El Magazín Cultural

Eduardo Sacheri: “En el fútbol vivís perdiendo, morís, y eso es la tragedia”

Sacheri refleja su pasión por el fútbol en la literatura, trascendiendo el juego para contar historias que rodean el campo y revelan la complejidad de la vida y la muerte.

20 de abril de 2018 - 02:00 a. m.
 Eduardo Sacheri: “En el fútbol vivís perdiendo, morís, y eso es la tragedia”

¿Cómo definiría el fútbol? ¿Como un género épico, lírico o trágico?

Las tres cosas. Me parece que, al momento de convertirlo en literatura, el asunto requiere que vayamos del fútbol a algo un poco más profundo, en el sentido de que el fútbol, en tanto juego, por sí mismo, se cuenta solo, o se cuenta casi solo: se exhibe, se narra… Ahora, me parece que entra la literatura cuando empezamos a buscar qué representa el fútbol para esos que juegan o para esos que narran, porque está representando otras cosas, está aludiendo a otros mundos, y ahí es donde empieza a ser literario, si no puede ser una hermosa crónica de un partido, pero eso es otra cosa. El fútbol empieza a volverse profundamente humano cuando vamos a eso que está depositado en el fútbol y no es fútbol: los vínculos con tu niñez, los vínculos con tus afectos: ¿cuántas veces es importante por quien te lo inculcó o por esa persona con quien lo compartís? El juego en sí pasa a segundo plano en este terreno literario. Un juego con tus vecinos, en donde está en riesgo algo tan inasible como el honor, se vuelve tan épico como la final de un Mundial o incluso más, porque es algo íntimo y secreto. Donde el lenguaje busca el placer de la forma de narrar, aparece la lírica, en el sentido de que en algo que yo te cuente, busco sumar la belleza del lenguaje a la belleza de imagen que conservo. Y, al mismo tiempo, esa metáfora fácil que nos ofrece el fútbol: ganar es seguir viviendo y perder es morir, es una pequeña muerte la derrota y en el fútbol vivís perdiendo, morís, y eso es la tragedia.

En su alma está tatuada la palabra Independiente, en su memoria el recuerdo del arquero que alguna vez fue, en sus letras la humanidad, esas letras que a ojo cerrado cambiaría por diez años gloriosos en la primera del rojo, en la primera del más copero a nivel continental.

Hablar de una literatura futbolera en Eduardo Sacheri es desviar su intención a la hora de escribir. Sus relatos no son el resultado de trabajar un género como objetivo, sino el resultado de un testimonio, de una experiencia, de una amalgama de memorias que compartió —comparte— en los partidos de calle, en los que compartió con su viejo cuando era niño o en los juegos a los que no ha dejado de ir con sus hijos a la popular del estadio Libertadores de América del Club Independiente de Avellaneda.

Sus historias, tan polifónicas y diversas como la vida misma, se esparcen entre las vivencias compartidas y las propias, entre lo que ve, entre lo que le confiesan y entre lo que le roba el pensamiento. En esa cotidianidad, que muchos ven pasar desapercibida hasta que se saben atados a un tiempo que avanza pero no trasciende, Sacheri ve algo sublime, un sueño, una añoranza, un dolor, entre otros tantos aconteceres que se topan en su vida, en la de un amigo o en la de alguien con quien se cruzó en algún lugar nada heroico; allí ve algo que puede ser único o extraordinario también, y que, justamente, como el juego, la ficción, la invención, pasa en cada vida humana: el fútbol, ese partido de fútbol en el que se encierra un escenario donde la angustia ante la falta de gol gobierna nuestra existencia y acaba con ella en una pequeña muerte, con la sensación que otorga un resultado adverso.

Nunca deja escapar el dato de las siete Copas Libertadores, que le dan el título a Independiente de rey de copas de América. Sonríe aclarando que es un mero dato, pero en el fondo sabe que tiene siete razones para creer en la épica, en las grandes gestas. Sabe que el amor por un equipo de fútbol es un amor perenne, que atraviesa la niñez y su primer asombro, y continúa de manera transversal a lo largo de la vida, a través de la radio, de la televisión, de la ida innegable a la cancha el domingo en la tarde y del periódico del lunes que ilustra el juego del día anterior. Ha vivido, leído, jugado y sentido la literatura y el fútbol. Se mueve entre las 16 con 50 y entre algunas letras que surgen de la vida misma, porque es imposible escribir sin haber vivido, sin haber experimentado el amor, la desidia, la angustia, la incertidumbre, la amistad, la pasión, el gol.

