El Magazín Cultural

El arte es azul

Azul. Es que este amor es azul como el mar. Azul, como el azul del cielo nació entre los dos. ¿Qué es el azul? Enorme pregunta.

Juan Esteban Agudelo Restrepo
16 de marzo de 2018 - 12:00 p. m.
Imagen del libro "Historia de la belleza" del escritor Umberto Eco.  / Cortesía
Imagen del libro "Historia de la belleza" del escritor Umberto Eco. / Cortesía

¿Qué entendemos por azul? El color favorito de Occidente. El color de la ONU y la Unión Europea y la Otan y la Nasa. De Facebook y Twitter y el viagra. Del frío y de la tristeza, o de la luz y lo maravilloso. El color predominante en la portada de Historia de la belleza. De los niños heterosexuales. De la derecha política. Del cielo y del mar. Ah, ¿cómo hablar del azul inconmensurable e infinito? Aquí hay dos páginas.
 

Nel blu dipinto di blu, felice di stare lassú, cantaba Domenico Modugno en la popular canción italiana Volaré. En el azul pintado de azul, feliz de estar allí arriba, diría su traducción al español. La historia de un hombre que se elevaba por el cielo, azul, mientras piensa en los ojos de su amor, azules, como un cielo lleno de estrellas, y el mundo desaparece en medio de ese azul. Que, como en los Tigres azules de Borges, en el azul desaparece la lógica y aparece lo sorprendente. Y también cantó Edith Piaf con Charles Aznavour: Plus bleu que le bleu de tes yeux, je ne vois rien de mieux,  Même le bleu des cieux. Y el azul del amor también es el azul de la tristeza: Almost blue, almost doing things we used to do, there's a girl here and she's almost you… almost, escribió Chet Baker. Azul, cargado de significados y con un nombre preciso, blu, blue, bleu, blau –para ejemplificar con los idiomas más próximos a nuestro contexto cultural–, pero no siempre fue así; no siempre el azul fue el rey, no siempre fue importante, no siempre tuvo un nombre exacto.

 Y no siempre tuvo significado.

Ninguneado por siglos, el azul apareció en la historia de la humanidad en un periodo tardío, como reseña Michel Pastoureau en Azul. historia de un color: ni en el Paleolítico ni en el Neolítico está en la pintura rupestre, que usó los cafés y los rojos, colores que, aún hoy, son los más fáciles de producir. Mucho más tarde, para los griegos y romanos, cunas de nuestra cultura, fue un color de pobres, campesinos y barbaros; de los celtas y de los germanos – y de los mayas, que también tuvieron azul–. Los tintes azules eran caros, díficiles de fabricar y provenían de Asia: el índigo y el lapizázuli. Tener ojos de ese color, por ejemplo, era un defecto – You know your eyes are awful blue, canta en nuestros tiempos The Magnetic Field–.  

Hoy, para el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, el azul está definido por sus más importantes referentes en la naturaleza: semejante al del cielo sin nubes y el mar en un día soleado. Pues no, no todo el tiempo. El mar y el cielo no tienen un inamovible azul, su color varía dependiendo de varias condiciones como, principalmente, la luz – Si el mar es solo espejo: los colores del mar son los del cielo, escribió Aurelio Espinosa; y Lorca, aunque dotándolo de color, escribió al respecto: El mar es el Lucifer del azul. El cielo caído por querer ser la luz. ¡Pobre mar condenado a eterno movimiento, habiendo antes estado quieto en el firmamento!–. Para los griegos, los romanos, y varias culturas antiguas, ni el mar ni el cielo eran azules,  y este color no solo era secundario, sino casi inexistente, como expone ampliamente el artículo ¿Por qué muchas civilizaciones antiguas no reconocían el color azul?, de la BBC.

Las palabras con las que nombramos el azul los herederos de las antiguas culturas  europeas no provienen de los griegos ni de los romanos, sino de los germanos (blavus) y, para el español, del árabe (azureus). Importantísimas raíces que por siglos sirvieron para casi nada porque el azul siguió sin importarle a nadie. Para esas sociedades, el rojo, el negro y el blanco fueron los colores básicos. Y más adelante en la historia, cuando el cristianismo ya era una religion propagada en Europa, el azul no existía como color de la liturgia. El misal romano solo hablaba de esos tres colores básicos, acompañados del rosa, el morado y el verde. Aunque fue la iglesia la que permitió el ascenso del azul al olimpo de los colores.

¿Por qué?

