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El Virus de la Pobreza en la región más rica y exuberante de la Tierra (Relatos y reflexiones)

La historia de un pueblo que quedó devastado entre el Virus de la Pobreza y el enfado de la naturaleza.

Truman Percales
16 de julio de 2020 - 04:29 p. m.
El Virus de la Pobreza es el que tiene postrada a América.
El Virus de la Pobreza es el que tiene postrada a América.

Hubo una vez un bicho minúsculo, de origen lejano y desconocido, que condenó al sufrimiento por décadas a millones de hombres y mujeres en una de las regiones más bellas de nuestro planeta. Fueron víctimas de la más absoluta de las desgracias que uno podía padecer en aquel mundo contradictorio y despiadado, que algunos humanos habían construido sobre la base de la explotación, el dinero y el poder. Fueron víctimas del Virus de la Pobreza.

Por las venas abiertas de los infectados de la región, desde el Atlántico hasta el Pacífico, y desde la Tierra del Fuego hasta la frontera del coloso de pies de barro, fluyó por años el torrente de la desdicha en forma de hambre, donde la miseria y la violencia, atributos de la desesperanza colectiva en la región más desigual de la Tierra, fueron colapsando como coágulos de color negro las arterias de la antigua normalidad, hasta bloquear por completo la esperanza de una vida mejor para los hijos de la región más rica y exuberante de la Tierra.

Ellos y ellas habían sido rebautizados años atrás, en la Ceremonia del Libre Comercio, con los apellidos de la nueva clase media. Por un buen tiempo, los habitantes de esas tierras habían logrado vivir y crecer sobre los márgenes del Rio de la Abundancia, donde gracias a los sobrantes de la explotación del oro negro, que había llegado a salpicarles parcialmente, lograron beneficiarse de un ficticio estado del bienestar, sustentado en dádivas finitas. Ellos y ellas, que habían visto con emoción a sus hijos entrar poco a poco en el Edificio de los Privilegiados de las Clases Pudientes, tomando el ascensor que les iba a conducir al Piso de las Oportunidades labradas con el esfuerzo de los que saben que nadie regala nada, volvían a estar contagiados del maldito virus.

Las promesas de inmunidad ante las futuras desgracias, ya fueran estas en forma de guerras, huracanes, sequías o pandemias, que les habían prometido los adalides de la charlatanería política, fueron puestas en evidencia por aquel bicho desconocido y de origen lejano, que inoculaba la tan temida desgracia de la miseria. En unos pocos meses, y debido al colapso del laberinto de las cadenas de valor y al desplome del consumo desmedido e insostenible, millones de habitantes habían vuelto a ser condenados al olvido. Volvían a ser pobres.

Así, los antiguos nuevos pobres, los pobres de toda la vida, volvían a recorrer los sofisticados barrios del norte de la ciudad, en busca del antídoto de la compasión, que resultaba ser la única medicina disponible para ellos, ante semejante plaga de infortunios. El norte de cualquier cosa, que siempre fue el punto cardinal de la abundancia en la mente de los desarrapados de la región, seguía impasible ante el Virus de la Pobreza, observándolo desde sus entramados de calles limpias y apartamentos elegantes, habitados por seres superiores vacunados ante las tragedias y ante todos aquellos males y penurias que Dios tuviese a bien mandar. Los privilegiados de la región más rica y exuberante de la Tierra siempre fueron inmunes al virus.

Además de ser la región más exuberante y rica de la tierra, era precisamente por ello, también la más violenta e inestable. En la época del Virus de la Pobreza, algunas patrias habían logrado silenciar el negocio de la guerra, a pesar de que la vida seguía valiendo muy poco. El Virus de la Pobreza puso contra las cuerdas del cuadrilátero la pelea por paz en la tierra del café, y todos los avances logrados con tanto esfuerzo y oposición. Gracias a Dios, prevaleció la cordura. Mientras, los comerciantes del polvo blanco daban la vuelta al mundo sin salir de la región, tratando de reinventar el negocio de la muerte, apoyados por las mafias invisibles ubicadas al otro lado del charco, el cual separaba el cielo del infierno o el infierno del cielo, dependiendo desde dónde se mirase la cosa.

En otra tierra de la región, la más grande de todas ellas, que se ubicaba sobre el respirador no mecánico mas importante de la Humanidad, el Cofrade Mayor del Negacionismo del Virus de la Pobreza, el único que no hablaba la lengua de Miguel de Cervantes, se vio sorprendido por sus tentáculos, y su proyecto supremacista paso a la Historia de las Anécdotas, sin pena ni gloria. Mientras, los autodenominados Herederos del Gran Libertador, también recorrieron el camino hacia la vida eterna, enfermos terminales por el Virus de la Codicia, el cual venía arrasando por siglos la región y a sus gobernantes. En el sur de la región, donde la piel del mundo se acababa y dejaba paso al hielo, tampoco fueron capaces de escapar del virus, y vivieron años de incertidumbres y caos, sumergidos sus habitantes por generaciones en la melancolía de los recuerdos, en que todo pasado fue mejor.

Pero como todo siempre podía ser peor en la Casa del Pobre, las perlas en forma de islas que salpicaban ese mar de mil azules al que llamaban Caribe fueron sacudidas en mitad de la pandemia de la pobreza por el soplido feroz de la naturaleza. Dicen los que lo vivieron, que fue de tan intensidad la furia desatada, que los pies del gigante del norte se deshicieron en ríos de barro, que fueron a desembocar al Golfo de México, poniendo fin a su supremacía histórica en la región. Ni tan siquiera esa isla chiquita y orgullosa bañada por el ron y el son sobrevivió. Todo quedó devastado entre el Virus de la Pobreza y el enfado de la naturaleza.

Han pasado más de cien años de soledades y tristezas, desde que el virus inundó para siempre la vida y las calles de la región más rica y más exuberante de la Tierra. Todavía siguen los infectados deambulando por el norte de cualquier ciudad de la región. Aún no han encontrado el bálsamo que alivie su dolor y que ponga fin a tanta miseria.

Por Truman Percales

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