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El día que Gabriel García Márquez “descubrió” el periodismo

Cuando el entonces joven periodista de El Espectador se lanzó a las calles de la capital del país para reportear sobre los efectos del invierno.

Gabriel García Márquez
22 de octubre de 2012 - 09:41 p. m.
Para García Márquez, su gran maestro en el periodismo fue don Guillermo Cano Isaza, el hombre que lo contrató en  El Espectador en los años 50. Aquí junto a Consuelo Araújonoguera.  / Archivo - El Espectador
Para García Márquez, su gran maestro en el periodismo fue don Guillermo Cano Isaza, el hombre que lo contrató en El Espectador en los años 50. Aquí junto a Consuelo Araújonoguera. / Archivo - El Espectador

Mi primera lección grande de reportero la recibí de Guillermo Cano y la vivió la redacción en pleno una tarde en que cayó sobre Bogotá un aguacero que la mantuvo en estado de diluvio universal durante tres horas sin tregua. El torrente de aguas revueltas de la avenida Jiménez de Quesada arrastró cuanto encontraba a su paso en la pendiente de los cerros, y dejó en las calles un rastro de catástrofe.

Mi primera lección grande de reportero la recibí de Guillermo Cano y la vivió la redacción en pleno una tarde en que cayó sobre Bogotá un aguacero que la mantuvo en estado de diluvio universal durante tres horas sin tregua. El torrente de aguas revueltas de la avenida Jiménez de Quesada arrastró cuanto encontraba a su paso en la pendiente de los cerros, y dejó en las calles un rastro de catástrofe. Los automóviles de toda clase y el transporte público quedaron paralizados donde los sorprendió la emergencia, y miles de transeúntes se refugiaron a los trompicones en los edificios inundados hasta que no hubo lugar para más. Los redactores del periódico, sorprendidos por el desastre en el momento del cierre, contemplábamos el triste espectáculo desde los ventanales sin saber qué hacer, como niños castigados con las manos en los bolsillos. De pronto, Guillermo Cano pareció despertar de un sueño sin fondo, se volvió hacia la redacción paralizada y gritó:

—¡Este aguacero es noticia!

Fue una orden no impartida que se cumplió al instante... Cuando escampó por fin, la edición improvisada de El Espectador circuló como todos los días, con apenas una hora de retraso.

Gabriel García Márquez en su autobiografía, ‘Vivir para contarla’.

A las cuatro de la tarde, después de una mañana de sol, se precipitó sobre Bogotá uno de los más torrenciales aguaceros de los últimos años. De acuerdo con informaciones recibidas en nuestra redacción hasta las seis de la tarde, aún no había cedido la intensidad de la lluvia, las aguas causaron estragos en diferentes lugares de la ciudad, y los barrios más apartados se encuentran inundados.

La ciudad paralizada

Desde las cuatro y treinta se paralizó el tránsito en el centro de la ciudad. La avenida Jiménez de Quesada se convirtió en un caudaloso río que arrastraba objetos domésticos, sacados violentamente por la fuerza de la corriente de los barrios altos de la ciudad. No menos de 300 vehículos estaban paralizados a esa hora en la avenida Jiménez de Quesada.

Los millares de transeúntes que fueron sorprendidos por la lluvia en las calles se refugiaron en los edificios públicos, oficinas particulares, almacenes y cafés. El centro de la ciudad se paralizó totalmente.

La solidaridad de los habitantes de Bogotá se manifestó en esa emergencia. Los automóviles que aún podían movilizarse trasbordaban a los transeúntes de acera a acera. En la calle segunda, entre carreras tercera y cuarta, las cañerías domésticas fueron bloqueadas por las aguas y fue preciso que los vecinos solicitaran el auxilio del cuerpo de bomberos, pero en esos instantes los teléfonos del cuerpo de bomberos no daban abasto: de numerosos lugares de la ciudad se pedía auxilio, y las máquinas no alcanzaban para atender a las apremiantes y múltiples solicitudes.

Las radiopatrullas que se dirigían a los barrios apartados, dispuestas a prestar auxilios a las primeras víctimas de las inundaciones, fueron bloqueadas por los nudos del tránsito que en pocos minutos se formaron en distintos lugares de la ciudad. El río del Arzobispo, que atraviesa el Parque Nacional, se desbordó a la primera hora de lluvia torrencial.