Dios y la luz han sido casi sinónimos en la historia: la luz es conocimiento, verdad, bien, bondad y poder, y dios es el padre de las luces, de él emanan todas. Así era, por supuesto, en el medioevo. Una parte importante de los padres de la iglesia ya reconocían el color como forma de manifestación de la luz, por tanto, de dios. Estas ideas, más tarde y por siglos, se materializaron en mosaicos, miniaturas y en la luz coloreada por vitrales para las iglesias. Bien, ¿cómo se benefició el azul? Hasta aquí, en nada, porque seguía siendo un color sin importancia. Pero la idea permitió el florecimiento de su gloria.  

Para el siglo X, el azul se había introducido lenta y tímidamente en varias formas de arte cristiano, comenzó como un inofensivo color de relleno para fondos, que al popularizarse fue asociado como color del cielo y, por supuesto, de la luz...

¡PUM!

La iglesia lo convirtió en el color de la virgen María, reina de los cielos, que hasta entonces iba vestida de blanco; esto llevó a que San Luis, rey de Francia, proclamara el azul color de su reino y de su escudo; El color de la virgen y de un rey, que además era caro y difícil de conseguir, se transformó en signo riqueza; la novela artúrica, que nunca había considerado el azul lo suficientemente noble para algún caballero, lo dotó de las virtudes del valor y la lealtad. Haber sido olvidado por siglos terminó privilegiándolo: nunca fue un signo de algo importante, pero tampoco de algo despreciable. Así, el azul se convirtió en el más bello de los colores. Estalló en el arte y surgió con gloria para el fin del medioevo y la llegada del Renacimiento.  

En Brief History of Blue, Sarah Gottesman recuerda la leyenda sobre El entierro, una pintura que Miguel Ánguel dejó sin terminar porque, aparentemente, no consiguió dinero para comprar el azul de ultramar, el más puro y bello que se podía obtener; mientras Vermeer dejó endeudada a su familia por conseguirlo. El negocio de la producción y comercio de azules fue boyante: primero con caros y exóticos azules para monarcas y aristócratas, luego con una producción masiva y económica de azules para el pueblo.

Porque ahora les gustaba a todos, les pertenecía a todos
 
Con los estudios sobre la luz de Newton, el azul se convirtió en uno de los tres colores primarios; más tarde Goethe ratificó la importancia en sus teorías del color, en las que lo dotó de calidez y alegría –aunque el azul ya había sido enfriado hacia el siglo XV–; se popularizó como un color del romanticismo alemán y, además, básico en la vestimenta europea junto al negro y el gris. Ya era el siglo XVIII.

Su fama lo condujo a ser un color fundamental para la Revolución Francesa, el color de los revolucionarios, de la caída de la monarquía, de la renovación y la república. Uno de los colores de su bandera. Y la historia corrió con el azul militar y el azul de los marineros. Mucho más tarde el azul de los blue jeans de la clase obrera, primero; de la clase media, después; de todos, finalmente. ¿Había otra opción de color para la Organización de las Naciones Unidas, que hizo la Declaración Universal de los Derechos Humanos?  Aunque, lentamente, toda su fuerza simbólica se popularizó al punto de ser un color cómodo, moderado y políticamente correcto. Como era de esperarse, su evolución natural lo convirtió en un color conservador.

Pero sigue siendo el rey

Y aún estamos en su búsqueda, porque no nos basta el índigo, el celeste, el azul de Prusia, el azul de ultramar, el azul rey. “La búsqueda para alcanzar el lejano lado del infinito”, como justifica Yves Klein su propio azul, que surgió cuando, siendo un jovencito, se dividió el mundo con sus dos amigos y a él le tocó el cielo, que ahora lleva su firma.

El azul que caprichosamente les asignamos a los niños varones en el siglo XX, aunque antes de la primera Guerra Mundial se lo habíamos asignado, caprichosamente, a las niñas, por ser un color amable, mientras los niños vestían rojo y rosa, por ser el color del poder y el carácter. El azul escogido para Facebook porque Zuckerberg es daltónico al rojo y al verde, y el color que ve mejor es el azul. Ese azul del ensueño, oceánico y firmamental, que describió Ruben Darío al nombrar una de las obras más importantes del modernismo hispano, su Azul.

¿Pero qué es el azul? Pregunta enorme. Ya lo dijo Victor Hugo: “L'art c'est l'azur”.

 

Por Juan Esteban Agudelo Restrepo

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