Tanto un narrador como un arquero tienen un lugar dentro y fuera del juego. Están en él, pero miran desde un lugar a ratos lejano. ¿Cómo concibe esta relación?

El puesto del arquero tiene un destino trágico que el narrador no tiene, el narrador se salva; el arquero no se salva nunca. Lo mejor que le puede pasar al arquero es nada. Es un destino atroz. Lo peor que le puede pasar al narrador es que sus lectores no se involucren, pero no es lo mismo que ir a buscarla dentro del arco. El puesto del arquero requiere una idiosincrasia muy particular. El narrador necesita la empatía de estar de algún modo, hace falta una cierta empatía entre quien narra y lo narrado, y si no el espacio literario es un quirófano aséptico, la distancia es excesiva y no hay manera de generar luego una conexión entre quien lee y el texto.

¿El Nacional del 78 o las Libertadores del 72 y el 73?

Lo del 78 fue un simple torneo argentino. Pero un torneo argentino, en medio de la dictadura militar y con el Gobierno decidido a que nuestro rival fuera el triunfador. Por eso nos pusieron un árbitro que nos echó tres jugadores como para decir: bueno, listo, resígnense… Es algo más pequeño, pero tan absolutamente inolvidable, tan épico, que no puedo renunciar a ese recuerdo, porque es tan importante como una Libertadores, pero por el lugar que tiene en nuestra memoria… Este año se cumplieron 40 años, justo cuando Independiente volvió a jugar en su estadio luego de haber ganado la Copa Sudamericana en el Maracaná. Fui a leer algo en el campo de juego y si vos le preguntabas a las 50.000 personas que estaban, estoy seguro de que no renuncian al Nacional 78. La vida es compleja hasta para jerarquizar nuestros logros.

No lo inspiran un gol de Maradona o una novela de Piglia. Le evocan grandes sensaciones, pero su proceso creativo no parte del logro, parte del cuestionamiento sobre lo humano, del momento mismo en que la condición de nuestra especie se vuelve enmarañada. “La vida me plantea preguntas y en la escritura las respondo”. De ahí que sus narraciones surjan del momento en que todo se niega o se pone en entredicho, en el instante cumbre en que todo se niebla y se vuelve engorroso: “La maravilla no requiere literatura, la victoria no requiere literatura, la vida cuando es redonda no requiere literatura. Cuando viene la muerte a buscarte es cuando me pongo a pensar: cuidado, no nos olvidemos que antes de esta muerte está la vida”. En ese reducido camino que resulta ser la vida, es importante que la literatura sirva, precisamente, para hacer que cada uno halle un sentido de belleza en su quehacer en el mundo. Cada partido, cada novela, cada poema, brindan un antes y un después. Un asombro puede cambiar un rumbo, siempre y cuando en ese rumbo no se olvide el valor de la memoria, de la identidad y del enlace permanente entre tiempos. Por ello es que “los seres humanos necesitamos construir nuestra memoria, nuestra percepción de la vida. La historia como ciencia aporta a eso y es necesaria. La literatura va por otros lados y apunta a otras cosas, pero ambas son indispensables (...). La literatura no necesita pretender ser verdadera, necesita pretender ser bella. Bella, aún, en la manera más oscura. Bella en el sentido del arte en medio del pecho mientras lees y dejarte pensando en eso que leíste y hacerte otro cuando termines de leer. Eso tiene que hacer la literatura”.

En un mismo sendero pueden confluir un balón de fútbol y un rastro de la tinta que surge de la pluma del autor. Allí existen el amor, la tragedia, el dolor, el desasosiego, la derrota y, esencialmente, la complejidad de la vida y el misterio de un porvenir que se reinventa sin conocer plenamente su destino; allí rueda el balón, veloz, en el abismo, en el suspenso de un contragolpe al minuto 90. Ya lo había dicho Manu Chao: “la vida es una tómbola de noche y de día”.

Entre esa complejidad nace el arte, nace el gol, nace la ficción y nacen nuevos imaginarios que responden a una resistencia de una realidad incómoda: “la ficción es una manera de soportar la realidad. El arte es eso. El arte es, en el fondo, una búsqueda de placer estético porque la vida es una tragedia, para algo el ser humano la inventa, porque necesitas que la vida no sea tan atroz. Es un artificio de belleza para que una realidad que carece de esa belleza y de esos equilibrios, al menos fugazmente los tenga. El juego es lo mismo. Si ves a tu equipo ganar 4-0, la vida se equilibra. El arte tiene la ventaja de su paulatina construcción, cosa que el fútbol no”.

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