El Magazín Cultural

El cuarteto Tana y la celebración de un estreno

Reseña sobre la presentación del grupo francés, realizada en el marco de la serie “Recorridos por la música de cámara”, ofrecida en la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango el jueves 11 de mayo de 2017.

Alexander Klein*
20 de mayo de 2017 - 08:53 p. m.
La agrupación francesa Tana está conformada por Antoine Maisonhaute, Ivan Lebrun (violines); Maxime Desert (viola) y Jeanne Maisonhaute (violonchelo). / Gabriel Rojas
La agrupación francesa Tana está conformada por Antoine Maisonhaute, Ivan Lebrun (violines); Maxime Desert (viola) y Jeanne Maisonhaute (violonchelo). / Gabriel Rojas

Como varios de los lectores sabrán, el año pasado compilé una lista de cinco conciertos que, en mi opinión, eran los más sobresalientes del año. En mi lista poco sorprendieron nombres como The Rolling Stones e incluso Coldplay, dos bandas que ya gozan de puestos privilegiados dentro de la historia musical de Occidente. En cambio, el nombre que sí sorprendió fue el de Fabián Roa, el compositor colombiano cuya música sonó por alrededor de dos horas el 17 de agosto en el marco de la serie Retratos de un compositor de la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango.

La sorpresa, por supuesto, radicó en dos razones principales: una, el nombre de Roa –como le sucede a la mayoría de compositores colombianos– es todavía desconocido en el país, incluso entre muchos melómanos y, dos, su música entra en el desafortunado calificativo de ‘música contemporánea’, sinónimo –para bien o para mal– de ruido y disonancia.

Ante tal prospecto, varios de los lectores también se sorprenderán si digo que el concierto del pasado 11 de mayo fue un momento histórico para Colombia. Pero no puedo evitar decir que de verdad lo fue, pues no solo tuvimos la oportunidad de escuchar un magistral cuarteto de cuerdas –la agrupación francesa Tana, conformada por Antoine Maisonhaute, Ivan Lebrun (violines), Maxime Desert (viola) y Jeanne Maisonhaute (violonchelo)– sino que presenciamos la interpretación de la obra Pasillo Emilio, del compositor bumangués Juan Pablo Carreño, la decimoquinta obra comisionada por el Banco de la República dentro de su programa de comisiones iniciado en 1966.

Lamentablemente, son pocas las personas que logran apreciar la importancia de esta iniciativa, cuyo propósito es estimular la creación de obras musicales por parte de los compositores del país. Pero lo cierto es que, gracias a ella, nombres como Juan Antonio Cuéllar, Jorge Humberto Pinzón y, por supuesto, Juan Pablo Carreño, se salvarán del olvido, esa guillotina tan familiar en este país que ha cortado la memoria de un sinnúmero de artistas que hoy todavía esperan a un académico –a un redentor– que desempolve sus obras y les de la vida que nunca tuvieron en un entorno que es sordo a lo que no vende.

Es por este motivo, y otros que no digo para no extenderme más, que el concierto al que me refiero fue tan importante tanto para el público como para Juan Pablo Carreño, quien tuvo la gran fortuna de escuchar su obra interpretada por uno de los mejores cuartetos de cuerda en el mundo. El repertorio, naturalmente, incluyó obras conocidas de la literatura de cuerdas frotadas, como La oración del torero, Op. 34 de Joaquín Turina, la novedosa Tracés d’ombres de Franck Bedrossian y el magistral Cuarteto en sol menor, Op. 10 de Claude Debussy. Estas obras, como habría de esperarse, fueron interpretadas con tal excelencia –articulación perfecta, vibrato impecable y dinámicas contrastantes– que hablar más de ellas sería inútil. Por tal motivo, me dedicaré a hablar de la obra de Carreño, cuyo estreno fue la gran novedad del concierto.

Como su nombre lo indica, Pasillo Emilio está inspirado en las obras de Emilio Murillo (1880-1942), uno de los compositores colombianos que más energía invirtió en el esquivo concepto de la ‘música nacional’ colombiana. De factura sencilla y, enmarcado en el género que musicólogos hoy tildan (con aire algo despectivo) de ‘música popular’, la obra de Murillo se caracterizó por una escritura basada en la fórmula de melodía con acompañamiento, principalmente inspirada en los referentes musicales campesinos de la región andina de Colombia. Socialista por convicción, Murillo precedió a Aaron Copland en su búsqueda de una estética sencilla cuyo propósito era atraer a las masas, al ‘pueblo’, a que escucharan música con la cual se sentían identificados y, en el caso de Murillo, alejarlas de aquellos referentes europeos que eran sinónimos de clasismo y desprecio hacia la figura del aborigen, del campesino, o del colombiano promedio.

Sobre la vida y obra de Murillo todavía hace falta –como en el caso de casi todos los compositores colombianos– un estudio exhaustivo que profundice sobre los conceptos arriba expuestos. Aún así, es bien sabido que la obra de Murillo fue la antítesis del academicismo francés impuesto en Bogotá por Guillermo Uribe Holguín (1880-1971), estudiante de Vincent d’Indy en la Schola Cantorum de París. Para Uribe Holguín, la música campesina colombiana no únicamente carecía de originalidad sino que estaba enmarcada en un lenguaje que para él era ‘rudimentario’ y, por ende, inaceptable para representar a Colombia frente al mundo en materia musical.

Ahora bien, al utilizar la obra de Murillo como referencia, Juan Pablo Carreño se adentró en un terreno bien movedizo. Según Carreño, su intención en el Pasillo Emilio fue «conservar la esencia» de la obra de Murillo pero mostrarla desde la perspectiva de «un compositor de nuestro tiempo». Como resultado, la obra de Carreño es todo un tratado de técnicas extendidas agresivas y permanente atonalidad, lenguaje que por su técnica, aparato teórico y proveniencia europea no podría estar más distante del de Murillo. A pesar de que la obra está magistralmente escrita, cabe preguntarle a Carreño: ¿será que todos los compositores de ‘nuestro tiempo’ escriben de tal manera? La respuesta, indudablemente, es no, y si Murillo estuviera vivo hoy no hay duda de que desaprobaría del lenguaje de Carreño, mientras que Uribe Holguín, en cambio, se deleitaría en él.

El valor que posee Pasillo Emilio será, en últimas, juzgado por el tiempo y por los cambios de pensamiento que vengan con él. Por ahora, sin embargo, es hora de celebrar, pues Carreño ha alcanzado un triunfo que a fuerza de perseverancia e inteligencia ha alcanzado, y el público colombiano se ha ganado una muestra más de ese patrimonio tan menospreciado pero valioso que existe en el país.

* Profesor del Programa Infantil y Juvenil de Formación Musical de la Universidad de los Andes.

Por Alexander Klein*

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