El Magazín Cultural

El otelo de Shakespeare

A lo largo de su vida matrimonial, visitaba a su esposa y sus hijos esporádicamente: el teatro en Londres era entonces el dueño del tiempo de William Shakespeare; antes de consagrarse como autor, fue reconocido como gran actor.

Maria Paula Lizarazo
19 de junio de 2017 - 02:00 a. m.
El otelo de Shakespeare

Al poco tiempo de haberse casado, sorpresivamente nació un primer hijo. A lo largo de su vida matrimonial, visitaba a su esposa y sus hijos esporádicamente: el teatro en Londres era entonces el dueño del tiempo de William Shakespeare; antes de consagrarse como autor, fue reconocido como gran actor.

Apasionado por los versos, nunca aprendió ni latín ni griego como lo exigía la academia en esos años. De niño, su familia fue perseguida a causa de continuar en la confesión católica, siendo que Inglaterra desde ese siglo (XVI) había roto su vínculo con la Iglesia porque el entonces rey, Enrique VIII, sin previa autorización del Papa, anuló su matrimonio con la española Catalina de Aragón.

La omnipresencia del amor en las obras de Shakespeare (1564 – 1616) es quizás uno de los reflejos más puros de la omnipresencia del amor en todas las historias de la humanidad. En aquel tiempo, la Reina Virgen de Inglaterra  (Isabel I, hija de Enrique VIII) se la pasaba de baile en baile y de visita en visita, explorando  tercamente (para la opinión) las profundas esencias del coqueteo de caricias infértiles. De ella se dice que sufrió de agenesia vaginal, una enfermedad que le impedía consumar el coito.

Los cercanos a la Corona y gran parte de los pueblerinos especulaban sobre la soltería de Isabel I, pues era peocupante  el hecho de que nunca llegaría heredero alguno de la corona.  Por contra, hay para quienes la preocupación residía en los clamores silenciosos de que no les pasara un embarazo premarital, es decir, un embarazo sin el precedente del permiso de un sacerdote para amar al amado.

Al parecer, ese absurdo permiso no lo tuvo Desdémona, la hija de Brabancio, en “Otelo: el moro de Venecia”, de Shakespeare. 

Una noche, Yago y Rodrigo, impulsados por los celos y la envidia de que Otelo escogiera a Cassio como teniente, van donde Brabancio a advertirle por el cuidado de su hija; así Brabancio va a la habitación de Desdémona y se percata de su ausencia, trayendo a su mente tenebrosas imágenes de ella amándose con Otelo.

La sinrazón se apoderó de Brabancio, expulsando de su boca palabras de calumnia que aseguraban a Otelo como conquistador de Desdémona por atajos de frases engañosas. Así entran en escena los juegos de poder: por un lado, Brabancio, que ejerce en la política, cuya buena reputación estaría en riesgo por la incógnita de la virginidad de su hija aún no casada; por el otro, Otelo, un hombre importante en el ejército veneciano.

El futuro de Desdémona no puede decidirlo ella: se encuentra en un encierro mental entre la bifurcación de si obedecer a su padre, a quien debe la vida y la educación, o a su esposo, el moro digno de su lealtad. “He aquí mi esposo; y la misma evidencia que os mostró mi madre, prefiriéndoos a su padre, reconozco y declaro deberla al moro”
Llegaron al palacio del Duque. Tanto Otelo como Desdémona pusieron en evidencia la voluntad de amarse y desmintieron las declaraciones de Brabancio. El Duque les otorgó el camino de la libertad y aprobó el matrimonio que a escondidas habían cometido.

En seguida, Otelo partió con sus hombres a una batalla, pero terminaron en un festín. Los celos de Yago y Rodrigo se regaban por dos corrientes. Una era por el cargo de Cassio, la otra por el amor de Desdémona. Entonces, Yago emborrachó a Cassio para provocar así una disputa con Rodrigo, en la que se interpuso Otelo dejando sin cargo a Cassio. Luego, Yago convenció a Cassio de que buscara a Desdémona y le implorara ayuda para recuperar su cargo; así sucedió. Tras oír a su esposa, Otelo naufragaba en un mar de dudas, dado que Yago, en una conspiración, le insinuó que Desdémona y Cassio encubrían amor.
A este punto de la tragedia, un pañuelo simbólico de amantes provocó un sinfín de confusiones y malentendidos, incitando así a la inocencia del hombre con primitiva experiencia a planear dos muertes: la de Desdémona y la de Cassio.

Pero, finalmente, es Yago quien se encarga de Cassio, botando la culpa sobre Rodrigo, quien, antes de refutar esa mentira, es muerto también por Yago. Emilia, esposa de Yago, llama a Desdémona y Otelo para dar cuenta de los muertos; no obstante, se revela a sí misma los sucesos y dice a todos que la infinitud de problemas los ha causado Yago, trayéndole dicha revelación la muerte  por cuenta de él.

Otelo no aguantó más la incertidumbre de los celos y dio  fin a la vida de Desdémona. Cassio, que no murió por las heridas que le abrió Yago, heredó el cargo de Otelo; los caballeros de Venecia encerraron al moro por haber asesinado a su esposa, pero este no aguantó la separación de su amada y optó por suicidarse antes que por vivir sin ella.

Esta tragedia ocurrida en Venecia es una obra en la que Shakespeare intuyó y mostró que los humanos traen la muerte por razones de lo que el ucraniano Wilhem Reich vendría a llamar peste emocional: una coraza social en la que los comportamientos son mecánicos, represivos y violentos, cultivados en todas las personas, pues se les ha convencido de verdades y valores absolutos, quitándoles la libertad de la autenticidad de ideas propias, sin importar a qué cultura o época pertenecen.

Tres años antes de su muerte, hacia 1613, Shakespeare dejó de escribir y regresó al primer lugar en el que, para suerte de nosotros, respiró este aire que respiramos: Stratford on Avon.

*Edición citada: William Shakespeare. Obras completas. Tomo IV. Editorial Aguilar.

Por Maria Paula Lizarazo

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar