Detrás de la puerta principal hay una colección de zapaticos: escalas de tacones, botas, alpargatas en vidrio, cartón y plástico sobre una repisa enpolvada. Fotos en todas las paredes de famosas con dedicatorias como: “Gracias, Pedro Nel, por ayudarme a verme hermosa”. Dos habitaciones cerca al vestido y unas escaleras de madera. El espacio, sin embargo, está reducido por unos vestidos y blusas que penden de unas varas blancas.
—La obra es una tragedia y los personajes tienen que tener esa contundencia. Me gusta la personalidad de Otelo.
—¿Ya la vio?
—Don Pedro Nel compró un DVD para que todas en el taller lo viéramos y supiéramos de qué iba. Para que nos empapáramos.
—¿Le gustó?
—Triste.
Carolina es una de las mujeres que trabajan en el taller de alta costura de Pedro Nel Gómez, el lugar escogido por el Teatro Colón para realizar el vestuario de Otello, de Verdi. La obra, que se presenta en Bogotá del 21 de junio al 1º de julio, cuenta con la dirección escénica de Willy Decker y está basada en la pieza de William Shakespeare, escrita alrededor de 1603 y presentada por primera vez por Giuseppe Verdi en 1867 en La Scala de Milán.
Dirigiendo el equipo de Gómez está Constanze Schuster, una alemana nacida en Aschersleben en 1965, que estudió como sombrerera en Berlín y arte textil en la Deutsches Schaupielhaus de Hamburgo. Schuster ha diseñado el vestuario de varias óperas y ballets, además de películas, después de haber estudiado artes escénicas en Alemania. Para la ópera en Colombia, tuvo muy presente que Otello es una tragedia y jugó con el manejo del color de una forma dramática y cautivante en cada prenda, para darle relevancia y profundidad a cada personaje de acuerdo con su carácter. Vestidos vinotintos y grises, telas pesadas y tocados para las mujeres son algunos de los elementos que eligió.
—Para el vestuario de Otello me basé en la época del Renacimiento. No tuve que hacer mucha revisión documental porque el libro lo dejaba todo clarísimo: una marcada diferencia de clases, un conflicto amoroso y una mujer hermosa. Parece nuestra época, ¿no?
Schuster tiene la piel enrojecida y los ojos chispeantes. Las manos parecen remolinos de carne que se mueven por entre las telas: enormes dedos abollados por el cuero. Sólo dice tres palabras en español: tranquila, espera y gracias. Así, a pesar de todo, se comunicó con la gente del taller: mujeres que llevan cosiendo toda su vida.
Los diseños son minimalistas: vestidos enormes pero fáciles de entender y clasificar. Terciopelo, brocados, sedas, organzas y linos. Los paniers y corsets, importantísimos para la caída de los trajes en algodón. Otelo con su piel oscura, digno representante de su raza mora, en tonos fuertes, jugando siempre con los azules en cuero, gamuza, terciopelo, lana y jacquard. Yago, en lino, jacquard, terciopelo, y así sucesivamente, como una cascada de colores y telas que fluyen sobre la mesa principal.
—¿Para qué sirve el vestuario? Para todo. Esta historia podría desarrollarse en cualquier época, por eso es importante delimitar el tipo de ropa, para que haga parte de la personalidad de cada personaje. Tenemos 200 personas sobre el escenario, todo tiene que salir bien. El vestuario es el primer telón de la obra.
Mientras Constanze Schuster habla, Carolina le pega lentejuelas a un vestido azul turquesa: una por una, con la paciencia de una roca. Schuster se queda mirándola y le sonríe. El vestido arropa a Carolina mientras cose y Schuster no deja de mirarla, como si supiera algo: el oficio de un costurero es como el de un cazador, fino y preciso. Schuster lo sabe.
El personaje que tiene más vestidos es Otelo, con tres. El coro sólo tiene uno y los demás personajes dos. Las pruebas se han hecho con medidas que mandaron desde Europa y otras por pura intuición: llevar casi medio siglo cosiendo deja la malicia de un ave. Todo está listo para las pruebas y se está vaciando el taller.