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El escultor que se inmortalizó en La Candelaria

Un homenaje a Jorge Olave, asesinado en septiembre de 2013, en su taller. El mismo tiempo que se han tardado los investigadores en esclarecer el crimen se ha tomado el óxido en carcomer sus esculturas y la Alcaldía Local en instalar las ya restauradas, que este año celebran su vigésimo aniversario.

Lucía Franco Vargas*
30 de marzo de 2016 - 12:18 a. m.
El escultor que se inmortalizó en La Candelaria

Ese viernes 28 de septiembre de 2013, por la mañana, Jorge Olave debía asistir a un taller en la Fundación Gilberto Alzate sobre cómo hacer jardínes verticales, pero nunca llegó. Aparentemente, murió el jueves en la noche, y su hija, Laura Olave, lo encontró el sábado a las diez de la mañana, tirado en el patio de su casa. Desnudo.

“Ese día, muy temprano, me llamó su hija Laura. Estaba preocupada porque su papá no aparecía. Cuando lo encontró, había evidencia de sangre por toda la casa y la ropa que llevaba puesta estaba en un balde. Los funcionarios de Medicina Legal, al final de la inspección, dijeron que había sido una muerte accidental violenta. Pero creemos que fue un asesinato, y que la persona que lo asesinó era un conocido. A Jorge le gustaba enseñar y trabajar con muchas comunidades, y después de lo sucedido nos dimos cuenta de que se llevaron algunas de sus pertenencias personales, entre estas, dos computadores portátiles”, cuenta su mejor amigo, Jenaro Mejía, pintor y vecino de La Candelaria que compartió con Olave el interés por hacer arte para la comunidad.

Ocho meses después del asesinato, la Fiscalía declaró que su muerte no había sido un accidente violento, sino un asesinato.

33 esculturas que hacen parte del paisaje urbano

Su obra más reconocida fue la exposición permanente que hizo en La Candelaria en 1996, con el título “Los héroes del día a día”. Esta exposición consta de 33 esculturas de personajes que vivían, trabajaban o deambulaban en La Candelaria: el constructor, el turista, la tendera, el embolador, etc. Hoy, después de 20 años, todavía están en pie muchas de sus figuras, fabricadas básicamente con resina y fibra de vidrio, ya icónicas en el barrio, como el pescador sentado en el alféizar de una ventana y el embolador que camina sobre un suelo imaginario en la calle del Embudo, cerca de la plaza del Chorro de Quevedo.

Jorge Olave nació en Bogotá en octubre de 1953. “Chapineruno de raca mandaca, estudió en el Colegio Americano, estuvo tres meses en Bellas Artes, se voló a Guadalajara donde estudió grabado, vivió diez años en Nueva York donde adelantó cursos libres, pasó temporadas en Roma, San José, París, Santo Domingo, Grecia, siempre en función del arte. Su primera exposición fue a sus 18 años en San José, donde la crítica lo trató por las buenas. Sin dárselas de artista, toma el arte como actitud, no cree en las musas, se burla de la inspiración y en lo único que cree es en el trabajo duro y parejo”, escribió Hollmann Morales en El Tiempo el 19 de octubre de 1997, a propósito de la polémica que desataron sus esculturas callejeras.

Armando Silva, en su libro Bogotá imaginada (2003), dice que son inagotables las maneras de producir emociones estéticas con estas esculturas: “Jorge Olave llenó los tejados de La Candelaria de muñecos a escala humana en divertidas actitudes, como si quisiera producir en quienes los ven la impresión de estar siendo observados. Hacen parte de la identidad ciudadana”.

Arte participativo

Las esculturas de este vecino de La Candelaria —que vivía y tenía su taller en la carrera 3ª con calle 12— cambiaron la imagen del barrio y alegraron la vida de sus habitantes y turistas (incluyendo la de la autora de esta crónica, en cuya casa se encuentran tres esculturas). A mediados de los años ochenta, Olave también había logrado alto impacto cuando se inventó el Reinado Nacional del Cuchuco, con ocho candidatas pintadas en siluetas de madera, que llevó a pueblos, barrios, clubes, plazas.

Así empezó lo que él llamaba su “arte participativo”, porque la gente terminaba interactuando con las piezas, como ocurrió con las esculturas: les compusieron canciones, les escribieron poemas, las vistieron e intervinieron con ánimo lúdico o reinvidicativo.

Además de esculturas, Olave se dio a conocer por las intervenciones en la calle. El libro Luminaria Candelaria muestra las secuencias fotográficas del Día de las Velitas entre 2002 y 2007, un proyecto realizado por él, Jenaro Mejía y otros artistas, con la idea de hacer instalaciones fijas para un público móvil. “La ciudad de la luz” se acabó porque siempre llovía el Día de las Velitas y los vecinos se desanimaron. Hoy en día, el evento es realizado por la Alcaldía Local, pero ha perdido parte de su encanto.

Para Ana María Alzate, exdirectora de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño, “Jorge Olave trató de mantener las tradiciones de La Candelaria, como el Día de las Velitas, programa que apoyó siempre la Alzate, con conciertos y actividades artísticas. Al final tuvimos problemas de logística y decidimos hacerlo dentro de la Fundación porque queríamos que el barrio se lo apropiara.

