriel García Márquez.   

Posteriormente Camacho se vinculó al Spanish Summer School del Middlebury College y a la State University of New York (Albany), como profesor invitado, y a mediados de los setenta volvió a Madrid como profesor y luego director del Programa del Middlebury College, en esa ciudad. En España continuó su fecunda actividad docente y publicó ensayos de crítica e historia de la literatura, entre los que destacan los “Estudios sobre literatura colombiana: siglos XVI y XVII”, “Poesía de José Asunción Silva”, y “Neruda, naturaleza, historia, poética”. En España publicó también algunas novelas como “Sobre la raya”, “Aquellos rojos años”, “Los cuadernos de Souto”, poemas y “Sobre las arenas tristes”, inspirada en José Asunción Silva.

Las ciencias sociales, como la crítica literaria y la enseñanza de la literatura, avanzaron de manera significativa en el país durante el siglo XX. Eduardo Camacho fue parte importante de ese proceso. Hoy despedirnos al profesor, al crítico, al maestro, recordando su sensibilidad, dedicación, y buen gusto literario, que le permitieron captar y trasmitir la belleza, fuerza y profundidad de los momentos poéticos más logrados de la lengua española.

En mis apuntes de clase he encontrado montones de textos y poemas analizados por él, de los cuales he tomado algunos pocos, cuya lectura quisiera proponer para decir adiós a Eduardo Camacho:

Soneto -Garcilaso de la Vega-

 ¡Oh dulces prendas, por mí mal halladas,
dulces y alegres cuando Dios quería!
Juntas estáis en la memoria mía,
y con ella en mi muerte conjuradas.

¿Quién me dijera, cuando en las pasadas
horas en tanto bien por vos me vía,
que me habíais de ser en algún día
con tan grave dolor representadas?

Pues en un hora junto me llevastes
todo el bien que por términos me distes,
llevadme junto el mal que me dejastes.

Si no, sospecharé que me pusistes
en tantos bienes porque deseastes
verme morir entre memorias tristes.

Noche oscura, fragmentos -San Juan de la Cruz-   

1. En una noche oscura,
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada.

2. A oscuras y segura,
por la secreta escala, disfrazada,
¡oh dichosa ventura!,
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.

5.¡Oh noche que guiaste!
¡oh noche amable más que el alborada!
¡oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada!

Cántico espiritual, fragmentos -San Juan de la Cruz-

Esposa: ¿Adónde te escondiste,
amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti, clamando, y eras ido.

¡Ay, quién podrá sanarme!
no quieras enviarme
de hoy más ya mensajero, que no saben decirme lo que quiero.

Y todos cantos vagan,
de ti me van mil gracias refiriendo.
Y todos más me llagan,
y déjame muriendo
un no sé qué que quedan balbuciendo.

La noche sosegada,
en par de los levantes de la aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora;

Amor constante más allá de la muerte -Francisco de Quevedo-

Cerrar podrá mis ojos la postrera 
Sombra que me llevare el blanco día, 
Y podrá desatar esta alma mía 
Hora, a su afán ansioso lisonjera; 

Mas no de esotra parte en la ribera 
Dejará la memoria, en donde ardía: 
Nadar sabe mi llama el agua fría, 
Y perder el respeto a ley severa. 

Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido, 
Venas, que humor a tanto fuego han dado, 
Médulas, que han gloriosamente ardido, 

Su cuerpo dejará, no su cuidado; 
Serán ceniza, mas tendrá sentido; 
Polvo serán, mas polvo enamorado.

Nocturno III, fragmento -José Asunción Silva-

Una noche
una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de älas,
Una noche
en que ardían en la sombra nupcial y húmeda, las luciérnagas fantásticas,
a mi lado, lentamente, contra mí ceñida, toda,
muda y pálida
como si un presentimiento de amarguras infinitas,
hasta el fondo más secreto de tus fibras te agitara,
por la senda que atraviesa la llanura florecida
caminabas,
y la luna llena
por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,
y tu sombra
fina y lánguida
y mi sombra
por los rayos de la luna proyectada
sobre las arenas tristes
de la senda se juntaban.
Y eran una
y eran una
¡y eran una sola sombra larga!
¡y eran una sola sombra larga!
¡y eran una sola sombra larga!

Soneto de la guirnalda de rosas -Federico García Lorca-

¡Esa guirnalda! ¡pronto!  ¡que me muero!
¡Teje deprisa! ¡canta!  ¡gime! ¡canta!
que la sombra me enturbia la garganta
y otra vez viene y mil la luz de enero.

