El Magazín Cultural

El coronavirus y mi prójimo: Pensamientos desde casa, día 4

Ayer la reflexión fue sobre el "ensimismamiento", la búsqueda del yo; hoy es sobre el "enajenamiento", la vida desde los zapatos del otro, la mezcla ideal sugerida para una mejor convivencia familiar en tiempos de encierro.

Nelson Fredy Padilla *
28 de marzo de 2020 - 07:23 p. m.
Franz Kafka, a la derecha, escribió: "De mi modo de vivir en casa se puede sacar alguna deducción. Vivo en familia con personas bonísimas y afectuosas, más extraño que un extraño. Con mi madre no he cambiado en estos últimos años más de veinte palabras de promedio al día; con mi padre (Hermann), nada más que el saludo". / Archivo
Franz Kafka, a la derecha, escribió: "De mi modo de vivir en casa se puede sacar alguna deducción. Vivo en familia con personas bonísimas y afectuosas, más extraño que un extraño. Con mi madre no he cambiado en estos últimos años más de veinte palabras de promedio al día; con mi padre (Hermann), nada más que el saludo". / Archivo

Una vez superemos esa revisión de la individualidad desde el yo -la reflexión de ayer sobre el “ensimismamiento”-, podemos pasar al “enajenamiento”, la otra técnica literaria que enseñaba don Miguel de Unamuno, filósofo y escritor español. Es, sencillamente, ponerse en los zapatos del otro. En nuestro caso, reconocer a los familiares con los que estamos enfrentando la cuarentena. Eso implica desprendimiento y compasión para acercarse al prójimo, reconocerlo, oírlo, valorarlo, solidarizarse con él y desde ahí construir un diálogo común que favorezca la situación de encierro, no sólo para que los días transcurran en convivencia pacífica, sino que de allí pueda surgir una relación más fuerte, más creativa y más productiva. Mis intereses fundidos en los intereses del otro benefician las necesidades y aspiraciones de las dos partes. (Lea: El coronavirus y el yo: Pensamientos desde casa).

Así el concepto de familia puede alcanzar un mayor nivel de realización colectiva. Vuelvo a la experiencia que nos compartió el escritor Héctor Abad Faciolince mientras investigaba y escribía para su libro El olvido que seremos, sobre su padre asesinado: “Cuando el sacrificio nos está negado, a los escritores nos quedan las palabras. Nos queda el recurso de ensimismarnos y enajenarnos para luego traducir a las palabras precisas lo que vimos, sentimos y pensamos en nuestra imaginación. Yo intenté en este libro, al menos por un periodo, trasladarme a la mente y al cuerpo de esa persona, ser esa persona que hace el bien durante la vida y que a pesar de esto recibe las balas al final de su vida. Yo no sentí esas balas en mi cuerpo, ni me dolió, ni salió sangre, pero casi las sentí y casi me dolió y casi me salió sangre. Traduje a las palabras eso que pensé, que recordé, ensimismado y enajenado”.

Para unos parece más fácil, para otros puede ser un esfuerzo supremo. En el caso de los Abad el "ensimismamiento" y el "enajenamiento" confluyen en la recreación de un poderoso amor filial. En el caso del escritor checo Franz Kafka (1883-1924) y su padre -Hermann- la relación está en el otro extremo, el odio, y justifica la complejidad espiritual de su obra Carta al padre. Leo allí: “Así pues, el ‘asco’ (dejando aparte el hecho de que no era el judaísmo, sino mi persona lo que lo provocaba en primer término) sólo podía significar que reconocías inconscientemente la precariedad de tu propio judaísmo y de mi educación judía, y todo aquello que te lo recordara chocaba con tu odio declarado. Con todo, la importancia que le atribuías -en sentido negativo, claro- a mi nuevo judaísmo era muy exagerada, ya que en primer lugar llevaba en su seno tu maldición, y en segundo lugar requería inexcusablemente para su desarrollo de algún tipo de relación con el prójimo, lo cual en mi caso lo hacía impracticable. Lo que ya tenía algo más de fundamento era tu inquina hacia mi dedicación a escribir y todo lo relacionado con ella, por más que te fuera desconocido”. Un ejercicio catártico que todos debiéramos hacer apoyados en la escritura: explorar en nuestras entrañas, hasta el dolor más profundo.

Fue el poeta español Antonio Machado (1875-1939) quien escribió, con el trasfondo de la Guerra Civil Española: “Sólo es valiente quien puede permitirse el lujo de la animalidad que se llama amor al prójimo, y es lo específicamente humano”. Humanidad. Humanidad. Cuánto significado en esa palabra con estos componentes, pero si lo intentamos, así no logremos relaciones perfectas, seguramente estaremos trascendiendo hacia el bien común. Ese punto de equilibrio entre “ensimismamiento” y “enajenamiento”, llevado a la práctica en estos días de encierro, es el desafío que nos trajo el mundo de hoy para que nos valoremos más y desde allí seamos mejores personas en cuanto a comprensión y tolerancia.

No es tarea fácil, teniendo en cuenta las tensiones propias del ámbito familiar, ahora agravadas por la amenaza del coronavirus. Me valgo de palabras de la polaca Olga Tokarczuk, Nobel de Literatura 2018, en su duro y bello libro Sobre los huesos de los muertos:

“¡A trabajar! No siempre las obligaciones para con el próji­mo tienen que ser agradables”.

* @NelsonFredyPadi / npadilla @elespectador.com

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Por Nelson Fredy Padilla *

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