Así nació la Asociación de Amigos, que siempre tuvo una relación muy cercana con los artistas y habitantes del barrio para promover la expresión comunitaria”. Según ella, Olave era una persona muy generosa y comprometida, con un fuerte sentido de pertenencia al barrio. “Para él, siempre fue importante promover los colectivos artísticos del barrio, por ejemplo, hizo a La Manuelita para acompañar a Bolívar en la plaza de Bolívar, al lado de la teatrera Patricia Ariza. El conjunto de la obra de Olave es muy representativo de Bogotá porque se trata de figuras inspiradas en los oficios populares”.

Tesoros de La Candelaria

En 2012, el pintor y escultor Jorge Olave hizo una exposición en el centro cultural La Peluquería, en La Candelaria, donde mostró esculturas y fotografías de las alcantarillas rotas por las cuales tenían que pasar los turistas, rotulada irónicamente “Los tesoros de La Candelaria”.

La exposición buscaba llamar la atención de los candidatos a la Alcaldía Local sobre los problemas del barrio: además de las alcantarillas, los postes de la luz con nudos de conexiones hechizas, los basurales, etc. La frase de presentación era: “Prueba reina de que las empresas distritales trabajando en equipo logran grandes resultados”.

Pero, sin duda, la obra más recordada fueron los grafitis con “La sombra del poeta”, en homenaje al centenario del nacimiento de José Asunción Silva, cuya sombra quedó reflejada en numerosos muros de la ciudad. La idea era hacer una campaña de expectativa con apoyo de la Casa de Poesía Silva para conmemorar el centenario del poeta santafereño que habitó en el barrio. Primero fueron las siluetas; luego, los poemas.

Todavía quedan vestigios de estas sombras, pero los transeúntes pasan de largo por esos muros. Asimismo, parte de su legado quedó en el parque El Salitre y en el ecoparque de Sierra Morena, en Ciudad Bolívar.

Las esculturas ‘parqueadas’

Paradójicamente, la Alcaldía de La Candelaria invirtió $20 millones en 2005 para restaurar las estatuas de Jorge Olave, que por el paso del tiempo se habían ido deteriorando y hasta cayendo a pedazos, pero luego algún funcionario obtuso decidió condenarlas al encierro y a un nuevo deterioro.

El propósito también era renovar el ‘parque’ de esculturas con personajes actuales, como el extranjero con su cámara fotográfica, el ejecutivo con su celular y computador portátil y hasta Estelita Monsalve, la pequeña historiadora oficial del barrio (QEPD), que se hizo famosa por su ruta de fantasmas.

El primero que se instaló fue el malabarista de los semáforos, sobre un edificio de la plaza del Chorro de Quevedo. “Los tiempos han cambiado y los personajes de La Candelaria también, este es un nuevo homenaje a los habitantes anónimos que la recorren”, dijo el maestro Olave, mientras acomodaba el aerosol que carga el grafitero, otro de los personajes.

Y mientras que Olave instalaba las nuevas esculturas, llegó un encargado de la Alcaldía de La Candelaria a pedirle el permiso para ubicarlas. Él le explicó que era un proyecto de la Alcaldía, pero la Alcaldía se las decomisó y ahora están arrumadas en el parqueadero de la Alcaldía, pudriéndose lentamente. “Nadie sabe quién da la autorización para instalarlas. Desde el 2005 se pasó la solicitud ante el Taller del Espacio Público y hasta ahora no dan respuesta”, declaró Olave a El Tiempo en 2011.

Lo que produce extrañeza es la demora del comité para evaluar las obras. “Eran, en total, diez obras, divididas en dos contratos que firmamos con el maestro Olave”, aseguró Xinia Navarro, entonces alcaldesa local de La Candelaria. Al maestro Olave se le hizo raro que el Distrito actuara de esa forma, considerando que estos personajes hacían parte del patrimonio artístico de la localidad y están en el imaginario de la gente. De hecho, en la administración de Mockus, una de sus obras (el veedor ciudadano) se asomaba a la oficina del alcalde para supervisar su gestión.

Pero hoy, años después, las esculturas siguen abandonadas en el parqueadero de la Alcaldía y no parece que tengan ‘dolientes’ para rescatarlas, pese al afecto que les tienen los residentes del barrio. José Ruiz, un tendero de 36 años, piensa que desde que están las esculturas viene más gente al barrio. “Cuando las pusieron no supe y esa noche iba para la casa con unos aguardienticos encima, cuando vi unas de esas pegué carrera porque pensé que era un ladrón”. Como él, muchas personas se siguen asustando con estas figuras que los sorprenden en la noche, cuando se vuelven sombras en el barrio colonial.

El corredor de la 13

Con ese malestar y antes de morir, Olave estaba trabajando en un proyecto para revitalizar el corredor de la carrera 13, en el que él y otros 50 artistas callejeros pondrían color a sus paredes para cambiar su estética. Esta galería urbana nocturna, entre las calles 53 y 64, terminó llamándose Lourdes Corredor Cultural Jorge Olave Sierra, para rendirle homenaje.

Por allá también se estará paseando la pequeña sombra de Olave, porque. como lo define su amigo Jenaro Mejía, “era un hombre chiquito con una sonrisa más grande que él; su pelo crespo y sus ojos color miel traían locas a todas las mujeres”.

*Este artículo fue publicado en la revista Directo Bogotá, de la Universidad Javeriana. 

Por Lucía Franco Vargas*

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