En la calle 36 con avenida Caracas, una máquina del cuerpo de bomberos colaboraba con los vecinos de ese sector, que en un gesto de emocionante solidaridad trataban de poner a salvo los muebles y demás objetos de algunas residencias amenazadas por la progresiva e incontenible inundación.

Los habitantes del barrio de La Pradera, frente a las granjas de Techo, evacuaron las casas apresuradamente cuando se rompió la represa de una obra oficial que allí se realiza, y las aguas irrumpieron con fuerza desbocada en el interior de las casas. El barrio de La Pradera, uno de los más afectados por el tremendo aguacero, se encuentra totalmente cubierto por las aguas.

Escenas dramáticas se registraban en el barrio de La Perseverancia, donde estalló el alcantarillado y las aguas invadieron las casas. Dos niños no pudieron ponerse a salvo, y su rescate sólo fue posible con el concurso de un grupo de obreros que se apresuraron a evacuar la residencia inundada. Uno de los niños, semiasfixiado, recibe en estos momentos auxilio de emergencia, en un desesperado esfuerzo por salvarle la vida.

En el mismo barrio de La Perseverancia, las casas están siendo desocupadas rápidamente, ante el peligro de que se derrumben. Una anciana inválida fue transportada en su lecho, por voluntarios que generosamente desafiaban la furia de las aguas. Las residencias que todavía no habían sido afectadas por las inundaciones ofrecían su hospitalidad a los desalojados: en algunas casas era materialmente imposible recibir un objeto, una persona más, pues estaban literalmente colmadas.

La violenta ruptura de los colectores fue una de las causas del pánico en algunos sectores. En la carrera primera entre calles 12 y 13, un callejón con un pronunciado declive habitado por gentes humildes, la rotura de un colector sembró el pánico en toda la zona y puso en peligro la vida de sus habitantes.

Las casas fueron evacuadas apresuradamente por los voluntarios, ya que fueron inútiles los insistentes telefonemas al cuerpo de bomberos, cuyas máquinas se encontraban ocupadas en otros barrios. Patéticas escenas se presenciaron en ese sector: junto con los muebles y los utensilios domésticos eran sacados en hombros los niños semiasfixiados, los enfermos y los ancianos inválidos, a los cuales era preciso transportar en sus propios lechos.

A las cinco y media, se preguntó por télex, desde la redacción de El Espectador, a la administración de la Feria Exposición Internacional: “Por favor, infórmenos si por allá hay inundaciones y qué tan fuerte llovió”. La respuesta fue la siguiente: “Aquí no hay inundaciones. Llovió algo fuerte, pero ahora no está lloviendo y está seco”.

Media hora después, se preguntó de nuevo: “Deseamos saber si está lloviendo nuevamente”. La respuesta fue inmediata: “Por estos lados está que cae el agua a cántaros. No se puede pasar por las inundaciones”.

En algunos barrios se pusieron notas de humor a la lluvia: los propietarios de botes que durante los fines de semana se van de pesca a Tota o al Magdalena, aprovecharon las corrientes urbanas para salir a pescar en sus embarcaciones. A las seis de la tarde, en la avenida Caracas se organizaba un campeonato de botes a motor. Cuatro navegantes participaban en esa prueba, cuyos resultados no se habían pronunciado en el momento de cerrar la presente edición.

Un obrero de las areneras, arriba de Usaquén, sufrió la fractura de una pierna cuando se deslizó un barranco removido por la fuerte lluvia. La víctima, cuyo nombre no pudo ser suministrado por la alcaldía de Usaquén, cargaba arena en un volquete cuando se desató el aguacero, y permaneció en el lugar esperando a que cesara la lluvia. Allí lo sorprendió el deslizamiento que afortunadamente no ocasionó mayores desgracias.

Gabriel García Márquez en su autobiografía, ‘Vivir para contarla’.

 

Postales del Nobel

Su carisma siempre le permitió a Gabo acercarse a la gente en su papel de periodista, en especial a los niños. 

Con el maestro León de Greiff, uno de sus más cercanos amigos de tertulia en Bogotá, en el café El Automático.

‘Relato de un náufrago’, la gran obra clásica periodística del Nobel, publicada por entregas en El Espectador.

Retrato del gran novelista, justamente durante un 

aguacero que lo agarró mal parado en Bogotá.

 

Por Gabriel García Márquez

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