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El Sueño de la Bellota: La construcción de liderazgos compartidos

El programa de liderazgo aplica las prácticas restaurativas en el ámbito educativo. Los desafíos del mundo actual requieren liderazgos comunes. La escuela, como centro de transformación social, es el lugar ideal para aprender a solucionar conflictos de forma pacífica y colectiva, aceptando la riqueza de las diferencias.

María José Noriega Ramírez
21 de marzo de 2021 - 02:00 a. m.
El Sueño de la Bellota trabaja bajo los Objetivos de Desarrollo Sostenible, fomentando la igualdad de género, la educación de calidad y la construcción de paz.
El Sueño de la Bellota trabaja bajo los Objetivos de Desarrollo Sostenible, fomentando la igualdad de género, la educación de calidad y la construcción de paz.
Foto: Gimnasio Femenino

El cambio climático y la construcción de un mundo equitativo y en paz son desafíos comunes a la humanidad. Son retos que el mundo contemporáneo debe solucionar mediante un trabajo colectivo, para enfrentarlos con un enfoque distinto. Ante este panorama, una opción para lograrlo es trabajar sobre la relación entre las personas; es decir, construir nuevos vínculos —porque estos no son naturales, sino que son elaborados socialmente— con los que se reconozca que a partir de la diferencia, en lugar de anularla, se pueden construir comunidades empoderadas frente a los conflictos. En este sentido, las prácticas restaurativas impartidas en espacios educativos son una herramienta útil. Mientras se está hablando de este enfoque en Latinoamérica, El Sueño de la Bellota, el programa de liderazgo del colegio Gimnasio Femenino, trabaja en dicha línea.

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La dignidad está en el corazón de las prácticas restaurativas. Según Claire de Mézerville López, especialista en involucramiento comunitario en el Instituto Internacional de Prácticas Restaurativas (IIRP por su sigla en inglés), “el gran mal de nuestro tiempo es la deshumanización del otro cuando hay un conflicto o un daño”. Partiendo de un enfoque proactivo, como componente central en la cultura de paz, asegura que en un principio se hablaba de justicia restaurativa, enfocada en tres grandes interrogantes: “Cuál es el daño que se causó, quiénes necesitan participar activamente en la atención de lo que ha pasado y qué acciones hacen falta para reparar el daño y prevenir su repetición. Si esto nos sirve para disciplinas penales, nos debería servir en las disciplinas escolares”.

En un modelo social en donde priman enfoques punitivos y de control, ejercidos a través del miedo y centrados en el daño, las prácticas restaurativas apelan a la construcción de una ciudadanía afectiva, capaz de poder resolver problemas de forma colaborativa. En el centro de ello están el reconocimiento de la dignidad y la corresponsabilidad comunitaria. Esto, en un momento de la historia en el que se está cuestionando un modelo social, heredado de la Modernidad, basado en el egoísmo y el individualismo.

“Frederic Laloux y Ken Wilber, teórico organizacional y psicólogo, respectivamente, plantean que a lo largo de la historia humana hemos vivido paradigmas relacionales. Esas formas de relacionarnos están cambiando. Es decir, necesitamos un nuevo paradigma. Estamos acostumbrados a interactuar de una manera que algunos llaman punitiva, excluyente, sectaria, muy enfocada en la racionalidad, pues cargamos con unos modelos culturales, como el tribal y el sacralizado, que han sido funcionales. El primero de ellos nos heredó una forma controladora de organización social alrededor de un poder hegemónico. El segundo, ostentado por los sacerdotes, impedía cuestionar, por fuerza o por inteligencia, el poder. Estos modelos están agotados y aunque hemos desarrollado unos nuevos, vinculados con las relaciones comunitarias, como la familia, estos siguen fundándose en un principio de poder único; es decir, de liderazgo único. En un contexto en el que el conocimiento se ha expandido, ¿qué humano va a controlarlo todo? Ninguno”, afirma Evert Silva, instructor y consultor del IIRP, y coordinador del programa de liderazgo El Sueño de la Bellota.

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El modelo de relación social basado en la concentración de poder en una sola persona es insuficiente para la sociedad actual. “Se necesitan liderazgos compartidos”, agrega Silva. Foucault habla de los discursos o los poderes marginados, los cuales no son excluidos por ser antipoderes o apoderes, sino porque hay un poder que los excluye. Ante la diversidad de liderazgos que emergen, surge la pregunta de cómo construir una sociedad en la que los liderazgos sean compartidos. Aprender a intercambiar ideas, mas no a imponerlas, así como abandonar un modelo de sociedad competitivo, parece guiar el camino hacia ello. Para poder existir necesitamos a los demás y la conversación, como el acto de moverse con el otro, parece útil en este sentido.

Las prácticas restaurativas se centran en los valores, pues son un punto en común entre las diferencias de unos y otros. “Que nuestras diferencias no sean una excusa para no estar juntos. Que nuestro deseo de estar juntos no inhiba nuestras diferencias”, es la frase que suele usar Silva. Creyendo que las prácticas restaurativas tienen un potencial preventivo, y no solo se deben usar cuando el conflicto ha escalado, además de reaccionar ante él y trabajar en la restauración de la confianza, la cuestión está en transformar las habilidades relacionales, y ahí la escuela tiene un rol protagónico. Empezando por autoliderazgo, socioliderazgo, coliderazgo, capacidad de escucha, creatividad y compasión, El Sueño de la Bellota también trabaja sobre el buen humor, la negociación y la innovación, entre otras habilidades. Incluso, en este tiempo de pandemia, bajo el proyecto “Cuando el mundo se detuvo”, el área de liderazgo del colegio promovió espacios de reflexión, desde las casas y las familias, para hablar de vulnerabilidad, cuidado, solidaridad, paciencia, resiliencia y economía, entre otros temas.

Dada la preocupación por la idea de que como sociedad no sabemos vivir en medio de la diferencia, que la tendencia es anular simbólica o físicamente al otro, y que no sabemos cómo solucionar los conflictos, “la escuela es el lugar para que desde la primera infancia se creen nuevas formas de aproximación a ellos”, afirma Marcela Junguito, rectora del Gimnasio Femenino.

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Partiendo de la premisa de que la diferencia enriquece a la comunidad y que la negativa a saber apreciarla y a conciliar en medio de ella desencadena la violencia, la escuela parece ser el lugar por excelencia para transformar estas dinámicas sociales. Reconociendo que las prácticas restaurativas permiten cuestionar y empoderar a la comunidad frente al conflicto, pues involucran a todas las partes en él, la escuela es la cuna para la construcción de colectividad.

Convencida de que los grandes retos de la humanidad están consagrados en los Objetivos de Desarrollo Sostenible, y reconociendo que estamos lejos de cumplirlos, Junguito cree en la idea de “pensar globalmente y actuar localmente, y la escuela es un terreno fértil para ello”. Así, es comprensible que El Sueño de la Bellota esté articulado con esas metas comunes, encaminadas, por ejemplo, a la igualdad de género, la educación de calidad y el cuidado del medio ambiente, así como a la construcción de paz.

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