El Magazín Cultural
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El credo de los amantes

Creo en el sexo como fuego original, como instinto vital que nos ata a nuestro pasado y a nuestro presente animal.

Alberto Medina
29 de junio de 2015 - 02:00 a. m.
Ilustración: Gova
Ilustración: Gova

Creo en el amor como la energía que nos vuelca hacia el otro, que nos mueve hacia el ser que nos complementa, que nos hace seres satisfechos y totales, que nos convierte en hombres plenos o mujeres plenas.

Creo en el erotismo como acto creativo que sirve de puente entre las pasiones del cuerpo y las emociones del alma. En ese territorio, el amor no es puritanismo ni el sexo es simple placer carnal. Con el erotismo, amor y sexo caminan juntos, se amalgaman y se enaltecen.

Como en El credo de los amantes, creo en Dios padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible. Creo en la energía dadora de vida que sacó la luz de las tinieblas, del negro el blanco y del blanco un infinito abanico de colores que viste cada hierba, cada árbol y cada flor. Creo en la existencia de cada ser, de cada animal y de cada hombre, porque, así como yo siento que existo, siento que ellos existen por fuera de mí.

Creo en el espíritu porque es inasible, porque está hecho con los materiales invisibles con los que el dios de la energía tejió un mundo que salió de la nada, de la misma nada de la que salieron los inasibles: el amor, el desamor, la pasión, la mansedumbre, el apaciguamiento, el placer, el dolor, el odio, el hastío y un inacabable etcétera de inasibles.

Creo en el Dios que nos dividió en hombre y mujer para que busquemos por la tierra ese otro pedazo que nos hace falta para ser uno solo y sin soledad, para entregarnos al goce de la carne y del espíritu y no a la exclusiva tarea de poblar el mundo.

Creo en el Dios que dio a hombres y a mujeres las herramientas de la felicidad y concedió a su fugaz corporeidad roces, olores, ambrosías y goces.

Creo en el Dios que creó al hombre en esencia y trascendencia, que le dio al mismo tiempo la introspección y la salida, la soledad y el acompañamiento.

Creo en el Dios que delineó los labios para los besos, la carne para el goce y la energía para conectarnos con la tierra, con el cosmos y con los otros.

Con esta introducción los invito a compartir conmigo, todos los sábados, día de la calma en el corazón, una aventura cuya pretensión es reconstruir, de bocado en bocado, una historia de la literatura erótica universal.

Por Alberto Medina

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