El Magazín Cultural

El otro 'Nobel' colombiano

Un comunicador paisa radicado en Nueva York descrestó hasta al escritor de Aracataca durante los actos protocolarios que rodearon la entrega del galardón más importante de las letras en 1982. Esta es su historia.

Óscar Domínguez G.
12 de diciembre de 2012 - 05:00 p. m.
‘Gabo’ dando autógrafos. Lo acompañan el maestro Rafael Escalona (izq.) y Nacho Martínez, de sombrero y bigote.  / Óscar Domínguez
‘Gabo’ dando autógrafos. Lo acompañan el maestro Rafael Escalona (izq.) y Nacho Martínez, de sombrero y bigote. / Óscar Domínguez

Hace 30 años, Nacho Martínez redondeó el periplo Santa Rosa de Osos-Nueva York-Estocolmo con la idea de convertirse en el segundo Nobel de literatura colombiano. Terminó bailando con Mercedes Barcha, la Gaba, y de intérprete de García Márquez en la capital sueca.

Este paisa montaraz, que maneja un fluido inglés del que salen despedidos pedazos de la segunda trinidad paisa (frisoles, mazamorra, arepa) cuando habla, se impuso la tarea, fácil para él, de intrigar y hacerse conocer de los rostros de madera de la Academia Sueca, encargados de adjudicar el galardón.

A sus compañeros de aventura nos aseguró que con una novela sobre el godísimo monseñor Miguel Ángel Builes volvería a ganar el premio para Colombia. Para efectos de su novela, Macondo sería la fría Santa Rosa, tierra que produce monseñores, chorizos y pandequesos como arroz.

A Nacho, eterno cónsul honorario colombiano en Nueva York, solo le ha faltado un pequeño detalle: escribir el libro. Por lo pronto, ayudado por el fallecido escritor Ricardo León Peña-Villa, escribió su biografía (Nacho, la risa del inmigrante), en la que se explaya sobre sus vivencias en Estocolmo.

Santarrosano que se respete se considera nacido para las letras. No en vano se es paisano de Barba Jacob, el maestro Rogelio Echavarría —hace poco condecorado por la Alcaldía—, el maestro Bernardino Hoyos Pérez —quien recientemente nos dio con su ausencia— y el poeta Darío Jaramillo Agudelo, autor del verso más bello de la poesía colombiana. Lo dijeron los lectores

Nacho tomó la decisión de viajar a Estocolmo el mismo día de octubre que se enteró por las noticias de que el hijo del telegrafista se había alzado con el premio.

Llegado el frío invierno decembrino, Nacho Martínez Medina, hijo de Antonio José en Bernardita de Jesús, se metió debajo de una ruana toreada en mil aguaceros, se enfundó un sombrero bombín ametrallado de escudos de todos los países, se atusó su libidinoso bigote a lo Salvador Dalí, y arriando first class llegó a su destino europeo.

Dejó botada la niña de sus ojos en Nueva York: el restaurante El Triángulo, algo así como la ONU de las empanadas en la ciudad que tiene siquiatra propio: la Estatua de la Libertad. Su negocio está ubicado en el sector de Sunnyside, Queens.

En Nueva York, desde que se instaló en sus predios, se convirtió en un embajador ad honorem que ayuda a sus paisanos jodidos, y atiende al blancaje criollo. Por ejemplo, a instancias del entonces cónsul, el maestro Guillermo Angulo, fue anfitrión del presidente Belisario Betancur, quien se divirtió como un enano con su extrovertido paisano graduado de guía turístico

En Europa, cuando se le iban acabando los dólares ordenaba que subieran el precio de la bandeja paisa en El Triángulo y le giraran los verdes.

Cuando llegó a la capital de los vikingos se consideró en su propia tierra: la ropa de su terruño de tierra fría le servía a miles de kilómetros de distancia, con temperatura a veces bajo cero. Y como Nacho es más entrador que nigua de tierra fría, en cuestión de horas constaté que estaba metido en el entorno del Nobel, quien se preguntaba de dónde salió semejante tsunami de vida.

No se perdió corrida de catre invocando a veces su condición de periodista de estaciones de televisión y radio neoyorquinas, como RCN. La ventaja de tener “su” inglés la hizo valer hasta el final.

Más atravesado que un marrano en la cocina, como dicen en su pueblo, se le aparecía al Nobel hasta en la sopa. “Ves, vos, paisa, ¿por qué no vas y me conseguís otro whiskicito a mí”, dizque le dijo don Gabriel en algún momento, remedando su léxico antioqueño.

En su libro, la lengua triperina de Nacho pone en boca del nieto del coronel esta airada reacción ante el acoso de un colombiano que lo instaba a que estampara su rúbrica en el pasaporte: “Yo acabo de firmar 250 libros de Cien años de soledad para entregar aquí, ya les escribí el Nobel ¿y ahora tú quieres que te firme el pasaporte también?”. Y se negó.

Y ya verá cada lector si cree esta otra parte de la narración de Nacho en la que cuenta que desayunó con el Nobel, el primer ministro Olof Palme y el ministro de Educación, Jaime Arias Ramírez:

“De ese desayuno salí de lo más de bien librado, me tocó estar sentado a desayunar con todos estos señores tan importantes. Me quedó la dicha de que mi voz saliera no solo en Bogotá, sino quizás a través de todo el mundo a través de la Televisión Española, me quedó la traducción que hice de Olf Palme en su discurso de presentación del regalo que le hacía la ciudad al Nobel”.

En ese desayuno coronó el teléfono privado de Palmer, a quien no vaciló en llamar para que autorizara la entrega de un ron que había enviado el primer ministro cubano Fidel Castro para la fiesta en la Casa del Pueblo, en Estocolmo.

Ese día, el autor de estas líneas cometió una de sus más pavorosas equivocaciones: transmitió en directo para Radio Súper lo que presentó como un nuevo cuento de García Márquez. No había tal: Gabo había leído “El ahogado más lindo del mundo”, que este desviado especial no conocía dentro de su enciclopédica ignorancia.

La cereza en el vaso de la vivencia de Nacho en Estocolmo es la forma como cuenta su baile con Mercedes Barcha, la Nobel del Nobel.

“Fue tan querida, que me sacó a bailar ese día. Dijo: ‘Yo quiero un paisa que quiera bailar conmigo, pero no en el suelo, sino subido en una mesa’. Y bailamos una cumbia, misiá Mercedes Barcha y yo, encaramados en una mesa; qué señora tan agradable”.

Y colorín colorado, la historia del segundo “Nobel” de literatura de Colombia ha terminado.

Por Óscar Domínguez G.

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