Es de Guatemala pero lo que cuenta en este libro, y en otros, se conecta con Israel, con Lima, con Bogotá, con Nebraska, con la costa bretona francesa. Pero sobre todo se conecta con la memoria. El libro se llama Biblioteca bizarra, pero no es solo sobre bibliotecas. Es un libro con episodios –seis crónicas– de una vida a la que los libros llegan tarde, pero llegan para convertirse en la vida, una vida lectora, una vida para leer y escribir y traducir la vida.
El hombre calvo, barbado y de mirada aguda detrás de anteojos se llama Eduardo Halfon y en estas seis crónicas personales y universales se cuestiona, ríe, llora, duda, tiene miedo, recuerda y cuenta. Recuerda y cuenta sobre los libros y las bibliotecas que lo han marcado. Recuerda y cuenta un entrañable encuentro con “desechables” en Bogotá –de ellos recuerda preguntas: “si usted no tuviera comida, ni dinero, ni casa, ¿seguiría escribiendo?” –. Recuerda el tamaño de uva de Leo, su hijo, en el vientre de la madre, y cuenta como Leo crece mientras él traduce a William Carlos Williams. Nos cuenta sobre la lectura de la correspondencia de Chejov, y nos recuerda en qué se cifra la grandeza de un autor de cuentos como el ruso: ¨…pienso en la palabra nimiedad, en la importancia de la nimiedad en el arte, en la literatura. ¿No es la nimiedad, pues, la materia prima del cuentista? ¿No son las anécdotas en apariencia nimias, es decir, insignificantes, la arcilla misma con la que el cuentista trabaja su artesanía y moldea su arte?... El gran cuentista sabe hacer de los breve algo colosal, de los insignificante algo trascendente, de la nada unas cuantas páginas que lo contienen todo¨.
Decía que lo que cuenta Halfon se conecta sobre todo con la memoria, la memoria y la narrativa de la infancia, y en el ejercicio de su escritura el autor siempre da cuenta de una búsqueda, de un abrir y cerrar puertas para volver y, “a través del prisma nebuloso de la memoria y la ficción, recuperar destellos de un paraíso perdido”.
En ese ejercicio de la memoria, recuerda y cuenta Halfon también su llegada (tardía) a la literatura, y la presión de la que fue víctima en su país al convertirse en escritor. La crónica que cierra el volumen –Mejor no andar hablando demasiado– es el testimonio de lo que se ha convertido en un flagelo para muchos escritores centroamericanos: el exilio, callar o partir Su propia experiencia de persecución le sirvió al autor para hacer un recuento de las infamias del exilio obligado que padecieron, entre otros coterráneos suyos, Miguel Ángel Asturias, Augusto Monterroso y Carlos Solórzano. Al respecto el autor se hace preguntas que son pertinentes a todos los países de América en los que han cundido la barbarie y las fuerzas silenciadoras: “¿Cómo pude un periodista ser periodista, entonces, si su vida está a la merced de los artículos que escribe? ¿Cómo puede un novelista o un poeta decir algo sincero sobre su propia gente, sobre la desigualdad social, sobre los niveles intolerables de racismo y pobreza, si su propia vida depende de las palabras de esa novela o ese poema? No pueden”.
Con este libro, Halfon se afianza en un proyecto literario que no escatima en las exploraciones de la memoria personal y familiar, dosificando el asombro que nunca debe abandonar al niño, ni al escritor.
Juan Felipe Gómez