Entre lo que me quieres y te quiero,
aire de estrellas y temblor de planta,
espesura de anémonas levanta
con oscuro gemir un año entero.

Goza el fresco paisaje de mi herida,
quiebra juncos y arroyos delicados.
Bebe en muslo de miel sangre vertida.

Pero ¡pronto! Que unidos, enlazados,
boca rota de amor y alma mordida,
el tiempo nos encuentre destrozados.

Reposo -Vicente Aleixandre-

Una tristeza del tamaño de un pájaro.
Un aro limpio, una oquedad, un siglo.
Este pasar despacio sin sonido,
esperando el gemido de lo oscuro.
Oh tú, mármol de carne soberana.
Resplandor que traspasas los encantos,
partiendo en dos la piedra derribada.
Oh sangre, oh sangre, oh ese reloj que pulsa
los cardos cuando crecen, cuando arañan
las gargantas partidas por el beso. Oh esa luz sin espinas que acaricia la postrer ignorancia que es la muerte.

Mi voz, Espadas como labios  -Vicente Aleixandre-  

He nacido una noche de verano
entre dos pausas Háblame te escucho
He nacido Si vieras qué agonía
representa la luna sin esfuerzo
He nacido Tu nombre era la dicha
Bajo un fulgor una esperanza un ave
Llegar, llegar. El mar era un latido
el hueco de una mano una medalla tibia
Entonces son posibles ya las luces, las caricias, la piel, el horizonte,
ese decir palabras sin sentido
que ruedan como oídos caracoles
como un lóbulo abierto que amanece
(escucha escucha) entre la luz pisada.

Marinero en tierra, fragmentos, -Rafael Alberti

El mar. La mar.
El mar. ¡Sólo la mar!
¿Por qué me trajiste, padre,
a la ciudad?
¿Por qué me desenterraste
del mar?
En sueños, la marejada
me tira del corazón.
Se lo quisiera llevar.
Padre, ¿por qué me trajiste
acá?

Gimiendo por ver el mar,
un marinerito en tierra
iza al aire este lamento:
¡Ay mi blusa marinera!
Siempre me la inflaba el viento
al divisar la escollera.

Branquias quisiera tener,
porque me quiero casar.
Mi novia vive en el mar
y nunca la puedo ver.
Madruguera, plantadora,
allá en los valles salinos.
¡Novia mía, labradora
de los huertos submarinos!
¡Yo nunca te podré ver
jardinera en tus jardines
albos del amanecer!

Amor América, fragmento de “La Lámpara en la Tierra”, Canto General, -Pablo Neruda-

Antes de la peluca y la casaca
fueron los ríos, ríos arteriales:
fueron las cordilleras, en cuya onda raída
el cóndor o la nieve parecían inmóviles:
fue la humedad y la espesura, el trueno
sin nombre todavía, las pampas planetarias.

El hombre tierra fue, vasija, párpado
del barro trémulo, forma de la arcilla,
fue cántaro caribe, piedra chibcha, 
copa imperial o sílice araucana. 
Tierno y sangriento fue, pero en la empuñadura
de su arma de cristal humedecido, 
las iniciales de la tierra estaban
escritas.
             Nadie pudo
recordarlas después: el viento 
las olvidó, el idioma del agua 
fue enterrado, las claves se perdieron 
o se inundaron de silencio o sangre.

No se perdió la vida, hermanos pastorales. 
Pero como una rosa salvaje
cayó una gota roja en la espesura
y se apagó una lámpara de tierra.

Yo estoy aquí para contar la historia.
Desde la paz del búfalo
hasta las azotadas arenas
de la tierra final, en las espumas
acumuladas de la luz antártica,
y por las madrigueras despeñadas
de la sombría paz venezolana,
te busqué, padre mío, 
joven guerrero de tiniebla y cobre
oh tú, planta nupcial, cabellera indomable, 
madre caimán, metálica paloma.

Yo, incásico del légamo,
toqué la piedra y dije:
Quién
me espera? Y apreté la mano
sobre un puñado de cristal vacío.
Pero anduve entre flores zapotecas
y dulce era la luz como un venado, 
y era la sombra como un párpado verde.

Tierra mía sin nombre, sin América, 
estambre equinoccial, lanza de púrpura, 
tu aroma me trepó por las raíces 
hasta la copa que bebía, hasta la más delgada 
palabra aún no nacida de mi boca.

 

Por Patricia Dávila - Especial para El Espectador

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar