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El ballet como forma de vida

Fundamentada en sus estudios en Cuba, y convencida de que el arte puede transformar una sociedad, Catalina Piedrahíta Múnera creó en Medellín una empresa, Ballet Factory, para llevar a sus alumnos a ir más allá del hobby.

Mónica María Castrillón Castro
08 de abril de 2016 - 08:48 p. m.
El ballet como forma de vida

Inquieta y dando vueltas por toda la casa se la pasaba de niña Catalina Piedrahíta Múnera, una talentosa y apasionada bailarina de la ciudad de Medellín. Su juego favorito era bailar y montar coreografías. Su madre, que era para ella su público favorito, la observaba con dulzura y decidió un día llevarla a una de las presentaciones de la Corporación Ballet folklórico de Antioquia. Catalina Piedrahíta siendo una niña de 11 años, ya reconocía que lo que estaba observando en aquella presentación era algo muy profesional. Emocionada y contenta, se visualizó y se soñó allí bailando con esos trajes y de esa manera; ella quería ser parte de eso que estaba viendo, y para ella, era un reto muy grande. A esta edad ingresa a estudiar danza en esta corporación, donde descubre ensayo tras ensayo que su vocación en la vida era ser una bailarina profesional. Hizo parte de los semilleros, de diversos montajes y posteriormente, a los 17 años, pasó a la compañía, donde pudo usar el mismo vestuario que había visto en esa presentación que a ella la cautivó.

Probando los diversos estilos y dejándose llevar por aquello que tanto le gustaba, a los 18 años ya laboraba bailando y dando clases. Bailar para Catalina Piedrahita no era un pasatiempo, así desde el contexto social fuera visto como un hobby. Siempre lo vio como su profesión. Se enamoró profundamente del ballet clásico, se levantaba temprano y hacía sus clases aparte, ensayaba y trabajaba fuertemente para ser una bailarina profesional, así le doliera todo su cuerpo, “porque el ballet duele”, comenta ella. En conjunto, con otros amigos que también se inclinaron por este estilo, recibía clases adicionales, pese a que los desmotivaban comentando que el ballet era un arte no compatible con nuestra cultura, que estaba descontextualizado, o que parecía traído de otro mundo. Pero esas eran solo más motivaciones para ella, quien además sintió que su vocación también era ser maestra de ballet.

Teniendo ya elementos profesionales como bailarina, Catalina Piedrahíta necesitaba herramientas pedagógicas para ser maestra. Decidió a los 19 años, con parte de sus ahorros, irse para Cuba a realizar una profesionalización de ballet en Prodanza. Allí se dio cuenta de lo importante que resulta el arte y la danza para los habitantes de este país; casi comparable con la pasión que despierta el fútbol en Colombia. Las entradas se agotaban, las filas eran largas, y la gente usaba su mejor traje para ir a vivir la danza. Pero esto allí se dio porque las presentaciones se preparaban para toda la gente, sin distinción de clase social, idea que le quedó sonando a ella para implementarla en Colombia.

En Cuba conoció a la maestra Lily Debasa, quien fue su apoyo no solo académicamente, sino también personalmente. Ella la califica como su segunda madre. A su regreso a Colombia, ya tenía una visión distinta del ballet y se apasionó mucho más por este arte. Estudió licenciatura en danza en la Universidad de Antioquia, pero se retiró al final porque el enfoque no era el que ella quería. Entonces decidió continuar sus clases particulares con la maestra Lily Debasa, quien llegó a Medellín a trabajar y a aportar elementos del ballet en diversas academias.

Catalina Piedrahita se dio cuenta de que en las academias de ballet en Medellín los consumidores de este arte eran los mismos familiares de los niños y niñas, que a su vez estaban allí, en su mayoría, para tomarlo como un hobby. Ella respeta profundamente los gustos de todos, pero viendo niños y jóvenes con tantas capacidades, viendo además que los que avanzan en este arte se van del país porque aquí no hay infraestructura, o maestros profesionales de ballet, se propuso crear una escuela profesional en Medellín para fomentar el ballet clásico como profesión. Ella quisiera que todo el mundo apoyara este arte y que no se mantuviera en ese lejano lugar, donde la gente lo ubica.

En el año 2013, volvió a Cuba a estudiar en la Universidad de las Artes una pasantía que se ganó con el Ministerio de Cultura. Al regresar a Colombia retomó la idea de crear una escuela profesional para fomentar y formar algo bonito para la ciudad y el país, donde se conociera lo verdadero del ballet, y que no solo se asociara a mujeres altas, delgadas, tutús, zapatillas y pararse en puntas de pie. Ella cree que todo se puede lograr, si es algo que nace desde el corazón, porque si hay una característica que tenga Catalina Piedrahita es la pasión por el ballet clásico. Nace entonces en el 2015 su escuela Ballet Factory en Medellín, donde se fomenta el ballet clásico más allá de la línea rosa.

Su enfoque es más serio e incluyente, quien lo quiera tomar como hobby se le orienta, pero quien quiera ser profesional aquí va a encontrar una maestra bien preparada, una bailarina con experiencia y una mujer apasionada que hace que en Medellín se respire ballet. Catalina Piedrahíta lo promueve con charlas de nutrición, maquillaje, uso de zapatillas y vestuario. Hace lo posible por invitar bailarines de otros países para dar aquí clases maestras, comparte textos e información al respecto, entre otros. Es decir, no es solo limitarse a la clase, sino conocer todos los elementos en torno a esta profesión.
El ballet es la unión de muchas artes y montar una obra puede resultar costoso, por eso hay que promoverlo, para que la gente lo apoye y lo hagamos patrimonio. Como dice Piedrahíta, “Convertimos tu pasión en danza, tu danza en arte”. 

Por Mónica María Castrillón Castro

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